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No tenía ningún plan especial para el día siguiente, por lo que decidí pasarme por una librería de anticuario que me gusta en Jinbocho, una parte de la ciudad conocida por su maraña de librerías, algunas especializadas en obras orientales y otras en occidentales. El propietario de la tienda ya me había avisado mediante el busca hacía unos días de que había localizado y me guardaba un tomo antiguo de shimewaza -estrangulaciones- que hacía tiempo que buscaba para añadir a mi modesta colección sobre bugei, las artes marciales.
Tomé la línea de metro de Mita en la estación de Sengoku. A veces voy en el metro y otras veces en el JR desde Sugamo. Está bien actuar de forma aleatoria. Hoy había un sacerdote con el atuendo sintoísta recogiendo donativos fuera de la estación. Últimamente daba la impresión de que estos tipos estaban por todas partes, no sólo delante del parlamento. Tomé el tren en dirección a Onarimon y bajé en Jinbocho. Tenía la intención de salir de la estación por la salida más cercana a la librería Isseido pero, distraído pensando en Midori y Kawamura, me equivoqué de pasillo. Al doblar una esquina y llegar al cartel que anunciaba la línea de Hanzoman, me di cuenta del error, di media vuelta y volví a doblar la esquina.
Un japonés regordete recorría el pasillo con rapidez, a unos diez metros de distancia. Le miré a los ojos cuando se acercó a mí pero no me hizo caso y siguió mirando de frente. Llevaba un traje oscuro de raya diplomática y una camisa a rayas. Debía de haber oído en algún sitio que las rayas hacen parecer más alto.
Bajé la mirada y me di cuenta de por qué no le había oído llegar: zapatos baratos con suela de goma. Pero llevaba un maletín negro que parecía caro, un modelo con tapa, quizá un Swain Adeney antiguo. ¿Un hombre de negocios que sabía de buenos maletines y suponía que nadie se fijaría en sus zapatos baratos? Quizá. Pero aquella no era una zona de negocios, Kasumigaseki o Akasaka resultarían más apropiadas. Sabía que los zapatos resultarían cómodos para caminar un buen rato, si, por ejemplo, seguir a alguien formara parte del plan.
Aparte del maletín, tenía las manos vacías pero, de todos modos, me puse tenso cuando pasó junto a mí. Tenía algo que me inquietaba. Aminoré el paso un poco cuando nos cruzamos, miré por encima del hombro para ver cómo andaba. Las caras son fáciles de disimular, la vestimenta se cambia en un momento, pero no abundan las personas capaces de cambiar el modo de andar. Es algo en lo que me fijo. Observé cómo andaba aquel tipo, paso corto, un tanto exagerado, con un balanceo de brazos presumido, una ligera oscilación de lado a lado con la cabeza, hasta que dobló la esquina.
Tomé el otro camino y miré hacia atrás antes de salir de la estación. Probablemente no fuera nada, pero recordaría su cara y modo de andar, me cubriría las espaldas como siempre y me fijaría si volvía a verle.
Principios de la estrangulación se encontraba en un estado excelente, tal como me había prometido, y tenía un precio bastante alto, pero sabía que disfrutaría mucho con aquel volumen fino. Aunque estaba ansioso por marcharme, esperé pacientemente mientras el propietario, con cuidado y de forma casi ceremoniosa, envolvía el libro con papel de embalar y lo sujetaba con un hilo. Sabía que no era un regalo pero aquella era su forma de demostrar el aprecio que sentía por esa venta y darle prisa habría sido grosero por mi parte. Por último, me ofreció el regalo con los brazos extendidos y una reverencia bien marcada, y lo acepté con una postura similar, haciendo otra reverencia cuando me marché.
Regresé a la línea de Mita. Si hubiera estado realmente preocupado de que alguien me siguiera, habría tomado un taxi, pero quería ver si volvía a toparme con el Hombre del Maletín. Esperé en el andén mientras dos trenes llegaban y partían. Cualquier persona que me estuviera siguiendo tendría que haberse quedado en el andén, comportamiento extraño que pone en evidencia a cualquiera. Pero el andén estaba desierto, y el Hombre del Maletín había desaparecido. Probablemente no fuera nada.
Pensé de nuevo en Midori. Era su segunda noche en el Blue Note y la primera tanda del concierto empezaría dentro de una hora. Me pregunté qué pensaría si no aparecía la segunda noche. Era humana, probablemente se figuraría que no me interesaba, que quizá había sido demasiado atrevida al invitarme. Era poco probable que volviera a verla o, si nos encontrábamos por casualidad, sería una situación un tanto incómoda pero cortés, dos personas que se conocieron y empezaron una relación que no progresó por el motivo que fuera, sin duda nada del otro mundo. Quizá le preguntara a Mama por mí en algún momento, pero lo único que Mama sabe es que aparezco por Alfie de vez en cuando sin previo aviso.
Me planteé qué habría sucedido si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias. «Podría haber estado bien», pensé otra vez.
Casi me reí ante lo absurdo de la idea. En mi vida no había lugar para nada de eso y era plenamente consciente de ello.
El Loco Genial otra vez: «Para nosotros no hay hogar, John. No después de lo que hemos hecho».
Nunca me habían dado un consejo tan sabio.
«Olvídala -pensé-. Sabes que no tienes otra opción.» Me sonó el busca. Encontré una cabina y marqué el número.
Era Benny. Tras el intercambio habitual de referencias, me dijo:
– Tengo otro trabajo para usted, si le interesa.
– ¿Por qué se pone en contacto conmigo de esta manera? -pregunté, refiriéndome a que no había recurrido al BBS.
– Es un asunto en el que vamos cortos de tiempo. ¿Le interesa?
– No suelo rechazar trabajos.
– Tendrá que incumplir una de sus normas. Si acepta, tendrá un extra.
– Le escucho.
– Estamos hablando de una mujer. Toca jazz.
Pausa larga.
– ¿Sigue ahí? -preguntó.
– Sigo escuchando.
– Si quiere detalles, ya sabe dónde encontrarlos.
– ¿Cómo se llama?
– No se lo diré por teléfono.
Otra pausa.
Carraspeó.
– Bueno. El mismo nombre que en su último trabajo. Un asunto relacionado. ¿Tan importante es?
– No mucho.
– ¿Acepta?
– Probablemente no.
– El extra será generoso si acepta.
– ¿Cuán generoso?
– Ya sabe dónde encontrar los detalles.
– Echaré un vistazo.
– Necesito una respuesta en cuarenta y ocho horas, ¿de acuerdo? Hay que solucionar este asunto.
– Como todos, ¿no? -dije antes de colgar.
Me quedé ahí parado unos instantes, echando un vistazo a la estación, observando a la gente entrando y saliendo.
El cabrón de Benny diciéndome «Hay que solucionar este asunto», informándome de que si yo no aceptaba, lo haría otra persona.
¿Por qué Midori? La relación con Bulfinch, el periodista. Él había ido a buscarla, lo vi en Alfie, junto con el Hombre del Teléfono. Así pues, independientemente de para quién trabajara el Hombre del Teléfono, tal persona daría por supuesto que Midori se había enterado de algo que no debía, o quizá que su padre le había dado algo, algo que Bulfinch quería. Algo por lo que era mejor no arriesgarse.
«Podrías hacerlo -pensé-. Si no lo haces tú, lo hará otro. Por lo menos tú lo harás bien, rápido. Ella no sentiría nada.»
Pero no eran más que palabras. Quería sentir de ese modo pero no podía. Lo que sentía era que su mundo nunca debería haberse cruzado con el mío.
Entró el tren de Mita-sen, el que iba en dirección a Otemachi, la estación para hacer el trasbordo a Omotesando y el Blue Note. «Un presagio», pensé mientras subía.