175585.fb2 Sicario - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 24

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Diecinueve

– Te gusta jugar con la muerte, así que no pienso volver a trabajar contigo -me dijo Harry cuando llegué a su apartamento.

– Yo tampoco pienso volver a trabajar conmigo -repliqué-. ¿Has recibido algo por el micro?

– Sí, todo lo que ocurrió mientras estabas allí y una breve reunión que acaba de terminar. Todo está almacenado en el disco duro.

– ¿Han dicho algo del tipo con el que me topé cuando me marchaba?

– ¿A qué te refieres?

– Después de colocar el micro me encontré con uno de los hombres de Yamaoto. Deben de pensar que había ocurrido antes o les habrías oído comentar algo al respecto.

– Ah, eso. Sí, creen que sucedió cuando les estropeaste el interrogatorio. No saben que habías vuelto. Por cierto, el tipo está muerto.

– Sí, no tenía buen aspecto cuando lo dejé allí.

Me observaba con atención, pero no logré adivinar qué pensaba.

– Fuiste muy rápido. ¿Puedes hacer algo así de rápido sólo con las manos?

Le miré con cara de póquer.

– No, también necesité los pies. ¿Dónde está Midori?

– Ha ido a buscar un teclado de piano electrónico. Intentaremos tocar lo que está en el disco para el ordenador… es el único modo de descifrar las secuencias del entramado.

Fruncí el ceño.

– No debería salir a no ser que fuera inevitable.

– Era inevitable. Alguien tenía que vigilar el láser y los infrarrojos para salvarte el culo, y ella no conoce bien el equipo. No nos quedaban muchas alternativas, la verdad.

– Ya veo.

– Tendrá cuidado. Va ligeramente disfrazada. No creo que tenga problemas.

– Vale. Escuchemos lo que ha recogido el micro.

– Un momento… dime que no has dejado la camioneta allí.

– ¿Qué crees, que fui a buscarla? Estoy loco, pero no tanto.

Adoptó la expresión de un niño al que le acaban de decir que se le ha muerto el perro.

– ¿Sabes cuánto vale ese equipo?

Contuve una sonrisa y le di un palmadita en el hombro.

– Ya sabes que yo valgo mucho más -repliqué, lo cual era cierto. Me senté frente a la pantalla del ordenador y me puse unos auriculares-. Ponlo en marcha.

Tras varios clics de ratón comencé a oír a Yamaoto vilipendiando a sus hombres en japonés. Seguramente le llamaron para anunciarle las malas nuevas cuando me hube marchado.

– ¡Un hombre! ¡Un hombre desarmado! ¡Y dejáis que se escape! ¡Pandilla de idiotas inútiles!

No sabía a quién ni a cuántos hablaba porque sufrían aquella diatriba en silencio. Se produjo un largo silencio, durante el cual supuse que recobró la calma.

– Da igual. Quizá no sepa dónde está el disco y, aunque lo tuviera, no creo que fuerais capaces de sonsacarle la información. Salta a la vista que es más duro que cualquiera de vosotros.

Tras otro largo silencio, alguien intervino:

– ¿Qué quiere que hagamos, toushu?

– Eso me pregunto yo -replicó Yamaoto con la voz ligeramente ronca por los gritos-. Id a por la chica. Sigue siendo nuestra mejor pista.

– Pero ha pasado a la clandestinidad -dijo la voz.

– Sí, pero no está acostumbrada a esa vida -dijo Yamaoto-. Desapareció de repente, por lo que seguramente dejó muchos asuntos pendientes. Así que es posible que los retome en cualquier momento. Poned hombres en los lugares clave: donde vive, donde trabaja, sus conocidos, su familia. Colaborad con Holtzer en lo que haga falta. Cuenta con los medios técnicos.

«¿Holtzer? ¿Colaborar con él?»

– ¿Y el hombre? -preguntó la voz.

Se produjo otro largo silencio.

– El caso del hombre es bien diferente. Se mueve como pez en el agua en la clandestinidad. A no ser que tengamos mucha suerte, lo doy por perdido por vuestra culpa.

Me imaginé que las cabezas se habrían inclinado a la vez para expresar vergüenza al estilo japonés. Al cabo de unos instantes, intervino otro de los hombres:

– Quizá le veamos con la mujer.

– Sí, es posible. Está claro que la protege. Sabemos que la salvó de los hombres de Ishikura fuera de su apartamento. Y cuando respondía a mis preguntas sobre el paradero de ella lo hacía a la defensiva. Tal vez siente algo por ella. -Le oí reírse entre dientes-. Menudo contexto para un romance.

«¿Ishikura?», pensé.

– En cualquier caso, no es tan terrible que se haya escapado -prosiguió Yamaoto-. Ella representa un peligro mucho mayor: Tatsuhiko Ishikura la buscará y tiene tantas probabilidades de encontrarla como nosotros, quizás más a juzgar por la celeridad con la que se nos adelantó en el apartamento. Y si encuentra el disco sabrá usarlo.

«¿Tatsu? ¿Tatsu también anda a la caza del maldito disco? ¿Sus hombres eran los que estaban en el apartamento?»

– Basta de riesgos -continuó Yamaoto-. Basta de cabos sueltos. Cuando la chica aparezca de nuevo eliminadla de inmediato.

– Hai -replicaron las voces al unísono.

– Por desgracia, si el disco no llega a nuestras manos o no se asegura su destrucción, eliminar a la chica no bastará para garantizar nuestra seguridad. Ha llegado el momento de que Tatsuhiko Ishikura también desaparezca del mapa.

– Pero toushu -dijo una de las voces-, Ishikura es jefe de un departamento del Keisatsucho. Su desaparición causaría daños colaterales. Además…

– Sí, además, la muerte de Ishikura lo convertirá en un mártir en ciertos círculos, ya que corroborará de manera empírica y elegante todas sus teorías de conspiración. Pero no tenemos otra opción. Es preferible que se corroboren esas teorías a que se encuentre el disco, que es una prueba en sí mismo. Esforzaos para que la muerte de Ishikura parezca natural. Resulta irónico que se nos haya escapado el maestro supremo de ese arte cuando más lo necesitábamos. Bueno, espero que os sirva de inspiración. Retiraos.

Fin de la conversación. Me quité los auriculares y miré a Harry.

– ¿Sigue transmitiendo?

– Hasta que se le gaste la pila… unas tres semanas. Seguiré controlándolo.

Asentí al tiempo que caí en la cuenta de que, casi con toda seguridad, Harry oiría cosas en esa habitación que apuntarían en mi dirección. Joder, los comentarios de Yamaoto eran bastante condenatorios si se era listo y se conocía el contexto: la alusión al «contexto» de mi relación con Midori y la ironía de haber perdido los servicios del «maestro supremo» en el arte de lograr la muerte mediante causas naturales.

– No creo que sea bueno que Midori escuche las grabaciones -dije-. Ya sabe bastante. No quiero… comprometerla más.

Harry inclinó la cabeza.

– Lo entiendo perfectamente -declaró.

En ese momento supe que lo sabía.

– Me alegro de poder confiar en ti -dije-. Gracias.

Negó con la cabeza.

– Kochira koso -replicó. Lo mismo digo.

Sonó el timbre. Harry oprimió el botón del interfono.

– Soy yo -dijo Midori.

Harry apretó el botón de la entrada y tomamos nuestras posiciones, esta vez yo en la puerta y Harry en la ventana. Al cabo de un minuto vi a Midori avanzando por el pasillo con una caja de cartón rectangular en los brazos. Esbozó una sonrisa al verme, recorrió rápidamente la distancia que nos separaba, entró en el genkan y me abrazó.

– Cada vez que te veo tienes peor pinta -comentó mientras retrocedía unos pasos y dejaba la caja en el suelo. Era cierto: todavía tenía la cara manchada de tierra por la caída en las vías del tren y sabía que parecía agotado.

– También me siento peor -dije, sonriendo para darle a entender que su presencia me reconfortaba.

– ¿Qué ha pasado?

– Luego te contaré los detalles. Harry me ha dicho que nos vas a deleitar con un recital de piano.

– Exacto -dijo mientras se agachaba y quitaba la cinta que cerraba la caja. La abrió y extrajo un teclado electrónico-. ¿Funcionará? -preguntó mientras lo sostenía en alto para que Harry lo viera.

Harry lo tomó entre sus manos y examinó el conector.

– Creo que tengo un adaptador por ahí. Un momento.

Se dirigió al escritorio, abrió un cajón repleto de componentes electrónicos y probó varias unidades antes de dar con la adecuada. Colocó el teclado en el escritorio, lo conectó al ordenador y en la pantalla del monitor apareció la imagen escaneada de las notas.

– El problema es que yo no sé tocar música y Midori no sabe nada de ordenadores. Creo que la solución será que el ordenador aplique las secuencias de los sonidos a la representación de las notas en la página. Cuando tenga suficiente información para trabajar, el ordenador interpretará las notas musicales como coordenadas del entramado, luego usará el análisis fractal hasta que distinga la manera más sencilla mediante la cual la secuencia se repite a sí misma. Luego aplicará la secuencia al japonés estándar mediante un algoritmo que he creado para saltarse los códigos, y ya está, solucionado.

– Vale -dije-, eso era exactamente lo que había pensado.

Harry me dedicó una de sus típicas miradas con las cuales daba a entender que era medio idiota.

– Midori, intente interpretar la partitura mirando el monitor y veamos qué hace el ordenador con la información.

Midori se sentó junto el escritorio y colocó los dedos sobre el teclado.

– Espere -dijo Harry-. Tiene que tocarla a la perfección. Si añade o elimina una nota, o toca una en el momento equivocado, creará una secuencia nueva y el ordenador se confundirá. Tiene que tocar exactamente lo que aparece en la pantalla. ¿Podrá hacerlo?

– Podría si fuera una canción normal, pero esta composición es inusual. Tendré que ensayar un poco primero. ¿Puede desconectar el teclado del ordenador?

– Claro. -Harry arrastró el ratón e hizo clic con el ratón-. Adelante. Avíseme cuando esté lista.

Midori observó la pantalla durante unos instantes, con la cabeza erguida e inmóvil, moviendo apenas los dedos en el aire, como si reflejaran lo que oía en su interior. Entonces colocó los dedos con suavidad sobre las teclas y, por primera vez, oímos la misteriosa melodía de la información que le había costado la vida a Kawamura.

Escuché incómodo mientras Midori tocaba. Al cabo de unos minutos, se volvió hacia Harry.

– Vale, estoy preparada. Conécteme.

Harry desplazó el ratón.

– Ya está. El ordenador es todo oídos.

Los dedos de Midori volvieron a deslizarse sobre las teclas y el extraño réquiem invadió la habitación. Cuando llegó al final de la partitura, se detuvo y miró a Harry con las cejas arqueadas en forma de pregunta.

– Ya tiene la información -dijo-. Veamos si sirve de algo.

Observamos la pantalla en silencio, a la espera de los resultados.

Al cabo de un minuto, una serie de notas extrañas e incorpóreas comenzaron a emanar de los altavoces del ordenador, semblanzas de lo que Midori acababa de tocar.

– Está procesando los sonidos -explicó Harry-. Intenta encontrar la secuencia más sencilla.

Esperamos en silencio varios minutos.

– No veo que progrese -dijo Harry finalmente-. Quizá no cuente con los recursos informáticos necesarios.

– ¿Dónde podría conseguirlos? -inquirió Midori.

Harry se encogió de hombros.

– Puedo intentar colarme en Livermore para acceder a su superordenador. Aunque han mejorado los sistemas de seguridad; podría tardar bastante.

– ¿El superordenador lo lograría? -pregunté.

– Tal vez -dijo-. De hecho, basta una capacidad de procesamiento razonable. Aunque más bien se trata de una cuestión de tiempo; cuanto mayor es la capacidad de procesamiento, más posibilidades tiene el ordenador de hacerlo en menos tiempo.

– O sea, que un superordenador aceleraría el proceso -dijo Midori-, pero no sabemos cuánto.

Harry asintió.

– Exacto.

Se produjo un breve silencio de frustración.

– Recapacitemos un momento -dijo finalmente Harry-. ¿Realmente necesitamos descifrar el disco?

Sabía por dónde iban los tiros: era la misma idea tentadora que se me había ocurrido en las oficinas de Convicción cuando Yamaoto me interrogó sobre el disco.

– ¿A qué se refiere? -pregunto Midori.

– Bueno, ¿cuáles son nuestros objetivos? El disco es como la dinamita; sólo tenemos que ponerlo a salvo. Los dueños saben que no puede copiarse ni transmitirse por medios electrónicos. Para empezar, una forma de ponerlo a salvo consistiría en devolverles el disco.

– ¡No! -exclamó Midori al tiempo que se incorporaba y le plantaba cara a Harry-. Mi padre arriesgó su vida por el contenido del disco. ¡Ha de llegar al destino que él quería!

Harry levantó las manos en señal de rendición.

– Vale, vale, sólo intento buscar una alternativa, sólo quiero ayudar.

– Es una idea lógica, Harry -comenté-, pero Midori tiene razón. No sólo porque su padre arriesgó la vida para conseguir el disco. Ahora sabemos que hay varias partes interesadas en recuperarlo, además de Yamaoto está también la Agencia, el Keisatsucho. Puede que más. Aunque se lo devolviéramos a una de ellas, no resolvería nuestros problemas con las otras.

– Entiendo -admitió Harry.

– Pero me gusta la analogía de la dinamita. ¿Cómo se pone la dinamita a salvo?

– La detonas en otro lugar -dijo Midori sin dejar de mirar a Harry.

– Exacto -dije.

– Bulfinch -dijo Midori-, Bulfinch publica el disco y de ese modo lo pone a salvo. Y eso es lo que mi padre quería.

– ¿Se lo damos sin tan siquiera saber cuál es el contenido? -inquirió Harry.

– Ya sabemos lo suficiente -aseguré-. Basado en lo que nos contó Bulfinch, y que Holtzer corroboró. No se me ocurre otra alternativa.

Harry frunció el ceño.

– Ni siquiera sabemos si cuenta con los recursos necesarios para descifrarlo.

Contuve una sonrisa ante aquel atisbo de rencor por su parte: alguien le quitaría el juguete y tal vez resolvería el rompecabezas tecnológico sin su ayuda.

– Supongo que Forbes dispondrá de los recursos necesarios. Sabemos de sobra lo mucho que quieren el disco.

– De todos modos, preferiría intentar descifrarlo antes.

– Yo también, pero no sabemos cuánto podríamos tardar. Mientras tanto, varias fuerzas se han alineado contra nosotros y no lograremos eludirlas durante mucho tiempo. Cuanto antes publique Bulfinch el maldito disco, antes volveremos a respirar con tranquilidad.

– Le llamaré -dijo Midori, que no quería correr riesgos.