175585.fb2 Sicario - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 29

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Veinticuatro

Me introdujeron en un coche patrulla y me llevaron a la sede del Keisatsucho. Me fotografiaron, me tomaron las huellas y me encerraron en una celda de cemento. Nadie mencionó los cargos que se me imputaban ni me ofreció contactar con un abogado. Qué demonios, tampoco conozco tantos abogados.

La celda no estaba mal. No tenía ventanas y calculé el tiempo transcurrido contando las comidas que me traían. Tres veces al día un guarda taciturno me dejaba una bandeja con arroz, pescado en escabeche y unas verduras y recogía la bandeja de la vez anterior. La comida era aceptable. Cada tres comidas me permitían ducharme.

Estaba esperando mi decimosexta comida, intentando no preocuparme por Midori, cuando dos guardas me vinieron a buscar y me dijeron que los siguiera. Me condujeron hasta una pequeña sala con una mesa y dos sillas. Una bombilla desnuda colgaba del techo, sobre la mesa. «Parece que ha llegado la hora del interrogatorio», pensé.

Me quedé de pie con la espalda contra la pared. Al cabo de unos minutos se abrió la puerta y entró Tatsu, solo. Tenía una expresión seria, pero tras cinco días de soledad resultaba agradable ver a alguien conocido.

– Konnichi wa -saludé.

Él asintió.

– Hola, Rain-san -dijo en japonés-. Encantado de verle. Estoy cansado. Sentémonos.

Así lo hicimos, separados por la mesa. Permaneció en silencio un buen rato y esperé a que hablara. Su reticencia no me dio buena espina.

– Espero que perdone su reciente reclusión, que me consta que habrá sido inesperada.

– La verdad es que pensaba que una palmadita en la espalda habría estado mejor, después de haberme jugado la vida metiéndome en aquel coche por la ventanilla.

Observé la sonrisa apesadumbrada marca de la casa y de algún modo me hizo sentir bien.

– Había que mantener las apariencias hasta que pudiera aclarar la situación -explicó.

– Ha tardado lo suyo.

– Sí. He trabajado lo más rápido posible. Para poder liberarlo primero tenía que descifrar el disco de Kawamura. Después de eso había que realizar varias llamadas telefónicas, concertar entrevistas, tocar resortes para poder liberarlo con seguridad. Había una gran cantidad de pruebas de su existencia que teníamos que eliminar de los archivos del Keisatsucho. Todo eso ha llevado tiempo.

– ¿Consiguió descifrar el disco? -pregunté.

– Sí.

– ¿Y el contenido ha satisfecho sus expectativas?

– Ampliamente.

Se estaba guardando algo. Lo notaba en su comportamiento. Esperé que continuara.

– William Holtzer ha sido declarado persona non grata y se le ha enviado de vuelta a Washington -prosiguió-. Su embajador nos ha informado que presentará su dimisión en la CIA.

– ¿Va a dimitir y ya está? ¿No le van a procesar? Ha hecho de topo para Yamaoto, ha proporcionado información falsa al gobierno de EEUU. ¿El disco no le implica?

Asintió con la cabeza y suspiró.

– La información del disco no es el tipo de prueba que se pueda usar ante un tribunal. Y ambas partes desean evitar un escándalo público.

– ¿Y Yamaoto? -pregunté.

– El asunto de Toshi Yamaoto es… complicado -respondió.

– «Complicado» no me suena nada bien.

– Yamaoto es un enemigo poderoso. Hay que combatirlo de forma indirecta, con sigilo y con tiempo.

– No lo entiendo. ¿Y el disco? Creía que había dicho que era la clave de su poder.

– Lo es.

Entonces caí.

– No lo van a hacer público.

– No.

Permanecí en silencio durante un buen rato mientras extraía mis propias conclusiones.

– Entonces Yamaoto aún piensa que está por ahí -deduje-. Y usted ha firmado la sentencia de muerte de Midori.

– A Yamaoto se le ha dado a entender que el disco lo destruyeron elementos corruptos del Keisatsucho, por lo que su interés por Midori Kawamura se ha reducido de forma sustancial. De momento estará segura en Estados Unidos, donde Yamaoto carece de poder.

– ¿Qué? No puede exiliarla a Estados Unidos así como así, Tatsu. Ella tiene su vida aquí.

– Ya se ha marchado.

Todo aquello era demasiado para asimilarlo de golpe.

– Es probable que sienta la tentación de contactar con ella -prosiguió-. Le recomiendo que no lo haga. Ella cree que usted está muerto.

– ¿Por qué iba a creer eso?

– Porque se lo dije.

– Tatsu -repliqué con una voz peligrosamente seca-, explíquese.

Siguió hablando como si nada.

– Aunque sabía que a usted le preocupaba la seguridad de ella, cuando le comuniqué su muerte no sabía lo que había ocurrido entre ustedes -dijo-. Lo deduje por su reacción.

Hizo una larga pausa y luego me miró de forma inexpresiva, con cierta resignación.

– Lamento profundamente el dolor que siente ahora. No obstante, estoy más convencido que nunca de que hice bien al decírselo. Su situación era imposible. Lo mejor es que ella no sepa nada de su implicación en la muerte de su padre. Piense lo que supondría para ella saber eso después de lo que ocurrió entre ustedes.

Ni siquiera me sorprendía que Tatsu hubiera encajado todas las piezas.

– No tenía por qué saberlo -me oí decir.

– En cierta medida creo que ya lo sabía. Con el tiempo su presencia le habría confirmado sus sospechas. En cambio, ahora se ha quedado con los recuerdos de la muerte del héroe que cayó cumpliendo los últimos deseos de su padre.

Me di cuenta, aunque no podía asimilarlo del todo, de que Midori ya formaba parte de mi pasado. Era como un truco de magia. Ahora lo ves; ahora no lo ves. Ahora es real; ahora no es más que un recuerdo.

– Si se me permite decirlo -concluyó- la historia entre ustedes fue breve. No hay razón para creer que el dolor por su pérdida sea prolongado.

– Gracias, Tatsu -conseguí decir-. Es un consuelo.

Agachó la cabeza. Habría sido impropio de él verbalizar sus sentimientos encontrados, y en cualquier caso seguiría haciendo lo que tenía que hacer. Giri y ninjo. Deber y sentimiento. En Japón, siempre se impone el primero.

– Sigo sin entenderlo -reflexioné al cabo de un minuto-. Creía que quería publicar el contenido del disco. Eso confirmaría todas sus teorías sobre las conspiraciones y la corrupción.

– Acabar con las conspiraciones y la corrupción es más importante que confirmar mis teorías al respecto.

– ¿No es lo mismo? Bulfinch dijo que si se hacía público el contenido del disco, los medios de comunicación japoneses no tendrían más remedio que hacerse eco y que Yamaoto perdería su poder.

Asintió con un movimiento lento.

– Tiene parte de razón. Pero hacer público el contenido del disco es como lanzar un misil nuclear. Sólo se hace una vez, pero el resultado es la destrucción total.

– ¿Y entonces? Lance el misil. Destruya la corrupción. Devuélvale el aliento a la sociedad.

Suspiró y la simpatía que le produjo el arranque que acababa de observar quizás atenuó la impaciencia que solía producirle tener que explicármelo todo paso por paso.

– En Japón, la corrupción es la sociedad. El óxido ha penetrado tan profundamente que invade toda la superestructura. No se puede eliminar de un plumazo sin provocar una debacle en la sociedad que se apoya en la misma.

– Y una mierda -repliqué-. Si está corrupta, se puede eliminar. Sin miramientos.

– Rain-san -contestó, con cierto tono de impaciencia-. ¿Ha pensado en lo que surgiría de las cenizas?

– ¿Qué quiere decir?

– Póngase en el lugar de Yamaoto. El Plan A es usar la amenaza del disco para controlar el PLD desde la sombra. El Plan B es hacer estallar el disco -hacerlo público- para destruir al PLD y llevar a Convicción al poder.

– Porque la cinta únicamente implica al PLD -deduje, ahora que empezaba a comprender.

– Por supuesto. En comparación, Convicción parece un modelo de corrección. Yamaoto tendría que salir de la sombra, pero por fin contaría con una plataforma con la que desplazar el país a la derecha. De hecho, creo que eso es lo que espera a largo plazo.

– ¿Por qué dice eso?

– Hay indicios. Algunos personajes públicos han ensalzado declaraciones imperiales de antes de la guerra sobre la educación, la noción de la «divinidad» del pueblo japonés y otras cuestiones. Hay políticos de partidos mayoritarios que hacen públicas sus visitas a santuarios como el Yasukuni, donde hay soldados de la Segunda Guerra Mundial enterrados, a pesar de la repercusión económica de esas visitas en el extranjero. Creo que Yamaoto orquesta esas visitas desde la sombra.

– No sabía que fuera usted tan liberal en esas cosas, Tatsu.

– Soy pragmático. Me importa poco hacia dónde se mueve el país, siempre que el movimiento no suponga un control por parte de Yamaoto.

Reflexioné unos instantes.

– Después de lo que le ha pasado a Bulfinch y a Holtzer, Yamaoto creerá que el disco no se ha destruido, que lo tiene usted. Ya iba a por usted. La cosa no hará más que empeorar.

– No soy tan fácil de pillar, como sabe.

– Está arriesgando mucho.

– Juego mis bazas.

– Supongo que sabe lo que hace -dije, despreocupándome.

Me miró impasible.

– Hay otra razón por la que debo tener cuidado con el contenido del disco. Le implica a usted.

No pude evitar sonreír.

– ¿De verdad? -pregunté, imitando su pose de paleto.

– Me he pasado mucho tiempo buscando al asesino, Rain-san. Se han producido muchas muertes convenientes por «causas naturales». Siempre supe que existía, aunque todos los demás creyeran que perseguía a un fantasma. Y ahora que lo he encontrado, me doy cuenta de que es usted.

– ¿Y qué va a hacer al respecto?

– Eso lo tiene que decidir usted.

– ¿Lo cual quiere decir…?

– Tal como le he dicho, he eliminado todas las pruebas de sus actividades, incluso de su existencia, de la base de datos del Keisatsucho.

– Pero aún queda el disco. ¿Es su manera de decirme que me tendrá controlado?

Negó con la cabeza y por un momento vi en su rostro la decepción por mi falta de sutileza tan americana.

– No me interesa controlarle. Yo no trataría así a un amigo. Es más, conociendo su carácter y su habilidad, reconozco que sería inútil intentar ejercer ese control, y quizá fuera hasta peligroso.

Asombroso. El tipo me había encerrado, no haría público el disco tal como había dado a entender, había enviado a Midori a Estados Unidos y le había dicho que yo estaba muerto y, aun así, me sentía avergonzado de haberlo insultado.

– Por lo tanto, es usted libre de volver a su vida en la sombra -prosiguió-. Pero debo preguntarle algo, Rain-san: ¿De verdad es ésta la vida que desea?

No contesté.

– Si me lo permite, le diré que nunca le había visto tan… completo como en Vietnam. Y creo que sé por qué. Porque en el fondo es un samurái. En Vietnam creía haber encontrado a su maestro, una causa más importante que usted mismo.

Lo que decía me tocó la moral.

– No era el mismo cuando nos volvimos a encontrar en Japón tras la guerra. Su maestro le debió defraudar terriblemente para que se convirtiera en un ronin.

Un ronin es literalmente alguien que flota entre las olas, una persona que vaga sin rumbo. Un samurái sin maestro. Tatsu esperó a que replicara, pero no lo hice.

– ¿Me equivoco? -preguntó al final.

– No -admití, recordando al Loco Genial.

– Usted es samurái, Rain-san. Pero un samurái no puede serlo sin un maestro. El maestro es el yin para el yang del samurái. Uno no puede existir sin el otro.

– ¿Qué está intentando decirme, Tatsu?

– Mi lucha contra la peste que asuela Japón está lejos de haber terminado. La adquisición del disco me proporciona un arma importante para la batalla. Pero no basta. Le necesito a mi lado.

– No lo entiende, Tatsu. No se puede pillar uno los dedos con un maestro y encontrar otro así como así. Las cicatrices son demasiado profundas.

– ¿Qué alternativa tiene?

– La alternativa es ser mi propio maestro. Como hasta ahora.

Agitó la mano en señal de que aquello le parecía una tontería.

– Eso no es posible para el ser humano. Igual que no es posible la reproducción mediante la masturbación.

La crudeza de sus palabras, tan rara en él, me sorprendió y me reí.

– No sé, Tatsu. No sé si puedo confiar en usted. Usted es un cabrón manipulador. Mire lo que ha estado haciendo mientras me tenía encarcelado.

– El hecho de que sea manipulador y que pueda usted confiar en mí son dos cuestiones diferentes -dijo, con la facilidad para analizar las cosas por separado que le otorgaba su origen japonés.

– Me lo pensaré -le dije.

– Eso es todo lo que le pido.

– Ahora déjeme salir de aquí.

Señaló la puerta.

– Es libre de irse desde el momento en que he entrado por ahí.

Le dediqué una media sonrisa.

– Ojalá me lo hubiera dicho antes. Habríamos discutido todo esto tomándonos un café.