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Maggie apenas podía creer que de la cocina saliera un aroma tan delicioso. Hasta Harvey bajó a echar un vistazo y a acercar la nariz.
– ¿Dónde aprendiste a cocinar así?
– Eh, que soy italiano -Nick fingió un acento que no sonaba en absoluto a italiano mientras removía la salta de tomate-. Pero no se lo digas a Christine.
– ¿Temes arruinar tu reputación?
– No, pero no quiero que deje de invitarme a cenar.
– ¿Así hay suficiente ajo? -ella dejó de cortar el ajo un momento para que Nick supervisara su tarea.
– Pica un diente más.
– ¿Qué tal están Christine y Timmy? -Maggie se había encariñado con la hermana y el sobrino de Nick durante su corta estancia en Nebraska.
– Bien. Muy bien. Bruce ha alquilado un apartamento en Platte City. Christine lo está obligando a esforzarse si quiere volver con ellos. Creo que quiere asegurarse de que sus tiempos de donjuán se han acabado definitivamente. Ten, prueba esto -le alargó la cuchara de madera, manteniendo la mano abierta debajo para que las gotas no cayeran al suelo.
Ella probó cuidadosamente la cuchara.
– Un poco más de sal y mucho más ajo.
– Entonces, ¿puedes contarme algo sobre esa Tess que trae loco a Will? ¿Tienes alguna idea de lo que le ha pasado?
Maggie no sabía por dónde empezar, ni cuánto quería contarle. Todo eran meras suposiciones. Vio que Nick tomaba un puñado de sal y que lo esparcía sobre la cazuela puesta al fuego. Le gustaba cómo se movía por la cocina, como si llevara años preparando la cena para los dos. Harvey lo seguía ya de un lado a otro como si fuera el nuevo amo de la casa.
– Tess era mi agente inmobiliario. Me vendió esta casa y luego, menos de una semana después, desapareció.
Maggie aguardó, preguntándose si él comprendería el significado de sus palabras, si podría establecer él solo la conexión. ¿O era ella la única que veía claramente aquella conexión? Él se acercó a la encimera junto a la cual Maggie estaba sentada en un taburete, picando ajos. Sirvió más vino en los vasos de ambos y bebió un trago. Por fin, la miró.
– ¿Crees que Stucky la ha matado? -dijo con voz pausada y franca.
– Sí. O, si no la ha matado, tal vez en este momento ella esté deseando que lo haga de una vez.
Evitó sus ojos y fingió concentrarse en los trocitos de ajo. No quería pensar en Stucky cosiendo a puñaladas a Tess McGowan, o sometiendo su cuerpo y su espíritu a sus pasatiempos de torturador. Comenzó a cortar los ajos con brusquedad, torvamente. Se detuvo, esperó a que su incipiente cólera se disipara y le alargó la tabla a Nick.
Por suerte para ella, Nick la tomó sin mencionar el leve temblor de sus manos. Echó el ajo picado en la humeante salsa de tomate y al instante un nuevo aroma inundó la cocina.
– Will me ha dicho que había un coche aparcado frente a la casa de Tess la mañana que se fue.
– Manx comprobó la matrícula en el Departamento de Vehículos a Motor -era una de las pocas cosas que Manx le había contado a regañadientes-. El número pertenece a Daniel Kassenbaum, el novio de Tess.
Nick giró la cabeza para mirarla.
– ¿El novio? ¿Alguien lo ha interrogado?
– Sí, mi compañero, pero sólo por encima. Manx me dijo que volvería a interrogarlo con más detalle.
– Si vio a Will saliendo de la casa, es posible que se cabreara. Tal vez Stucky no tenga nada que ver con la desaparición le esa mujer.
– No creo que sea tan sencillo, Nick. Al parecer, al novio no le importa mucho que Tess haya desaparecido, ni que lo atuviera engañando. Tengo la sensación de que Stucky está letras de todo esto.
Su teléfono móvil sonó, sobresaltándolos a ambos. Ella agarró su chaqueta y buscó a tientas hasta que dio con el aparato en el bolsillo de la pechera.
– Maggie O'Dell.
– Agente O'Dell, soy Tully.
¡Maldición! Se había olvidado por completo de Tully. No lo había llamado. Ni siquiera le había dejado un mensaje.
– Agente Tully… -seguramente le debía una disculpa, o al menos una explicación.
Antes de que tuviera oportunidad de decir nada, él añadió:
– Tenemos otro cadáver.