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Capítulo 24

La morsa guardiana

A las ocho y media de la mañana el tráfico de entrada a la ciudad estaba colapsado. Después de lo vivido la noche anterior no podía soportar la idea de otro embotellamiento. Don no iría a casa de Morrell hasta la tarde, así que podría quedarme allí y descansar un poco. Decidí no escoger ninguna autopista y meterme en el otro atasco matutino: el de los niños que van al colegio y el de la gente que entra a trabajar en las pequeñas tiendas de ultramarinos y en los cafés que pueblan la zona. Todo aquello aumentó mi sensación de inestabilidad. Morrell se había ido y había dejado un agujero en mi vida. ¿Por qué no viviría yo en una de esas casitas de paredes blancas y me dedicaría a enviar a mis niños al colegio y a tener un trabajo común y corriente?

Aproveché que estaba detenida en el semáforo de Golf Road para llamar a mi buzón de voz. Había un mensaje de Nick Vishnikov diciendo que le llamara. Otro de Tim Streeter confirmándome que estaría encantado de proteger a Calia y a Agnes hasta que se marchasen el sábado.

Con toda la agitación que me había provocado la partida de Morrell me había olvidado del extraño comportamiento de Radbuka. Dejé a un lado mis lamentaciones y me dirigí, lo más rápido posible, a casa de Max. Normalmente, a esa hora del día, suele estar ya en alguna reunión, pero cuando llegué su LeSabre se encontraba todavía aparcado a la entrada del garaje. Cuando Max me abrió la puerta, su rostro denotaba una gran preocupación.

– Pasa, Victoria. ¿Morrell ya se ha marchado? -antes de cerrar, miró hacia el otro lado de la calle con expresión de ansiedad, pero lo único que había a la vista era una persona corriendo, una silueta que se desplazaba por la orilla del lago.

– Acabo de dejarle en el aeropuerto. ¿Te ha comentado Agnes que puedo conseguiros un guardia de seguridad?

– Eso sería de gran ayuda. Si hubiese sabido que iba a abrir la cámara de los horrores al participar en esa conferencia de la Birnbaum y que iba a conseguir que Calia corriera estos riesgos…

– ¿Riesgos? -pregunté, interrumpiéndole-. ¿Es que Radbuka ha vuelto a aparecer? ¿La ha amenazado directamente?

– No, no es nada concreto. Pero no puedo entender esa obsesión suya de que es pariente mío… Ni por qué anda merodeando por aquí…

Volví a interrumpirle para preguntarle otra vez si Radbuka había vuelto a aparecer.

– No lo creo. Pero, claro, la casa está tan expuesta, con un parque público enfrente. ¿Crees que mi preocupación es exagerada? Tal vez sí, tal vez sí, pero es que ya no soy tan joven y para mí Calia es lo más importante. Así que, si puedes conseguir a alguien de confianza que venga a quedarse… y, por supuesto, yo me hago cargo de la factura.

Max me condujo hasta la cocina para que pudiera usar el teléfono. Agnes estaba allí sentada, tomando un café y observando preocupada a Calia, que alternaba cada cucharada de cereales con la cantinela de que quería ir al zoológico.

– No, cariño. Hoy nos vamos a quedar en casa y vamos a pintar -repetía Agnes una y otra vez.

Me llevé una taza de café y fui a telefonear. Tom Streeter me prometió que acercaría a su hermano Tim a casa de Max en menos de una hora.

– Con Tim estarás segura allí a donde vayas -le dije a Agnes.

– ¿Es el lobo malo? -preguntó Calia.

– No, es un oso de peluche bueno -le dije-. Ya verás, a mamá y a ti os va a encantar.

Max se sentó junto a Calia intentando disimular mejor que Agnes su preocupación. Cuando le pregunté qué me podía decir acerca de la familia Radbuka que había conocido en Londres, volvió a levantarse y me llevó lejos de la mesa. Mientras hablaba se volvía una y otra vez a mirar a Calia.

– Yo no los conocí. Lo único que sé es que Lotty siempre ha dicho que eran unos simples conocidos suyos y yo no le he dado más vueltas al asunto.

Calia se levantó de la mesa, diciendo que ya había terminado de desayunar, que estaba cansada de estar en casa y que iba a salir ya mismo.

– Cuando tu abuelo y yo acabemos de charlar, tú y yo iremos al parque con los perros -le dije-. Sólo tienes que esperar diez minutos más. La televisión -le dije a Agnes, para que me leyera los labios. Puso cara de disgusto pero llevó a Calia al piso de arriba, donde estaba instalada la niñera universal.

– ¿Crees que los Radbuka eran parientes o amigos íntimos de Lotty? -le pregunté a Max.

– Ya lo dije el domingo por la noche. Lotty siempre dejó claro que no pensaba discutir el tema de los Radbuka con nadie. Supongo que por eso me pasó la información que tenía sobre ellos por escrito, para evitar cualquier discusión. No sé quiénes eran.

Llevó los platos de Calia a la pila y volvió a sentarse a la mesa.

– Ayer estuve revisando los papeles que llevé en aquel viaje a Europa Central que hice después de la guerra. Tenía que buscar a tanta gente que ya no me acuerdo bien de nada. Lotty me había dado la dirección de sus abuelos en la Renngasse, que era donde vivía antes del Anschluss. Un lugar muy elegante que había sido ocupado en el 38 por una gente que se negó a hablar conmigo. Concentré gran parte de mi energía en Viena, en mi propia familia, y después quería ir a Budapest a buscar a la familia de Teresz. Claro que en esa época no estábamos casados. Éramos muy jóvenes todavía.

Su voz se fue apagando ante los recuerdos. Después de un minuto, sacudió la cabeza, sonriendo tristemente, y continuó:

– En fin, déjame que vaya a buscarte las notas que tengo sobre los Radbuka.

Mientras subía a su estudio, me serví un poco de fruta de la nevera y unos bollos. En un par de minutos estaba de vuelta con una gruesa carpeta. Se puso a pasar las páginas y se detuvo en una hoja de papel gris barato, metida en una funda de plástico transparente. Aunque la tinta estaba descolorida y se había vuelto marrón, no había duda de que aquélla era la letra inconfundible de Lotty, de trazo firme y puntiagudo.

Querido Max:

Admiro tu valor al emprender este viaje. Para mí Viena representa un mundo al que no soportaría regresar, ni aunque el Real Hospital de la Beneficencia me concediese licencia para hacerlo. Por eso, gracias por ir, porque yo también estoy tan desesperada como todos los demás por obtener una respuesta concluyente. Ya te he hablado de mis abuelos. Si, por algún milagro, hubiesen sobrevivido y hubiesen podido regresar a su casa, su dirección es: Renngasse, 7, tercer piso exterior.

También te quiero pedir que busques información sobre otra familia de Viena, apellidada Radbuka. Es para alguien que está en el hospital y que no puede recordar demasiados detalles. Por ejemplo, el hombre se llamaba Shlomo, pero esta persona no sabe el nombre de su esposa, ni tampoco si el matrimonio podría haberse registrado con algún apellido germanizado. Tienen un hijo que se llama Moishe y que nació alrededor de 1900, una hija llamada Rachel, otras dos hijas, de cuyos nombres no está segura -una podría ser Eva- y varios nietos de nuestra generación. Tampoco recuerda bien la dirección: vivían en la Leopoldsgasse, cerca del final de la Untere Augarten Strasse. Tienes que doblar justo en la UA hacia la Lgasse y después meterte por la segunda calle a la derecha. Por ahí se entra en un patio interior y es en el tercer piso interior. Ya sé que es una descripción desastrosa para manejarse en un lugar que hoy debe de ser un montón de escombros, pero no puedo proporcionarte nada mejor. Pero, por favor, te ruego que le des tanta importancia como la que le darás a la búsqueda de nuestras familias. Por favor, haz todo lo que sea posible por encontrar algún rastro de ellos.

Estaré de guardia esta noche y mañana por la noche así que no podré verte antes de que te marches.

En el resto de la carta Lotty daba los nombres de algunos tíos y tías y terminaba diciendo: Te adjunto con la carta una moneda de cinco coronas de oro, de antes de la guerra, para ayudarte a pagar el viaje.

Pestañeé un par de veces: las monedas de oro tenían un aire de romanticismo, exotismo y riqueza.

– Creía que Lotty era una estudiante pobre, que apenas podía pagarse las clases y el alojamiento.

– Lo era. Pero tenía un puñado de monedas de oro que su abuelo le había ayudado a sacar a escondidas de Viena. Darme una significaba que aquel invierno tendría que dormir con abrigo y calcetines en vez de poner la calefacción. Quizás aquello contribuyó a que se pusiera tan enferma al año siguiente.

Avergonzada, retomé la cuestión principal:

– O sea, ¿que no tienes ni idea de quién pudo haberle pedido ayuda a Lotty en Londres?

Negó con la cabeza.

– Podía haber sido cualquiera. O podía haber sido la propia Lotty quien buscaba a algún pariente. Me pregunté si no sería el apellido de algún primo suyo. A ella y a Hugo los mandaron a Inglaterra. Los Herschel habían sido gente bastante adinerada antes del Anschluss. Y todavía contaban con algunos recursos. Pero, en alguna ocasión, Lotty mencionó a unos primos muy pobres que se habían quedado allí. También pensé que podría tratarse de alguien que estuviese ilegalmente en Inglaterra, alguien a quien Lotty protegiese por alguna cuestión de honor. Aunque, cuidado: yo no tenía ningún dato concreto y eso era lo que me imaginaba… o tal vez se le ocurrió a Teresz. Ahora no me acuerdo. Claro que puede que Radbuka fuese un paciente o un colega del Real Hospital de la Beneficencia al que Lotty estuviese protegiendo por idéntica razón.

– Supongo que podría ponerme en contacto con el hospital y ver si tienen la lista de pacientes de 1947 -dije, sin demasiado convencimiento-. ¿Qué encontraste en Viena? ¿Fuiste a…, a…? -volví a mirar la carta de Lotty y pronuncié de mala manera los nombres de las calles en alemán.

Max pasó las páginas de la carpeta hasta llegar al final, de donde sacó una libreta de aspecto vulgar, guardada en otra funda de plástico.

– He mirado mis anotaciones, pero no me dicen gran cosa. La Bauernmarkt, donde vivía mi familia, había resultado muy dañada durante el bombardeo. Recuerdo que caminé por toda esa zona, conocida como la Matzoinsel y que era donde se concentraron los judíos que emigraron de Europa del Este a principios de siglo. Estoy seguro de que intenté encontrar ese lugar en la Leopoldsgasse. Pero en aquel sitio había tanta desolación que me resultó demasiado deprimente. Yo anotaba y conservaba toda la información que obtenía de las diferentes agencias que visitaba.

Abrió la libreta con cuidado, como si temiera rasgar el delicado papel.

– Shlomo y Judit Radbuka: deportados a Lodz el 23 de febrero, 1941, con Edith (creo que ése es el nombre que Lotty confundió con el de Eva), Rachel, Julie y Mará. Y una lista de siete hijos, con edades comprendidas entre los dos y los diez años. Después me costó gran trabajo averiguar qué había pasado en el gueto de Lodz. En aquella época Polonia era un país muy complicado. Todavía no estaba bajo control comunista pero, aunque hubo personas que me sirvieron de gran ayuda, también existieron unos pogroms feroces contra lo que quedaba de la comunidad judía. Me encontré con la misma desolación y penuria que en el resto de Europa. Polonia había perdido una quinta parte de su población durante la guerra. Estuve a punto de darme por vencido una media docena de veces, pero al final pude conseguir algunos datos de la administración del gueto. Todos los Radbuka habían sido deportados a un campo de exterminio en junio de 1943. Ninguno había sobrevivido.

»En cuanto a mi propia familia -continuó diciendo-, bueno, encontré a un primo en uno de los campos de deportados e intenté convencerlo de que se fuese conmigo a Inglaterra, pero él había tomado la firme resolución de volver a Viena. Allí vivió el resto de su vida. En aquel momento nadie sabía lo que iba a pasar con los rusos y con Austria pero, al final, a mi primo le fue bien. Aunque siempre llevó una vida solitaria después de la guerra. De niño le había admirado tanto (era ocho años mayor que yo) que me resultaba difícil verlo tan amedrentado, tan retraído.

Lo escuché de pie, sintiéndome mal por todas aquellas imágenes que estaba conjurando, y luego exclamé:

– Pero, entonces, ¿por qué Lotty usó el nombre de Sofie Radbuka? Yo… Esa historia… Esa historia de Cari yendo al campo, buscando la cabaña donde estaba Lotty… y ella, al otro lado de la puerta, utilizando el nombre de una persona muerta… Todo es muy desconcertante. Y no concuerda con la forma de ser de Lotty.

Max se frotó los ojos.

– Todos tenemos momentos inconfesables en nuestras vidas. Puede que Lotty haya creído que era responsable de la pérdida o muerte de esa tal Sofie Radbuka, ya fuese una prima o una paciente. Cuando Lotty creyó que iba a morir… Bueno, entonces todos teníamos unas vidas muy difíciles, trabajábamos mucho, tuvimos que soportar la pérdida de nuestras familias. En Inglaterra también sufrimos muchísimas penurias después de la guerra. Tuvimos que limpiar de escombros nuestros propios barrios bombardeados. Había escasez de carbón, hacía mucho frío, nadie tenía dinero y seguía habiendo racionamiento de comida y de ropa. Puede que Lotty se derrumbase por el estrés y acabase identificándose con esa mujer llamada Radbuka.

»Recuerdo cuando Lotty regresó después de su enfermedad -continuó diciendo-. Era en invierno. Tal vez, en febrero. Había adelgazado mucho. Pero trajo del campo una docena de huevos y un cuarto de kilo de mantequilla y nos invitó a cenar a Teresz, a mí y a todos los demás del grupo. Hizo un revuelto con todos los huevos y la mantequilla y nos dimos un festín maravilloso. En determinado momento Lotty proclamó que nunca más permitiría que su vida se convirtiese en un rehén del destino. Estaba tan furiosa que todos evitamos hacer cualquier comentario. Por supuesto que Cari se había negado a ir. Pasaron muchos años antes de que él volviese a dirigirle la palabra.

Le hablé acerca del tablón de anuncios que había encontrado en Internet con el mensaje del Escorpión Indagador.

– Por lo tanto, es verdad que existió alguien, en los años cuarenta y en Inglaterra, que tenía ese nombre -le dije-. Pero me parece que la respuesta de Paul Radbuka fue tan desmedida que Escorpión ni le contestó. Yo le dejé un mensaje a Escorpión diciéndole que podía ponerse en contacto con Freeman Cárter si quería discutir algún tema confidencial.

Max se encogió de hombros en un gesto de impotencia.

– No sé. No sé qué significa todo esto. Lo único que me gustaría es que Lotty me dijera qué es lo que la atormenta o, si no, que dejara de comportarse de esa forma tan melodramática.

– ¿Has hablado con ella desde el domingo por la noche? Yo lo intenté anoche y casi me arranca la cabeza.

Max gruñó por lo bajo.

– Ésta ha sido una de esas semanas en las que me pregunto qué nos hace seguir siendo amigos. Ella es una cirujana importante; siente mucho no haberse encontrado bien en mi deliciosa fiesta, pero ahora ya está mejor, muchas gracias, y tiene que ocuparse de sus pacientes.

Sonó el timbre. Había llegado Tim Streeter. Era un tipo alto y delgado con un bigotazo estilo prusiano y una sonrisa encantadora. Max llamó a Agnes, que inmediatamente se relajó al ver el aire confiado y tranquilo de Tim, mientras que Calia, después de un momento de incertidumbre, anunció sin reparos que Tim era una «mosra» porque tenía aquellos bigotes gigantescos y le dijo que le iba a tirar un pescado. Tim la hizo llorar de risa resoplando por debajo de sus bigotes de morsa. Max se marchó al hospital mucho más tranquilo.

Tim recorrió la casa para estudiar dónde estaban los puntos más vulnerables y luego cruzó al parque con Calia para que la niña pudiese jugar con los perros. Calia se llevó a Ninshubur y enseñó orgullosa a Mitch y a Peppy que su perro también tenía placas como ellos.

– Ninshubur es la mamá de Mitch -proclamó.

Después de ver la forma tan habilidosa con que Tim se interponía entre cualquier peatón y Calia, haciendo que pareciese parte de un juego en lugar de alarmar a la niña, Agnes regresó a la casa a ordenar sus cuadros. Cuando los perros agotaron toda su energía, le dije a Tim que tenía que marcharme.

– No hay ninguna amenaza inmediata, según tengo entendido -me dijo arrastrando las palabras.

– Se trata de un tipo con una emotividad exacerbada que anda rondando por aquí. No ha amenazado a nadie directamente pero crea unas situaciones muy incómodas -dije, confirmando su diagnóstico.

– Entonces creo que puedo arreglármelas solo. Colocaré mi saco de dormir en esa tenaza acristalada porque, con tanta ventana, es el punto menos seguro. Tienes fotos de ese merodeador, ¿verdad?

Con todo el lío de llevar a Morrell a O'Hare, me había olvidado del maletín en su casa. Dentro tenía varias fotos de Radbuka. Le dije que se las acercaría en una o dos horas, cuando pasase de camino al centro. Calia hizo un mohín de disgusto cuando llamé a los perros para llevármelos, pero Tim resopló haciendo vibrar sus bigotes y soltó algunos ladridos como lo haría una morsa. La niña nos dio la espalda y comenzó a decirle que tenía que ladrar de nuevo si quería que le diera otro pescado.