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Quintero había facilitado la entrada a Víctor Saltero al tren de los asesinatos, que seguía precintado en una vía muerta.
La composición del convoy era la misma que la del día de los sucesos: nadie había tocado nada. Se le produjo una extraña sensación al entrar en un AVE tan vacío y en silencio, donde habitualmente existía ajetreo y actividad de pasajeros.
Comenzó a recorrerlo despacio, empezando por el vagón Club. Pasó de uno a otro, deteniéndose en el número seis; allí habían aparecido la pistola y los guantes en una bolsa de plástico blanco. Pudo observar el lugar donde habían sido encontrados.
Siguió avanzando y llegó al octavo. En un papel llevaba anotados los números de los asientos que habían ocupado cada uno de los pasajeros aquel día. Se sentó en el de los etarras. Desde allí pudo comprobar el campo de visión que éstos habrían tenido sobre los demás. Aunque los respaldos les impedían tener una vista clara, sí se podía concluir que cualquier movimiento que hicieran Óscar o el matrimonio de Carmona habría sido detectado por ellos. Era consciente de que cualquiera hubiese podido entrar y sorprenderlos, mas era difícil de aceptar que coincidiese que todos estuviesen durmiendo en ese momento y al mismo tiempo. Además, de haber sido así, el asesino, que indudablemente habría preparado bien el golpe, tenía que haber previsto tener bajo control a las víctimas y a los posibles testigos. Para ello, como mínimo, si venía de otro vagón debería de haber entrado alguna vez, antes de decidirse a disparar, para estudiar las circunstancias y el momento más favorable. Aun de esa forma, habría estado corriendo el riesgo de que los etarras le observaran, ya que desde sus asientos dominaba ampliamente la entrada al vagón. Con respecto a los otros cuatro viajeros, se encontraban con sus afirmaciones de que no habían visto a nadie. ¿Sería posible que todo el tiempo hubieran estado durmiendo? La verdad es que era poco creíble. Por otro lado, tampoco entendía por qué no los mataron antes de la parada del tren en Córdoba. El asesino hubiese tenido una vía de escape más fácil. ¿O es que realmente no le importaba asumir el riesgo de que le cogieran?
Nada parecía tener sentido. Desechando también, por absurda, la hipótesis de la conspiración, por eliminación concluyó que el asesino tuvo que ser uno de los cuatro pasajeros del vagón ocho. Pero ¿por qué callan los restantes?
Saltero, tras mirar el papel, se sentó en el sitio que había ocupado Santiago Freire García.
Desde allí se dominaba cualquier movimiento de los demás y, por supuesto, también la puerta de acceso al vagón.
Se quedó un rato pensando.
Al cabo, fue llegando a una conclusión: Santiago era el único que podía controlar continuamente a los dos etarras y al resto de los pasajeros. Pero si fue él, ¿por qué lo hizo? ¿Cuál era el motivo que le llevó a matarlos? Y el resto de pasajeros, ¿qué tienen que ver con este asunto? ¿Están asustados? ¿Freire los chantajea de alguna forma? Y si no es así, ¿por qué le encubren?
En ese momento sonó su móvil. Reconoció el número que le llamaba.
– El vasco-francés que iba en el tren ha muerto -informó Quintero, que parecía excitado-. Pero ¿sabes lo más curioso?
– Seguro que me lo vas a decir…
– Había tenido en Francia relación con ETA. No es mucho, pero algo es algo, y su asiento estaba en el vagón número seis, donde apareció la pistola.
– ¿Se sabe qué hacía por aquí?
– No. Estamos en contacto con la Gendarmería francesa esperando un informe sobre ese individuo. Creo que puede ser importante.
Quintero se sintió algo frustrado, pues esperaba una reacción más viva y entusiasta de su amigo.
– Qué pasa, abogado, ¿no lo crees interesante?
– Sí -el tono de Víctor era prudente-. Pero ya hablaremos.
– Y tú, ¿tienes algo nuevo?
– Aún no lo sé. Pero necesito la lista de víctimas de ETA que te pedí, y que me confirmes si la noche anterior a los sucesos del AVE el matrimonio de Carmona se quedó cuidando a sus nietos.
– ¡Joder! ¿Qué importancia puede tener eso ahora?
– Es posible que la tenga. Por supuesto -continuó-, comprobaste la entrevista de trabajo que dijo tener Óscar Mejías.
– ¡Pues claro! ¡A veces me pregunto por quién me tomas!
Víctor rió:
– Por quien eres; ni más ni menos.
Quintero sabía que esas palabras, dichas por el abogado, podían tener diversas interpretaciones. Decidió que no era momento para detenerse en minucias.
– Está bien -dijo conciliador-. Pero dime: ¿por qué demuestras tan poco interés por lo que te he dicho?
– Créeme que no es así. Lo que sucede es que me pregunto cómo alguien puede preparar estos asesinatos y tener la imprevisión de estar en otro vagón del tren, distinto al de las eventuales víctimas. Para realizar su acción debía recorrer -continuó Víctor- dos vagones para poder acercarse a ellas, y hemos de suponer que tendría que haberlas tenido controladas en todo momento para buscar el instante más oportuno.
– Entonces, ¿cuál es tu teoría?
– Cuando me des la información que he pedido te la diré. No obstante, sigue la línea del francés y veamos hasta dónde nos lleva.
Sin más, colgó el móvil.