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¿Encubrir o delatar? En el fondo, ésta era otra vez la cuestión; la misma que se habían debido plantear los pasajeros del vagón número ocho.
Víctor Saltero paseaba, sin rumbo fijo, por la calle Sierpes, que a esa hora del mediodía permitía tomar el pulso del animado ambiente comercial sevillano.
Con Irene, la noche anterior, había comentado en profundidad el caso y las preocupaciones que éste le provocaba. La solución le situaba ante un dilema inesperado. Por un lado, su formación jurídica le llevaba a la evidente conclusión de que nadie estaba legitimado para tomar la justicia por su mano. En base a ese principio, debería informar a Quintero de sus descubrimientos y que la justicia actuara contra todos los que, bien por acción o por omisión, intervinieron en los asesinatos del AVE. Por otra parte, era consciente de que la aplicación de esta alternativa llevaría a los tres testigos del fatídico tren, como producto de una comprensible reacción emocional, a responder por un delito de encubrimiento que los situaría ante un sinfín de problemas penales.
Se preguntaba si habría alguna fórmula para sacar al matrimonio de jubilados y al chico de la coleta de ese horizonte de conflictos jurídicos.
Irene también le había expresado sus dudas y se refirió, con énfasis, a las posibles repercusiones políticas del caso. Ella opinaba que las excarcelaciones que un Gobierno legítimo decidiera, en el intento de buscar la paz en el País Vasco, no podían justificar bajo ningún concepto lo realizado por Santiago. Pensaba que merecía la pena hacer lo que fuese necesario para impedir que brutales experiencias, como la vivida por Freire de niño, se pudiesen repetir, y para ello tendría que ser una prioridad de cualquier Gobierno encontrar alguna fórmula para acabar con la pesadilla de ETA.
Víctor, en principio, había manifestado su acuerdo con estas reflexiones de Irene, si sólo de Santiago se tratase; pues, aun entendiendo el profundo dolor que le llevó a su acción, debería ser puesto en manos de la justicia y que ésta se aplicase. Incluso sabía que el propio Freire así lo había previsto, como una consecuencia lógica de su decisión. Pero ¿y los otros tres? Eran personas normales que involuntariamente se habían visto envueltas en el caso, y que respondiendo a su corazón tomaron una decisión jurídicamente arriesgada. Víctor Saltero, por su larga experiencia como profesional del derecho, conocía perfectamente que, por muy buena defensa que tuviesen, sería muy complicado evitar que la acusación particular no consiguiera una sentencia condenatoria contra ellos por encubrimiento.
Tendría que tomar una decisión final sobre este asunto.