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Capítulo 5

Quintero había llamado a Víctor diciéndole que deberían reunirse para hablar del caso. El policía estaba muy nervioso por las presiones de la prensa y de su jefe, al que intuía presionaban a su vez sus superiores políticos. Saltero aceptó, pero a condición de invitarle a cenar en el Casino del Aljarafe, con el objeto de que el policía se pudiese relajar durante un rato; además, le aseguró que podrían ganar unos euros a la ruleta. Quintero accedió, consciente de que las tensiones de los últimos días no eran su mejor aliado para pensar.

Habían cogido el Volvo del abogado, y poco después estaban cenando.

– Creo que habíamos quedado en que el dinero de las apuestas lo pones tú. Estábamos de acuerdo en ello -afirmó Quintero.

– Eso es cierto a medias -replicó Víctor.

– ¿A medias?

– ¡Claro! Tú estás de acuerdo, yo no.

El inspector no pudo menos que soltar la carcajada, provocando que le miraran los comensales de alrededor. Saltero le hizo un gesto para que callara, y, en voz baja, concedió:

– Está bien.

– Explícame -siguió el policía, sabiendo que le estaba haciendo bien el olvidar durante un rato los asesinatos del AVE-. ¿Cómo podemos ganar?

Saltero le había afirmado que su método para ganar a la ruleta era prácticamente infalible. Aseguraba que había comprobado su eficacia. Como un desafío, hacía tiempo, se había planteado el encontrar un sistema para ganarle al Casino, y aseguraba haberlo logrado.

Quintero, aunque escéptico, tenía una enorme curiosidad por conocerlo. Víctor cogió un papel y durante unos minutos escribió en él unas tablas para desarrollar su idea. Después, se lo entregó al amigo y el policía pudo leer:

Nº jugadas Nº ficha pleno Fichas en juego Acumulado Premio Fichas retorno

1 1 7 7 35 1

2 1 7 14 35 1

3 1 7 21 35 1

4 1 7 28 35 1

5 2 14 42 70 2

6 2 14 56 70 2

7 3 21 77 105 3

8 3 21 98 105 3

9 4 28 126 140 4

10 5 35 161 175 5

11 6 42 203 210 6

12 8 56 259 280 8

13 10 70 329 350 10

14 12 84 413 420 12

15 15 105 518 525 15

16 20 140 658 700 20

– Supongo que me explicarás este jeroglífico -dijo Quintero al terminar de analizar lo que le exponían en el papel y dejando éste sobre la mesa.

Saltero lo cogió.

– Verás, la reflexión nace de la pregunta de si es posible jugar a la ruleta con altas posibilidades de ganar; y llegué a la conclusión de que sí.

– Bueno, pues explícame.

– Debemos partir de la base -continuó Víctor- de que ningún método tiene garantía absoluta, pero sí la seguridad de que con éste ganarías muchas más veces de las que puedas perder. De hecho, aunque perdieses un día, y así deberá preverse, ganarás ocho de cada diez, y ello te resarciría de cualquier pérdida.

El policía miraba al amigo cada vez con mayor expectación. De Saltero se podía esperar cualquier cosa; lo imposible, con él, no lo parecía tanto.

– En principio hay que tener sangre fría, concentración y capacidad económica para aguantar una mala racha si ésta llega. Al menos, los seiscientos cincuenta y ocho euros que ves al final de la columna de acumulado.

– Supongamos que tenemos esas cualidades -interrumpió impaciente el policía- y los seiscientos cincuenta y ocho euros. Continúa.

– Como sabes, por cada ficha que apuestes a un solo número, te pagan treinta y cinco. Así que comenzaremos jugando a siete escogidos al azar, y continuamente debemos mantener los mismos, poniendo una ficha de 2,5 euros, en cada uno de los escogidos, a pleno. Si en esa jugada la bolita no cae en ninguno de ellos, volveremos a realizar la misma apuesta en la siguiente tirada, y así, sucesivamente, hasta la quinta, donde pondremos dos fichas en cada uno de los números que estamos jugando.

Víctor tomó el papel y comenzó a señalar las columnas:

– La primera columna te indica el número de jugadas que llevamos. La segunda, las fichas que debemos poner en cada número de los siete que jugamos en la ruleta. La tercera, el total de fichas que exponemos en cada una de las jugadas; es decir, cada vez que tiran la bolita. La cuarta columna, las fichas que llevamos acumuladas como pérdidas en las diversas tiradas que no hemos ganado. La columna de premio nos indica lo que nos pagarán si acertamos en esa tirada; como podrás ver, supera siempre lo que llevamos invertido. Y la última, la de fichas de retorno, las que te devuelven, correspondiendo a las que estaban colocadas en el número ganador. Es decir, que cuando alguno de estos números salga antes de diecisiete tiradas, inevitablemente, ganas. Y una vez que ganas, da igual que sea en la segunda como en la décima tirada, debes comenzar otra vez desde el principio. En definitiva, de nuevo con una sola ficha por número a pleno.

– ¿Por qué pones un máximo de veinte fichas por número?

– Porque el Casino tiene un tope de cincuenta euros a pleno. Si no fuese así, inevitablemente perderían siempre; sólo sería cuestión de aguantar e ir subiendo cada vez que no te sale. Como nosotros vamos a cambiar fichas de valor 2,5 euros, si los multiplicamos por veinte, tienes los cincuenta de máximo.

– ¿Qué sucede si después de las dieciséis jugadas no ha salido ningún número de los nuestros?

– En ese caso debes hacer igual que cuando estabas al principio de la tabla. Por eso te dije que hay que aguantar, pero es muy difícil que no toque ninguno de tus siete números durante dieciséis jugadas consecutivas. Es más, lo normal es que toque antes de las diez primeras.

Tras pagar la cena, se acercaron a la zona de juego. Escogieron una de las mesas de ruleta y cambiaron mil euros en fichas de un color. Cinco personas más jugaban allí.

Decidieron escoger los números 2, 7, 11, 13, 17, 19 y 22. En cada uno de ellos pusieron una ficha a pleno. En la primera tirada no les tocó. Sería en la sexta cuando salió el 19. Quintero no pudo evitar una exclamación de alegría cuando vio cómo aumentaba el montón de fichas, que, anteriormente, parecían disminuir peligrosamente. Les entregaron setenta nuevas fichas por el premio conseguido, además de devolverles las dos del número que les había tocado.

– ¿Y ahora qué hacemos? -el policía, tras un momento de duda, sugirió-. ¿Nos largamos con los beneficios?

– No, hombre, no -respondió Saltero en voz baja y sonriendo-. Esto es sólo el principio. Ahora comenzaremos otra vez con una ficha por número.

Dos horas más tarde, a Víctor le costó trabajo convencer al policía de que se fuesen. Este contaba con emoción los beneficios de la noche, que ya superaban, ligeramente, los mil euros.

Por el camino de vuelta, en el automóvil, Saltero explicaba al amigo que el método se podía aplicar de la misma forma jugando a rojo y negro, a par o impar, o a tercios. El fundamento de la idea era idéntico: ir subiendo la apuesta, de manera que, cada vez que tocara, te pagaran un premio superior a lo invertido hasta entonces, y, tras ello, volver a comenzar el ciclo. Víctor reía cuando el inspector le sugirió que por qué no venían con más frecuencia al Casino: se sacarían un fantástico sobresueldo.

Daban las doce cuando ambos hombres llegaban a la casa del abogado en la calle Betis.

La noche no invitaba a estar en la terraza del ático. Hacía frío; así que Víctor y Quintero se habían sentado en el salón en sendos confortables sillones, desde los que se veían las luces de Sevilla, con la Giralda y la Torre del Oro al fondo, y las aguas del Guadalquivir jugando con el reflejo de las farolas iluminadas.

Hur les sirvió unas bebidas: al abogado, Cardhu con agua y una piedra de hielo, y al policía, un cubalibre de ron. Tras ello, el criado, se retiró discretamente.

– Oye -dijo en voz baja el inspector-, ¿ese mayordomo gorrón no oirá todas tus conversaciones?

– ¿Te preocupa lo que vayamos a comentar? -el tono de Saltero iba cargado de sorna, mientras miraba intencionadamente al amigo.

– No. Por mí, no. Pero ¿cómo te las apañas cuando está aquí Irene?

– Pues igual que contigo…

– Hombre, con ella harás cosas que no hacemos nosotros…

– ¿Tú crees? -Víctor miraba socarronamente al amigo.

– Está bien -el inspector hizo un gesto para indicar que no era su tema-. Allá tú con tus asuntos.

– ¿Cómo andan tu mujer y los niños? -preguntó Saltero.

– Dando la lata. Como siempre.

– No conozco a nadie que se queje más injustamente que tú, pues en el fondo no puedes vivir sin ellos.

– Es verdad: ni con ellos, ni sin ellos. Cuando no los veo durante unos días, los echo de menos. Cuando los veo demasiado, los echo de más. ¡Ésa es la vida! La cosa consiste en no estar nunca contentos -y, al hilo de la conversación, como si de repente se acordase, el policía continuó-: Oye, y tú, ¿cuándo piensas casarte con Irene? Alguna vez lo harás, ¿no?

– ¿Te preocupa mi felicidad o, simplemente, es por aquello de mal de muchos consuelo de tontos?

– Se nota que eres abogado; pero, además, por tus venas debe de correr alguna sangre gallega, pues te pregunten lo que te pregunten, respondes lo que te da la gana. Anda, dejémoslo -dijo Quintero con un gesto de impotencia-. Hoy, después del dinero que me has hecho ganar, no me siento con fuerzas para discutir contigo. Volvamos a la realidad y vayamos al asunto.

– Empecemos por los dos etarras muertos, si te parece.

– Está bien -el policía se detuvo un momento para después continuar-. Salieron de la cárcel habiendo cumplido poco más de un tercio de las condenas que tenían por asesinato. Ambos se habían apuntado a la Universidad vasca y a otros trabajos. Todo ficticio, como sabes, pero con ello consiguieron reducciones muy significativas de sus penas. En fin, lo que ya conoces de este país: si matas a un hombre, vas a la cárcel una larga temporada; pero si asesinas a mil, eres un patriota heroico y los políticos negocian contigo. Yo no entiendo de leyes como tú, pero todo eso me parece una barbaridad.

Víctor le miró y se encogió de hombros.

– Qué quieres que le hagamos -contestó-. Esas cuestiones están fuera de nuestro alcance; sigamos con el tema: ¿qué sabes de los atentados en que participaron los etarras muertos?

– Parece ser que dos: el primero, un guardia civil en Rentería, el típico tiro en la nuca, y por ello se les condenó; el segundo, aunque no quedó suficientemente probado, un coche bomba en la Costa del Sol, donde murió un turista. Ambos formaban parte de un mismo comando, cayéndoles idénticas condenas y habiendo sido soltados al mismo tiempo.

– ¿Qué hacían ahora?

– Trabajaban en Madrid para una cooperativa vasca de productos alimenticios congelados. O sea, vendedores. Atendían la zona de Andalucía fundamentalmente.

– ¿Se sabe si actualmente realizaban algún tipo de actividad política o para la banda?

– No, al menos no tenemos constancia y, además, no lo creemos, pues eran unos tipos quemados para el grupo terrorista.

El policía contó a Víctor todo lo que sabían hasta ese momento: había aparecido la pistola envuelta en una bolsa de plástico y escondida en una papelera del vagón número seis, junto a unos guantes de lana, los cuales, indudablemente, habían sido empleados en estos asesinatos. La pistola no tenía huellas de ningún tipo. Era una "cunera", es decir, sin número de identificación, con silenciador. Se había podido establecer que con ella había asesinado a aquellos dos hombres; por tanto, una sola persona había disparado. Los disparos fueron realizados a un metro de las victimas. Por otro lado, de los nuevos interrogatorios no se habían deducido grandes cosas, puesto que los tripulantes no recordaban haber visto entrar o salir a nadie del vagón ocho; aunque esto no significara nada especial, pues ellos no controlaban ese tipo de movimientos. En definitiva, cualquiera podía haber entrado o salido sin que nadie le observara. No obstante, las fotografías de todos los ocupantes del fatídico vagón habían sido enseñadas a los pasajeros que ese día iban en el AVE y a toda la tripulación, sin éxito. Aún se estaban investigando las declaraciones. De los viajeros, sólo tres personas parecían tener relación directa con el País Vasco. Por otro lado, el forense había establecido el momento de los asesinatos entre las veintiuna cincuenta y las veintidós horas. Es decir, pasada la estación de Córdoba. Por tanto, el asesino había tenido que llegar a Sevilla en el tren.

– Supongo que estaréis estudiando las posibles conexiones de esas tres personas vascas con los movimientos de la izquierda nacionalista -dijo Víctor.

– Estamos en ello.

– ¿No se ha podido descubrir ninguna conexión entre los pasajeros del vagón ocho y ETA?

– Realmente no, como ya viste, cuando les interrogamos, aparentemente son personas totalmente normales -respondió reflexivamente Quintero-. Parece ser que dijeron la verdad. El matrimonio mayor es de Carmona; no hay conexión aparente. El chico más joven, Óscar, el de la coleta, es de Sevilla, informático en busca de empleo; y el otro, Santiago Freire, aunque de raíz gallega, vive en Madrid, donde tiene su propio negocio: una tienda de ropa masculina a medida, en la calle General Perón, que lleva con su mujer. En fin, esto es más o menos todo. Por cierto, ¿estás leyendo la prensa?

– Sí, claro. Este asunto está levantando ampollas. Sobre todo en el País Vasco con los de siempre, que intentan hacer planear la sombra de un nuevo GAL.

– Pues ya te puedes imaginar la que me ha caído en comisaría -se lamentó con un expresivo gesto el inspector-. Los políticos presionan a mi jefe, y éste me asfixia a mí.

Ambos hombres quedaron en silencio bebiendo de sus copas.

– Es evidente, en principio -continuó Víctor- que este asunto no tiene pinta de tratarse una venganza dentro de la propia banda terrorista, puesto que a los muertos no se les conocen manifestaciones o acciones que a la dirección de ETA le pudiese hacer pensar en una traición.

– Efectivamente -confirmó Quintero-. Además, por lo que veo, nadie tiene el más mínimo interés en darle carácter de un asunto de terrorismo. De haber sido así, me hubiesen hecho un gran favor, ya que el caso habría pasado a otros grupos especializados del Cuerpo.

– En definitiva, como se preveía, se está tratando como un tema normal de inseguridad ciudadana, y es posible que pudiese ser así.

– En cualquier caso -apuntó el inspector-, el asunto me gusta cada vez menos, pues yo no estoy tan seguro de que no puedan existir implicaciones de la propia banda terrorista. En realidad, cualquiera de los que viajaban en ese tren, ochenta y seis pasajeros más la tripulación, podría haber matado a esos dos tipos.

– ¿Encontrasteis algo especial en la cooperativa vasca para la que trabajaban?

– Aparentemente es una compañía normal, aunque tiene en su plantilla a varios ex etarras. En conclusión: que son simpatizantes.

– Efectivamente -dijo Saltero reflexivo-, eso descarta definitivamente que se pueda tratar de ninguna venganza dentro de la propia ETA. Pues de no ser personas gratas para ella, no les habrían facilitado trabajo tras la salida de la cárcel.

– ¡Vete a saber! Con esa gente todo es posible.

– En conclusión: que no tenéis ni idea.

– Hasta ahora no. Pero si nos dejan trabajar lo averiguaremos. Son muchas entrevistas y datos que hay que comprobar tras los interrogatorios. Hace falta tiempo, y eso es en lo que insisto diariamente al comisario.

De nuevo degustaron sus bebidas, mientras por las ventanas se continuaban viendo las luces de la noche sevillana.

– Abogado, estoy en un buen apuro. Si tienes el cerebro que te supongo, y más tras la exhibición del Casino, éste es el momento para que lo pongas en marcha.

Víctor Saltero miró al amigo con una vaga sonrisa.