175836.fb2 Sue?os asesinos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 14

Sue?os asesinos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 14

Capítulo 12

Lo estaban observando.

Royd se detuvo a junto a la sombra de un árbol y aguzó el oído.

El viento mecía las ramas. En la distancia, balaban las ovejas.

Miró hacia lo alto del cerro hasta el bosque que se perfilaba en la cima. Si había alguien ahí arriba, él se convertiría en un blanco en cuanto abandonara el resguardo de los árboles y empezara a subir.

Si es que había alguien allá arriba. No era una posición que él habría escogido. Le daría una buena visión para disparar, pero luego estaba el problema de tener que bajar el cerro, casi desprovisto de vegetación. Era mucho mejor quedarse allí, en las faldas del cerro, porque había donde cubrirse y no quedaba lejos del camino, en caso de que hubiera que salir a toda prisa.

Además, percibía a ese cabrón en la oscuridad.

Cerca. Jodidamente cerca.

¿Tenía un rifle o una pistola? Lo dudaba. Si tenía un arma, no querría usarla o ya habría intentado disparar. Royd se había movido con rapidez, avanzando en zigzag entre los árboles, pero una bala era la manera más rápida de eliminar a un enemigo. Dio un paso a un lado y luego otro, a la luz de la luna, antes de volver a ocultarse.

Ni un disparo. Nada. Puede que no quisiera disparar un arma de fuego por el ruido.

Pero seguía ahí, esperando. Así que él también esperaría. Se acercó más al árbol. Tres minutos. Cuatro minutos. Venga. Muévete. Me quedaré aquí toda la noche si es necesario, cabrón.

Ningún ruido, pero el viento… las ovejas… Pasaron otros seis minutos.

De pronto percibió apenas un ruido, a varios metros de donde se encontraba. Una especie de deslizamiento.

Las serpientes pitón se deslizaban. Pero también los hombres, cuando rozaban la rama de un árbol.

O cuando bajaban de un árbol.

Esperó. Ven a mí.

¿Cuántos minutos habían pasado desde que oyó ese roce sedoso? ¿Dos? ¿Tres?

Tiempo suficiente para que aquella víbora llegara hasta donde estaba Royd.

No te muevas. No le hagas saber que eres consciente de que te acecha.

No se oía ni siquiera el ruido de una pisada. Aquel cabrón era bueno.

Royd sintió que su nuca se tensaba.

A su espalda. Cada nervio, cada uno de sus instintos lo alertaba. Giró lentamente la cabeza. Más cerca.

Por el rabillo del ojo, tuvo un atisbo de movimiento.

– ¡Ahora!

Cayó al suelo e hizo girar las piernas en un movimiento de barrido contra las piernas del hombre a sólo un metro de distancia. Y lo hizo caer.

Royd tuvo la impresión de que era un tipo robusto y de baja estatura, justo antes de que el hijo de puta rodara hacia atrás y lanzara el cuchillo que tenía en la mano.

Royd alzó instintivamente el brazo.

El dolor.

Sintió que la hoja penetraba en el músculo de su antebrazo. De un tirón, se quitó el cuchillo y lo lanzó de vuelta. Vio que la hoja penetraba en el hombro de su atacante.

– ¿Royd? -Dios mío, el muy cabrón reía-. Sanborne no me lo dijo. Es todo un placer.

Joder, era Devlin.

Devlin inclinó la cabeza, y escuchó.

– Pero vaya, puede que tenga que ser breve. Nos interrumpen. Es una lástima -Devlin rodó por el suelo y se ocultó tras un árbol.

Royd sacó su arma y avanzó, intentando ver dónde se había metido.

Sangraba como un cerdo empalado. No había tiempo para restañar la herida.

Alcanzó a ver a Devlin corriendo cerro abajo haciendo zigzag. Apuntó y disparó.

Había fallado. Devlin volvió a ocultarse tras un árbol.

El ruido de los movimientos en el cerro que habían alertado a Devlin se acercaban. ¿Eran Jock y MacDuff?

A pesar de estar herido, Devlin se movía entre los árboles a una velocidad sorprendente.

Demasiado rápido.

La sangre brotaba de su brazo. Se desmayaría si no paraba la hemorragia. Mierda.

¿Debía volver a disparar? Ya estaba demasiado lejos.

Se detuvo y lanzó una imprecación, frustrado. De acuerdo, déjalo correr, pensó. Ya habría otra ocasión. Tratándose de Devlin, siempre habría otra ocasión.

Tenía que llamar a Jock y a MacDuff y conseguir que le curaran la herida lo antes posible. Quizá podrían ir a por Devlin.

Pero no lo alcanzarían si ya disponía de tanta ventaja. Devlin era demasiado bueno.

Ya se ocuparía de eso.

Alzó el arma que sostenía y disparó al aire. Después, presionó en un punto por encima de la herida y esperó a Jock.

– No tiene buena pinta. Debería verte un médico. -Jock había acabado el vendaje improvisado del brazo de Royd-. Has perdido bastante sangre.

– Después. Las he visto peores. -Royd se incorporó-. Tenía que parar la maldita hemorragia -explicó, mientras buscaba su teléfono móvil-. Y tengo que llamar a Sophie y cerciorarme de que se encuentra bien.

– Ella y Michael estarán bien -dijo Jock-. El castillo está vigilado como una fortaleza. Y sólo un loco se atrevería a buscarlos después de que lo has hecho huir de su escondite.

– Exactamente. -Royd marcó el número de Sophie.

Ella contestó a la tercera llamada, lo que provocó en él un profundo alivio.

– ¿Cómo está Michael?

– ¿Tú qué crees? -Sophie guardó silencio un momento-. Pero no has llamado para preguntarme cómo está mi hijo. ¿Dónde estás?

Él no contestó.

– Volveré pronto. Ha habido un problema.

– ¿Qué tipo de problema?

– Ya está resuelto. Hablaré contigo más tarde. Vuelve con Michael -ordenó, y colgó.

Sophie estaba enfadada y frustrada, y esa manera de colgar suya era la gota que colmaba el vaso. Mala suerte. No tenía tiempo para explicaciones.

– Te dije que estaría bien -dijo Jock-. MacDuff no la habría dejado si no estuviera seguro.

– Vale, vale. Me perdonarás si no tengo la misma fe en MacDuff que tú. Tenía que asegurarme.

– ¿De verdad creías que Devlin intentaría dar con ella después de lo ocurrido esta noche?

– Si pensara que tiene la más mínima oportunidad de llegar hasta donde están Michael y Sophie, se la jugaría. Le gusta caminar sobre la cuerda floja. -Royd vio que MacDuff y cinco hombres más salían del bosque-. No lo habéis alcanzado -dijo, alzando la voz-. Os dije que era una pérdida de tiempo. Es probable que tuviera un coche en las cercanías y que ya esté camino de Aberdeen.

– He llamado al magistrado y le he dado la descripción que usted me dio -dijo MacDuff-. Estarán alertas. Tenemos una posibilidad.

Royd sacudió la cabeza.

– No lo creo. Ese hombre sabe lo que hace.

– ¿Garwood? -inquirió Jock.

Royd asintió con un gesto de la cabeza.

– Uno de los mejores. O de los peores, depende de cómo se mire -dijo, y pensó un momento-. ¿Habéis ido a la cabaña?

MacDuff negó con la cabeza.

– Íbamos hacia allá cuando escuchamos los disparos. -Hizo una señal a Campbell y a los hombres a su espalda-. Volved al castillo. Ya nos ocuparemos.

– Puede que no haya nada de que ocuparse -dijo Royd-. No creo que Devlin estuviera con otro. Le gusta trabajar solo. Pero os acompañaré.

MacDuff se encogió de hombros.

– Como quiera. -Se giró y empezó a caminar nuevamente cerro arriba con sus hombres.

Jock no se movió. Se había quedado mirando fijamente a Royd.

– ¿Nada de que ocuparse? -repitió.

– En realidad, estoy equivocado -dijo Royd-. Cuando se trata de Devlin, siempre hay algo de que ocuparse.

– ¿De qué?

Dios, qué mareado estaba, pensó Royd cuando empezó a caminar detrás de MacDuff.

– De la limpieza.

Sophie apagó el móvil. Maldito Royd. Ella no necesitaba eso. Algo estaba ocurriendo y la estaban dejando de lado…

– Mamá.

Se volvió hacia la cama. Había que olvidarse de Royd. Su deber esa noche era estar junto a su hijo.

– Voy. -Dejó el teléfono sobre la mesa y cruzó la habitación hacia donde estaba Michael-. No era nada. Sólo Royd que quería saber cómo estábamos. -Sophie se metió en la cama y lo abrazó-. Ha preguntado por ti.

– Estoy bien.

No estaba bien. A Michael le había impactado la noticia como ella temía.

– Eso le he dicho.

Michael guardó silencio un momento, antes de preguntar, con un susurro de voz:

– ¿Por qué? -Las lágrimas le bañaban las mejillas-. ¿Por qué papá?

– Te lo he dicho. -Sophie procuraba no mostrar su emoción-. No estoy segura. Pero creo que está relacionado con lo que yo hago, Michael. Jamás pensé que afectaría a tu padre. Pero si quieres culparme a mí, no te lo reprocharé.

– ¿Culparte a ti? -Michael apoyó la cabeza en su hombro-. Tú sólo intentas parar a esos hombres malos. Fueron ellos -dijo, y cerró los puños con fuerza sobre la blusa de su madre-. Yo… lo quería, mamá.

– Ya lo sé.

– Me da… vergüenza. A veces, me enfadaba con él.

– ¿Te enfadabas? -preguntó ella, acariciándole el pelo-. ¿Por qué?

– Me hacía sentirme… No quería que yo estuviera cerca de él. La verdad, no quería.

– Claro que quería.

Michael negó con un gesto de la cabeza.

– Yo era un estorbo. Lo molestaba. A veces pensaba que él creía que yo estaba… loco.

– Eso no es verdad. -Sin embargo, pensó, un chico tan sensible como Michael habría percibido esas vibraciones que emitía Dave-. Y no era culpa tuya.

– Yo era un estorbo para él -repetía Michael.

– Escúchame, Michael. Cuando un hombre y una mujer tienen un hijo, es su deber estar a su lado, por muy difícil que sean las cosas. Es su trabajo. Eso es la familia. Tú hiciste todo lo que podías para superar el problema que tienes y él debería haberte ayudado. Él era el que fallaba, no tú. -Sophie lo estrechó con fuerza-. Deja de pensar en la culpa. Piensa en los buenos momentos que compartiste con él. Recuerdo que te regaló ese Hummer de juguete cuando cumpliste cinco años y los dos estuvisteis todo el día jugando. ¿Recuerdas ese día, Michael?

– Sí. -Las lágrimas seguían fluyendo, más abundantes-. ¿Estás segura de que yo no lo hice sentirse descontento?

– No, no lo hiciste. Cuando alguien muere, lo primero que nos preguntamos es si hemos sido buenos con esa persona. -Eran casi las mismas palabras que Royd había dicho esa mañana, pensó Sophie-. Pues tú eras muy bueno. Te lo puedo asegurar.

– ¿Lo dices en serio?

– En serio. -Consuelo era una palabra rara, pensó Sophie, entristecida. La noche anterior, había descansado en brazos de Royd y él le había dado consuelo. Ahora estaba tendida en la cama y consolaba a su hijo. Era como un círculo que no tenía fin. Dios, cómo quería que cesara la necesidad de ese consuelo-. ¿Intentarás dormir? No me apartaré de ti, te lo prometo.

– No tienes que quedarte -dijo él, pero la abrazó con más fuerza-. No soy un bebé. Y no quiero ser un deber para ti. No como lo era para papá.

Maldita sea, se lo había explicado todo mal.

– El deber no es algo malo. Cuando se trata de alguien a quien amas, puede ser una alegría -Lo besó en la mejilla-. Eres una alegría, Michael. Eres mi alegría. Nunca lo olvides.

Había sangre por todas partes. En el suelo, sobre la mesa, corriendo en un hilillo que fluía por debajo de la puerta cerrada al otro lado de la habitación.

MacDuff se detuvo en la entrada de la pequeña cabaña y soltó una sarta de imprecaciones.

– La limpieza -murmuró Royd, mientras miraba el caos y la sangre por encima del hombro de MacDuff.

– Cállate -dijo MacDuff, sin contemplaciones-. James, ¿cuántas personas viven aquí?

– El viejo Dermot, su mujer y su hijo. Su hijo se trajo a su pequeña de Glasgow después de divorciarse. -James tragó saliva-. Esa sangre… ¿Quiere que mire en las habitaciones?

– No, yo miraré -dijo MacDuff. Cruzó la sala y abrió la puerta. Se quedó rígido-. Dios mío.

Jock y Royd lo siguieron.

– Madre de Dios -dijo Jock, mirando la carnicería-. ¿Dermot?

– No es fácil afirmarlo -dijo MacDuff, con voz ronca-. Casi le han despedazado la cara. -Entró en la habitación-. Y no ha sido el único.

En el suelo yacía el cuerpo de una mujer. Pelo canoso, delgada, los ojos marrones mirando al vacío. Un hilillo de sangre le manaba de la boca.

– Margaret, la mujer de Dermot. -Jock apretó los labios-. Hijo de puta -Paseó la mirada por la habitación-. ¿Dónde está Mark, el hijo de Dermot? ¿Y la pequeña?

– Quizá hayan escapado. -James Campbell miraba, con el rostro pálido-. Dios, espero que hayan podido escapar.

– Buscadlos -dijo Royd-. Buscad en el resto de la cabaña y en los alrededores. Espero que estés en lo cierto, pero Devlin rara vez deja que se le escape una víctima.

– ¿Una niña? -preguntó Campbell-. Una niña no sería una…

– Buscadlos -dijo Jock.

Campbell asintió con un gesto brusco de la cabeza y salió. Jock se arrodilló junto a Dermot y miró la cara destrozada del pobre anciano.

– Esto es una salvajada. Se ve que se tomó su tiempo. ¿Es sólo un ejemplo o lo hace porque le gusta, Royd?

– Le gusta -dijo Royd-. Antes de pasar por el REM-4 ya era un asesino. Sanborne lo eligió porque creía que soportaría mejor el entrenamiento. -Se volvió hacia MacDuff, que seguía mirando el cadáver de Dermot-. Yo te lo traeré -dijo, torciendo el labio-. No -se corrigió-, lo traeré para mí mismo. Le he clavado un cuchillo y no lo olvidará. Ese cabrón desquiciado tiene muy buena memoria.

– Yo también -dijo MacDuff, entre dientes-. Y soy yo el que le cortará los cojones a ese cabrón. Dermot era uno de los míos. -Giró sobre sus talones-. Vamos a buscar a su hijo.

Se encontraron con Campbell, que venía hacia la cabaña.

– En el pozo -dijo, y tragó saliva mientras señalaba con un gesto de la cabeza hacia el pozo de piedra, a cierta distancia-. Está al otro lado del pozo.

– ¿Muerto? -preguntó MacDuff.

Campbell asintió con un gesto.

– Debe de tener unas cincuenta puñaladas en el cuerpo.

MacDuff guardó silencio un momento.

– ¿Y la pequeña?

– Creemos que está en el pozo. Hemos mirado con una linterna. -Volvió a tragar saliva-. O al menos hay trozos de ella en el fondo. Tiene que haberla… descuartizado.

MacDuff masculló una maldición y empezó a caminar hacia el pozo.

– No tiene que comprobarlo, señor. Es el hijo de Dermot -dijo Campbell, caminando deprisa detrás de él-. Yo lo conozco. No cometería un error.

– No dudo de tu palabra -objetó MacDuff-. Pero tengo que verlos.

– ¿Por qué? -preguntó Royd, cuando él y Jock lo alcanzaron-. Un muerto es un muerto, MacDuff.

– Necesito guardar el recuerdo. -MacDuff había llegado al pozo y miraba el hombre que yacía en el suelo-. El tiempo nos engaña. El odio se disipa, a menos que lo alimentemos, y el recuerdo es el mejor alimento. Puede que no lo entiendas, pero no quiero olvidar jamás lo que ese hombre, Devlin, ha hecho, aunque pasen años antes de que le ponga las manos encima.

– Vaya, entiendo -dijo Royd.

MacDuff lo miró.

– Creo que sí me entiendes. -MacDuff respiró hondo antes de iluminar el fondo del pozo con el haz de la linterna. La apagó enseguida-. Tienes razón, James -dijo, con voz ronca-, la ha descuartizado. -Buscó su teléfono móvil-. Llamaré al juez. Jock, que se quede un hombre aquí para esperarlos. Los demás bajaremos al castillo.

– Yo me quedaré -dijo Jock-. No quiero dejarlo ahora mismo. Era mi amigo. ¿Qué le digo al juez?

– Nada. Les dirás que se trata de un psicópata.-MacDuff se apartó del pozo-. No quiero que me den problemas -dijo, y empezó a bajar hacia la cabaña.

Royd lo observó mientras MacDuff daba órdenes a Campbell y a los demás para que lo siguieran.

– Es bastante impresionante -dijo-. De verdad quiere coger a Devlin.

– Por supuesto -dijo Jock-. Y no me gustaría estar en su pellejo cuando lo atrape.

Royd frunció el ceño.

– No estoy seguro de querer que MacDuff entre en escena.

– Demasiado tarde. MacDuff ahora está involucrado. Podría haberse quedado en segundo plano si sólo se tratara de proteger a Michael. Ahora que Devlin se ha cargado a los suyos, ya no puede permanecer al margen. -Jock siguió a MacDuff hacia la cabaña-. Será mejor que vuelvas al castillo y que te miren ese brazo. ¿Quieres que pida un coche?

Royd negó con un gesto de la cabeza.

– Ya bajaré solo. -Se giró y comenzó a caminar en dirección a MacDuff.

Devlin.

¿Por qué habría enviado Sanborne a ese cabrón loco hasta el castillo? Tendría que haber sabido que habría un baño de sangre.

O quizá no. Devlin siempre había sido lo bastante listo como para hacer creer a Sanborne que era él quien tenía el control. Durante esas últimas semanas en que Royd había conseguido librarse de los efectos del REM-4, había empezado a sospechar que Devlin no era el manipulado sino el manipulador. Le agradaba lo que hacía. Le gustaba la sangre y el poder de matar, eran pasiones que podía cultivar bajo la protección de Sanborne. Quizá el REM-4 hubiera tenido un efecto marginal, pero Devlin era un asesino nato.

Y ahora le habían dado la oportunidad que necesitaba para liberar su lujuria por la violencia. Michael y Sophie eran el blanco, pero eso no había sido suficiente para él. Esa familia que acababa de masacrar sólo le despertaría el apetito. Iría a por el objetivo principal, y no pararía.

Maldito seas, Sanborne.

Voces.

Sophie levantó la cabeza. Había dejado abiertas las ventanas y las voces venían del patio de abajo.

Dejó la cama sigilosamente y se acercó a la ventana. Abajo estaban MacDuff y varios hombres, y detrás venía Royd. Sintió un enorme alivio. Se había quedado despierta después de que Michael se durmiera, preocupada y maldiciéndolo por no haber llamado.

Lanzó una mirada en dirección a Michael. Estaba profundamente dormido y con el monitor conectado. Pensó que podía ausentarse un momento y se dirigió a la puerta.

Al cabo de un momento, ya bajaba por las escaleras a toda prisa y abría la puerta de entrada.

– Maldito seas, Royd. ¿Por qué diablos no…? -Se paró en seco al ver el vendaje-. ¿Qué ha ocurrido?

– Está un poco maltrecho. -MacDuff contestó-. Usted es médico, ¿no? Cúrelo -dijo, y pasó a su lado para entrar en el castillo.

Royd hizo una mueca.

– MacDuff tiene una actitud muy severa hoy. Está irritado. Puede que necesite unos cuantos puntos de sutura, pero puedo llamar al médico del pueblo.

Ella bajó las escaleras.

– ¿Cómo ha ocurrido? -preguntó, con voz temblorosa-. Puede que el médico del pueblo te sea de más ayuda. No es mi especialidad.

– Ningún problema -dijo él, que iba a pasar por su lado-. Yo mismo me ocuparé.

– ¿Cómo te has herido? -volvió a preguntar ella.

– Un cuchillo.

– Estás blanco como una sábana. ¿Cuánta sangre has perdido?

– No demasiada.

Sophie no aguantó más.

– Cómo odio a los machos que temen reconocer una pequeña debilidad -dijo, y lo empujó hacia las escaleras-. Entra y deja que le eche una mirada.

– Vale. -Royd se tambaleó antes de subir-. Nunca discuto con una mujer más fuerte que yo. Y, en este momento, eres decididamente más fuerte. ¿Eso me exime de la categoría de macho?

– Puede ser. -Sophie lo siguió y lo cogió por el codo-. Tendremos que ver lo sensato que te muestras…

Royd volvió a perder pie y se tambaleó apoyándose contra la puerta.

– Vaya, vaya…

– Por el amor de Dios. -Sophie le puso el brazo bueno alrededor de los hombros y miró a su alrededor en busca de ayuda. MacDuff y sus hombres habían desaparecido-. No puedo quedarme aquí. Tengo que volver junto a Michael. ¿Podrás subir las escaleras si te ayudo?

– Ningún problema.

– Hay un problema -dijo ella, y comenzó a subir-. Reconócelo.

– Vale, hay un problema -dijo él, y avanzó lentamente-. Pero no es nada que no pueda superar.

– Será mejor que me lo digas si te vas a desmayar. No quiero que los dos nos caigamos por la escalera.

– Iré por mis propios medios. Sólo deja…

– No he dicho que quisiera dejarte solo. He dicho que me avises para que no nos caigamos los dos. No pienso dejarte solo.

– No es una decisión demasiado brillante. No tiene sentido que tú también te caigas.

– Ninguno de los dos va a… -dijo Sophie, respirando hondo-. Pero si vuelves a insultar mi inteligencia, estaré tentada de soltarte y dejar que te desangres hasta morir.

– Ya no sangro.

– Cállate. -Habían llegado al rellano. Sophie lo sujetó con fuerza y empezaron a subir el segundo tramo de escalera-. Hay una cosa que se llama saber aceptar la ayuda con dignidad.

Él guardó silencio. Cuando llegaron a lo alto de la escalera, dijo:

– Nunca aprendí a hacer eso. Cuando era niño, sabía que tenía que apañármelas solo. No recuerdo que nadie me ofreciera ayuda. Y luego, cuando me convertí en soldado, era diferente. Tenía que ser el mejor.

– ¿Y ninguno de los que estaban ahí podía pedir ayuda?

– Yo no podía.

Sí, Sophie entendió que él no sería capaz de bajar la guardia hasta ese punto. Tenía demasiadas cicatrices, y esa manera de ser atrevida e impetuosa habría rechazado a cualquiera que intentara ir más allá de esa dura capa exterior.

Dios, realmente sentía lástima por él. Nadie deseaba la simpatía ajena menos que Royd, pero ella sentía lástima por aquel chico que debía de haberse sentido profundamente solo. Quizá lástima no era la palabra. Sus propios padres la habían querido y entendido cuando ella crecía. Sólo después de ese día horrible en el lago se sintió desconcertada y sola. Incluso entonces había tenido a Michael y a Dave para protegerse de ese aislamiento. Sí, lo que ahora sentía era auténtica simpatía. Pero aquello no mitigaba sus deseos de tocarlo, de darle consuelo.

– Basta. -Royd la miraba con un deje de dureza-. Ya veo que estás preparando ese jarabe de sensiblería con que vas a todas partes. No lo quiero. Tíralo en algún otro sitio.

Ella lo miró, exasperada. Estaba herido y debilitado, pero eso no le impedía ser igual de duro y de resistente que siempre.

– Eso haré. Y no les reprocho a tus padres adoptivos que no te hayan consolado. Lo más probable es que les hubieras mordido.

– Es probable. -Royd sonreía-. Así está mejor. Así es como me gusta verte. Pero a ti no te mordería -advirtió, y luego agregó-. A menos que me lo pidas.

La sensualidad. Un momento antes, había querido consolarlo y, al siguiente, le había hecho sentir esa conciencia que era como un cosquilleo. Con todo lo que había ocurrido, Sophie había pensado que su reacción hacia él se había desvanecido. Desvió rápidamente la mirada.

– Eres incorregible -dijo. Lo hizo sentarse en un tresillo forrado de terciopelo frente a la habitación de Michael-. Quédate aquí. Tengo que echar una mirada a mi hijo. O puedes ir a la habitación de al lado, la mía, y esperar.

– Creo que esperaré aquí. -Reclinó la cabeza contra la pared y cerró los ojos-. Tómate tu tiempo.

Con los ojos cerrados parecía todavía más vulnerable, y Sophie casi olvidó sus duras palabras. Sin embargo, no debía olvidarlas. Royd no era vulnerable y ella tenía que dejar de sentir esa creciente debilidad por él.

– No te quedes dormido o te caerás del tresillo. No sé si sería capaz de levantarte.

Él sonrió sin abrir los ojos.

– Yo confiaría en ti. Y sí que podrías.

Ella abrió con cuidado la puerta de la habitación de Michael y entró. Seguía dormido. Cruzó la habitación para mirarlo de cerca. Parecía tranquilo, pero eso podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Parecía tan pequeño e indefenso. Vulnerable. Hacía sólo unos minutos había pensado lo mismo de Royd, y él lo había intuido y la había rechazado cruelmente. Michael también empezaba a rechazar cualquier muestra de compasión. Él nunca sería rudo con ella, pero su respuesta había sido la misma de Royd. Michael empezaba a hacerse mayor y quería cargar con sus propios problemas.

Sin embargo, todavía no podía hacer eso. Todavía no. Ella todavía lo tenía para quererlo y protegerlo durante un tiempo.

Lo tapó con la manta, volvió hacia la puerta y la dejó entornada.

Royd entreabrió los ojos.

– ¿Todo bien?

Ella asintió en silencio.

Él se incorporó a duras penas y se alejó por el pasillo.

– Entonces, acabemos con esto de una vez. Sé que quieres volver a su lado.

– Sí, quiero.

Royd apenas se tenía en pie, pero ella no intentó ayudarlo. Royd lo conseguiría y ella no quería tocarlo en ese momento. Lo siguió y abrió la puerta.

– Pero dejaré mi puerta abierta. Así podré oírlo. -Sophie encendió la luz del techo y señaló hacia la silla al otro lado de la habitación-. Siéntate. Tendré que bajar a buscar un kit de primeros auxilios, si es que logro encontrar a MacDuff o a alguno de sus hombres.

– No creo que te cueste encontrar a MacDuff. No se habrá acostado -dijo Royd, y se dejó caer en una silla-. Tenía que ocuparse de unos asuntos.

– ¿De qué asuntos…? -Sophie calló y fue hacia la puerta-. Espero que estés preparado para hablar conmigo en cuanto acabe de ponerte los puntos de sutura. Si no, que Dios se apiade de ti porque…

– ¿Me los quitarás?

– No arruinaría mi propio trabajo. Encontraría otra manera.

– Que Dios se apiade de mí -murmuró él.

– Quiero que estés pendiente de Michael -dijo Sophie, y salió de la habitación.

– Ya está. -Sophie dio un paso atrás cuando acabó de vendar el brazo de Royd-. Es una herida fea. Creo que deberías ir a que te hagan una transfusión y que te miren los puntos.

Él negó con la cabeza.

– Es asunto tuyo -dijo ella, encogiéndose de hombros.

– Así es. Sano rápido -dijo él, y calló-. Y creo que las cosas se van a mover muy rápido a partir de ahora.

– ¿Por qué? Cuéntame. ¿Qué ha ocurrido esta noche?

– ¿Recuerdas esas ovejas que casi atropellamos esta noche? Aquello alertó a Jock y a MacDuff. Al parecer, el pastor dueño de las ovejas era un hombre muy fiable y nunca habría dejado a esas ovejas salir del corral. Teniendo en cuenta la situación, merecía la pena averiguar qué pasaba.

– ¿Y qué habéis encontrado?

– A Devlin, uno de los hombres de Sanborne. -Se miró el brazo-. En el bosque. Le herí con un cuchillo en el hombro, pero escapó. Aún así, decidí llamarte y comprobar que todo iba bien.

– Y no contarme nada -dijo ella, con la mandíbula tensa.

– No había tiempo, y tú estabas consolando a tu hijo.

– ¿Por qué no había tiempo?

Royd guardó silencio un momento.

– Tuvimos que ir a ver al pastor y su familia.

Sophie se lo quedó mirando. Royd no había tenido problemas para contarle lo del encuentro con Devlin pero, al parecer, no tenía ganas de hablar del pastor.

– ¿Y?

– Muertos. Unas muertes horribles. El pastor, su mujer, su hijo y su nieta, una pequeña de unos siete años.

Ella se sintió sacudida por el terror.

– ¿Qué?

– Lo has oído. ¿Quieres que lo repita?

– ¿Por qué? -preguntó ella, con un murmullo de voz.

Él se encogió de hombros.

– Existe la posibilidad de que el pastor se haya topado de repente con Devlin y que éste lo matara para evitar que revelara su escondite -dijo, y apretó los labios-. Pero no, yo creo que a Devlin se le presentó la oportunidad y la aprovechó. Es un hijo de puta sediento de sangre. Un solo niño no habría sido suficiente para él, así que fue a por el blanco más grande.

– ¿Y tú crees que podría haber venido directamente hasta el castillo?

– En realidad, no. Pero Devlin tiene una tolerancia al dolor muy alta, y simplemente tenía que cerciorarme -dijo él, con voz seca-. Tenía que escuchar tu voz. Tenía una idea de lo que iba a encontrar en esa cabaña. No quería tener que pensar en ti cuando mirara lo que Devlin había hecho. Sabía que me iba a afectar.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

– Por supuesto que te iba a afectar.

Él sacudió la cabeza.

– No habría tenido tanto efecto si hubiera ocurrido en los meses que siguieron a mi huida de Garwood. En aquel entonces, era como si, en lugar de emociones, tuviera callos. No sentía nada. -Hizo una mueca-. Era uno de los efectos secundarios del REM-4. Duraba mucho tiempo.

– Dios mío.

Él sacudió la cabeza.

– Ya estás de nuevo sudando culpa. Debería haberlo sabido. Para alguien como tú, eso sería casi tan terrible como el control de las mentes. Si te hace sentirte mejor, lo que he visto allá arriba en la cabaña me ha destrozado. La pequeña… -dijo Royd. Calló y tragó saliva-. Sí, la verdad es que he sentido muchas cosas allá arriba, en la cabaña.

– A mí no me hace sentirme mejor -dijo ella, con voz temblorosa-. No quiero que sufras. No quiero que nadie sufra. Esa pobre gente… -Respiró hondo-. Ahora entiendo por qué MacDuff ha sido tan seco conmigo. Debe de creer que yo soy la responsable.

– Quizá. Tendrás que preguntarle por la mañana. Sé que está furioso y que piensa ir en busca de Devlin. Si yo no doy con él antes. -Al ver su expresión, agregó-: No me despistará. No tendré que ir a buscarlo. Él me buscará a mí. A Devlin no le gusta que le hagan daño, y yo le he clavado un cuchillo en el hombro. Aunque Sanborne le diga que lo deje, me seguirá el rastro.

– Qué consuelo.

– Sí, es verdad. Me simplificará las cosas -dijo, y se incorporó a duras penas-. ¿Sabes dónde se supone que tengo que dormir en este museo?

– En una habitación dos puertas más allá. Te ayudaré… -dijo Sophie, y calló enseguida-. Lo olvidaba. Ve tu solo. Si te desmayas en el pasillo, pasaré por encima de ti cuando baje a desayunar mañana.

– Me contento con que no me pises -dijo él, y fue hacia el pasillo-. Si tú y Michael me necesitáis, llámame.

– Quieres decir, si necesitamos ayuda.

– Touché. -Royd se detuvo en la puerta-. ¿Quieres desvestirme y mantenerme en la cama? Te dejaré hacerlo.

– No, no quiero. Ya tuviste tu oportunidad.

– Cobarde. No importa. Esta noche no estoy del todo en plenas facultades.

Sophie lo observó salir a paso lento de la habitación. Se sintió tentada de ir tras él. Seguro que le dolía y estaba más indefenso de lo que fingía estar. Se había mostrado más abierto que nunca con ella y, sin duda, aquello era consecuencia del dolor y del estado de shock. Era probable que esa noche, mientras estaba en la cabaña, Royd hubiera deseado que las emociones le fueran tan ajenas como en los tiempos del REM-4.

Un pequeño efecto secundario, había dicho. Otro horror al que tenía que enfrentarse. ¿Qué otros efectos secundarios había tenido el REM-4 en los hombres que habían pasado por Garwood?

Una cosa a la vez. No podía funcionar si se hacía la vida imposible pensando en Garwood. Tenía que seguir. Tenía que proteger a su hijo y destruir a Sanborne y a Boch.

Y tendría que enfrentarse a MacDuff por la mañana y escucharlo mientras él le decía que cogiera a su hijo y se lo llevara lejos de su castillo y de su vida. Después del horror cometido contra la gente que él amaba, no podía haber otro desenlace.

Ya pensarás en ello mañana, pensó, cansada. Por ahora, se quedaría con Michael y se aseguraría de que sus propios horrores no volvieran a visitarlo esa noche.