175836.fb2 Sue?os asesinos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 19

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Capítulo 17

Los faros de varios vehículos rompían la oscuridad a medida que se acercaban al castillo de MacDuff. Todavía estaban a cierta distancia pero avanzaban velozmente.

– Diez o quince minutos -dijo Joe, apartándose de la ventana para mirar a Jane-. Por lo visto, Sophie estaba en lo cierto a propósito del intento de extradición.

– ¿Qué otra cosa podían hacer con un niño indefenso? -preguntó Jane-. Y ya que el cabrón que se lo contó a Sophie estaba a punto de palmarla, no creo que tuviera demasiados motivos para mentir.

– No -dijo él, incorporándose-. Y eso significa que tenemos que movernos.

– ¿Estás de acuerdo? -preguntó Jane, sintiendo un gran alivio.

– He visto a demasiados presos maltratados por otros presos, y sé que no hay ninguna celda de seguridad que sea del todo segura -admitió Joe, mientras se ponía rápidamente la chaqueta-. Y Sanborne tiene dinero suficiente para actuar como si fuera Dios. -Fue hacia la puerta y se detuvo-. Ahora nosotros cogemos el relevo. Será un alivio volver a encontrarse en terreno conocido.

– Gracias, Joe.

– No me des las gracias a mí. Ya sabes que no quería que volvieras con MacDuff. Tenía que venir para asegurarme de que no te pasara nada.

– Mentiroso. Querías asegurarte de que no le pasara nada a ese niño.

– Eso también -dijo él, encogiéndose de hombros-. Y Eve jamás me habría perdonado si os hubiera dado la espalda a cualquiera de los dos. Nos encontraremos abajo en quince minutos. Ve a buscar a Michael. Le diré a Campbell que haga algo para ganar tiempo.

Jane subió las escaleras a toda prisa y abrió de golpe la puerta de la habitación de Michael.

– Michael, despierta -dijo, sacudiéndolo suavemente-. Tenemos que irnos.

Michael abrió los ojos adormecidos.

– ¿Mamá? -dijo, y se despejó al ver a Jane-. ¿Mamá está bien?

– Está perfectamente. Acabo de hablar con ella. Pero ahora tenemos que irnos de aquí. -Jane fue hacia el armario y le lanzó unos pantalones vaqueros y una camisa-. Date prisa. Joe ha dicho que tenemos que salir de aquí enseguida.

– ¿Por qué? -Michael empezó a vestirse a toda prisa-. Creí que nos quedaríamos para…

– Yo también lo creía -dijo Jane, mientras metía unas mudas de ropa en la mochila de Michael. Con eso bastaría. Miró por la ventana. Los faros de los coches estaban más cerca. Esperaba que el cálculo de Joe fuera correcto-. Las cosas no han salido así. Si queremos mantener a salvo a tu mamá, tenemos que mantenerte a salvo a ti. Y eso significa que tenemos que hacer lo que tenemos que hacer. -Abrió la puerta y le hizo un gesto con la cabeza-. Venga. Nos vamos de viaje. Joe nos espera.

Michael ya bajaba corriendo por las escaleras.

– ¿En el coche?

Ella iba detrás. Vaya, sí que le costaba seguirle el ritmo, pensó. Había olvidado lo rápido que podía moverse un niño.

– No, no vamos en el coche.

Él volvió la mirada por encima del hombro.

– ¿No? ¿Cómo?

Ella bajó la voz, con un histriónico gesto de complicidad.

– Ya lo verás. Es un túnel secreto. ¿No te parece emocionante?

– ¿De verdad? -preguntó él, con los ojos muy abiertos.

Quizá Michael fuera un niño maduro para su edad, pero era evidente que la perspectiva de lo misterioso lo atraía. Cualquier niño se sentiría intrigado.

– De verdad. Pero tienes que guardar silencio y hacer todo lo que te diga. -Jane miró por la ventana del rellano. Maldita sea, las luces se iban acercando.

Alcanzó a Michael y le cogió de la mano. Abrió la puerta de un tirón. Joe estaba en el patio hablando con Campbell.

– Ya llega el momento -dijo Joe, con voz grave-. Vamos, Campbell. Entretenlos durante al menos cinco minutos. Ruego a Dios que sea suficiente.

Sophie intentó llamar a MacDuff cuatro veces después de intentar comunicarse con Jane.

Él tampoco contestaba. Maldita sea.

– ¿Qué diablos está pasando? -preguntó, y llamó a Jock. Tampoco contestó.

El pánico se apoderó de ella.

– ¿Qué habrá pasado con Michael? Tendría que haberle dicho a Jane que lo sacara de ahí.

– Tranquila -dijo Royd-. MacDuff y Jock deberían llegar en cualquier momento.

– Entonces, ¿por qué nadie contesta? Vaya con la tecnología. -Volvió a llamar a Jane, sosteniendo el móvil con mano temblorosa-. Lo han apagado. No hay buzón de voz. El maldito aparato está apagado.

– Eso no significa que Jane no haya tenido una buena razón para apagarlo.

– Lo sé.

MacDuff entró en el parking del Wal-Mart veinte minutos más tarde y Sophie cruzó la distancia que los separaba antes de que él y Jock bajaran del coche.

– ¿Por qué no ha contestado al móvil? ¿Sabe qué está pasando en el castillo?

– La respuesta a la primera pregunta es que estaba ocupado. Tenía que hacer unas llamadas. La respuesta a la segunda pregunta es que en el castillo no ocurre nada en este momento. -MacDuff abrió la puerta del coche y bajó-. Salvo que hay un buen número de funcionarios muy alterados inspeccionando mi propiedad e intentando encontrar a su hijo.

– No lo encontrarán, Sophie -aseguró Jock con voz serena mientras bajaba del lado del pasajero-. Jane lo ha sacado del castillo y ahora van camino a la pista de aterrizaje en las afueras de Aberdeen.

Sophie sintió que el alivio era tan intenso que la mareaba.

– ¿Has hablado con ella?

– No teníamos alternativa -dijo MacDuff, con una mueca-. En cuanto estuvieron a una distancia segura con el niño me llamó hecha una fiera para reprocharme que me hubiera marchado justo cuando necesitaban ayuda para huir de mi «magnífico castillo». Luego me ordenó que hiciera lo necesario para que pudieran viajar a Atlanta y para asegurarme de que el niño estaba protegido adecuadamente hasta que embarcara.

– ¿Y se ha asegurado?

– Por eso estaba ocupado el teléfono -dijo Jock-. Tuvimos que hacer unas cuantas llamadas y otros tantos arreglos, pero lo conseguimos -explicó, y miró su reloj-. Deberían de estar a punto de embarcar en una hora y media. Me llamarán en cuanto despegue el avión.

– Bien. -Sophie sintió que las piernas le flaqueaban y se apoyó en el coche. Esa hora y media sería una eternidad-. Atlanta. Eso queda muy cerca de aquí. ¿Cree que podría verlo?

– Quizá. Lo pensaremos -dijo Royd, que se acercaba por detrás.

– Quiero verlo. -Sophie lanzó una mirada a Royd-. ¿Crees que seguirá corriendo peligro?

Él no contestó a la pregunta directamente.

– Creo que Franks no se dará por vencido. Sanborne no se lo permitirá. -Se volvió hacia MacDuff-. ¿Os habéis deshecho del cuerpo de Devlin?

El escocés asintió con un gesto de la cabeza.

– Es una de las llamadas que he hecho. Mandarán a los chicos a encargarse de la limpieza.

– ¿Ningún problema?

– Devlin ya tenía un expediente muy abultado antes de que Sanborne lo llevara a Garwood. Están dispuestos a cooperar por ahora. En la CIA se han mostrado muy preocupados al enterarse de lo ocurrido con esos hombres que fueron sometidos a un lavado de cerebro en las instalaciones de Thomas Reilly, donde recluyeron a Jock antes de enviarlo a Garwood. No quieren tener a un montón de hombres bomba deambulando de un lado a otro del país… ¿Por qué quieres que Devlin desaparezca?

– Puede que nos convenga que Sanborne ignore que nos hemos enterado de la existencia de Gorshank.

– ¿Por qué?

– Nos dará un margen de tiempo. Si no nos hemos enterado de lo de Gorshank, no nos hemos enterado de los documentos que he encontrado en su mesa.

– ¿Documentos?

– Planos de una planta depuradora de aguas. -Sonrió-. En una isla llamada San Torrano, frente a la costa de Venezuela.

– Al final, lo has encontrado -murmuró Jock-. Vaya golpe de suerte.

– ¿Sigues con ganas de ir a por Sanborne? -preguntó Royd a MacDuff-. Devlin era tu objetivo, y ha muerto.

– No me gusta que te me hayas adelantado y matado al cabrón -dijo MacDuff, con voz grave-. Ya lo creo que voy a por Sanborne. Mandó a Devlin a matar y mutilar y luego consiguió que la policía de mi propio país se volviera contra mí -dijo, entre dientes-. Y no me agrada que pisoteen mis dominios. Tendrán que mantenerse alejados de las tierras de MacDuff.

– Ahí tienes tu respuesta -dijo Jock, mirando fijo a Royd-. Y sospecho que ya tienes alguna idea acerca de cómo quieres utilizarnos.

– Yo no daría nada por sentado.

– Y una mierda.

Royd se encogió de hombros.

– He tenido una idea, pero tengo que pensármela un momento. Hay unos cuantos elementos que me disuaden.

– ¿Qué elementos? -Cuando Royd no contestó, Jock miró a Sophie un instante y luego asintió lentamente con la cabeza-. De acuerdo. Cuéntanos cuando lo hayas decidido.

– Eso haré. -Royd cogió a Sophie por el codo y la llevó hacia el coche-. Entretanto, mantened informada a Sophie de las noticias sobre Michael.

– Desde luego.

– ¿Qué elementos? -inquirió Sophie-. Deja de ser tan puñeteramente enigmático. Si conoces una manera de llegar hasta Sanborne, dímelo.

– Tengo la intención de contártelo -dijo él, con una mueca-. Como cabrón que soy, de eso no hay ninguna duda -añadió, y le abrió la puerta del coche-. Pero todavía no. Tengo que llamar a Kelly y decirle que llegaremos enseguida. Y luego esperaremos hasta saber que Michael está a salvo.

Sophie vio como desaparecían en la esquina las luces rojas traseras del coche de MacDuff y Jock.

– ¿Qué te traes entre manos, Royd?

– Lo mismo que he hecho desde que dejé Garwood -dijo, mientras llamaba a Kelly por el móvil-. Nada nuevo. Usar a cualquiera. Arriesgar la vida de todos. Todo con el fin de acabar con Sanborne y Boch. Saldremos en un vuelo desde Atlanta -añadió, cuando Kelly contestó-. Prepara la lancha y averigua todo lo que puedas sobre una isla llamada San Torrano.

– Jamás he oído hablar de San Torrano -dijo Sophie.

– Es probable que tenga el tamaño de un sello postal. Boch y Sanborne no querrían utilizar una isla demasiado conocida. -Puso el coche en marcha-. Cuanto más pequeña, mejor.

– ¿Vamos a Atlanta? ¿Podré ver a Michael?

– ¿Para qué me lo preguntas? Por lo visto, no habría manera de mantenerte alejada de él.

– Quiero decir, ¿estás seguro de que lo veré?

– Sólo Dios lo sabe.

– Royd, ¿qué diablos te ocurre? Te estás portando como un imbécil.

– ¿Qué me ocurre? Estaba recordando cómo estabas tirada en el suelo mientras Devlin se lanzaba sobre ti.

Ella frunció el ceño.

– ¿Por qué? Fue horrible, pero ya ha acabado. Jamás te habría imaginado pensando en el pasado.

– ¿Estás loca? -preguntó él, duro-. ¿Qué otra cosa hacemos? No podemos avanzar porque estamos empantanados. Sólo que esta vez casi te han tragado las arenas movedizas. Debería sacarte, dejarte en terreno firme y largarme.

Sophie apartó la mirada.

– Es verdad que me sacaste. Puede que me hayas salvado la vida. Y si te quieres largar, no puedo detenerte. Pero te seguiré. Estamos muy cerca el uno del otro.

Él guardó silencio un momento.

– Y yo no te lo impediría -dijo él, y pisó el acelerador-. Ahora, guarda silencio y déjame pensar en cómo voy a hacer para que arriesgues el pellejo esta vez.

– ¿Han cogido al niño? -preguntó Boch.

– Todavía no -dijo Sanborne-. No estaban en el castillo. Pero Franks ha interrogado a uno de los hombres de MacDuff y sabe quién se ocupaba de ellos. No tardará demasiado.

– Deja de entretenerte y haz que Franks acabe con ella de una vez -ordenó Boch, con voz amenazante-. Podemos seguir con el REM-4 que ya tenemos.

– Es demasiado arriesgado. ¿Acaso no ves que la situación ha cambiado? No pienso arriesgar mis inversiones en un producto inferior si antes puedo solucionar el problema.

– Necesito una demostración infalible y sólo tenemos una semana.

– Será tiempo suficiente. Nadie conoce el REM-4 como Sophie Dunston, y los primeros experimentos de Gorshank tuvieron éxito. Pero sencillamente no supo seguir adelante.

– E intentó engañarnos.

– Eso ya está resuelto. Deberíamos tener noticias de Devlin en cualquier momento. -Sanborne estaba harto de tener que tranquilizar a Boch-. Ahora debo irme. Tengo que ocuparme de unas cuantas cosas antes de coger el avión a la isla mañana. ¿Cuándo llegarás?

– Dentro de dos días. ¿Por qué viajas tan pronto?

– Tengo que estar ahí cuando traigan a la mujer. Estaré en contacto cuando Franks haya cogido al niño -dijo, y colgó.

Y cogerían a Sophie Dunston. Ya volvería, sumisa, cuando tuvieran al niño. Al parecer, las mujeres tenían una debilidad cuando se trataba de sus críos. Aquello siempre lo maravillaba. Incluso su propia madre había tenido esa debilidad. Hasta que había empezado a apartarse de él, cuando era adolescente. Poco después de que lo abandonara, Sanborne había aprendido a fingir esa calidez que parecía tan importante a quienes lo rodeaban, pero ya era demasiado tarde para volver a someterla a su poder. Su madre había evitado verlo hasta el día de su muerte.

Tampoco le importaba. Su madre le había enseñado una lección sobre la naturaleza humana, y especialmente sobre las mujeres.

Y ese conocimiento le sería muy valioso para tratar con Sophie Dunston.

El móvil de Royd sonó cuando él y Sophie casi habían llegado a la cabaña de Joe Quinn junto a un lago en las afueras de Atlanta. Era MacDuff.

– Campbell acaba de llamar. -Se le notaba la rabia en la voz-. Han encontrado a Charlie Kedrick, uno de sus hombres, en la aldea. Por lo visto, ha sido obra de Franks o de alguno de los suyos. Está muerto.

– Mierda.

– Y no ha sido una muerte fácil. Lo torturaron. Es probable que les haya dicho lo que querían saber. No era demasiado, pero conocía el nombre de Jane MacGuire y sabía quién era. Jane ya había estado en el castillo en otras ocasiones. Eso significa que en este momento es probable que estén buscando al niño.

– ¿Cuánto tiempo tenemos?

– Depende de lo rápido que se mueva Franks.

– Se sentirá como si hubiera quedado en ridículo así que intentará congraciarse con Sanborne.

– Entonces con suerte te quedarán sólo un par de horas. ¿Dónde estás?

– Camino a la cabaña del lago. Has dicho que Michael debería llegar pronto.

– Y Franks también. Quédate donde estás. Jock y yo llegaremos en unos cuarenta minutos.

– No, no quiero correr el riesgo de que Sophie esté cerca de Franks y sus hombres. Podría ser una masacre -dijo, y giró para ir en sentido contrario-. Daré media vuelta y me dirigiré al aeropuerto.

– ¡No! -Sophie lo cogió del brazo-. ¿Qué ocurre?

Él no contestó.

– Tú ve a la cabaña del lago, MacDuff. Dile a Jock que volveré a llamarlo enseguida. -Colgó y puso a Sophie al corriente-. Franks ha descubierto que Michael está con Jane y sabe quién es ella. Eso significa que pronto vendrá hacia aquí.

– Entonces ¿qué diablos quiere decir que no quieres exponerme al peligro? No tengo intención de partir ni de dejar a Michael ahora. Da media vuelta y volvamos.

– Después de que hablemos. -Royd paró el coche a un lado-. Y luego, si todavía quieres ir a la cabaña del lago, te llevaré. ¿Vas a escucharme?

– Quiero ir… -dijo Sophie, y calló-. Te escucho. Date prisa.

– Puede que ésta sea nuestra oportunidad. -Fijó la vista al frente-. Tenemos que llegar a San Torrano y encontrar una manera de destruir las instalaciones y el REM-4. Boch no es tonto. Habrá desplegado guardias de seguridad por toda la isla.

– ¿Y?

– Necesitamos a un hombre en el interior. -Torció los labios-. O quizá debería decir una mujer.

Ella no se inmutó.

– ¿Qué quieres decir?

– Sanborne te quiere a ti. Por eso viene en busca de Michael. Y yo propongo que te entreguemos a esos cabrones en bandeja de plata. -Cerró los ojos-. Que Dios me perdone.

La sorpresa fue para Sophie como una descarga eléctrica.

– Yo no… -Lo miró, desconcertada.

Él abrió los ojos.

– ¿Y qué esperas de mí? Ya te he dicho antes que no soy ni generoso ni civilizado. Tú prácticamente te has ofrecido como víctima propiciatoria. -Royd apretó con tanta fuerza el volante que sus nudillos palidecieron-. ¿Por qué no habría de tomarte la palabra?

Había tanto dolor y amargura en esas palabras que a Sophie le dolió escucharlas.

– Haces que parezca una psicópata. Deja de machacarte y háblame.

Él guardó silencio un momento y, al fin, una leve sonrisa asomó en sus labios.

– Puede que te entren ganas de machacarme.

– No lo sabré hasta que dejes de farfullar y me lo hayas explicado.

– De acuerdo -dijo él, con voz cortante-. Lo fundamental es que te necesitamos en la isla. MacDuff y yo podemos ocuparnos de la destrucción de la planta depuradora, pero necesitamos información para saber dónde se guardan los CDs del REM-4. No servirá de nada que nos deshagamos de esas cubas si Sanborne tiene los medios para volver a fabricarlo.

– Eso siempre lo he sabido. -Sophie intentó sonreír-. Quieres que sea otro Nate Kelly.

– Kelly no puede hacerlo. Yo tampoco.

– ¿Quieres que finja que acepto trabajar con Sanborne? No me creerá. Lo he rechazado demasiadas veces. Y aunque me deje entrar en la isla, no confiará en mí.

– Sanborne no confía en nadie. Pero bajo ciertas condiciones siempre podría darte una mayor libertad.

– ¿Qué condiciones?

– Si pensara que tiene algún poder sobre ti. -Guardó silencio-. Si creyera que puede matar a tu hijo en caso de que no hicieras lo que él quiere.

Ella abrió desmesuradamente los ojos, aterrorizada.

– ¿Quieres que le deje llevarse a Michael?

– Dios, no -dijo él, con voz áspera-. Puede que me creas un hijo de puta, pero no… He dicho si creyera que puede matar a Michael.

– ¿Y por qué habría de creer eso?

– Porque yo he ideado una manera de hacérselo creer.

– ¿Cómo?

– Más tarde entraré en detalles. Lo importante para ti es que yo me aseguraré de que Michael esté a salvo. Te doy mi palabra.

Ella se sintió mareada y asustada.

– Ya has dicho lo mismo antes.

– Y Michael sigue vivo, Sophie.

– Lo sé. Cuéntame los detalles.

– Le diré a Jock que prepare una trampa para Franks y sus hombres. Jock captura a Franks y luego hacemos creer a Sanborne que Franks tiene a Michael.

– Suena muy… sencillo. Pero no lo es.

– No, pero podemos hacerlo.

Intenta pensar con claridad, se dijo. ¿Con claridad? Su cabeza era una caótica amalgama de posibilidades, y ninguna de ellas era demasiado optimista. Miró hacia la oscuridad.

– Podría ayudar a acabar con todo, ¿no? Por fin, se acabaría la pesadilla. Es la manera más rápida de llegar a ellos. Y es nuestra mejor oportunidad.

– Sí -dijo él, con voz grave-. La más rápida y la mejor.

– ¿Y tú puedes conseguir que funcione, Royd?

– Haré que funcione.

Sophie volvió a guardar silencio un momento.

– Entonces, hagámoslo.

Royd soltó una maldición. Ella lo miró.

– ¿No era eso lo que querías?

– No. -Volvió a poner el coche en marcha-. Quería que me mandaras al infierno. Quería que me acusaras de intentar matarte y que me dijeras que no volviera a mencionarlo.

A Sophie le llamó la atención la expresión de sufrimiento que había en su rostro.

– ¿Y ayudarte a salir del apuro? Ha sido idea tuya, Royd. No puedes nadar y guardar la ropa.

– No pretendo que otros asuman mi responsabilidad. Sabía exactamente lo que hacía. Y no siento que me hayas sacado del apuro. Pero lo sufro como si fuera una cruz. -Pisó a fondo el acelerador y buscó su móvil-. Tengo que volver a llamar a Jock.

¿Qué coño era eso?

Sanborne frunció el ceño al abrir de un tirón el sobre de Envío Urgente con el nombre de Sol Devlin en el casillero del remitente.

Señor,

A estas alturas debe saber que he llevado a cabo perfectamente la tarea que me ha encomendado. Le envío los documentos de San Torrano que he encontrado en la casa de Gorshank, sabiendo que serían importantes para usted.

Estoy seguro de que querrá que ahora me ocupe de Royd. Ese hombre es un peligro para usted, y a usted debemos protegerlo. Le informaré en cuanto haya solucionado el problema.

Devlin

Sanborne lanzó una maldición y dejó caer la carta sobre la mesa. Era típico de Devlin no llamarlo por teléfono y seguir directamente con su cacería para que él no pudiera darle una contraorden enseguida. Era otra señal de una deplorable falta de verdadera obediencia. ¿Qué habría ocurrido si Sanborne hubiera decidido no matar a Royd? ¿O si hubiera querido mandar a Devlin a ayudar a Franks en Atlanta? Franks vigilaba la cabaña del lago desde el día anterior, esperando la oportunidad para dar el golpe.

No, Devlin era demasiado inestable para trabajar con nadie. Era preferible tenerlo ocupado en cazar a Royd. Le convenía deshacerse del protector de Sophie Dunston.

Sin embargo, eso no mitigó la irritación de Sanborne por la independencia de la que hacía gala Devlin. Tendría que hablar seriamente con él cuando volviera corriendo a verlo, esperando que lo felicitara por haber cumplido su misión.

Barbados.

– ¿Ya está? -inquirió Sophie-. ¿Michael está a salvo?

– No del todo -dijo Royd-. Pero lo estará pronto. Todo marcha bien, Sophie. Sanborne ha salido de su despacho esta mañana con destino desconocido.

– Me importa un rábano Sanborne en este momento. Quiero que esto acabe y que Michael esté a salvo.

Sonó el móvil de Royd.

– MacDuff. Vale. -Colgó y se incorporó-. Ya está. Tenemos que ponernos en marcha.

San Torrano.

– Tengo al niño -dijo Franks, cuando Sanborne cogió el auricular-. ¿Qué quiere que haga con él?

– ¿Ha resultado herido?

– Magulladuras.

– Bien. ¿Dónde estás?

– Todavía estoy en la cabaña del lago. -Siguió una pausa-. Tuve que matar a la mujer y a su padre, y a otros dos hombres que estaban con ellos. ¿Vale?

– Si era necesario… ¿Estás seguro en esa cabaña?

– Está aislada. Puedo ver a cualquiera que venga por el camino.

– Entonces, quédate ahí un rato. Si la situación cambia, házmelo saber.

– ¿Cómo tengo que tratar al niño?

– No más golpes. Quiero que grabes un DVD y que el chico tenga buen aspecto. -Colgó el teléfono y fue hasta el extremo del muelle para echar una mirada al Constanza, anclado a cierta distancia. Todo marchaba a pedir de boca. Durante unos días, se había puesto nervioso, pero debería haber tenido confianza en la perseverancia de Franks. Después de que acabara aquel asunto por la noche, tendría el placer de llamar a Sophie Dunston.

Le hizo señas al capitán Sonanz, en el puente.

– ¡Bienvenido a San Torrano! -gritó-. Espero que haya tenido un viaje agradable. Si empieza a descargar ahora, habrá acabado hacia medianoche, y les ofreceremos cena y bebidas. -Sonrió-. Puede darles permiso a sus hombres y venir con sus oficiales.

Barbados.

Sophie se encontraba en la lancha que Kelly había alquilado cuando recibió la llamada de Sanborne.

– Has sobrevivido mucho más tiempo de lo que me había imaginado -dijo Sanborne-. Qué suerte has tenido al haberte aliado con Royd. Seguro que te ha sido de gran ayuda. Sin embargo, ha llegado la hora de que os separéis. Ahora estarás mucho más segura lejos de Royd. Devlin ha ido a por él, y para Devlin no existe el concepto de víctimas inocentes.

– Vete al infierno.

– No me faltes el respeto. No es una manera adecuada de tratar a tu jefe.

– Me parece que eso era antes.

– No, creo que ha llegado el momento de que vuelvas al redil. Tu arrogancia me ha puesto nervioso. He sido lo bastante amable para ofrecerte una maravillosa oportunidad y tú me la has lanzado a la cara. Ahora tendré que castigarte.

– ¿De qué hablas, Sanborne?

– De tu hijo. Me parece que se llama Michael.

Sophie apretó el teléfono.

– No haré caso de amenazas. Mi hijo está a salvo.

– Tu hijo sólo está a salvo si yo quiero que lo esté. Coge un avión y ven a Caracas. Me encontraré contigo allí.

– No pienso ni acercarme a ti.

– Te daré un día. El tiempo apremia. Te mandaré un DVD a tu nombre a un apartado postal en Caracas. No te molestes demasiado por las magulladuras del pobre niño. -Colgó.

– Quiere que vaya a Caracas. -Se volvió hacia Royd-. Dice que me mandará un DVD de Michael, y que no debo molestarme por las magulladuras de Michael. Cabrón -dijo, y se estremeció.

– Pero estás inquieta. ¿Por qué? Sabes que no es verdad.

– Hablaba como el arrogante que es. -Se humedeció los labios-. Está tan seguro. Casi le he creído. -Se levantó y caminó hacia la barandilla-. Ya hemos echado a rodar el carro, Royd.

– Sí. -Royd dio unos pasos y se acercó a ella-. Si quieres, puedes volverte atrás.

– No, no puedo. -Sophie miró hacia el mar-. Háblame de San Torrano. ¿Qué ha averiguado Kelly?

– Es una isla diminuta en la costa de Venezuela, aunque ahora figura como propiedad privada de una empresa canadiense. Te aseguro que si revisamos los documentos, descubriremos que todo nos conduce a Sanborne. Tiene menos de cinco mil habitantes, en su mayoría indígenas. La actividad principal es la pesca. Los niños sólo van unos pocos años a la escuela primaria antes de empezar a trabajar.

– ¿Y la planta depuradora de agua?

– Tiene sesenta años y fue construida por el gobierno venezolano después de una epidemia de cólera que casi acabó con toda la población. La planta abastece a la isla y los nativos se cuidan mucho de beber un agua que no sea la que sale de sus grifos.

– De modo que si echan el REM-4 en el agua tienen inmediatamente a cinco mil sujetos de prueba. Hombres, mujeres, niños… -Sophie sacudió la cabeza-. Es un panorama encantador.

– Eso no ocurrirá.

– Dios mío, espero que no. ¿Dónde se encuentra esta planta depuradora?

– Según las notas y los planos de Gorshank, está situada a unos tres kilómetros de la costa occidental de la isla. Puedo llegar hasta la orilla buceando y luego colocar los explosivos. Pero tenemos que asegurarnos de que todas las cubas estén en la planta para que sean destruidas. Tú tendrás que averiguarlo -dijo, después de una pausa-. Además de averiguar dónde están los CDs del REM-4. En cuanto lo sepas, yo entraré y te sacaré de ahí.

– Si destruimos la planta, corremos el riesgo de que la población vuelva a enfermar de cólera.

– Y si no la volamos beberán REM-4 y no sabemos qué efectos tendrá en ellos. Prácticamente jamás ha sido probado. Seguro que las órdenes de Gorshank no ponían la seguridad por encima de la eficacia.

– Sí, seguro. La fórmula de Gorshank era muy concentrada -dijo Sophie, y frunció el ceño-. No lo sé, es como un círculo vicioso.

– ¿Cuál de los dos riesgos prefieres correr?

– El cólera. -La respuesta no tardó en llegar-. No sabemos qué tipo de daños cerebrales podría causar el REM-4 administrado de esa forma. Sin embargo, quizá pueda encontrar una manera de volar las cubas sin volar la planta.

– No te arriesgues. Te estarán observando. Si piensan que te tienen atrapada, te darán una cierta libertad. Pero si despiertas sospechas, te vigilarán.

Sophie apretó los labios.

– Tengo que ver si hay otro medio. No te preocupes. No te pondré en peligro a ti ni a nadie.

– Eso suena casi divertido. Tú eres la que estará en la cuerda floja.

– Entonces, deja que lo haga a mi manera. Y no seré yo quien muera si te sorprenden en la playa o a pocos kilómetros de la planta. Eres mucho más vulnerable que yo. -Se encogió de hombros con gesto cansino-. No importa. Lo conseguiremos. De una u otra manera. Sólo tengo que tener la certeza de que Michael está seguro mientras lo hacemos. -Alzó la mirada hacia Royd-. ¿Está seguro, no es así?

– Te dije que estaría seguro -respondió él, evitando mirarla.

– Entonces, ¿por qué no puedo hablar con él? -preguntó, con un gesto de impaciencia-. Sí, ya sé que me dijiste que no era seguro utilizar los teléfonos porque pueden localizar la llamada. Pero, ¿una sola llamada, sólo un momento?

Él negó con la cabeza.

– No lo estropees a estas alturas, Sophie.

Ella guardó silencio.

– Me resulta muy difícil, Royd.

– Eso es evidente. -Royd seguía sin mirarla-. ¿Acaso no confías en mí?

– No estaría aquí si no confiara en ti.

– Es un prodigio. Te dije en una ocasión que haría cualquier cosa para acabar con Sanborne y Boch. Os he puesto a ti y al niño en peligro desde el día en que nos conocimos.

– Soy una persona y tengo mi propia voluntad. Yo soy la que se ha prestado a correr el riesgo. Sí, confío en ti -dijo, tras una pausa-. Sólo dime una vez más que Michael está en lugar seguro.

– Tu hijo no sufrirá ningún daño -le aseguró él, y se giró-. Tengo que ir al puente y decirle a Kelly que zarpamos hacia Caracas.

Sophie lo vio alejarse con un sentimiento de desazón. Desde que habían dejado Estados Unidos, Royd estaba demasiado callado, casi cortante. Quizá fuera algo normal en esas circunstancias. Ella también estaba tensa, y tenía que controlar el pánico que la acechaba cuando pensaba en las horas siguientes. Sin embargo, no era pánico lo que percibía en Royd. De vez en cuando lo sorprendía mirándola, observándola.

Acabar con Boch y Sanborne lo era todo para él. Era la obsesión que lo mantenía vivo. ¿Acaso pensaba que se echaría atrás?

No lo sabía. Aquellos días, Royd era un enigma, y ella no tenía ni la energía ni la concentración necesaria para descifrar de qué se trataba. No era el momento para empezar a analizar cada uno de sus estados de ánimo y sus movimientos. Ella le había dicho que confiaba en él, y era verdad. Ese nerviosismo que sentía no tenía nada que ver con Royd sino con el enfrentamiento que le esperaba en los próximos días.

Tenía que confiar en él.

Caracas.

Sophie cogió el reproductor portátil de DVD e insertó el disco.

– ¿Mamá?

Oyó la voz de Michael antes de que en la imagen apareciera su cara.

Dios mío.

Michael tenía una herida en la mejilla izquierda y el labio superior tenía un corte y estaba hinchado. Parecía aterrado. Michael intentó sonreír.

– Estoy bien, mamá. No tengas miedo. Y no dejes que te obliguen a hacer algo que no quieras hacer.

Las lágrimas le ardían en los ojos.

– Tengo que irme. -Michael miraba a alguien fuera de cámara-. No les ha gustado lo que he dicho. Pero lo he dicho en serio. No los dejes…

La cámara se apagó y el disco llegó a su fin.

Sophie se apoyó en la mesa, sintiéndose barrida por oleadas de pánico. Si Michael estaba actuando, merecía un Óscar. Esas magulladuras…

Confía en mí, había dicho Royd. Maldito seas, Royd.

«Confía en mí».

«No te desmorones ahora. Él le había dicho que el DVD sería auténtico. Tenía que pasar la inspección de Sanborne. Las magulladuras…»

Sonó su móvil.

– Has tenido tiempo para ver nuestra película casera. ¿Te ha gustado?

– Hijo de puta. -Sophie no podía impedir que la voz le temblara-. Es sólo un niño.

– Por lo visto, no te ha gustado -dijo Sanborne-. Creo que el niño ha dado muestras de un gran valor. Deberías estar orgullosa de él.

– Estoy orgullosa de él. Quiero que lo dejes ir.

– A su debido tiempo. Cuando tengamos éxito con la primera prueba del REM-4.

– Ahora.

– Nada de exigencias. Las exigencias me irritan -dijo él, y guardó silencio-. Cada día que te niegues a ayudarme recibirás un nuevo vídeo de tu hijo. Empezaré con magulladuras y luego seguiré con otras partes del cuerpo. ¿Me entiendes?

Sophie empezaba a marearse.

– Entiendo.

– Así está mejor. Mandaré a uno de mis hombres a buscarte a la plaza Bolívar esta noche a las seis. Te traerá a la isla. Sé puntual. No quiero tener que hacer una llamada telefónica que te pondría muy triste. -Colgó.

Sophie desconectó el móvil.

Se sintió paralizada. Tenía que ponerse en marcha. Debía encontrarse con Royd en la calle lateral junto a la oficina de correos. Había venido sola, en caso de que la observaran, pero ahora Royd tenía que enterarse del DVD y de la llamada de Sanborne.

Sin embargo, no podía enfrentarse a él si antes no se controlaba. En ese momento, se sentía completamente dominada por el pánico. Tenía que concederse un momento para recuperar la calma.

Si confiaba en Royd, ¿por qué estaba tan aterrada creyendo que ese DVD era auténtico?

Confía en él. Confía en él. Confía.