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Tierras de MacDuff.
Seis meses después.
– Sophie.
¡Por fin llegaba!
Volvió la espalda al mar y vio a Royd, que se acercaba por el sendero. Se movía rápido, decidido, con una expresión que revelaba su intensidad. El corazón le latía tan rápido que al principio no pudo hablar.
– Tienes muy buen aspecto. -Intentó que la voz no le temblara-. ¿Cómo te sientes?
– Estoy muy cabreado. Me desperté al día siguiente en aquel hospital y me dijeron que habías abandonado el país. ¿Por qué?
– Me di cuenta de que no podía quedarme.
– Por Michael.
– Ésa era una de las razones. Michael me necesitaba más que tú.
– Bah, no sé si creérmelo -Royd calló un momento-. ¿Cómo está?
– Está bien. Sólo ha sufrido dos episodios en el último mes. Creo que ha pasado una página de su vida.
– Estupendo. ¿Y cuál fue el otro motivo por el que me dejaste?
– La otra razón era más personal. Estaba confundida y necesitaba tiempo para aclarar las ideas.
– Sin mí.
– Sin ti. Me cuesta pensar con claridad cuando estás cerca.
– Me parece bien.
Ella lo miró a los ojos.
– Tú también necesitabas ese tiempo. Te merecías un espacio para respirar. Te merecías la posibilidad de marcharte lejos de mí y olvidar que existía. Olvidar todas las cosas malas que yo introduje en tu vida.
– También me has traído muchas cosas buenas. ¿Cuánto tardaré en convencerte de que estamos en paz? -preguntó Royd, pero no esperó la respuesta-. Así que conseguiste que MacDuff os trajera a ti y a Michael aquí y me dijera que me mantuviera lejos de ti.
– Hasta que estuviera preparada para ti -dijo ella, sonriendo-. Tenía otras cosas que hacer cuando me aclaré. Jane MacGuire y yo hemos conseguido reunir una buena parte del dinero necesario para reconstruir esa planta depuradora en San Torrano. Jane es una gran mujer.
– Eso tengo entendido -dijo él, y calló-. Sabes que estuve a punto de organizar una operación comando para hacer volar por los aires este lugar.
– Pero no lo hiciste.
– Pensaba darte un mes más para que me extendieras una invitación. -Hizo una mueca-. Puede que, al fin y al cabo, empiece a civilizarme.
– Eso no ocurrirá. Pero eres inteligente y sabes que tenía un motivo para hacerlo.
– Será tu motivo. Yo no necesitaba tiempo. Sabía lo que quería. -Se acercó un paso-. ¿Y esta vez, voy a conseguir lo que quiero?
– ¿Qué quieres? ¿Sexo?
– Sí, y que tú me hables de ti y me permitas conocerte. Y que los dos vivamos juntos y hagamos cosas juntos, como ir al cine, salir de compras o ir a los partidos de fútbol de Michael.
– Michael. Te has dado cuenta, entonces, de que el trato incluye el paquete completo.
– No soy tonto. Conseguiremos que funcione. Él es parte de ti. -Royd estaba a menos de un metro de ella-. Así como yo voy a ser parte de ti. Cada vez que respires, con todo lo que hagas. ¿Te asusta?
– ¿A ti te asusta?
– Me asustó cuando entendí lo que sentía por ti. Ahora me he acostumbrado. -Royd respiró hondo-. Yo… te… amo -declaró sacudiendo la cabeza-. Dios, qué difícil ha sido decirlo. Espero que merezca el esfuerzo.
Ella se sintió feliz.
– Oh, ya lo creo que lo merecía.
– No tienes por qué decirlo. El amor significa diferentes cosas para cada persona. Tendrás que acostumbrarte a mí. Después de nuestro primer año de vida juntos, lo hablaremos.
– Qué generoso eres -dijo Sophie. Le cogió la cara con ambas manos, en un gesto de ternura, y lo miró con una sonrisa luminosa-. Pero creo que hablaremos de ello ahora mismo.