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Capítulo 3

– He hablado con MacDuff dos veces en los dos últimos días -dijo Jock cuando Sophie contestó el teléfono-. Quiere que vuelva a casa.

Sophie intentó disimular la natural reacción de decepción. Al fin y al cabo, ¿no era lo que ella deseaba?

– Entonces, vete. No te necesito. Esperaba que, al no haber aparecido por aquí en los últimos días, me hubieras tomado la palabra.

– Deja de intentar deshacerte de mí. Le he dicho a MacDuff que volvería a casa si las cosas salían bien. Eso todavía no ha ocurrido. Te estás portando como una testaruda. ¿Qué tal está Michael?

– Anoche tuvo un episodio, pero lo desperté muy rápido.

– Vaya. Las cosas no son nada fáciles. Dile que vendré mañana para llevarlo a ver esa peli de ciencia ficción que quería ver. O podríamos ir a comer a Check E. Cheeses, si tiene ganas.

– Jock, yo lo llevaré. Michael no necesita un hermano mayor. Vete a casa -dijo Sophie, y guardó silencio un momento-. Su padre le ha preguntado por ti.

– Bien. Tal vez lo estimule un poco de competencia por el afecto del hijo. No admiro tu elección de marido, en este caso. Es un milagro que Michael haya salido bien parado.

– Dave tiene muchas cualidades.

– Pero he observado que le importa más el dinero que cuidar de Michael.

– El dinero es importante para Dave, pero también lo es Michael.

– No vamos a discutir por eso ahora -dijo Jock-. He ido a las instalaciones -dijo, después de una pausa-. Tienen mucha prisa en cargar esos camiones con todo lo que no esté clavado al suelo. Puede que hayas puesto nervioso a Sanborne. Los hombres nerviosos son impredecibles. Hay más cosas de las que tenemos que hablar. Invítame a una taza de té cuando traiga a Michael a casa.

– Ni te lo pienses.

– Pensándolo bien, creo que vendré enseguida. Tengo que empezar a trabajar contigo. Te vuelves cada vez más testaruda a medida que pasa el tiempo.

– Cerraré la puerta con llave. Vuelve a Escocia.

Jock oyó su risilla antes de colgar.

Sophie sonrió después de colgar y se quedó pensando. No debería experimentar aquel sentimiento de alivio. No era justo que obligara a Jock a quedarse, y no lo obligaría. Llamaría a MacDuff y le pediría que ejerciera más presión sobre Jock. A ella, desde luego, no le hacía ningún caso.

Lo haría al día siguiente.

Era tarde y tenía una cita a las ocho de la mañana. Se alejó por el pasillo y fue a echar una mirada a Michael. Por favor, duerme profundo y tranquilo, hijo mío. Cada noche es un regalo.

Cerró cuidadosamente la puerta y volvió sobre sus pasos para preparar la cafetera de la mañana siguiente. Necesitaba toda la cafeína que podía consumir para funcionar aquellos días.

Fue a su habitación y extendió el brazo para encender la luz.

Un brazo la cogió por el cuello.

– Si gritas, te rompo el cuello, puta.

Dios mío.

Sophie no gritó. Le lanzó al hombre un fuerte codazo en el vientre, al tiempo que le propinaba una patada en la espinilla.

Él soltó un gruñido y, por un momento, el abrazo se aflojó. Sophie se soltó de un tirón y corrió hacia el mueble donde guardaba el arma que Jock le había dejado.

Cayó de rodillas cuando él le hizo un placaje antes de recorrer la mitad del camino. Ahora estaba encima de ella y la cogió por el cuello con ambas manos.

Dolor.

Sophie no podía respirar.

Intentó desesperadamente separarle los dedos.

Dios mío, no podía morir.

Michael…

Lo escupió en la cara.

– ¡Puta! -El hombre soltó una mano para darle una bofetada. Ella giró la cabeza y le hincó los dientes en la otra mano. Sintió el sabor cobrizo de la sangre. Y luego, su grito de rabia y dolor.

Logró zafarse por debajo. Él la cogió por el pelo antes de que pudiera doblar las rodillas.

Algo metálico brilló en su mano. Una navaja. La muerte. ¡No!

Se quedó mirando su rostro contorsionado por la rabia mientras luchaba por librarse. Horrible, demasiado horrible.

– ¿Asustada? -preguntó él, con el aliento entrecortado-. Deberías estarlo. Te habría sido más fácil… -El hombre abrió desmesuradamente los ojos y arqueó todo el cuerpo-. ¿Qué…?

Sophie vio la punta de la daga que le asomaba en el pecho.

Tenía los ojos vidriosos cuando empezó a trastabillar hacia ella, pero fue lanzado hacia un lado por un hombre que estaba a su espalda. ¿Jock?, se preguntó Sophie, en medio de una nebulosa.

– ¿La ha apuñalado?

Pero entonces vio que no era Jock. Era un tipo alto y musculoso, pelo oscuro muy corto. Su talante era tan inexpresivo como su rostro anguloso.

Se miró la blusa salpicada de sangre.

– No, debe de ser la sangre de él.

Él lanzó una mirada al hombre caído.

– Supongo que sí. ¿Quién es?

Ella se obligó a mirar la cara de su agresor. Pelo castaño y ralo, los ojos totalmente abiertos en un rostro triangular.

– No lo sé -murmuró Sophie-. No lo he visto en mi vida.

– Ya veo. ¿El tío ha entrado sin más a cortarle la yugular? -inquirió el hombre, con tono escéptico.

Sophie se dio cuenta de que temblaba. Se sentía débil, vulnerable y enfurecida.

– ¿Quién diablos es usted?

– Matt Royd. Puede que el nombre le diga algo.

– No.

Él se encogió de hombros.

– Pero claro, supongo que han sido muchos los que han pasado por sus manos.

– No sé de qué me habla.

– La habitación de su hijo está al fondo del pasillo, ¿no? -preguntó el hombre, que empezaba a girarse hacia la puerta. Ella se incorporó de un salto.

– ¿Cómo lo sabe? Ni se le acerque.

– He hecho un breve reconocimiento antes de ver a su amigo forzando la ventana. Pero si hay alguien a quien usted ha enfadado, puede que haya decidido…

– Acabo de dejar a Michael -dijo ella.

Pero alguien podría haber entrado en su habitación mientras ella luchaba, pensó, presa del pánico. Pasó junto a Royd, empujándolo a un lado y corrió por el pasillo. Abrió de golpe la puerta de Michael. La habitación estaba bañada en la tenue luz de la noche, pero Sophie vio a Michael dormido y a salvo en la cama.

Quizá…

Tenía que asegurarse. Cruzó a toda prisa la habitación. Michael respiraba con ritmo regular y dormía profundamente. No tan profundamente, porque abrió los ojos adormecidos.

– ¿Mamá, pasa algo?

– Hola -dijo ella, con voz suave-. Todo va bien. Sólo estaba mirando. Vuelve a dormirte.

– Vale… -Cerró los ojos-. ¿Has estado cocinando? Tienes ketchup en la blusa.

Sophie se había olvidado de la sangre.

– Salsa para la pasta. Mañana por la noche tengo espaguetis. He dejado la cocina hecha un desastre. Buenas noches, Michael.

– Buenas noches, mamá.

Sophie dio media vuelta y salió de la habitación. Royd estaba en el pasillo.

– Al parecer, está bien.

Ella asintió con un gesto seco mientras cerraba la puerta.

– ¿Cómo ha entrado en mi casa?

– Por la puerta de atrás.

– Estaba cerrada con llave.

– Una buena cerradura. He tardado unos cuantos minutos en abrirla.

– ¿Se dedica a robar casas?

Él frunció los labios.

– Cuando me lo ordenan. He hecho un poco de todo, y muchas de las actividades practicadas por el hombre que iba a cortarle el cuello. Es lo que se me daba más fácil. He tenido entrenamiento y experiencia antes del REM-4.

Sophie se tensó.

– ¿Qué?

– El REM-4. -El hombre la miró fijamente a los ojos-. No finja que no sabe de qué hablo. En este momento, estoy un tanto cabreado. No se necesitaría demasiado para hacerme perder la calma.

– Salga de mi casa -dijo ella, con tono neutro.

– ¿No me da las gracias por salvarle la vida? Qué maleducada. -El hombre apretó los labios-. Si colabora, puede que haga desaparecer ese cadáver que hay en su habitación. Soy bueno en ese tipo de cosas.

– ¿Cómo sabe que no llamaré a la policía? Ese hombre ha entrado ilegalmente en mi casa -dijo, mirándolo fijo-. Igual que usted.

– ¿Es una amenaza? -preguntó él, con voz suave-. No me gustan las amenazas.

Sophie se estremeció con un miedo profundo. Dios mío, aquel tipo le daba más miedo que el maniático de su habitación.

Es usted el que me amenaza. Ha entrado en mi casa. ¿Cómo sé que si el hombre no me hubiera atacado, no lo habría hecho usted?

– No lo sabe. Todavía puedo hacerlo. Es muy tentador. Pero intento controlarme. Si me da lo que quiero, tendrá la posibilidad de sobrevivir.

Sophie sentía el corazón tan acelerado que casi no podía respirar. Se apoyó contra la pared.

– Salga de aquí -ordenó.

– Está asustada. -El hombre dio un paso adelante y le puso las manos sobre los hombros que ella apoyaba en la pared-. Tiene derecho a estarlo. Sería una lástima que el niño perdiera a su madre por ser una testaruda.

Estaba a pocos centímetros de ella, y Sophie se sintió atrapada. El hombre la miraba con sus ojos azules y brillantes. Una mirada dura, fría como el hielo.

– ¿Quién lo ha mandado?

– Pero si ha sido usted misma -dijo él, sonriendo.

– Y una mierda. -Sophie le lanzó una patada a la entrepierna y se escabulló por debajo de su brazo cuando el dolor lo hizo doblarse en dos. Corrió hacia la puerta principal. Tenía que salir de ahí. Conseguir ayuda. No tenía tiempo para pensar.

Royd estaba justo detrás de ella cuando abrió la puerta de un tirón.

Y cayó en brazos de Jock.

Sophie intentó empujarlo a un lado.

– Jock, ten cuidado. Está…

– Shh, ya lo sé.-Jock miró por encima de su hombro y la apartó suavemente-. ¿Qué ocurre, Royd?

Royd se paró en seco y le lanzó una mirada de cautela.

– Dímelo tú, Jock. No esperaba encontrarte aquí. ¿Pretendes decirme que tú has llegado antes? Ni lo pienses.

Sophie miraba, asombrada.

– ¿Os conocéis, Jock?

– Se podría decir que sí. Fuimos a la misma escuela -dijo, y miró fijamente a Royd-. Te has equivocado de pista. Ella no es la que buscas.

– Y una mierda que no -dijo Royd, irritado-. Su nombre estaba en los archivos de Sanborne. En los antiguos y en los actuales.

– ¿Cómo lo sabes?

– Nate Kelly. Es un hombre legal. No comete errores.

– Eso no significa que quizá no haya interpretado incorrectamente algo que ha descubierto. -Jock se giró hacia Sophie-. ¿Michael está bien?

Ella asintió con gesto tembloroso.

– Pero hay un hombre muerto en mi habitación.

Jock miró a Royd.

– ¿Uno de los tuyos?

– No suelo matar a mis propios hombres -dijo Royd, con una mirada de sorna-. Llegó antes que yo. Pensaba cargársela. Y yo no podía permitirlo. La necesitaba.

Jock la miró a ella.

– ¿Sophie?

– Él lo mató.

– ¿Quién es el hombre al que ha matado?

– No lo sé -dijo ella, sacudiendo la cabeza.

– Entonces será mejor que eche una mirada. -Cogió a Sophie por un brazo-. Ven. No podemos quedarnos aquí en el porche. No te conviene que los vecinos vengan a curiosear.

Ella no se movió. Tenía la mirada fija en Royd.

– No te hará daño -dijo Jock-. Ha habido un malentendido.

– ¿Un malentendido? Acaba de matar a un hombre.

– Y le he salvado el pellejo -añadió Royd, con voz seca.

– Al parecer, para sus propios fines.

– Absolutamente.

– Royd, no es ella a quien buscas -repitió Jock-. Si me das una oportunidad, te lo explicaré. Entretanto, no te metas.

Royd se tensó visiblemente.

– ¿Me estás amenazando?

– Sólo si no das un paso atrás. Pero sería una tontería que nos enfrentáramos. Estamos en el mismo bando. De hecho, estos últimos días he estado intentando averiguar tu paradero -dijo, con una mueca-. Y no sé si podría enfrentarme a ti. MacDuff ya se ha percatado de que no he tenido ocasión de practicar en mucho tiempo. Y tú has vivido una vida que, decididamente, te mantiene en forma.

– No me vengas con chorradas -dijo Royd-. Tú eras el mejor y eso no se olvida.

– Estamos en el mismo bando -insistió Jock-. Dame un poco de tiempo y te lo demostraré.

Royd no quería hacer lo que Jock le pedía, pensó Sophie. Sentía la tensión, la violencia que latía bajo la superficie. Por un momento, pensó que aquella violencia explotaría. Y, de pronto, Royd se giró bruscamente y se alejó por el pasillo.

– Échale una mirada al cuerpo. Si era un profesional, se ha dejado llevar por la emoción. Estaba tan cabreado con ella que no me oyó acercarme por detrás.

– No quiero a este Royd en mi casa, Jock -dijo Sophie-. No me importa lo que tengáis entre vosotros. Pero no quiero que nos afecte ni a mí ni a mi hijo.

– Ya lo creo que les afectará. -Royd se giró, con la mirada encendida-. Está metida en esto hasta el cuello y todo lo que yo haga a partir de este momento le afectará. Será mejor que ruegue para que crea lo que Jock quiere contarme. No es demasiado probable.

– Tranquila. -Jock hizo entrar a Sophie en la casa y cerró la puerta-. Sophie, prepara un café mientras nos ocupamos de este intruso. Diría que un café te sentará bien.

– Quiero ir con… -Era mentira. No quería volver a ver al asesino con el maldito cuchillo asomándole por el pecho. Y no serviría de nada-. Iré a ver de nuevo a Michael y nos veremos en la cocina.

Diez minutos más tarde, preparaba el café e intentaba recuperar la compostura. Dios mío, temblaba tan violentamente que no iba a ser capaz de sostener la taza. Era la reacción a lo ocurrido que se estaba a poderando de ella. En unos minutos, se le pasaría. Cerró los ojos y respiró profundamente. Después de la muerte de sus padres, había vivido periodos en los que perdía el control, pero ahora era fuerte y aquel hombre no significaba nada para ella excepto una amenaza.

La sangre que brotaba de aquella maldita herida. No tenía sentido. No tenía ningún sentido. Ningún sentido.

No, no perdería el control. Ahora estaba bien.

– ¿Sophie? -Era Jock, que entraba en la cocina.

Ella abrió los ojos y asintió con un gesto de la cabeza.

– Estoy bien. Supongo que me ha traído de vuelta unos cuantos recuerdos.

– ¿Qué recuerdos? -preguntó Royd, que entró en la cocina después de Jock.

Ella le lanzó una mirada fría.

– Nada que le concierna.

– Ve al baño y cámbiate. -Jock le pasó una blusa blanca que le había traído. -Pensé que no tendrías ganas de entrar en tu habitación en estos momentos.

– Gracias. -Sophie cogió la blusa y pasó al lado de los dos hombres al salir de la cocina.

Royd estaba apoyado en el vano de la puerta, y ella procuró no tocarlo. Sin embargo, sintió la tensión, percibió la pasión de la emoción que lo electrizaba. No quería lidiar con esa pasión antes de haber recuperado la serenidad. Que Jock tratara con él. Que Jock lo sacara de su casa.

Se lavó, se cambió la blusa y se cepilló brevemente el pelo. Luego se dio un minuto para intentar bloquear de su mente la imagen del cadáver en su habitación. No dio resultado. No debiera dar resultados. Tenía que enfrentarse a lo que había ocurrido y también tendría que enfrentarse con Matt Royd. «Así que deja de lamentarte y plántale cara».

Jock y Royd estaban sentados a la mesa de la cocina cuando ella entró. Royd parecía tan relajado como un tigre al que se obliga a mantener el equilibrio encima de un taburete. Un tigre, sí. Era un símil adecuado.

– Te he servido café -dijo Jock, señalando la silla a su lado-. Siéntate. Tenemos que hablar con Royd.

Ella sacudió la cabeza.

– Siéntate -repitió Jock-. Tienes suficientes líos, tal como están las cosas. No te conviene ver a Royd como una amenaza.

Ella vaciló pero, al final, lentamente, se sentó.

– ¿Has reconocido al hombre de mi habitación?

Jock negó con la cabeza.

– Y Royd tampoco. Pero puede que sepamos pronto quién es. Le ha sacado una foto con su teléfono móvil y se la ha mandado a su contacto en las instalaciones de Sanborne.

Ella se puso muy tensa.

– ¿A su contacto?

– Contrató a un tipo para que trabajara en secreto y consiguiera información de los archivos de Sanborne. Trabaja en la sala de vigilancia de la central de seguridad de la planta.

– ¿Y por qué ha hecho eso?

– No le gusta Sanborne -dijo Jock-. Diría que lo odia con la misma intensidad que tú.

– ¿Por qué? -Sophie buscó con la mirada en la expresión de Jock mientras recordaba lo que Royd le había dicho en esos momentos en su habitación. Y luego Jock había dicho que habían ido a la misma escuela. Sintió que las náuseas se apoderaban de ella-. ¿Otro como tú? ¿Cómo tú, Jock?

Jock asintió con un gesto de la cabeza.

– Circunstancias algo diferentes, pero más o menos con los mismos resultados.

– Dios mío.

– No estamos hablando de mí -dijo Royd-. Hasta ahora, no he oído nada que me convenza de que ella no trabaja para Sanborne, Jock.

Éste guardó silencio un momento.

– Hace dos años, su padre mató a su madre, intentó matar al hijo de Sophie y acabó disparándole a ella antes de pegarse un tiro. Aparentemente, no había ningún motivo. Fue un arrebato inesperado.

La mirada fría de Royd se volvió hacia Sophie.

– ¿Uno de sus experimentos que salió mal?

– No. -Sophie sintió que el estómago se le retorcía-. Dios mío, no.

– Eres duro -dijo Jock, con voz queda-. Demasiado duro, Royd.

Éste no había dejado de mirar a Sophie.

– Es posible. ¿Cómo sabemos que no se trataba de uno de sus experimentos?

Ella sacudió la cabeza.

– Yo nunca habría… Yo lo quería. Los quería a los dos.

– Y no tenía la culpa de nada. Su nombre figuraba destacadamente en el archivo de Sanborne sobre los primeros experimentos del REM-4, pero no significaba nada.

– No he dicho eso. -Sophie buscó ciegamente el café que tenía delante-. Significaba algo. Significaba todo.

– ¿Por qué? ¿Cómo?

Sophie se sentía como si Royd la golpeara, la desgarrara.

– Fue culpa mía. Todo aquello era…

– Tranquila, Sophie. -Jock estiró una mano y le cogió a Sophie la suya-. Puedo contárselo más tarde. No tienes por qué pasar por esto.

– No puedes protegerme -dijo ella, y se humedeció los libios-. Y no puedo ocultarme de lo que hice. Tengo que enfrentarme a ello todos los días. Cada vez que miro a Michael y sé que… -balbuceó, y alzó la mirada para encontrarse con el rostro de Royd-. Y nada de lo que usted pueda decir me hará sentir peor de lo que me siento ahora. Puede reabrir la herida, pero no será más profunda. ¿Quiere saber lo que ocurrió? Yo era joven e inteligente y creía que podía cambiar el mundo. Acababa de licenciarme en medicina y empecé a trabajar en la empresa farmacéutica de Sanborne. Me aseguraron que podría dedicarme plenamente a la investigación que había seguido en paralelo a mis estudios de medicina. Tenía un doctorado en química y otro en medicina, y había comenzado a especializarme en trastornos del sueño porque mi padre había sufrido de insomnio y de terrores nocturnos a lo largo de casi toda mi infancia. Creí que podía ayudarle a él y a otros como él.

– ¿Cómo?

– Desarrollé un proceso para inducir químicamente en el sujeto de forma inmediata el estado de REM-4, el nivel más psicológicamente activo del sueño. Mientras se encontraba en ese estado, también era posible sugerirle al sujeto cosas para estimular los sueños agradables en lugar de los terrores nocturnos, incluso para curarlos del insomnio. Sanborne estaba muy ilusionado y entusiasmado. Me engañó para que pasara por encima de la FDA y me instalara en Amsterdam para hacer pruebas. Quería que se mantuviera en absoluto secreto hasta que estuviéramos seguros de que los resultados fueran tan prometedores como esperábamos. No tuvo que esforzarse demasiado para convencerme de ir por la vía rápida. Yo sabía que la FDA tardaba siglos en aprobar cualquier medicamento y tenía una confianza sin fisuras en la seguridad del proceso. Las pruebas resultaron ser sumamente exitosas. Personas que habían sido víctimas de terrores nocturnos toda su vida se liberaron de sus miedos. Se convirtieron en personas felices, más productivas, sin sufrir efectos secundarios visibles. Yo me creía en el cielo.

– ¿Y?

– Sanborne dijo que teníamos que disminuir el ritmo. Me relevó de la dirección de las pruebas e intentó convencerme de que le entregara las investigaciones que había llevado a cabo para el perfeccionamiento del REM-4. Cuando me negué, me marginó del proyecto. Yo estaba furiosa y me sentía frustrada, pero no sospeché de ninguna actividad criminal. -Sophie hizo una pausa-. Sin embargo, quería saber cómo iban las pruebas, así que una noche fui al laboratorio y miré los archivos. -Respiró con dificultad-. Puede imaginarse lo que encontré. Se estaban aprovechando de la vulnerabilidad que provocaba el fármaco para desarrollar el control mental. Descubrí una correspondencia entre Sanborne y un general, un tal Boch, acerca de las ventajas que ese control podría brindar en tiempos de guerra. Fui a ver a Sanborne y le dije que renunciaba, que me llevaba mi investigación y que me largaba. Estaba furioso, pero al cabo de un rato me dio la impresión de que se calmaba. Al día siguiente había dos abogados llamando a la puerta de mi casa. Me dijeron que ya que estaba contratada por Sanborne en aquel entonces, legalmente la investigación le pertenecía. Yo podía firmar un documento de renuncia o ir a juicio. -Sophie sonrió con los labios torcidos-. Ya se imagina qué posibilidades tenía contra los halcones de Sanborne, unos abogados implacables. No quise seguir adelante con la investigación. Era claro que, potencialmente, era demasiado peligrosa. Pero tampoco quería que Sanborne siguiera en la dirección que él había trazado. Le dije que iría a los medios de comunicación a denunciar lo que se proponía si seguía con los experimentos de control mental. Él dijo que estaba de acuerdo. Yo creí que había ganado. Conseguí otro empleo en un hospital universitario en Atlanta e intenté dejar todo aquello en el pasado.

– ¿Sin tener pruebas de que Sanborne estaba cumpliendo su palabra?

– Tenía amigos en el laboratorio. Había grandes probabilidades de que me lo dijeran si no cumplía.

– ¿Probabilidades?

– De acuerdo, me porté como una ingenua. Debería haber ido a los medios enseguida. Pero me había pasado la mayor parte de mi vida adulta estudiando medicina, y no quería estropear mis posibilidades. Aquellos abogados habrían hecho picadillo mi carrera profesional y mi vida -dijo, y respiró hondo-. Y los experimentos cesaron. Lo verifiqué periódicamente durante los seis meses siguientes, hasta que el proyecto se cerró.

– ¿Y después de los seis meses?

Sophie apretó la taza que tenía en las manos.

– Después de eso, ni siquiera tuve que preocuparme de que mi vida me fuera a explotar en la cara, porque ya había explotado. Un día fui a pescar con mi padre y mi madre. Jock le ha contado lo que ocurrió. Mi padre se volvió loco. En un momento dado, era cariñoso y estaba perfectamente sano y, al momento siguiente, acabó con la vida de la mujer a la que había amado casi toda su vida. Habría matado a mi hijo si yo no me hubiera interpuesto. La bala le dio a Michael de todas maneras, pero pasó a través de mí y fue desviada. Me desperté al día siguiente en el hospital. Me derrumbé cuando me enteré de lo ocurrido. No tenía sentido. Cosas como ésas no ocurrían. Acabé en un hospital psiquiátrico unos cuantos meses. -Sophie apretó los puños-. Fui débil y debería haberme conservado entera para ayudar a Michael, pero Dave nunca me dijo que tenía problemas. Yo tendría que haber estado a su lado.

– Fueron dos meses, Sophie -dijo Jock, con voz queda-. Y tú misma tenías unos cuantos problemas.

– No soy una niña -dijo ella, con voz dura-. Soy su madre y debería haber estado a su lado.

– Muy conmovedor -dijo Royd-. Pero me gustaría que volviéramos a Sanborne.

Dios, aquel tío era un cabrón, y era duro.

– Lamento hacerle perder su tiempo. No intentaba ganarme su simpatía -siguió Sophie-. No creo que la tenga. En realidad, nunca nos libramos de Sanborne. -Se llevó la taza a los labios-. Cuando estaba en ese hospital psiquiátrico, la única manera que tenía de sobrevivir era intentar entender qué había ocurrido. Me parecía increíble que mi padre de pronto se hubiera vuelto loco. Era un hombre… maravilloso, generoso y normal, en todos los sentidos -dijo, y guardó silencio-. Con la excepción de los trastornos del sueño que sufría desde que era un niño. Pero incluso esos problemas estaban mitigándose en los últimos meses. Había empezado a ver a un especialista nuevo, el doctor Paul Dwight. Lo investigué y vi que era un hombre muy respetado. Mi padre lo iba a ver con mucha más frecuencia que al último terapeuta y parecía que daba buenos resultados. Dormía bien por la noche y los terrores nocturnos eran menos frecuentes. Mi madre estaba muy contenta por él. Aquel último día parecía más descansado y contento de lo que yo recordaba haberlo visto. Y luego recordé lo descansados y contentos que parecían aquellos voluntarios en Amsterdam cuando seguían la terapia REM-4. -Sophie sacudió la cabeza-. Pensaba que había llegado a conclusiones falsas, que imaginaba y hacía conexiones ahí donde no existía nada. Pero tenía que asegurarme. Al fin y al cabo, ¿no sería la manera perfecta de deshacerse de mí? No tengo la menor duda de que mi padre habría vuelto el arma contra mí si antes no hubiera encajado la bala destinada a Michael. Todo el mundo ha oído hablar de locos que matan a toda su familia y luego se suicidan. Una tragedia familiar. No hay ningún asesino misterioso que justifique una investigación. Yo habría desaparecido y Sanborne tendría la libertad de seguir adelante con sus planes para el REM-4.

– ¿Y qué hizo usted?

– Cuando salí del hospital, revisé los papeles de mi padre y conseguí el nombre de su terapeuta. Llamé para pedir una cita. El teléfono había sido desconectado. El médico había muerto en un accidente de coche tres semanas antes.

– Qué conveniente -murmuró Jock.

– Fue lo que yo misma pensé. Contraté a un detective privado para que intentara establecer alguna conexión entre el doctor Dwight y Sanborne. Lo único que encontró fue una reunión en una convención en Chicago ese mismo año. Y unos ingresos bancarios que sumaban cerca de medio millón de dólares que Dwight hizo a intervalos regulares durante los últimos meses.

– No es concluyeme.

– No para un tribunal, pero lo era para mí. Me daba una pista, una cuerda de la que tirar en las arenas movedizas. Pero tenía que saber más. Todavía tenía amigos en la empresa de Sanborne, y empecé a hacer preguntas. Me aseguraron que en aquellas instalaciones ya no se llevaban a cabo experimentos. La sección se había cerrado por completo y el personal había sido destinado a otros proyectos. No me lo creí. Le pedí a mi amiga, la doctora Cindy Hodge, que echara una mirada y viera qué podía averiguar. -Sophie volvió a hacer una pausa-. Encontró una lista de nombres. Y encontró un lugar. Garwood, Dakota del Norte. -Sophie calló al percibir el cambio en la actitud de Royd-. ¿El nombre le dice algo?

– Oh, sí, conozco bien Garwood -dijo éste, y le lanzó una mirada a Jock-. ¿Y tú?

– Mi entrenamiento fue diferente al tuyo. Ni siquiera recordaba Garwood, hasta el año pasado, cuando empecé a recuperar la memoria. -Asintió mirando a Sophie-. Y ella me refrescó esos recuerdos cuando me buscó.

– ¿Ella te buscaba? -preguntó Royd.

– ¿Creías que era yo el que la buscaba a ella? Intentaba entender quién era y quién soy. No me liberé tan rápidamente como tú.

– Yo llevaba mucho tiempo en Garwood antes de que tú llegaras. Y no me pareció rápido -afirmó Royd-. No más rápido que luchar para salir del infierno.

– ¿No habéis estado juntos en Garwood? -preguntó Sophie-. No lo entiendo.

– A Jock lo llevaron a Garwood respondiendo a la solicitud de Thomas Reilly, que entrenaba a sus propios zombis -dijo Royd-. Reilly pagaba a Sanborne por usar el REM-4 con el fin de manipular la voluntad de Jock y de otras víctimas. Pero también estaba experimentando con otros métodos, y Sanborne no era más que un instrumento.

– ¿Y usted?

– Oh, yo fui un regalo del general Boch a Sanborne cuando inauguraron el laboratorio de Garwood -dijo Royd, y sonrió desganadamente-. El general se quería librar de mí y, para hacerme desaparecer, no pensó en mejor solución que mandarme al laboratorio de su amigo en Garwood. Le seducía la idea de aniquilar mi voluntad y, si aquello no funcionaba, siempre existía la posibilidad de que me volviera loco. Fue lo que ocurrió con dos hombres mientras estuve en Garwood.

Sophie tuvo un estremecimiento de terror.

– No puede ser -murmuró.

Royd le devolvió una mirada cargada de incredulidad.

– Tenía que haber estado enterada si sabía lo de Garwood.

– No estaba en los archivos de Sanborne -dijo ella, sacudiendo la cabeza.

– Por lo que sé, los habitantes de los pueblos cerca de Auschwitz también sostenían que no sabían.

– Le he dicho que yo no…

– Si dice que no sabe, dice la verdad -afirmó Jock-. Sanborne no habría guardado los archivos de un fracaso. Eliminaría el tema y dejaría la pizarra en limpio.

– ¿Estás seguro? -preguntó Sophie-. El REM-4 que yo creé era física y mentalmente seguro. Te juro que lo era.

– No cuando ellos acabaron de alterarlo -dijo Royd-. Aumentaron enormemente el factor de la sugestión. Algunas mentes no podían resistir ese grado de sumisión sin quebrarse. Sí, decididamente lo habían modificado. Había cincuenta y dos hombres en Garwood que servirán de prueba.

– Sólo había registros de treinta y cuatro -dijo Sophie.

Royd se limitó a mirarla.

– ¿Sanborne los… mató?

Él se encogió de hombros.

– Yo conté cincuenta y dos antes de marcharme. No sé qué les ocurrió. Pero me lo imagino. Yo estuve oculto más de tres meses, y fue durante ese periodo que la CIA desveló lo de las instalaciones de Reilly. Sanborne temía que los archivos de Reilly condujeran a la CIA a Garwood. Así que lo dejó todo tan limpio que nadie podría haber sabido para qué se había usado. Luego lo cerró y trasladó la operación.

– A su planta en Maryland -dijo Sophie-. ¿Por qué no recurrió a la policía?

– La policía no suele creer a los asesinos. Y no me cabe duda de que el general Boch se habría asegurado de que al menos uno de los asesinatos que me encomendaron estaba documentado. -Royd apretó los labios-. Al fin y al cabo, era perfectamente razonable que yo me hubiera dedicado a matar. Pertenecí durante cuatro años a las fuerzas especiales de la marina, y todos saben que nos entrenan con métodos violentos y nos enseñan a matar. Tenía que encontrar otra manera de cogerlos.

– ¿De qué manera?

– Tenía que conseguir suficiente dinero para comprar información. Tardé un tiempo pero conseguí encontrar las instalaciones del REM-4 y metí un topo en la empresa de Sanborne. -Royd volvió a mirarla-. Y eso me ha conducido hasta usted.

– Yo no… Jamás habría… -Sophie calló y sacudió la cabeza con gesto de cansancio-. Pero fui yo quien lo ideó. Yo lo empecé. Fue culpa mía. No puedo culparlo por…

El monitor de Michael se había activado.

– ¡Dios mío! -Sophie se incorporó de un salto-. Michael…

Y salió corriendo de la cocina.