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La iglesia de la abadía se había convertido en dál, o tribunal, para la gran asamblea del Rey Supremo. El recinto rebosaba de gente y tanto religiosos como otras personas no paraban de entrar en tropel. Esta asamblea se consideraba trascendental, pues nadie recordaba que un Rey Supremo hubiera convocado una asamblea fuera de su territorio personal de Meath. En un estrado construido especialmente para la ocasión ante el altar mayor, se sentaba el gran brehon de los cinco reinos de Éireann. Era una persona tan influyente que ni siquiera el Rey Supremo tenía licencia para hablar en las grandes asambleas hasta que aquél lo había hecho. Fidelma era la primera vez que veía a Barrán, e intentó juzgar su personalidad a pesar de que las vestiduras ceremoniales de su cargo ocultaban sus rasgos. Lo único que pudo adivinar fue unos ojos brillantes e imperturbables, una boca severa y de labios finos y una nariz prominente. Podía tener cualquier edad.
Junto a él, en el estrado a su izquierda, estaba sentado su ollamh personal, un abogado erudito con el que consultaba los asuntos legales; luego se sentaban un scriptor y un ayudante para dejar constancia escrita de todo. A la derecha del gran brehon, estaba sentado el Rey Supremo -Sechnassach, señor de Meadi y Rey Supremo de Irlanda. Era un hombre delgado, de unos treinta y cinco años, con rasgos ceñudos y cabello castaño oscuro. Fidelma sabía por su experiencia en Tara que Sechnassach no era un gobernante tan severo y autoritario como parecía. Era un hombre serio con un sentido del humor agudo. Se preguntaba si él recordaría que, sin la ayuda de ella, que resolvió el misterio del robo de la espada ceremonial del Rey Supremo, Sechnassach tal vez nunca se hubiera sentado en el trono. Luego se sintió culpable por haber pensado en eso, como si alguna predisposición en su favor pudiera influir en la voluntad del Rey Supremo.
Junto al rey, estaba sentado Ultan, arzobispo de Armagh, principal apóstol de la fe en los cinco reinos. Era un hombre anciano y adusto, con el cabello blanco y descuidado. Fidelma sabía que Ultan tenía reputación de favorecer a la facción romana y que a menudo había apoyado la idea de que las leyes eclesiásticas deberían desplazar a las leyes civiles de los cinco reinos.
Justo enfrente de esta impresionante reunión de jueces, había un pequeño atril que se había dispuesto como cos-na-dála, la tribuna desde donde cada dálaigh, o abogado, defendería su causa.
A la derecha del altar mayor, en el crucero, los bancos estaban ocupados por los representantes de Laigin, con su fogoso y joven rey, Fianamail, y sus consejeros. Fidelma ya había reconocido el rostro ceñudo y gris del abad Noé de Fearna. Y vio que enfrente, sentado junto a su rey, estaba el delgado y cadavérico Forbassach, que presentaría las demandas de Laigin.
El hermano de Fidelma, Colgú, y sus consejeros ocupaban los bancos que había en el crucero, a la izquierda del altar mayor. Fidelma, como dálaighy sentada junto a su hermano, esperaba su turno para que la llamaran ante el cos-na-dála para exponer el caso en representación del reino de Cashel.
El resto de la iglesia, a lo largo de la amplia nave, estaba atiborrado de espectadores de cualquier tipo de grado y condición; llenaban el lugar con una atmósfera cargada y asfixiante a pesar de la grandiosidad y extensión del alto edificio. Fidelma se había fijado en que había varios guerreros que llevaban la insignia del Rey Supremo; éstos constituían su fianna o guardia personal. Estaban situados en puntos estratégicos de la iglesia y eran los únicos guerreros que podían portar armas en la asamblea. Los soldados de Colgú y Fianamail estaban acuartelados en el exterior de la abadía. El proceso fue iniciado bruscamente por Barrán, el gran brehon, dando golpes sobre la mesa de madera que tenía ante él con su bastón de mando y pidiendo silencio.
El bullicio de la asamblea fue lentamente apagándose y un silencio expectante emergió.
– Sépase que hay tres maneras de destruir la sabiduría en un tribunal de justicia -entonó el gran brehon con las palabras rituales de apertura. Su voz era profunda y rica en tonos y resonó en toda la iglesia. Sus ojos de color claro centellearon cuando rodeó el recinto con su mirada-. La primera manera corresponde a un juez sin sabiduría; la segunda, a una defensa carente de inteligencia, y la tercera, a un tribunal charlatán.
Entonces el arzobispo de Ultan se levantó lentamente y pidió, con tono monótono, una bendición por el tribunal y su proceso.
Cuando Ultan se hubo sentado, el gran brehon pidió a los abogados de cada parte que se pusieran en pie y se presentaran. Cuando lo hubieron hecho, les recordó los procedimientos del tribunal y las dieciséis señales de la mala abogacía. Por cualquiera de esos dieciséis puntos, se podía multar a un abogado con un séd, una moneda de oro que valía tanto como una vaca lechera. La multa, les recordó Barrán, se impondría si los abogados se insultaban, incitaban a la violencia a los que asistían al juicio, caían en el autobombo, hablaban con demasiada dureza, se negaban a obedecer las órdenes del tribunal o traspasaban los límites de sus alegatos sin motivo. Después de aceptar que lo habían entendido, Barrán indicó que la vista podía comenzar.
– Recordad que hay tres puertas a través de las cuales se puede reconocer la verdad en este tribunal: una contrarréplica paciente, un caso firme y la confianza en los testigos -advirtió Barrán a los abogados siguiendo el ritual.
Forbassach se dirigió hacia el cos-na-dála, dado que, como Laigin, exigía compensación por una muerte, tenía derecho a presentar sus argumentos primero. Lo hizo con gran simplicidad y sin teatralidad. Expuso llanamente que el venerable Dacán, un hombre de Laigin, había recibido la hospitalidad del rey de Muman y se le había permitido estudiar y enseñar en la abadía de Ros Ailithir. La responsabilidad inmediata del abad era velar por la seguridad de los que se alojaban en su casa.
Sin embargo, Dacán había sido asesinado de una manera horrible en Ros Ailithir. No se había encontrado a ningún asesino y, por ello, la responsabilidad recaía en el abad y en última instancia en el rey de Muman. El rey era responsable de la seguridad de Dacán: primero, porque había sido acogido en el reino y segundo, porque el abad era un pariente del rey y éste era el cabeza de su familia y el responsable de todas las multas impuestas a su familia. Así era la ley: específica en términos de culpabilidad. Por cada muerte, la multa era de siete cumals, el valor de veintiuna vacas lecheras. Ésta era la multa base. Pero, ¿y el precio del honor de Dacán? Era primo del rey de Laigin. Era un hombre de la fe, cuya benevolencia y sabiduría eran conocidas en los cinco reinos de Éireann.
Cuando, hacía varios siglos, el Rey Supremo, Edirsceál de Muman, había sido asesinado, el gran brehony su asamblea habían determinado que el preció de honor de Edirsceál era tal que el reino de Osraige debía entregarse a Muman. Ahora Laigin exigía que se les devolviera Osraige como precio de honor por la muerte de Dacán.
Fidelma se quedó sentada durante la intervención de Forbassach con la cabeza gacha. No había nada nuevo en su declaración y la realizaba de forma moderada, sin emotividad y de manera clara, para que el tribunal la siguiera con facilidad.
Con una mirada de satisfacción y complacencia lanzada hacia Fidelma, Forbassach regresó a su sitio. Fidelma vio que el joven rey Fianamail se inclinaba hacia adelante y sonreía mientras le daba unas palmaditas en el hombro en señal de aprobación.
– Fidelma de Kildare -dijo Barrán volviéndose hacia los bancos de Muman-, ¿vais a defender la causa de Muman?
– No -dijo con una voz clara que provocó un murmullo de asombro en el tribunal-. Estoy aquí para defender la verdad.
Un murmullo de enfado, especialmente procedente de los bancos de Laigin, se levantó cuando Fidelma se puso en pie y se dirigió a la tribuna ante el gran brehon. Barrán fruncía el ceño preocupado por aquella apertura dramática.
– Confío en que no queráis decir que hemos escuchado mentiras alerosas ante este tribunal -dijo con una amenazante y fría voz.
– No -respondió Fidelma con calma-. Tampoco hemos escuchado toda la verdad, sino solamente una pequeña parte de ella, de manera que no se puede juzgar sin temor a equivocarse.
– ¿Cuál es la base de vuestra contrarréplica?
– Consta de dos elementos, Barrán. Primero, que el venerable Dacán no fue honesto en cuanto a las actividades que iba a realizar cuando vino a Muman. Esta falta de honestidad exonera tanto al rey como al abad de sus responsabilidades ante la ley de hospitalidad.
Un resuello de indignación se oyó procedente de los bancos de Laigin y Fidelma vio, por el rabillo del ojo, que el abad Noé se inclinaba hacia adelante, con su rostro blanco sin apenas poder contener la ira y se la quedaba mirando.
– Segundo -continuó Fidelma imperturbable-, que, si se revelara la identidad del asesino de Dacán y se viera que no es de la familia del rey de Cashel, ni estuviera unido a él por lealtad, el abogado de Laigin no tendría que exigir nada contra Cashel. Ésta es la esencia de mi alegato.
Forbassach se había puesto en pie.
– Recuso ese alegato. El primer argumento es un insulto a un erudito compasivo y piadoso. Acusa de mentiroso a un hombre devoto que ahora no puede defenderse. El segundo argumento es una mera opinión y no viene secundado por pruebas.
Barrán estaba serio.
– Tenéis experiencia en los procedimientos de los juicios, sor Fidelma. Por lo tanto, he de suponer que no hacéis tales afirmaciones sin justificación.
– No. Pero os pediré cierta indulgencia, pues esta historia es larga y complicada y necesitaré algo de tiempo para desenmarañarla ante el tribunal.
Hizo una pausa, como pidiendo una respuesta por parte del gran brehon. Barrán le indicó que continuara.
– Cuando mi hermano Colgú me pidió que investigara la muerte de Dacán, no sabía el largo y tortuoso camino que me esperaba. No sólo mataron a Dacán, sino que muchos otros han tenido que morir antes de que yo llegara al final de ese camino. Cass, de la guardia personal del rey de Cashel, que mi hermano me puso como compañero en esta búsqueda; sor Eisten, varios religiosos del hogar de Molua y veinte niños inocentes. Y otros de Rae na Scríne que no hemos contado.
Forbassach se puso nuevamente en pie y volvió a protestar.
– Estamos aquí para hablar del asesinato de Dacán, y no de otros -advirtió airado-. Plantear otras muertes es sólo una pantalla con la que Fidelma intenta confundir la causa de Laigin.
Barrán miró al abogado de Laigin frunciendo el ceño.
– Forbassach, volved a sentaos, y con una advertencia: ¿acaso no he recitado los dieciséis signos de la mala abogacía? Esperad hasta que él dálaigh de Cashel haya hecho la sumisión al tribunal y luego discuta vuestra causa. He de recordaros que ella no os ha interrumpido durante vuestro alegato.
Forbassach se sentó con rostro preocupado.
– Continuaré -prosiguió Fidelma-. En verdad, este asunto ha sido complicado. Tiene sus raíces en los pasados siglos y en el conflicto referente al reino de Osraige. Durante los últimos siglos, Laigin ha sostenido muchas veces que Osraige debería ser devuelto a su jurisdicción y cada vez, en sus asambleas, los brehons de los cinco reinos han mantenido la decisión inicial de cederlo a Muman.
»A1 mismo tiempo, durante los últimos doscientos años, la gente de Osraige ha sido gobernada por reyes de los Corco Loígde. Esto ha sido así porque san Ciaran de Saighir, hijo de un padre de Osraige y una madre de los Corco Loígde, impuso su propia familia en el trono después de que empezara a convertir a la gente de Osraige a la fe. Desde entonces, los descendientes de los jefes originarios han vivido con esta injusticia. Varios reyes Osraige de los Corco Loígde han muerto en peleas en esta tierra agitada.
«Resulta obvio que Laigin, que durante todos estos años ha ambicionado que se le devolviera Osraige, ha contemplado y, quizás incluso, alentado tales agitaciones.
Un coro de gritos airados se oyó procedente de los bancos donde se sentaban los representantes de Laigin. Muchos incluso se pusieron en pie y levantaron los puños contra Fidelma.
El gran brehon golpeó con su bastón sobre la mesa pidiendo orden.
Forbassach había vuelto a saltar en pie, pero Barrán se giró y lo miró de tal modo que se sentó sin decir nada.
– He de advertir a los representantes de Laigin que poco favorecerán su causa manifestándose de esta manera. -Volvió su mirada centelleante hacia Fidelma-. ¿He de recordaros, sor Fidelma, que, si un abogado incita a la violencia, ha de pagar una multa de un séd?
Fidelma inclinó la cabeza.
– Estoy contrita, Barrán. No pensé que mis palabras provocarían tal ira ni, de hecho, creí que fueran impugnadas. Lo que he dicho es simplemente algo que todos conocemos.
En ese momento, el Rey Supremo se inclinó hacia el gran brehon y le susurró algo. El gran brehon asintió con la cabeza y dio orden a Fidelma de continuar.
– La disputa por el reino de Osraige se convirtió el año pasado en una lucha entre Scandlán, el primo de Salbach de los Corco Loígde, e Illian, un descendiente de los reyes originarios. Scandlán mató a Illian hará un año.
Un murmullo inquietante se elevó, esta vez procedente de los bancos de Muman. Un hombre robusto se levantó acalorado. Tenía una mata de cabello rubio oscuro y una barba espesa.
– ¡Exijo hablar! -gritó-. Soy Scandlán, rey de Osraige.
– ¡Sentaos! -La voz de bajo del gran brehon sofocó el cuchicheo que resonaba en toda la iglesia-. Como rey, imagino que conoceréis las reglas por las que se rige esta asamblea.
– ¡Mi nombre está siendo mancillado! -protestó el jefe musculoso-. ¿No tengo la oportunidad de responder a mi acusador?
– Por ahora no hay acusación -dijo Fidelma-. ¿Cuál es el problema?
El Rey Supremo volvía a susurrar algo al gran brehon. Fidelma vio que el Rey Supremo esbozaba una sonrisa.
– Muy bien -admitió el gran brehon-. Quiero formular una pregunta a Scandlán. ¿Rey de Osraige, matasteis a Illian?
– Por supuesto -espetó el hombre de cabellos rubios oscuros-. Tengo derecho como rey a protegerme e Illian se había alzado contra mí y…
El gran brehon levantó la mano pidiendo silencio.
– Entonces parece que sor Fidelma lo único que ha hecho es exponer la verdad. Por ahora, no ha impugnado ningún motivo mezquino. Os escucharemos luego si alguno de los abogados eruditos os llama para dar testimonio. Hasta entonces, no interrumpiréis el proceso.
Se giró hacia Fidelma y le indicó que podía continuar.
– La muerte de Illian no fue el final de la controversia. Illian tenía una descendencia que entonces no estaban en la edad de elegir y que pudieran presentar al pueblo sus reclamaciones oficiales. El problema era que al parecer nadie sabía quiénes eran los descendientes de Illan, pues tenía varios hijos. A todos los habían enviado en adopción a Osraige hasta que llegara el momento en que el mayor de ellos tuviera la edad y pudiera presentar sus reivindicaciones ante el pueblo.
»Había dos personas interesadas en los herederos de Illan. Scandlán estaba interesado porque sabía que tarde o temprano esos herederos se enfrentarían a él de nuevo por el trono de Osraige. Y esto despertaba el interés de Fianamail de Laigin. Fianamail creía que, si se encontraba a los herederos y se les apoyaba en su lucha para derrocar a Scandlán, Laigin podría influir en el futuro de Osraige de manera que con el tiempo volviera a quedar bajo su autoridad.
Fidelma se detuvo un momento a la espera de reacciones, pero esta vez no se oyó clamor alguno.
– Sin embargo, los herederos de Illian habían desaparecido. La cuestión era cómo descubrir quiénes eran y dónde estaban. Una manera de descubrir la identidad de estos herederos, así al menos se pensaba, era examinar las genealogías de Osraige. Ahora bien, desde que los Corco Loígde gobernaban Osraige, sus amanuenses eran los que se habían ocupado de las minuciosas genealogías e historias. ¿Y dónde se guardaban esas genealogías?
Fidelma volvió a hacer una pausa y echó una mirada alrededor de los rostros expectantes en la ahora silenciosa iglesia de la abadía.
– Se guardaban aquí, aquí en Ros Ailithir.
Se oyó un murmullo general, pues algunos ya empezaban a ver por dónde iban los argumentos.
– Fianamail de Laigin envió a su mejor erudito a Ros Ailithir para que examinara las genealogías y localizara al heredero de Illian. Este estudioso no era otro que Dacán, hermano del abad Noé de Fearna y primo de Fianamail, el rey. ¡Ahora que Fianamail niegue esto con un juramento sagrado!
– ¡Una pregunta! -gritó Forbassach-. ¡Tengo derecho a hacer una pregunta!
El gran brehon admitió que así era.
– Si el actual rey de Osraige tuviera, tal como el abogado de Muman sugiere, tantos deseos de dar con los herederos de Illian, ¿por qué no envió a su propio estudioso para examinar esos escritos que están aquí, en su propio territorio familiar? Eso le hubiera resultado fácil.
– La respuesta más simple es que él, o más bien su familia, lo hizo -replicó Fidelma llanamente-. Pero yo he pedido a Fianamail que niegue que Dacán fué enviado aquí con ese encargo. Merezco una respuesta.
Forbassach se giró e intercambió unas breves palabras con Fianamail y el abad Noé de rostro severo. El gran brehon se aclaró la garganta y Forbassach sonrió.
– Cualquiera que fuera la investigación que llevara a cabo Dacán no anula el hecho de que fuera asesinado, y la responsabilidad de su muerte recae en el abad y en última instancia en el rey de Muman.
Su voz era firme, pero mostraba menos seguridad que en su exposición inicial.
– No -replicó Fidelma con énfasis-, si el propósito de Dacán de venir aquí no fue el que él dijo.
Esta vez fue el ollamh del gran brehon el que se inclinó hacia adelante y susurró algo al oído de Barrán. El gran brehon miró a Fidelma con gravedad.
– Si ésta es la base de vuestra contrarréplica, sor Fidelma, he de advertiros que se trata de una defensa débil. Dacán afirmó que quería investigar y enseñar en Ros Ailithir y, en base a eso, se le concedió la hospitalidad del rey de Cashel y del abad de Ros Ailithir. El hecho de que no especificara la naturaleza precisa de esa investigación no lo excluye de tener protección legal. Después de todo, llevaba a cabo una investigación.
– Tendría que discutir eso -admitió Fidelma-, pero en mi alegato de apertura había dos puntos. Dejaremos de momento el primero. Puedo demostrar que es un modo de culpabilidad desestimada. Pero nos ocuparemos de asuntos más importantes primero. Como la identidad del asesino de Dacán.
Se oyó otro clamor de murmullos entre la asamblea. Barrán entornó los ojos, se inclinó hacia adelante y golpeó la mesa pidiendo silencio.
– ¿Estáis diciendo que conocéis la identidad del asesino? -preguntó.
Fidelma sonrió enigmática.
– Llegaremos a eso en un momento. Antes debo explicar algunos otros puntos.
Barrán le hizo un gesto impaciente para que continuara.
– Como he dicho, Dacán vino a Ros Ailithir con un único propósito. El propósito era seguir la pista de la genealogía de Illian. Para su sorpresa, Dacán se encontró con que su ex mujer, Grella de la abadía de Cealla, estaba trabajando aquí de bibliotecaria. Creyó que aquello era una gran suerte, pues Grella era de Osraige y su relación con él no había acabado en enemistad. Así que consiguió su ayuda para obtener los archivos que requería. Ella colaboró con Dacán de buen grado, porque también estaba interesada en encontrar a los herederos de Illian. Sin embargo, las razones de su interés no eran las mismas que las de Dacán.
Un alboroto se elevó de los bancos que estaban detrás de Fidelma.
Barrán levantó su cabeza con aspecto cansado y llamó al orden, mientras que su ollamh empezó a hablarle en voz baja y con prisa.
Fidelma se giró y vio que sor Grella estaba de pie, con la cara desencajada y embargada por la pasión.
– ¡Sor Grella, sentaos! -ordenó Barrán cuando su ollamh la identificó.
– ¡No me voy a quedar sentada mientras me insultan! -gritó Grella histérica-, ni permitiré que me acusen injustamente.
– ¿Os ha insultado sor Fidelma? -inquirió el gran brehon con cansancio-. No tengo conocimiento de que así sea. Si es así, decidme de qué manera os ha insultado. ¿Estuvisteis casada o no con Dacán de Fearna?
– Mugrón, el capitán del barco de guerra de Laigin, está dispuesto a testificar -advirtió Fidelma rápidamente, señalando hacia los bancos donde estaba sentado el marino.
– Estuve casada con Dacán -admitió Grella-, pero…
– ¿Y ese matrimonio acabó en divorcio? -le preguntó interrumpiéndola el gran brehon.
– Sí.
– Cuando Dacán vino a Ros Ailithir, ¿sabía que vos erais la bibliotecaria de la abadía?
– No.
– ¿Pero consiguió vuestra ayuda para su investigación?
– Sí.
– ¿Y vos se la disteis de buen grado?
– Sí.
– ¿Compartíais los motivos de Dacán en su investigación?
Grella se puso roja e inclinó la cabeza.
– Entonces no hay insulto -dijo Barrán, suponiendo cuál era la respuesta-. Sentaos, sor Grella, si no queréis insultar a este tribunal con vuestra animosidad.
– ¡Pero yo sé que esta mujer intenta alegar que yo maté a Dacán! ¡Está jugando al ratón y al gato! ¡Dejadla que me acuse abiertamente!
– ¿Acusáis a sor Grella del asesinato de Dacán? -preguntó el gran brehon a Fidelma.
Fidelma sonrió irónicamente.
– Creo que finalmente podré aclarar este asunto, Barrán, pero interrogando a Salbach, jefe de los Corco Loígde.
– Cualquier acusación que hagáis, Fidelma, tenéis que probarla -advirtió Barrán.
– Estoy preparada para hacerlo.
Barrán se dirigió hacia uno de los guerreros de fianna, la guardia personal del Rey Supremo. Al cabo de un rato, trajeron a Salbach con las manos atadas delante. Se quedó con un aspecto algo desafiante ante la asamblea.
– Salbach de los Corco Loígde -empezó diciendo Fidelma-, os presentáis ante esta asamblea denunciado como responsable de las acciones de vuestro bó-aire, Intat. Él fue el responsable de la matanza de muchos inocentes en vuestro nombre, tanto en Rae na Scríne como en el hogar de Molua.
Salbach levantó la barbilla con beligerancia, pero no contestó.
– ¿No negáis estos cargos? -preguntó entonces el gran brehon.
Salbach siguió sin contestar.
Barrán suspiró profundamente.
– No tenéis que responder a la acusación, pero el tribunal extraerá una interpretación de vuestros silencios. Si no respondéis, las alegaciones, entonces, se considerarán ciertas y a ellas seguirá su correspondiente castigo.
– Estoy preparado para vuestro castigo -dijo Salbach cortante.
Era evidente que Salbach había reflexionado respecto al peso de las pruebas que había contra él y no veía más alternativa que admitir su culpabilidad.
– ¿Y sor Grella también está preparada para aceptar el castigo? -preguntó Fidelma, esperando haber juzgado correctamente los sentimientos de Salbach hacia la bibliotecaria.
Si Salbach estaba de acuerdo con recibir un castigo, Fidelma se preguntaba si también estaba dispuesto a que lo recibiera Grella.
Salbach se giró hacia Fidelma con expresión impasible.
– Ella no es culpable de ninguno de los delitos que se me atribuyen -dijo en voz baja-. Dejadla ir.
– Sin embargo, sor Grella era vuestra amante, ¿no es así, Salbach?
– Eso lo he admitido.
– Fue vuestro primo, Scandlán, o vos -no importa de quién viniera la idea- quien sugirió que Grella podría valerse de su puesto de bibliotecaria para revisar los libros genealógicos de Osraige, que se conservan en la abadía, con la intención de encontrar a los herederos de Illian. ¿No es eso cierto?
– Tenéis que responder -instruyó el gran brehon al ver que Salbach dudaba.
– Es cierto.
– Entonces se dio una casualidad. Grella os dijo, probablemente durante vuestras conversaciones íntimas, que su ex marido, Dacán, había llegado a Ros Ailithir justo con el mismo propósito. Él también buscaba a los herederos de Illian. Sabiendo que él era mejor estudioso, Grella lo persuadió para que trabajara junto a ella y así poder informaros de cómo iba avanzando la investigación. ¿No es así? Vos queríais saber quién era el heredero de Illian tanto como Dacán. Pero, mientras que Dacán lo quería encontrar para utilizarlo según el propósito de Laigin, vos lo queríais identificar para destruir al último de la familia de los reyes originarios. Esto salvaguardaría para siempre la dinastía de los Corco Loígde en el trono de Osraige.
Se hizo un silencio tenso. Nadie decía nada. Todos los ojos estaban puestos en Salbach. Fue sor Grella quien rompió el silencio con un gemido de terror, pues, por primera vez, se daba cuenta de la atrocidad que se había cometido.
– Pero no es verdad… Yo no sabía que Salbach… Yo no sabía que quería matarlos… Yo no soy responsable de la muerte de todos esos niños inocentes… Yo no.
Salbach se giró hacia ella y la hizo callar.
– Cuando Dacán descubrió el paradero del heredero de Illian -continuó Fidelma implacable-, Grella corrió a decíroslo. Fue el día anterior a la muerte de Dacán. Había averiguado que el padre superior de Sceilig Mhichil, el monasterio del arcángel Miguel, era primo de Illian. También había descubierto que habían llevado allí a salvo al heredero de Illian. Escribió todo esto y anunció que iba a marchar a Sceilig Mhichil. Lo mataron antes de que pudiera hacerlo.
– ¿Cómo descubrió esa información? ¿Seguro que los archivos aquí depositados no daban cuenta del escondrijo de los herederos de Illian? -preguntó el gran brehon.
– Curiosamente, sí daban cuenta. Dacán encontró el testamento de Illian en unas varillas de los poetas. La ironía de esta historia reside en que, cuando Scandlán mató a Illian, se apropió de su fortaleza y de sus bienes, incluyendo la biblioteca de Illian. En esa biblioteca estaba su testamento, que él había hecho escribir en ogham sobre varillas. La ironía es que Scandlán, incapaz de leerlo, lo envió junto con otros libros como obsequio a esta abadía, la principal de los Corco Loígde.
– Aun así -protestó Barrán-, seguramente cualquier estudioso con una base podría leer el ogham del testamento y descifrar la información.
– Illian era obviamente un hombre literario, pues el testamento estaba cifrado. Yo encontré una varita del testamento en la habitación de Dacán, donde se la había olvidado. El asesino no la vio, pero sólo tengo el extracto de una varilla. Las otras se han destruido.
Se giró y extrajo el trocito de varilla quemada que había sacado del sepulcro la noche anterior.
– Ahora sólo queda este trozo. Dice: «La resolución del honorable determina la adopción de mis hijos».
– Eso es un galimatías -dijo Forbassach echándose a reír.
– No si se conoce la clave y la totalidad del texto. El trocito de varilla que encontré en la habitación de Dacán decía: «Que mi dulce primo se ocupe de mis hijos en la roca de Michael tal como mi honorable primo determine».
– ¡Mayor galimatías! -soltó Forbassach con desprecio.
– Dacán no lo creyó así. Sabía que la roca de Michael era Sceilig Mhichil. Era fácil de saber que el padre superior se llamaba Mel. El significado de ese nombre es «dulce». Mel era, por lo tanto, ¡el dulce primo de Illian!
– Hacéis que la interpretación del rompecabezas parezca fácil -observó el gran brehon.
– Entonces permitidme que vuelva a ella más tarde. Por ahora, es suficiente saber que Dacán descifró el rompecabezas del testamento y escribió un informe al respecto. Sor Grella lo vio e informó a Salbach. Éste envió inmediatamente a Intat a «la roca de Michael». Pero los hijos de Illian ya no estaban allí. Es más, Intat se enteró de que había dos hijos de Illan en aquella roca, pero que se los había llevado un religioso. Ese religioso era un primo del padre Mel.
«Entonces fue cuando Grella volvió a entrar en escena para proporcionar información a Salbach. Grella se había hecho alma amiga de sor Eisten de Rae na Scríne. Eisten, por una de esas casualidades tan frecuentes en la vida, era exactamente la persona a la que habían entregado a los jóvenes hijos de Illian después de sacarlos de Sceilig Mhichil. Los habían enviado a su orfanato en Rae na Scríne. Sor Eisten cometió el mayor error de su vida: reveló la intriga a su alma amiga, sor Grella.
»Grella informó triunfante a Salbach. Éste pensó en tender una trampa e invitó a Eisten y a sus huérfanos a su fortaleza. Una vez que hubiera identificado a los niños a su cargo…; en fin, Eisten acompañó a Grella, pero no se llevó a los niños. Había peste en el pueblo y no quería mover a los niños sin motivo necesario. Esa decisión en realidad salvó la vida de los hijos de Illian, pero supuso el fin del pueblo.
»Salbach, desesperado, ordenó a Intat que fuera a Rae na Scríne y acabara con los niños. El problema era que Intat no tenía manera de identificarlos. Su brutalidad era tal que decidió destruir todo el pueblo. Cuando Cass y yo llegamos, Intat intentó disfrazar la verdadera naturaleza de ese crimen afirmando que había peste en el pueblo y presentándose él y sus hombres como unos aldeanos vecinos atemorizados. Sor Eisten y algunos de los niños sobrevivieron.
»Eisten estaba conmocionada. Yo creía que era por la muerte de la gente y en particular la muerte de un bebé al que ella había intentado salvar. Sin embargo, en realidad estaba conmocionada porque había descubierto la verdadera razón de la matanza. Incluso sabía quién la había traicionado. Me preguntó si un alma amiga podía traicionar la confianza. Yo tenía que haberla escuchado mejor, porque entonces tal vez no la habrían matado. Yo podía haberla salvado. ¿Vais siguiendo los acontecimientos, Salbach?
Salbach apretaba los labios con fuerza. Estaba claramente afectado por lo mucho que Fidelma sabía y veía que era poco lo que podía decir ante su implacable oponente, salvo recurrir a la verdad.
– Tenéis una mente brillante, Fidelma. Sabía que no tenía que subestimaros. Sí, tenéis razón.
– Cuando vinisteis a esta abadía y os encontrasteis con que sor Eisten había sobrevivido con varios niños, no podíais permitir dejarlo pasar. Intat, sin duda bajo vuestras órdenes, se las arregló para atacar por sorpresa a sor Eisten mientras estaba abajo en el puerto. La torturó para averiguar dónde se habían llevado a los hijos de Illian. Ella no contestó, así que la mató y lanzó el cuerpo a las aguas de la bahía.
»Grella os volvió a ofrecer su ayuda cuando descubrió que habían llevado a algunos de los niños de Rae na Scríne al hogar de Molua. Los cuerpos de cuatro religiosos y veinte niños y las ruinas carbonizadas de sus casas son el testimonio mudo de la visita de Intat.
– No voy a negar nada. Pero dejadme que haga constar que mi primo, Scandlan de Osraige, no conocía mis planes de salvaguardar el trono de Osraige para nuestra familia. Tampoco lo sabía Grella. Ella es inocente de la sangre que he derramado.
Fidelma miró a Salbach con una expresión de revulsión no disimulada. Le costaba aceptar que un hombre pudiera admitir la responsabilidad de tales muertes y tal destrucción pero quisiera proteger a otros con un retorcido concepto del honor y del amor. Sin embargo, el mundo era extraño y los seres humanos son las criaturas más extrañas que hay en él.
– ¡Yo no sabía nada de esto! ¡No lo sabía! -sollozaba Grella a gritos.
Fidelma le lanzó una mirada carente de piedad.
– Estabais tan cegada por vuestro amor por Salbach que no habíais pensado en la verdad. Admito que es posible, pero me cuesta creerlo. No os parecía que vuestro amante fuera capaz de ordenar la muerte de niños. Yo creo que en realidad no queríais saber lo que sucedía a vuestro alrededor.
Se oyó un alboroto en una de las puertas. Fidelma sonrió agriamente cuando vio que el asiento de Scandlán estaba vacío. El gran brehon también se había dado cuenta y llamó a un miembro de la fianna y le dio instrucciones en voz baja.
– Vuestro primo no saldrá de esta abadía -dijo Barrán a Salbach.
– ¿Qué importa eso ahora? -dijo Salbach encogiéndose de hombros con elocuencia-. Yo he admitido mi culpabilidad en este asunto. Estoy preparado para presentarme a juicio. Sin duda perderé mis bienes y mi condición de jefe y me enviarán al exilio. Estoy preparado para ello. Procedamos con el juicio inmediatamente.
Forbassach se había levantado de los bancos de Laigin en medio del bullicio que se había alzado. Sonreía picaramente.
– Estamos agradecidos a sor Fidelma por descubrir al culpable. Pero he de advertir que Salbach, como jefe de los Corco Loígde, sigue debiendo su lealtad a Cashel. Lo que está demostrando Fidelma es que la responsabilidad por la muerte de Dacán sigue descansando en Cashel. Nuestra demanda de Osraige como precio de honor sigue siendo válida.
El gran brehon, Barrán, se mostraba serio y grave.
– Eso parece cierto. ¿O es que hay algo más de esta historia que nos queráis contar, sor Fidelma?
– Mucho más -afirmó sardónicamente Fidelma-. Pues yo no estoy acusando a Salbach de la muerte de Dacán. Él sólo es responsable de la matanza de inocentes, de la muerte de aquéllos. Ni él ni Grella mataron al venerable Dacán.