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Capítulo XX

Un revuelo se levantó en los bancos de Muman cuando sor Fidelma hizo aquella sorprendente afirmación. Colgú se mantenía impasible. Ya había sido informado del punto con el que Forbassach había de seguir. Ahora miraba sorprendido a su hermana.

– Si Salbach no mató a Dacán -preguntó el gran brehon con aire de exagerada paciencia-, ¿vais a revelar a esta asamblea quién lo hizo?

– Llegaremos a ello lógicamente -replicó Fidelma-. Primero retrocedamos al día en que, revisando las genealogías aquí, Dacán descubrió el paradero de los herederos de Illian. Ya he dicho que se sentó a escribir una carta a su hermano Noé.

Noé se inclinó hacia adelante y habló rápidamente algo con Forbassach.

El vehemente abogado se volvió a levantar.

– No hay ninguna prueba de que Dacán, aunque estuviera llevando a cabo tal investigación, informara al abad Noé; no hay siquiera una prueba de que se le dijera que informara al abad. En vista de lo cual, esta aserción es una afrenta al abad y a Fianamail de Laigin.

– Impugnaré esto -replicó Fidelma con seguridad-. También he requerido la presencia en esta vista de Assíd de Uí Dego. ¿Está presente?

Un hombre fornido con aspecto de marino se adelantó. Tenía la piel curtida y su cabello tan descolorido por el sol que era imposible discernir su color.

– Yo soy Assíd -anunció casi en tono desafiante-. Me presento ante esta asamblea por orden del gran brehon, pero lo hago a desgana, pues no tengo ninguna intención de causar mal a mi rey.

Se quedó ante el cos-na-dála con los brazos cruzados y mirando fijamente a Fidelma.

– Que así quede anotado -advirtió el gran brehon a su scriptor.

– Que quede también registrado que Assíd es un súbdito leal de Fianamail de Laigin -añadió Fidelma con una leve sonrisa.

– Eso no lo niego -afirmó Assíd con suspicacia.

– ¿Sois el capitán y propietario de un barc costero mercante?

– Tampoco niego eso.

– ¿Durante aproximadamente el último año habéis estado comerciando entre Laigin y las tierras de los Corco Loígde?

– Una vez más, no lo niego.

– ¿Y os alojasteis en la abadía la noche en que murió el venerable Dacán?

– Eso lo sabe todo el mundo.

– Os fuisteis de la abadía el mismo día y navegasteis directamente hacia Laigin. Fuisteis a Fearna e informasteis del asesinato de Dacán a Fianamail y al abad Noé.

Assíd dudó y luego asintió lentamente, intentando deducir hacia dónde se dirigía Fidelma.

– Por eso Laigin pudo actuar con tanta rapidez en este asunto -Fidelma hizo tal afirmación más como una explicación a la asamblea que como una pregunta a Assíd-. Decidnos, Assíd, pues no he tenido tiempo de interrogaros antes, ¿cuáles eran las circunstancias de aquella noche en la abadía? ¿Decidnos cuándo visteis por última vez al venerable Dacán con vida y cuándo os enterasteis de su muerte?

Assíd pareció perder su postura agresiva por un momento y se adelantó para usar la barandilla que tenía delante como apoyo, descargando sobre ella el peso de los hombros.

– Es cierto -empezó diciendo lentamente, dirigiéndose al gran brehon- que yo comerciaba a lo largo de esta costa y había decidido alojarme en Ros Ailithir para descansar en el hostal de la abadía… Allí vi al venerable Dacán…

– A quien saludasteis como si lo conocierais… -interrumpió Fidelma.

Assíd dudó y luego se encogió de hombros.

– ¿Quién no conoce al venerable Dacán en Laigin? -respondió.

– Pero vos lo conocíais más que otros, pues lo saludasteis como si fuera un viejo amigo. Hay un testigo de ello -añadió para que no lo negara.

– Entonces no lo negaré -admitió Assíd.

– ¿Me pregunto por qué os alojasteis en Ros Ailithir? ¿Pura casualidad? No. Hay otros hostales a lo largo de la costa. Incluso os podíais haber hospedado en Cuan Dóir. Sin embargo, fue aquí. Eso me lleva a sospechar que teníais intención de veros con Dacán.

Assíd estaba incómodo. Resultaba obvio que Fidelma tenía razón al suponer aquello.

– Entonces yo me pregunté: ¿por qué ibais a tener una cita a escondidas aquí con Dacán? ¿Nos lo vais a decir o lo explico yo?

Parecía que Assíd intentaba llamar la atención de los que estaban en los bancos de Laigin.

Fidelma se giró hacia la saca que tenía sobre el banco donde se había sentado y extrajo varias vitelas.

– Presento, como prueba, el borrador de una carta escrita por Dacán a su hermano, el abad Noé, informándole de que había descubierto a un heredero de Illian, con palabras que llevan a creer que se le pidió que llevara a cabo tal investigación y también de que posteriormente esperaba alguna acción por parte de su hermano. Por fortuna para nosotros, al escribir este borrador, Dacán derramó tinta por encima. Como era un hombre meticuloso, lo descartó y lo volvió a escribir. Luego se olvidó de destruir ese borrador o, antes de que pudiera hacerlo, se lo robaron. Estaba en posesión de sor Grella y así es cómo podemos demostrar que Dacán actuaba por encargo de su hermano.

Fidelma no se molestó en mirar a los bancos de Laigin, curiosamente se quedaron callados mientras Barrán examinaba la prueba que Fidelma le había entregado.

– ¿Y decís que la carta acabada fue entregada a Assíd? ¿Assíd llevó entonces el informe a Noé? -preguntó Barrán.

Fidelma inclinó la cabeza en señal de afirmación.

El gran brehon se volvió hacia Forbassach, abogado de Laigin, con expresión adusta.

– Forbassach, esta prueba es clara. Y ahora tengo que advertiros. El texto legal, el Din Techtugad, declara que una persona que da falso testimonio pierde su precio de honor. El falso testimonio es una de las tres falsedades que Dios venga con mayor severidad. En este momento, no voy a imponer la multa y le voy a dar tiempo al abad Noé para reflexionar sobre este asunto -volvió a girarse hacia Fidelma.

– Por favor, proceded, hermana.

– ¿Admitís esto que he dicho o lo negáis, Assíd? -exigió Fidelma.

Assíd inclinó la cabeza.

– Admito que vine aquí a recoger un mensaje de Dacán para llevarlo a su hermano Noé. Después de la cena, me encontré con Dacán y me entregó la carta. Intercambiamos algunas palabras acaloradas, pues se negó a revelar su contenido y me hizo jurar que no la abriría. Todavía sigo sin saber lo que decía. Me fui a la cama. Por la mañana me enteré de que Dacán había sido asesinado. El hermano Rumann, que es el administrador de la abadía, me interrogó. Después de comprobar que yo no sabía nada, me dio permiso para marchar. Me fui de la abadía y me dirigí directamente a Laigin con la carta. Informé al abad Noé de lo que había sucedido. Esto es todo lo que tengo que ver con este asunto.

– Algunas preguntas más. ¿Cuándo visteis por última vez a Dacán con vida?

– Justo después de la completa, el último servicio del día. Un poco después de medianoche, diría.

– ¿Dónde lo visteis?

– En su habitación. Fue entonces cuando me entregó la carta.

– ¿Y dónde estaba vuestra habitación?

– En el piso encima del de Dacán.

– ¿Así que no oísteis nada después de dejarlo? ¿A qué hora fue eso?

Assíd frunció el ceño intentando recordar.

– Después de medianoche. Tan sólo oí una cosa más, cuando subía por las escaleras. Oí que Dacán llamaba con la campana a la joven novicia que se ocupaba de nosotros en el hostal. Oí que le pedía que le trajera agua.

– Podéis sentaros, a menos que Forbassach quiera preguntaros algo.

Forbassach había estado hablando apresuradamente con el abad Noé de rostro severo. Contestó que no tenía preguntas que hacer a Assíd.

Fidelma se dirigió entonces al gran brehon.

– Hemos oído que Dacán había localizado con éxito al heredero de Illian. Reveló a su hermano Noé que iba a emprender viaje a Sceilig Mhichil para identificarlo al día siguiente.

– ¿Queréis decir que lo mataron para evitar que hiciera eso? -preguntó Barrán.

– Lo asesinaron porque se temía que hiciera daño al heredero de Illian.

– Pero habéis dicho que los hijos de Illian ya no estaban en el monasterio y que estaban al cargo de sor Eisten. ¿No es eso cierto?

– La historia se complica. Cuando Illian fue asesinado, pusieron a sus hijos al cuidado de un primo que los adoptaría.

Con cierto dramatismo, Fidelma se giró en redondo y señaló hacia los bancos de la abadía.

– Era una persona perteneciente a esta abadía, el hermano Midach, el padre adoptivo de los dos niños, a quienes se conocía como Primus y Víctor en Sceilig Mhichil.

Midach seguía impasible en su asiento. Una leve sonrisa dibujada en su rostro. No dijo nada y Fidelma continuó.

– Dacán pensó que el padre adoptivo era el primo de Illian, el padre Mel de Sceilig Mhichil. En esto no leyó el testamento con la atención debida. El testamento de Illian indica claramente «que la resolución del honorable determina la adopción de mis hijos». ¿Hay alguien aquí que no sepa que el significado de Midach es «honorable»? Midach fue nombrado aite o padre adoptivo de los hijos de Illian.

»Midach, por sospecha o por accidente, leyó las notas de Dacán en la biblioteca y se dio cuenta de que el viejo erudito buscaba a los hijos de Illan. Dacán descubrió a Midach leyendo sus notas y tuvieron una discusión. El hermano Martan fue testigo de ello. Ansioso por proteger a los que tenía a su cargo, aquella misma noche Midach se fue de la abadía y navegó hasta Sceilig Mhichil. Sacó a los niños de allí y se los llevó a sor Eisten, que había sido su alumna. Luego, pudo visitarlos varias veces con el pretexto de ir al pueblo y ayudarlos con medicinas contra la peste. Lo vieron allí y me lo describieron. Los nombres verdaderos de los hijos de Illian, conocidos en Sceilig Mhichil como «Primus» y «Víctor», eran Cétach y Cosrach. Si se tradujeran tales nombres al latín éste sería el resultado.

»Midach se quedó conmocionado cuando oyó que Intat había arrasado Rae na Scríne. Creía que Dacán trabajaba para Salbach y, a través de éste, para Scandlán de Osraige. Desgraciadamente, no se dio cuenta de que Grella formaba parte de la conspiración y era el alma amiga de Eisten. Sin embargo, después del ataque, se encontró con que sus dos pupilos estaban a salvo. Decidió llevarse a los dos niños de este reino y pidió a sor Eisten que les buscara un pasaje.

»Cétach, el mayor, al menos, había sido advertido de que Salbach los buscaba, así que, cuando éste vino aquí, Cétach me rogó que no mencionara a su hermano ni a él al jefe. Luego, ambos desaparecieron.

»Mientras Midach ocultaba a los niños, Eisten fue a reservar un pasaje para ellos en un barco mercante de la bahía. Primero se equivocó de barco y habló con un marinero que era del barco de guerra de Laigin, cuyo capitán era Mugrón. Por desgracia, Intat divisó a Eisten. El resto de la historia ya la conocemos. A pesar de la tortura, Eisten no dijo dónde estaban los niños y finalmente, encolerizado, Intat la mató. Los niños tuvieron que quedarse ocultos hasta que Midach pudiera sacarlos y ponerlos a salvo.

Fidelma hizo una pausa, pues tenía la garganta seca.

Barrán aprovechó la ocasión para dirigirse a Midach.

– ¿Negáis esta historia o alguna parte de ella?

Midach estaba sentado, con los brazos cruzados y sin expresión alguna.

– Ni la confirmo ni la niego.

El gran brehon volvió a dirigirse a Fidelma.

– Hay un punto en vuestra explicación que no entiendo. No os ocupáis de la muerte de Dacán, que, aunque estos acontecimientos sean importantes, es la causa principal de esta acción presentada por Laigin.

– Llegaré a ello, Barrán -le aseguró Fidelma, tosiendo un poco en un intento de aclararse la garganta.

»Midach ocultaba a los niños, Cétach y Cosrach, aquí en la abadía, donde siguen escondidos. Creo que ahora los podemos sacar con tranquilidad del sepulcro de san Fachtna, pues estarán bajo la protección del Rey Supremo. ¿No es así?

La pregunta iba dirigida a Sechnassach.

El Rey Supremo respondió a la mirada interrogativa de Fidelma con una breve sonrisa.

– Así serán protegidos, Fidelma de Kildare.

– ¿Midach, los podéis traer?

El médico se puso en pie titubeante. Le costaba hablar. Fidelma decidió provocarlo.

– Si vais hasta la estatua del querubín detrás del altar mayor y la giráis media vuelta a la izquierda, soltará el muelle que hace girar la losa.

Midach abrió la boca sorprendido.

– ¿Cómo lo habéis descubierto? -preguntó consternado.

– Las escaleras que hay debajo conducen al sepulcro secreto de san Fachtna, el fundador de esta abadía -continuó Fidelma-. Es ahí donde han estado ocultos Cétach y Cosrach desde la muerte de sor Eisten. ¿No es así, Midach?

Midach bajó los hombros en señal de resignación.

– Así es, como lo ha dicho -murmuró-. Parece que lo sabe todo.

Una pareja de la guardia del Rey Supremo se movió ante un gesto de Sechnassach y siguieron las instrucciones que había dado Fidelma. Unos momentos después, los dos jóvenes de cabello oscuro salieron de la tumba parpadeando y miraron atemorizados a la imponente asamblea.

El gran brehon intentó inmediatamente tranquilizarlos en cuanto a su seguridad.

Forbassach estaba en pie.

– He de señalar que nosotros, los de Laigin, no tenemos deseos de hacer daño a estos niños… si, ciertamente, son los hijos de Illian.

– Son los hijos de Illian -confirmó Fidelma-. Y, si se les lava bien el pelo y se les quita este tinte negro, se verá que es de color cobrizo. Midach les tiñó el cabello como precaución cuando se los llevó a sor Eisten. ¿No es así?

Parecía que Midach estaba demasiado abatido para contestar.

Forbassach, todavía en pie, seguía hablando repitiendo unas mismas ideas.

– Nosotros buscábamos a los herederos de Illian simplemente para identificarlos. Para descubrir su paradero. Nuestro propósito era ofrecerles nuestro apoyo en sus reclamaciones y restaurarlos en el trono de Osraige. Tan sólo hay un poder aquí que se opondría a tal propósito: Cashel. Tal como hemos venido alegando, el interés de Cashel está en destruirlos. Cashel pretendía matar a Dacán. Insistimos en nuestra reclamación inicial, que Osraige sea el precio de honor que se pague por la muerte de Dacán. -Sonrió dirigiéndose a los dos niños-. Sin embargo, como ninguno de los chicos está próximo a la edad de elegir y, por lo tanto, ser proclamado rey, el derecho al trono debe ser transferido a Fearna.

Al momento, Colgú, haciendo caso omiso al protocolo del tribunal, se puso en pie encolerizado.

– Cashel no está en el centro de esta conspiración para hacer daño a estos niños. Salbach admite que es culpable. Por eso, Cashel lo castigará. ¡La maldad del jefe de los Corco Loígde no ha de recaer sobre los hombros de Cashel!

– Sin embargo, Corco Loígde debe lealtad a Cashel -replicó Forbassach-. ¿En qué otros hombros sino en los de Cashel ha de recaer la culpabilidad?

Barrán levantó las dos manos. Estaba consternado y sus ojos revelaban enfado.

– Es motivo de tristeza que uno y otro olviden el protocolo de este tribunal. Es motivo de multa que ambos persistan en pelearse ante mí. Colgú, os pongo una multa de un séd, el valor de una vaca lechera, por no permitir que vuestra dálaigh exponga vuestros argumentos. Forbassach, sois más culpable, pues, además de conocer las leyes, sois el abogado de vuestro rey. Os impongo una multa de un cumal, el valor de tres vacas lecheras. Si esto vuelve a ocurrir, las multas no serán tan leves.

Barrán permitió que todo el mundo se aposentara y mandó que los dos niños fueran llevados ante el cos-na-dála.

– ¿Debo entender que estos niños no han llegado a la edad de elegir? -preguntó girándose hacia Midach.

– Así es -admitió el médico, aceptando su papel de padre adoptivo.

– Entonces no podemos dar ningún peso a su prueba -suspiró el gran brehon-. Sin embargo, podemos llamarlos, pero, si lo que dicen se contradice con otras pruebas, no ha de ser tenido en cuenta. Así es la ley.

– Soy consciente de ello, Barrán -admitió Fidelma-. Y, a menos que Forbassach insista, no deseo llamarlos.

– Yo preferiría, sor Fidelma, que os ocuparais del asunto específico del asesinato de Dacán -replicó Forbassach.

– Entonces haré eso -contestó Fidelma-, Resulta obvio ahora que la muerte de Dacán estaba esencialmente relacionada con la tarea que había venido a llevar a cabo a Ros Ailithir. Fue asesinado porque se pensó que representaba una amenaza. Pero dejadme señalar que es cierto que Dacán con vida valía más a Salbach que Dacán muerto. Así pues, ¿para quién era una amenaza Dacán? Era una amenaza evidente para los hijos de Illian, como ya he dicho anteriormente.

Forbassach se había vuelto a poner en pie.

– Y he dicho que Laigin no era una amenaza para esos niños. Quería ayudarlos.

– ¿Pero los niños lo sabían?

La pregunta de Fidelma era muy aguda y dejó un silencio incómodo.

Se giró hacia Midach. El que había sido un médico gracioso parecía cansado y exhausto ante ella.

– Dacán llevaba dos meses en la abadía investigando antes de que vos os enterarais de que buscaba a vuestros hijos adoptivos. Cuando lo descubristeis, fuisteis inmediatamente a sacarlos de Sceilig Mhichil. Os marchasteis de aquí la misma noche en que Dacán fue asesinado, la noche que escribió para informar a su hermano Noé que se iba a Sceilig Mhichil.

Barrán intervino creyéndose que se adelantaba a Fidelma.

– ¿Y matasteis a Dacán, hermano Midach?

– Dacán estaba con vida cuando yo abandoné la abadía -replicó Midach con calma pero firmemente.

– Es cierto -confirmó Fidelma rápidamente.

El gran brehon levantó las manos en señal de protesta.

– ¿Cómo lo sabéis?

– Muy simple. Sabemos que Dacán fue asesinado alrededor de medianoche. Tenemos la certeza de que no pudo ser antes. Midach tenía que estar a bordo de su barco justo después de vísperas para poder zarpar con la marea de la noche hacia Sceilig Mhichil. He comprobado las mareas con los marineros del lugar. Si se hubiera atrasado, no habría podido zarpar hasta la mañana siguiente.

– ¿Entonces quién mató a Dacán? -preguntó Barrán totalmente perplejo.

– Alguien que, al igual que Midach, creía que Dacán tenía intención de hacer daño a los hijos de Illian.

Se hizo un silencio, pues todo el mundo se dio cuenta, después de todo el proceso, que estaban llegando al final.

Fidelma se extrañaba de que nadie hubiera llegado a la misma conclusión que ella. Como nadie hablaba, nadie se movía, Fidelma sacudió la cabeza.

– ¿Quiénes sino los hijos de Illian se sentirían amenazados por Dacán? -preguntó-. ¿Quién sino el hijo mayor de Illian, que se veía más amenazado que sus hermanos?

Todo el mundo se quedó mirando al joven Cétach.

– Pero acabáis de afirmar que estos dos niños estaban todavía en Sceilig Mhichil en aquel momento. Estaban a dos o tres días de travesía de Ros Ailithir -indicó Barrán.

– Yo no he dicho que fuera uno de estos chicos -dijo Fidelma bien alto para que se oyera por encima del alboroto.

Una vez más, el efecto de sus palabras fue como el del agua sobre el fuego. Se hizo un silencio de asombro.

– Pero vos ahora habéis dicho… -empezó a decir el gran brehon.

– He dicho que el hijo mayor de Illian mató a Dacán.

– ¿Entonces…?

– Illian tenía tres hijos. ¿No es así, Midach? Dacán, en la carta que escribió a su hermano, decía que el hijo mayor de Illan acababa de llegar a la edad de elegir. Eso descarta a estos dos chicos, que están todavía lejos de los diecisiete años. Eso también significa que Illian tenía un tercer hijo.

– Parece que lo sabéis todo, Fidelma -dijo Midach en tono grave-. Sí, mi primo Illian tenía tres hijos. Todos se quedaron a mi cargo cuando lo mataron. Los dos más jóvenes fueron enviados a Sceilig Mhichil con nuestro primo, Mel. Sin duda todo sucedió como habéis explicado.

– ¿Y dónde enviasteis al hijo mayor? -preguntó Barrán.

Midach apretó los dientes.

– No puedo traicionar la confianza de mi familia.

– El hijo mayor fue traído a Ros Ailithir con una identidad falsa -intervino Fidelma.

Se giró y recorrió con la vista las filas de religiosos que abarrotaban la iglesia de la abadía y encontró el rostro blanco de sor Necht.

– Adelantaos, sor Necht, ¿o debería decir Nechtan? -añadió Fidelma, convirtiendo el nombre femenino en la forma masculina.

La desgarbada «hermana» se levantó; sus ojos iban de un lado a otro como si buscara la manera de escapar y luego se le cayeron los hombros en señal de resignación.

Uno de los miembros de la guardia del Rey Supremo atravesó la nave hasta ella y le dio un golpe en el hombro para que se presentara ante los jueces. Lentamente y con renuencia, «sor Necht» obedeció.

No se oyó ni un sonido mientras todos los ojos observaban a la figura que avanzaba lentamente hasta donde estaba esperando Fidelma. Ahora no intentaba disfrazar su porte masculina.

– Permitidme que os presente a Nechtan, hijo de Illian de los Osraige. Nechtan es el hermano mayor de Cétach y Cosrach.

«Sor Necht» se cuadró y alzó su barbilla desafiante al situarse ante Fidelma.

– ¿Os importaría quitaros el tocado? -pidió Barrán.

«Sor Necht» se lo quitó.

– El cabello es cobrizo, casi rojo -admitió Forbassach con tono quejumbroso-. Pero esta… esta persona… sigue pareciendo una chica.

– ¿Tenemos que seguir adelante con esta farsa, Nechtan? -preguntó Fidelma-. Decid la verdad.

– Todo ha terminado, hijo mío -gritó Midach con resignación-. Admitamos la verdad.

El joven de cabello cobrizo se quedó mirando a Fidelma casi con ojos de odio.

– Sí, yo soy Nechtan, hijo de Illian -dijo con un tono lleno de orgullo.

– Fue todo idea mía -explicó rápidamente Midach-. No sabía qué hacer. Sabía que Scandlán y su familia estaban buscando al heredero de Illian. Ya había visto el testamento de Illian y sabía que los chicos quedaban a mi cargo y que se suponía que los más jóvenes tenían que ir a Sceilig Mhichil. Pensé que estarían a salvo en Sceilig Mhichil. Pero no sabía dónde esconder a Nechtan. Entonces se me ocurrió la idea de que se ocultara en la abadía como novicia y así pudiera vigilarlo estrechamente. Los que buscaban a los herederos de Illian buscaban a unos chicos, no a una chica.

– Aunque con diecisiete recién cumplidos, Nechtan, con su voz ronca y su figura ligera, se convirtió en una joven -admitió Fidelma-. Utilizaron las ramas y las bayas del saúco como tinte y le dieron rojez a los labios y a las mejillas: Nechtan se convirtió en sor Necht.

– Yo al principio pensé que Dacán era un agente de Scandlán -continuó Midach-. Cuando descubrí que había descifrado el testamento de Illian, abandoné inmediatamente la abadía para traérmelos antes de que los descubrieran. Me traje a los dos niños e hice que sor Eisten se los quedara en Rae na Scríne. Hasta que regresé a la abadía, no descubrí que habían asesinado a Dacán.

– ¿Y cuándo confesó Nechtan que lo había matado él? -preguntó Fidelma.

– Al siguiente… -Midach se mordió los labios e inclinó la cabeza. Nechtan mantenía su mirada al frente sin hablar, sin mostrar emoción alguna.

El gran brehan se inclinó hacia adelante.

– ¿Por qué mató el chico a Dacán? -preguntó Barrán-. Aclaremos por fin este punto.

Fidelma hizo una mueca de tristeza.

– Sor Necht, o mejor dicho Nechtan, mató a Dacán por miedo. Midach, antes de irse a Sceilig Mhichil, le había dicho que creía que Dacán trabajaba para sus enemigos. Necht ya odiaba a Dacán por su personalidad autocrática e indiferente. Tan sólo necesitaba alguna chispa. A las pocas horas de que Midach partiera a rescatar a sus hermanos, Nechtan mató a Dacán. Yo no creo que el acto fuera a sangre fría. Tan sólo cuando ya lo había llevado a cabo, buscó la manera de que pareciera algo premeditado.

– ¿Qué queréis decir? -preguntó Barrán.

– Nechtan mató a Dacán y luego intentó tender un camino de trampas que condujera a otra persona para que la culparan.

– ¿Cómo?

– Después de que Midach abandonara la abadía, llamaron a Nechtan a la habitación de Dacán para que le llevara agua. Tal vez discutieron. Nechtan sacó un cuchillo y, en caliente, asestó una serie de golpes al anciano.

– ¡Sospechaba quién era yo, yo lo sabía! -protestó Nechtan que hablaba por primera vez. La voz que antes era ronca ahora era ligeramente aguda y más masculina. No había emoción en ella-. Era su vida o la mía. Me hubiera matado si hubiera sabido quién era.

Forbassach estaba sentado sacudiendo la cabeza asombrado. Fidelma hizo un gesto hacia él.

– Podéis creer al honorable abogado de Laigin cuando afirma que Dacán y Laigin no tenían intención de hacer daño a los hijos de Illian -dijo Fidelma-. Así que vos, Nechtan, asesinasteis a Dacán por un miedo injustificado. Dacán os buscaba para que Laigin os proporcionara apoyo en vuestra reclamación del trono de Osraige. Se puede argumentar que teníais un miedo comprensible. Pero lo que hace esto más atroz, Nechtan, es que os tomasteis muchas molestias para tender un camino que condujera a sor Grella.

– Yo sabía que sor Grella estaba trabajando con Dacán. También sabía que Grella era la amante de Salbach -replicó Nechtan a la defensiva-. Cuando Midach fue a salvar a mis hermanos, ideé cómo salvar a todos nosotros. Si acusaban a Grella del asesinato de Dacán, sería un justo castigo.

– Intentasteis destruir todo lo que Dacán había recogido que pudiera identificaros a vos y a vuestros hermanos. No os disteis cuenta de que, para informar a Salbach, Grella había cogido un borrador de la carta que Dacán iba a enviar a su hermano. También os olvidasteis de retirar una varita en ogham que había rodado hasta debajo de la cama de Dacán. Os quedasteis muy consternado cuando la encontré. Tuvisteis que seguirme cuando se la llevé a Grella a la biblioteca para comprobar que no era incriminatoria. Grella la reconoció e hizo ver que era otra cosa para despistarme. La dejé en la biblioteca y más tarde, aquella misma noche, volvisteis a la biblioteca y la quemasteis junto con otras varitas en ogham para ocultar el rastro hasta vos.

– Pero Dacán fue atado antes de matarlo -advirtió el gran brehon-. ¿Cómo lo consiguió este chico?

– Lo ató después de matarlo para implicar más a Grella. Resulta obvio que no lo ató antes porque las tiras de tela de la falda de Grella eran tan frágiles que incluso un niño enfermo se hubiera deshecho de esas ataduras. Yo me percaté de eso al principio de la investigación y sabía que buscaba a alguien que había maquinado cuidadosamente todo.

Fidelma pasó a hablar directamente a Nechtan.

– Os debisteis quedar despierto el resto de la noche pensando en vuestro acto. Decidisteis que no sólo teníais que preparar un camino de sospecha que se alejara de vos, sino que, tal como habéis admitido, tuvisteis la brillante idea de infligir una especie de justicia poética sobre la persona que creíais que era uno de vuestros enemigos.

Nechtan estaba callado.

– Esperasteis hasta que la campana tocó a maitines y observasteis cómo sor Grella se dirigía al servicio. Con la esperanza de que nadie hubiera descubierto el cuerpo de Dacán, entrasteis en la habitación de Grella y encontrasteis un vestido viejo del que rasgasteis unas tiras de lino. Fue el único trozo de tela inconfundible que encontrasteis. Probablemente, creísteis que era algo que ella se ponía a menudo y las tiras se identificarían rápidamente. No caísteis en la cuenta de que ninguna religiosa se pondría tal ropa y que simplemente era un vestido viejo que ya no usaba.

«Llevasteis las tiras de tela a la habitación de Dacán. Entrasteis y estaba a oscuras. La lámpara de aceite estaba vacía. Así que la rellenasteis y la encendisteis. Era obvio que no había estado nadie allí. Entonces atasteis los tobillos y las manos de Dacán. Para atarle las manos por detrás, tuvisteis que dar la vuelta al cuerpo sobre la cama y así se hicieron las manchas de sangre sobre la manta. Eso me pareció curioso, pues él estaba estirado boca arriba sobre la cama con heridas en el pecho y la sangre estaba en la manta bajo el cadáver. El cuerpo se tenía que haber movido por algún motivo. Entonces os fuisteis, olvidándoos de apagar la lámpara. Media hora más tarde, llegó el hermano Conghus. La pista falsa que dejasteis no tenía entonces ningún significado. No significó nada hasta que llegué al cabo de una semana y la seguí.

«Cuando regresé de Sceilig Mhichil y descubrí que me habían robado algunas cosas de la bolsa que yo había dejado con el abad Brocc, empecé a sospechar lo que estaba pasando. Los objetos robados eran los que ofrecían información para identificar a los hijos de Illian. Los que habían dejado formaban parte de las pruebas que implicaban a sor Grella en el asesinato.

Fidelma hizo una pausa esperando que el chico respondiera a sus palabras. Al cabo de un rato, Barrán se dirigió a él.

– No decís nada. ¿Lo admitís?

El chico se encogió de hombros.

– No tengo nada que decir al respecto. Actué en defensa propia.

– Lo que acabáis de afirmar parece una confesión -advirtió el gran brehon.

– Si vos lo decís -replicó el muchacho, sin emoción.

Midach se adelantó y mostró su angustia en el rostro al abrazar al muchacho.

– Hijo mío, soy vuestro anamchara y vuestro padre adoptivo. Os he protegido en todo. Os buscaré el mejor abogado para que os defienda.

El rostro de Midach se deshizo en angustia cuando observó a Fidelma.

– Es culpa mía. ¡Es mi gran culpa! Yo le metí el miedo a Dacán. -Se giró y miró al gran brehon-. ¿Podéis aceptar mi culpabilidad en lugar de la del chico?

Barrán sacudió la cabeza.

– El chico ya está en la edad del consentimiento. Tiene la responsabilidad de un adulto. Por lo que respecta a meterle el miedo a Dacán dentro, vos simplemente le disteis una forma tangible, pues, al parecer, el chico ya odiaba a Dacán y, a través del odio, lo temía.

– Sí, actuó por miedo. Incluso Fidelma de Kildare lo admite.

– Así debió ser. Pero implicar deliberadamente a una persona inocente empeora el crimen.

– Una cosa más, Barrán -interrumpió Fidelma-. Este tribunal cumplirá con su deber si absuelve al abad de Ros Ailithir y al rey de Muman de ser culpables de la muerte de Dacán de Fearna. Esta asamblea tiene que reunirse para considerar la demanda de Laigin por compensación. Ahora es asunto del tribunal fallar sobre este asunto. Ya no tiene ninguna otra función.

»Nechtan tendrá que presentarse ante otro tribunal para responder por su acción, al igual que sin duda tendrá que hacerlo Salbach, cuyos crímenes son mucho peores que los de todos los demás. Que ese otro tribunal decida el grado de culpabilidad que ha de recaer sobre los hombros de Nechtan. Y yo, si Nechtan lo desea, me presentaré como su abogada, pues creo que ningún chico, haya alcanzado o no la edad de elegir, ha de vivir con un miedo tal como el que han padecido los tres hijos de Illian este último año. Creo que de alguna manera el miedo atenuara su culpabilidad, si es que no lleva a absolverlo.

Midach miraba a Fidelma sorprendido, como muchos otros en el tribunal.

Barrán carraspeó impaciente.

– Os agradezco, Fidelma de Kildare -dijo secamente-, que me recordéis los asuntos en cuestión. Sin embargo, no creo que ni yo ni la asamblea los hubiéramos olvidado.

Fidelma inclinó la cabeza ante la suave ironía del gran brehon.

Barrán miró alternativamente a Fidelma y a Forbassach.

– Abogados de Cashel y Fearna, ¿habéis completado vuestros alegatos y contrarréplicas?

Fidelma dudó un momento y luego habló.

– Yo simplemente recordaría al tribunal lo que he dicho en mi apertura. Dacán, tal como ha sido admitido ahora por su mismo hermano, Noé de Fearna, vino a este reino a descubrir a escondidas el paradero de los hijos de Illian para utilizarlos con propósitos políticos en favor del reino de Laigin. Yo sostengo que este subterfugio hace que Dacán pierda el derecho a reclamación alguna por parte de sus parientes basándose en las leyes de la hospitalidad. La responsabilidad no es del abad de Ros Ailithir, ni en última instancia de Cashel.

«Segundo, va se ha revelado que el verdadero culpable fue Nechtan, hijo de Illian de Osraige, quien mató a Dacán porque creía que su vida, y las vidas de su hermanos menores, estaban en peligro. No es jurisdicción del tribunal dictaminar respecto a su culpabilidad, pero yo añadiría que hay circunstancias atenuantes en el acto de Nechtan.

Fidelma regresó a su asiento y se sentó por primera vez desde que se había levantado para defender la causa de Cashel.

Barrán se dirigió hacia Forbassach para que resumiera su causa y para que refutara aquello con lo que no estaba de acuerdo. El abogado del reino de Laigin había estado inclinado discutiendo con su joven rey y el abad de Fearna de cara pétrea. Se giró y se levantó, hablando con aspecto dubitativo:

– Laigin acepta que Cashel no es responsable de la muerte de Dacán. Pero se ha cometido una muerte y la ley tiene que buscar a un responsable.

Barrán se giró y mantuvo una conversación en voz baja con el Rey Supremo y luego con Ultan de Armagh. Al cabo de un momento se giró y se dirigió a la asamblea.

– La causa presentada a este tribunal era simple. Sor Fidelma nos lo ha recordado. Se trataba de determinar si la responsabilidad por la muerte de Dacán era asunto de Cashel. Si así fuera, la demanda de Laigin era específica. Laigin exigía el reino de Osraige como la suma del precio de honor por Dacán. Las pruebas que hemos oído determinan que esa responsabilidad no recae en Cashel. De manera que la demanda por el precio de honor queda desestimada. Osraige, tal como ha sido durante los últimos seis siglos, sigue debiendo lealtad a Cashel y sus reyes pagarán tributo a Cashel, y no a Fearna.

Una ola de aprobación se elevó cuando se emitió el juicio.

Barrán levantó la mano pidiendo silencio.

– Sin embargo, con el beneplácito del Rey Supremo, creo que hay otros asuntos que debe considerar este tribunal. Hemos escuchado el trágico camino de muerte y destrucción que nos ha traído hasta aquí. Sus raíces se encuentran en el hecho de que la gente de Osraige no considera que la realeza de los Corco Loígde, impuesta por la familia de Ciarán de Saighir, sea la que por justicia les corresponde. Creemos que san Ciarán estableció, equivocadamente, a los Corco Loígde en el trono de Osraige. Ha llegado el momento de que los descendientes de los reyes originarios de Osraige regresen al trono. El rey de Cashel ha de llevar a cabo los pasos necesarios que aseguren que la gente de ese reino de Osraige escoge libremente a quienquiera que desee para gobernar de acuerdo con las leyes de sucesión legítima.

Colgú se levantó con rostro solemne.

– Nada me aflige más que oír lo que ocurre en mi reino. Este derramamiento de sangre inocente no ha de quedar impune. La familia de los Corco Loígde no tiene ya ningún derecho moral para gobernar Osraige. La gente de esta tierra tiene que elegir. Así ha de ser. Juro por mi honor que así será. Lo juro ante este tribunal.

El gran brehon saludó a Colgú con una sonrisa.

– Vuestras palabras han alegrado a nuestro Rey Supremo. Hay otra amonestación que creemos que os toca hacer. Dejaremos que un tribunal de Cashel fije el grado de culpabilidad y la cantidad de la multa y de la compensación para el desafortunado Nechtan. Sin embargo, ya hemos escuchado suficiente en este tribunal para decir que el precio de honor de Dacán se ve empañado por su engañosa tarea en nombre de Laigin. La multa por la muerte de un erudito de la talla de Dacán queda fijada en la ley en siete cumals, que es el valor de veintiuna vacas lecheras. El verdadero precio de honor de un hombre de su rango eclesiástico es de veinte séd, el valor de veinte vacas lecheras. Un total de cuarenta y un séd será la suma que se ha de pagar por quienquiera que sea hallado culpable de su muerte. Sin embargo…

Barrán dirigió la mirada al rey de Laigin.

– Se verá que hay otros culpables en este asunto. Este tribunal ordenará que aquellos que pidieron a Dacán que siguiera con su tarea trastocaron la paz de estos reinos y los amenazaron con una guerra sangrienta. Tienen que compartir la responsabilidad. El precio de honor por un rey de una provincia es de dieciséis cumals y, dado que ese rey ha mancillado su honor, dieciséis cumals han de ser pagados por el rey de Laigin al Rey Supremo.

Fianamail estaba pálido y hosco pero callado.

– Otros siete cumals más ha de ser pagados por Fianamail al rey de Cashel por ensombrecer su honor. Éste es el veredicto del tribunal. ¿Tiene algo que decir Fianamail de Laigin?

El joven rey se levantó dubitativo. Pareció que iba a hablar y luego sacudió la cabeza y se sentó. Susurró algo a su dálaigh.

Forbassach, como abogado, se levantó.

– Laigin acepta la amonestación del tribunal -dijo en voz baja-. «Cedant arma togae…»; que los brazos se rindan a la toga de la ley.

– Así ha de ser -admitió el gran brehon con solemnidad-. El trabajo de esta asamblea ha terminado.