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Sábado
Por la mañana
JENNIFER CRUZÓ LAS PIERNAS y observó a Paul Milton frente a la mesa de conferencias. Ella había viajado a Long Beach la noche anterior, visitó la escena del crimen donde explotara el Mercury Sable de Kevin Parson, hizo una docena de llamadas telefónicas, y luego se registró en un hotel en el Bulevar Long Beach.
La agente pasó la noche dando vueltas, reviviendo ese día de tres meses atrás cuando el Asesino de las Adivinanzas matara a Roy. El asesino no usó un nombre, como siempre. Solo una adivinanza. Había asfixiado a sus primeras cuatro víctimas, golpeando una vez cada seis semanas más o menos. Con Roy usó una bomba. Ella encontró su cuerpo destrozado cinco minutos después de que la explosión lo despedazara. Nada podía quitarle la imagen que vivió.
Después de haber podido dormir un par de horas se dirigió a la estación, donde esperó una hora la llegada de los demás.
Con la muerte de Roy se hicieron increíblemente vividos los fundamentos de la vida, aunque prácticamente con él desaparecieron las aspiraciones de Jennifer. Ella había dado por sentado la relación con él, y cuando se lo arrebataron se sintió desesperada por todo lo demás que daba por sentado. El dulce aroma del aire. Una ducha caliente en una mañana fría. Dormir. La caricia de otro ser humano. Las cosas sencillas de la vida eran las que la sostenían. Aprendió que la vida no era lo que parecía, pero aún no estaba segura de qué era en realidad la vida. Ahora sentía que las fiestas y las promociones eran algo superficial. Las personas iban de acá para allá, trepando imaginarias escaleras del éxito, luchando por hacerse ver.
Igual que Milton. El era un producto andante de los medios de comunicación, hasta la médula, con su gabardina beige, ahora colgada en el rincón. Apenas había salido el sol cuando Jennifer entró por primera vez a la estación, y él estaba impartiendo una conferencia informativa sobre todos los detalles.
No había ninguna noticia nueva; todos sabían eso. La insistencia de Milton en que la prensa debía saber al menos la situación de las cosas no era más que una excusa. Lo que quería era el objetivo de la cámara y la resolución del caso. Para ella él no era exactamente su tipo.
El pensamiento de Jennifer no era exactamente profesional; lo sabía. Milton era un agente de la ley con los mismos objetivos esenciales que ella. Estaban juntos en esto, a pesar de todas las diferencias personales. Pero ella no encontraba tan fácil como antes de la muerte de Roy el procedimiento de dejar a un lado todas las tonterías. Por eso la Oficina tendía a distanciar de la primera línea a los agentes en la misma situación que ella, como Frank había intentado hacer.
Ni hablar, ella se sobrepondría a todo eso.
A su izquierda estaba Nancy Sterling, la forense científica más experimentada de Long Beach. A su lado Gray Swanson de la policía estatal y Mike Bowen de la ATF. Cliff Bransford, de la CBI, completaba la reunión. Jennifer había trabajado con Cliff y lo había encontrado excepcionalmente tedioso, pero muy inteligente. Para él todo se debía ceñir a las normas. Lo mejor era mantenerse lejos de él a menos que se le acercara.
– Sé que todos ustedes tienen intereses varios en este caso, pero el FBI tiene clara jurisdicción… los antecedentes de este sujeto incluyen secuestro -dijo Jennifer.
– Tú podrás tener jurisdicción -cuestionó Milton guiñándole un ojo-, pero se me ha entregado la ciudad…
– No se preocupe, estoy aquí para trabajar con usted. Recomiendo que usemos sus oficinas como centro común. Eso pone a disposición de usted toda información. Coordinaremos todo desde aquí. No sé qué querrán hacer la CBI o la ATF respecto a la ubicación de su personal, pero me gustaría trabajar desde esta oficina. ¿Está bien?
Milton no respondió.
– Me parece bien -contestó Bransford-. Nosotros tenemos nuestras propias oficinas. En lo que a mí respecta, este es tu caso.
Bransford sabía acerca de Roy y le estaba dando su apoyo a Jennifer. Ella le hizo un leve gesto de asentimiento.
– Por el momento estaremos fuera -informó el agente de la ATF -. Pero si vuelven a aparecer explosivos queremos una mayor involucración.
– De acuerdo -concordó Jennifer; luego miró a Milton-. ¿Señor?
El le lanzó una mirada desafiante, y ella se dio cuenta que la opinión que tenía de él no iba a cambiar. Aunque él hubiera relacionado este caso con el del Asesino de las Adivinanzas, lo cual se debía probablemente al perfil de los asesinatos en Sacramento, Jennifer dudaba que conociera la participación de ella en este caso. No habían divulgado la identidad de Roy. Aun así ella no dio importancia a la arrogancia del hombre.
– ¿Cuál es tu especialidad, agente? -preguntó Milton.
– Sicóloga forense, detective.
– Reseñadora.
Perfiles sicológicos basados en medicina legal -corrigió ella.
Jennifer casi expresa el resto del pensamiento: Por eso pusieron la palabra forense, para quienes se criaron en lugares atrasados.
– De acuerdo. Pero no quiero que hables con los medios de comunicación.
– No pensaría en privarle a usted de toda difusión, señor.
– Creo que tenemos un acuerdo.
– Muy bien. Hace como una hora revisé su archivo -dijo ella y luego miró a Nancy-. Trabajas rápido.
– Lo intentamos -contestó Nancy-. Quizás quieras volver a revisarlo. Hallamos un temporizador.
– ¿Preprogramado?
– No, un receptor hace saltar el temporizador, pero por lo que puedo deducir no hay manera de apagar el temporizador una vez fijado.
– Así que quien hizo esto no tenía intención de detener la detonación, a pesar de las condiciones de su amenaza -opinó Jennifer mirando a Milton.
– Así parece.
– ¿Algo más?
Milton se puso de pie y se volvió a las persianas detrás de su silla. Las separó y miró calle abajo.
– ¿Qué te dice por tanto tu bola de cristal sobre esto, agente Peters?
– Es demasiado pronto.
– Satisfáceme.
Sin duda pensaban en el Asesino de las Adivinanzas, pero ella salió con un análisis conservador.
– Conjeturando, tenemos un hombre blanco sumamente irritable, pero no tanto como para comprometer su precisión o su método. Es inteligente. Y lo sabe. Sabía qué clase de bomba construir, cómo colocarla, cómo detonarla sin que lo detectaran. En realidad sabía que el Sr. Parson escaparía ileso, y sabía que no se resolvería su adivinanza. Por eso no se molesto en perder recursos en un interruptor de terminación.
– ¿Víctima seleccionada al azar? -preguntó Nancy.
– Nada con este individuo es al azar. Si la víctima no es alguien conocido del pasado, entonces fue seleccionada por razones específicas. Su profesión, sus hábitos, la forma en que se peina.
– De ahí que la insistencia de Parson en no conocer a nadie que le pudiera guardar rencor no añada nada -opinó Milton.
– No necesariamente. Usted como policía podría enumerar cien personas que le volarían la cabeza si tuvieran la oportunidad. El ciudadano promedio no tiene esa clase de enemigos. Estamos tratando con alguien que probablemente sea desequilibrado… una mirada de reojo en un tren lo podría marcar a usted como su próximo objetivo.
Hizo una pausa.
– Eso es lo que yo diría basándome solo en lo que ustedes me han dado -siguió hablando-. Pero como se presentan las cosas, tengo más.
– El Asesino de las Adivinanzas -intervino Nancy.
– Sí -concordó Jennifer mirándola y preguntándose si sabía acerca de Roy-. El mismo modus operandi. El último asesinato que hemos atribuido a este sujeto fue hace tres meses en Sacramento, pero según todos los indicios estamos tratando con el mismo hombre.
– Este usa adivinanzas, pero no mató a ninguna víctima -inquirió Milton.
– Tiene razón; esta vez es diferente. A las cinco víctimas les dieron una adivinanza y luego las mataron al no resolverla. Lo cual significa que él no ha terminado con Kevin Parson. No hizo explotar un auto sin herir a nadie simplemente por gusto. Él mismo se está exigiendo. Está aburrido. Quiere un nuevo desafío. Hilar múltiples adivinanzas es la progresión lógica, pero también lleva más tiempo. Tendría que estudiar mucho a su blanco para tener amenazas continuas. Eso significa mucha vigilancia durante muchos días. Una cosa es llevar a cabo una broma. Este tipo está planeando hacerlo otra vez. Esa clase de planificación lleva tiempo, lo que podría explicar por qué el Asesino de las Adivinanzas ha estado tan tranquilo los últimos tres meses.
– Este sujeto tiene nombre -terció Bransford-. Slater. El Asesino de las Adivinanzas se mantuvo anónimo.
– En esto también opino que es una progresión -expresó Jennifer sacando del portafolios una gruesa carpeta y poniéndola sobre el escritorio.
En la lengüeta había dos iniciales en mayúsculas: A. A.
– No dejen que el tamaño les engañe; no sabemos tanto como ustedes podrían creer. Aquí hay muchos datos de perfil sicológico. En lo referente a evidencias, este individuo lo deja todo muy claro. Ninguno de los cuerpos fue maltratado en ninguna forma. Los primeros cuatro fueron asfixiados; el último fue asesinado con una bomba. Los cuatro cuerpos asfixiados los reportó a la policía el asesino mismo, y los dejó en bancas de parque. A efectos prácticos no presentaban evidencia. Este asesino halla más satisfacción en el juego que en la verdadera matanza. Matar solo es un apoyo, algo que brinda posibilidades bastante elevadas para hacer interesante el juego.
Jennifer puso la mano en la carpeta. Los bordes verdes estaban desgastados por el uso, principalmente de parte de ella; casi podía recitar el contenido, todas las 234 páginas. La mitad de lo escrito era suyo.
– A cada uno de ustedes les darán una copia de ese archivo mientras hablamos. Contestaré con gusto cualquier pregunta una vez que tengan la oportunidad de revisarlo. ¿Ha habido algún contacto adicional con la víctima?
– Hoy no -informó Milton-. Tenemos un equipo en camino para inspeccionar la casa de Parson. El encontró algunos micrófonos. Más exactamente, una amiga suya encontró seis de ellos en toda la casa. Una tal Samantha Sheer nos llamó esta mañana. Ella está relacionada con la oficina del fiscal general. Da la casualidad que estuvo con Kevin anoche y nos hizo un favor. ¿Sabes qué se cae pero no se rompe, qué se rompe pero no se cae?
– No.
– Noche y día -contestó él sonriendo falsamente.
– ¿Se lo dijo ella?
– Muy lista -contestó él asintiendo-. Por otra parte, ya hay demasiabas velas en este entierro, y eso que el caso no tiene ni siquiera un día.
– El caso tiene un año -recordó Jennifer-. ¿Se reunió ella con él sin que usted lo supiera? ¿No está vigilando la casa?
– No todavía -respondió él titubeando-. Como dije…
– ¿Lo dejó solo toda la noche? -incriminó Jennifer sintiendo que el rostro le ardía de la ira.
Tranquila, muchacha.
Los ojos de Milton se entrecerraron levemente.
– ¿Con quién cree usted que estamos tratando aquí, con un boy scout? ¿Sabe siquiera si Parson sigue vivo?
– No estamos bajo amenaza permanente -se defendió Milton-. No hay evidencia directa de que se trate del Asesino de las Adivinanzas. Kevin insistió en que estaba…
– La víctima no está en posición de saber qué le conviene más -contraatacó Jennifer desdoblando las piernas y poniéndose de pie-. Tan pronto como regrese me gustaría dar directamente una mirada a las evidencias, si no te importa, Nancy.
– Desde luego.
– ¿Adonde vas? -preguntó Milton.
– A ver a Parson. Hasta donde sabemos, él es la única víctima viva del Asesino de las Adivinanzas. Nuestro trabajo principal es mantenerlo con vida. Me gustaría pasar algunos minutos con él antes de que su gente empiece a destrozarle la casa. Un colega mío, Bill Galager, estará aquí dentro de poco. Trátenlo por favor con la misma cortesía que me han prodigado a mí.
Jennifer salió de la estación y se fue a toda velocidad a casa de Kevin Parson, sabiendo que se había excedido un poco en el salón de conferencias. Tal vez se afectó demasiado respecto de su cooperación a causa de las preocupaciones del jefe de la oficina. Considerando todo, a no ser por la equivocación de dejar sin protección a la víctima, Milton había conducido el caso bastante bien hasta ahora. Pero una equivocación y tendrían otro cadáver en sus manos. Ella no estaba en posición de aceptar eso. No esta vez.
No después de dejar que el Asesino de las Adivinanzas matara a Roy.
¿A qué se debe esto, Jenn? Kevin Parson es una víctima, que merece vivir, ser libre y buscar la felicidad como cualquier otra víctima potencial, pero no más. Ese era el punto de vista objetivo de la situación.
Sin embargo, fuera cual fuese la cara que tratara de poner en el asunto, el jefe de la oficina había dado en el clavo. Ella había perdido mucha objetividad, ¿no? No importaban las particularidades de Kevin Parson, él ahora era especial. Quizás más especial para Jennifer que ninguna otra persona en ningún otro caso, menos su hermano. Parson podría ser un tonto con el hábito de correr desnudo por la autopista 405, y ni eso podría cambiar las cosas.
La realidad era que de algún modo Kevin Parson le ofrecía un atisbo de redención. Si Roy había muerto a causa de ella, quizás Kevin Parson llegue a vivir a causa de ella.
A causa de ella. Ella tenía que salvarlo personalmente, ¿verdad? Ojo por ojo. Vida por vida.
– Dios, permite que sea un hombre decente -masculló ella.
Jennifer desechó los pensamientos con un suspiro y entró a la calle de él poco después de las ocho. Antiguas casas aisladas, la mayoría de dos pisos, hogares modestos y decentes a primera vista. Ella miró la carpeta que le había dado Milton. Kevin Parson vivía en la casa azul dos viviendas más allá. Se detuvo en la acera, apagó el motor, y miró alrededor. Vecindario tranquilo.
– Muy bien, Kevin Parson, veamos qué clase de hombre ha escogido el asesino esta vez.
Dejó la carpeta y caminó hasta la puerta principal. En el porche había un periódico matutino que mostraba en primera página una amplia difusión del coche bomba. Ella lo recogió y pulsó el timbre.
El hombre que contestó era alto, con cabello castaño desordenado y profundos ojos azules que miraron los de ella sin titubear. Una camiseta blanca con un logotipo «Jamaica» sobre el bolsillo. Jeans desteñidos. Olía a loción para después de afeitarse, aunque era evidente que hoy no se había afeitado. La dura mirada le sentaba bien. No parecía la clase de hombre que correría desnudo por la autopista, sino más bien uno que podría aparecer en el Cosmopolitan. Especialmente con esos ojos. ¡Vaya!
– ¿Kevin Parson? -preguntó Jennifer mientras abría la cartera para mostrar su insignia-. Soy la agente Peters del FBI. ¿Podría intercambiar unas palabras con usted?
– Por supuesto. Claro que sí, entre -contestó pasándose los dedos por el cabello-. Sam dijo que probablemente usted vendría esta mañana.
– Parece que usted hizo noticia -expresó ella mientras le entregaba el periódico y entraba-. ¿Sam? ¿Es su amiga de la oficina del fiscal general?
Pósteres de viajes cubrían las paredes. Extraño.
– La verdad es que creo que está con la Oficina Californiana de Investigación. Pero acaba de empezar. ¿La conoce usted?
El arrojó el periódico en el porche y cerró la puerta.
– Ella llamó a la policía esta mañana y reportó los micrófonos. ¿Puedo verlos?
– Desde luego. Por aquí.
La condujo a la cocina. Sobre el poyo había dos latas de refresco… había tomado una bebida anoche, presumiblemente con Sam. Por lo demás la cocina estaba impecable.
– Aquí -señaló el fregadero y puso las dos latas en un pequeño basurero de reciclaje.
Dentro del agua había cuatro pequeños dispositivos para escuchar que parecían baterías de reloj, un transmisor infinito que ella obviamente había quitado del teléfono, y un dispositivo que parecía un interruptor eléctrico común.
– ¿Usó guantes Sam para sacarlos?
– Sí.
– Buena chica. No creo que encontremos nada. Dudo que nuestro amigo sea tan estúpido como para dejar huellas en sus juguetes -formuló ella y se volvió hacia él-. ¿Pasó algo extraño en las últimas doce horas? ¿Alguna llamada telefónica, algo fuera de lugar?
Los ojos de él se movieron, apenas. Estás yendo demasiado rápido, Jennifer. El pobre tipo aún está en shock y le estás dando al máximo. Lo necesitas tanto como él a ti.
Alzó la mano y sonrió.
– Lo siento. Míreme, entrometiéndome, interrogándolo. Empecemos de nuevo. Me puede llamar Jennifer -manifestó ella extendiendo la mano.
Él le examinó los ojos y le agarró la mano. Como un niño tratando de decidir si confiar o no en un extraño. Por un momento ella se sintió atraída por su mirada, vulnerable. Mantuvieron el contacto el tiempo suficiente para hacer que Jennifer se sintiera incómoda. Pensó que había inocencia en él. Tal vez más. Ingenuidad.
– En realidad, hay más.
– ¿Verdad? -preguntó ella soltándole la mano-. ¿Más de lo que usted dijo a la policía?
– El me volvió a llamar.
– ¿Pero usted no llamó a la policía?
– No podía. Me dijo que si llamaba a la policía haría algo. Que llevaría a cabo antes de tiempo su próxima amenaza -informó Kevin mirando nerviosamente alrededor y rompiendo el contacto visual por primera vez-. Lo siento, estoy con los nervios de punta. No dormí muy bien. ¿Quiere sentarse?
– Bueno.
Kevin arrastró una silla y ella se sentó. Ingenuo y caballeroso. Un estudiante de primer año de seminario que se graduó de la universidad con honores. No exactamente la clase de tipo que se despierta en la mañana pensando en maneras de hacer enemigos. El se sentó frente a ella y se pasó descuidadamente la mano por el cabello.
– ¿Cuándo lo llamó?
– Después de que llegué a casa anoche. El sabe cuándo estoy aquí; sabe cuándo salgo. Puede oír todo lo que digo. Es probable que ahora mismo nos esté escuchando.
– Muy bien podría estar haciéndolo. En menos de una hora habrá aquí un equipo. Hasta entonces no hay mucho que podamos hacer acerca de la vigilancia. Lo que sí podemos hacer es tratar de meternos en la mente de este hombre. A eso me dedico, Kevin; me gano el sustento imaginando cómo es la gente. Pero para hacer eso necesito que usted me cuente todo lo que él le dijo. Usted es mi relación con él. Usted y yo vamos a tener que trabajar muy íntimamente hasta que encerremos a este tipo. Sin secretos. Sea lo que sea que él diga que usted puede o no puede hacer… debo oírlo todo.
– Dijo que yo no podía contarle nada a la policía. También me dijo que el FBI podría estar involucrado, pero no pareció molestarse por eso. Él no quiere que la ciudad se altere cada vez que me llama.
Ella casi pierde entonces su fachada profesional. El asesino esperaba al FBI- ¿Esperaba a Jennifer? En realidad había empezado de nuevo, ¿verdad? Sabía que ella vendría otra vez tras él… ¡hasta con recibimiento! El sabor apenas perceptible a cobre le recorrió la boca. Tragó saliva.
Kevin golpeteó con el pie y la miró sin interrumpir el contacto visual. Su mirada no era penetrante ni intimidante; quizás de las que desarman, pero no de un modo que la pusiera incómoda; sus ojos tenían una cualidad que ella no sabía concretamente qué era. Tal vez inocencia. Inocencia, amplia, triste y cansada.
En realidad no muy diferente de Roy. ¿Había alguna relación?
Estás mirando atrás, Jennifer. De pronto se puso incómoda. Sintió una extraña empatía por él. ¿Cómo podría algún loco amenazar a alguien tan inocente como este hombre? Respuesta: Nadie que esté cuerdo.
Te voy a mantener vivo, Kevin Parson. No permitiré que te hagan daño.
– Paso a paso -declaró Jennifer-. Quiero que empiece desde la llamada telefónica después de llegar a casa y me cuente exactamente qué le dijo.
El transmitió la llamada telefónica en meticuloso detalle mientras ella hacía preguntas y tomaba notas. Ella cubrió todo ángulo imaginable: la selección de palabras, la secuencia de acontecimientos, el tono usado por Slater, las maneras casi ilimitadas en que Slater pudo haber tenido acceso a la vida de Kevin.
– Así que usted cree que él ha estado aquí en más de una ocasión. En una de ellas encontró el número de Samantha. Él cree que usted y Samantha tienen una relación romántica, pero no es así.
– Correcto.
– ¿La han tenido alguna vez?
– No, no de veras -confesó Kevin moviéndose en la silla-. Aunque no estoy seguro de que eso no fuera una equivocación de mi parte.
Obviamente Slater había decidido que Kevin y Samantha eran más que amigos. ¿Quién se equivocaba, Slater o Kevin? Observó al hombre frente a ella. ¿Hasta qué punto era ingenuo?
– Usted debería hablar con ella -expresó Kevin-. Tal vez pueda ayudar de algún modo. Ella no es policía.
– Seguro.
Jennifer descartó la sugerencia ya al acabar de hablar. No tenía interés en consultar a una novata en este punto. Solo le faltaba que hubiera alguien más metido en el caso.
– ¿Cuánto tiempo hace que la conoce?
– Crecimos juntos aquí en Long Beach.
Hizo una anotación y cambió de tema.
– Así que para ser exactos Slater lo llamó ayer tres veces. ¿Una a su teléfono celular, otra aquí a casa, y otra vez a un teléfono celular que dejó para usted? La tercera llamada solo para asegurarse de que el teléfono funcionaba.
– Así creo. Sí, tres veces.
– Tenemos tres minutos, tres llamadas, tres reglas, una adivinanza con tres partes, tres meses. ¿Cree usted que a nuestro sujeto le gustan los tres?
– ¿Tres meses?
– ¿Ha oído alguna vez hablar del Asesino de las Adivinanzas? -ella tuvo que decírselo.
– El tipo de Sacramento.
– Sí. Tenemos motivo para creer que se trata del mismo. Mató a su última víctima hace tres meses.
– Lo oí en las noticias -asintió Kevin cerrando los ojos-. ¿Cree usted de veras que sea él?
– Sí, creo que sí. Pero que sepamos, nunca había dejado a nadie con vida. No estoy tratando de ser extrema… pero no hay otra manera de tratar esto. Tenemos una oportunidad, una excelente oportunidad, de detenerlo antes que siga adelante.
¿Cómo? -inquirió él abriendo los ojos.
– El quiere jugar. No es el asesinato lo que lo motiva sino el juego, Juguemos.
– ¿Juguemos? -cuestionó él mirándola con desesperación y bajando luego la cabeza.
Ella quiso abrazarlo, consolarlo, apoyar a esta pobre alma y decirle que todo iba a salir bien. Pero no resultaría verosímil ni profesional.
– ¿Alguna vez jugó usted ajedrez? -le preguntó ella.
– Una o dos partidas.
– Piense en esto como una partida de ajedrez. El tiene las negras y usted las blancas. Él hizo su primera jugada y usted tiene que hacer la suya. Usted perdió un peón. Él jugará mientras le interese el juego. El trabajo de usted es mantenerlo jugando el tiempo suficiente para que demos con él. Es la única manera de vencerlo.
– ¿Y si está escuchando ahora mismo? -objetó Kevin pasándose las dos manos por el cabello.
– Siempre suponemos que está escuchando. Es indudable que tiene la tecnología para oír lo que quiere oír. Pero para él lo que acabo de decir es música a sus oídos. Ahora mismo está en el fondo de una madriguera frotándose las manos por la expectativa del juego. Cuanto más largo mejor. Quizás no esté cuerdo, pero es brillante. Probablemente un genio. Nunca empieza un juego y corre asustado solo porque dos insignificantes agentes del FBI están sobre él.
Espero que estés escuchando, víbora. Ella apretó la mandíbula.
Kevin le brindó una lánguida sonrisa. Según parece había entendido, pero no estaba en situación de gustarle nada del juego de Slater.
– Los números tres podrían ser coincidencia -opinó él-. Tal vez.
– Nada es coincidencia con este individuo. Su mente funciona en un plano totalmente distinto a la mayoría. ¿Puedo ver el teléfono celular que le dio?
Kevin lo sacó del bolsillo y se lo entregó. Ella lo desplegó y lo hizo avanzar hasta el registro de actividades. Una llamada a la 4:50 de la tarde de ayer, según lo informado.
– Está bien, consérvalo contigo -lo tuteó ella-. No se lo des a la policía, y no les digas que te dije que no se lo dieras.
Eso hizo que ella se ganara una suave sonrisa, que no pudo resistir devolver. Ellos darían un golpe al seguirle la pista al número de Slater y triangular su posición, pero ella no era muy optimista. Había muchas formas de vencer el sistema.
– Pondremos un micrófono en el teléfono…
– Él dijo que nada de policías.
– Quiero decir nosotros, el FBI. Usaremos un dispositivo local que fijaremos al celular. Dudo que un aparato convencional de escucha nos dé algo bueno… demasiado fácil de interferir y de alcance limitado. El dispositivo de grabación será perceptible: una pequeña caja que pondremos aquí atrás -mostró ella haciendo con el dedo un cuadrado de dos centímetros de lado en la parte trasera del celular plateado-. Contendrá un pequeño chip que podemos quitar después para analizarlo. No exactamente una vigilancia en tiempo real, pero tal vez la próxima vez la podamos conseguir.
– ¿Entonces hago lo que él dice? -preguntó Kevin agarrando el celular-. ¿Le sigo el juego?
– No creo que tengamos alternativa -contestó ella después de asentir con un movimiento de cabeza-. Le tomaremos la palabra. El te llama; en el momento en que cuelgas me llamas. Es probable que él lo sepa, y luego imagino que sabremos lo que significa nada de policías.
El detective Milton me interrogó acerca de los motivos. Sin móvil no tienes nada -también la tuteó Kevin, se puso de pie, fue hasta el poyo de la cocina y regresó-. Creo que tengo una idea.
– Adelante.
– Odio.
– Odio. Eso es muy general.
– Slater me odia. Lo puedo oír en su voz. Desprecio salvaje. Quedan pocas cosas en este mundo que sean puras, desde mi análisis. El odio en la voz de este hombre es una de ellas.
– Eres perspicaz -opinó ella mirándolo-. La pregunta es por qué. ¿Por qué Slater te odia?
– Tal vez no a mí, sino a mi tipo -contestó Kevin-. La gente tiende a reaccionar ante otras personas de modo general y no personal, ¿de acuerdo? El es un ministro, así que lo odio. Ella es hermosa, por tanto me gusta. Un mes después despiertas y te das cuenta de que no tienes nada en común con esa mujer.
– ¿Tienes experiencia de primera mano sobre el tema, o simplemente estás hilvanando esto de un texto de sociología?
Kevin parpadeó, agarrado desprevenido. Si a ella no le fallaba la intuición, el joven tenía muy poca experiencia con mujeres.
– Bueno… -titubeó y se pasó la mano por el cabello-. Las dos cosas.
– Esto se podría clasificar como conocimiento nuevo, Kevin, pero existen hombres que juzgan a una mujer por más que su apariencia.
No estaba segura de por qué se sintió obligada a decir tanto; no había encontrado ofensa en el comentario de él.
– Por supuesto -se defendió él, pestañeando-. Te veo y eres hermosa, pero mi atracción hacia ti se basa en tu preocupación por mí. Puedo creer que sí te interesas de veras por mi situación.
El volvió a quitar la mirada.
– Quiero decir, no del modo que parece -continuó él-. Como tu caso, es lo que quiero decir. No como un hombre…
– Entiendo. Gracias. Esas fueron palabras muy gratas.
El corto intercambio pareció absurdo. Kevin se volvió a sentar y por un momento ninguno de los dos habló.
– Pero tu punto es válido -retomó Jennifer la conversación-. La mayoría de criminales en serie escogen víctimas basándose en lo que ellas representan, no en ofensas personales. Lo que me hace preguntar si estamos tratando aquí con motivación personal es el pensamiento meticuloso que Slater ha puesto en este caso. Me viene a la mente la obsesión. Él ha tomado un interés especial en ti.
– Quizás solo se trate de alguien muy meticuloso -contestó Kevin mirando a lo lejos y dando la impresión de estar particularmente interesado en despersonalizar el motivo.
– Tú bosquejas perfiles… ¿cuál es el mío? -inquirió él-. Basada en lo que sabes, ¿qué hay en mí que podría hacer estallar a alguien?
– No tengo bastante información para dar…
– No, ¿pero basada en lo que sabes?
– ¿Mi primera impresión? De acuerdo. Eres estudiante de seminario. Te tomas la vida en serio y tienes una inteligencia superior al promedio. Eres comprensivo, amable y dulce. Vives solo y tienes muy pocos amigos. Eres atractivo y te comportas con confianza, a pesar de un par de hábitos nerviosos.
A medida que Jennifer enunciaba la lista se le ocurrió que Kevin era alguien extrañamente bueno, no solo inocente.
– Pero lo que se destaca es tu inocencia genuina -siguió diciendo ella-. Si Slater no tiene interés particular en ti, te odia por tu inocencia.
Había más en Kevin visible a primera vista, mucho más. ¿Cómo podría alguien no apreciar, mucho menos odiar, a Kevin Parson?
– Me recuerdas a mi hermano -concluyó ella; luego deseó no haberlo dicho.
¿Y si el Asesino de las Adivinanzas quería que Jennifer viera parecidos entre Roy y Kevin? ¿Y si escogió a Kevin porque quería hacer que Jennifer volviera a pasar por el infierno?
Pura especulación.
– Tengo que volver al laboratorio -dijo Jennifer levantándose-. La policía estará aquí en poco tiempo. Si necesitas algo, o si recuerdas algo más, llama. Pondré a uno de nuestros hombres a vigilar la casa. Te prometo que no te dejaré solo. A este tipo le gusta dejar caer sus bombitas cuando menos se espera.
– Por supuesto.
El parecía perdido.
– No te preocupes, Kevin. Saldremos de esto.
– Espero que sanos y salvos -sonrió él nerviosamente.
– Lo haremos. Confía en mí -afirmó ella poniéndole la mano encima de la suya.
Una vez Jennifer le había dicho esas mismas palabras a Roy para tranquilizarlo. Ella retiró su mano.
Se miraron uno al otro por un momento. Di algo, Jennifer.
– Recuerda, él quiere un juego. Vamos a dárselo.
– De acuerdo.
Jennifer dejó a Kevin de pie en su entrada con aspecto de cualquier cosa menos de estar confiado. Confía en mí. Pensó en quedarse con él hasta que llegaran los técnicos, pero debía regresar a las evidencias. Una vez había arrinconado al Asesino de las Adivinanzas, antes de que hubiera ido tras Roy, y lo había hecho a través de un cuidadoso análisis de las pruebas. Su mejor trabajo lo hacía cuando se metía en la mente de los criminales, no sosteniendo las manos de sus víctimas.
Por otra parte, Kevin no era una víctima ordinaria.
¿Quién eres, Kevin? Quienquiera que fuera, ella decidió que le gustaba.