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A LOS CINCO MINUTOS DE LA EXPLOSIÓN la escena del crimen fue aislada por una docena de agentes de la ley -la mayor parte policías pero también funcionarios de la oficina de Jennifer y de otras agencias del estado- y empezó la investigación forense. Rápidamente localizaron la bomba. Por todas las apariencias iniciales se trataba de la misma clase de bomba que en el auto de Kevin, solo que más grande.

Jennifer localizó a Kevin en una cafetería a cuatro casas del autobús con instrucciones estrictas de no salir; ella volvería en veinte minutos.

Los parámetros de la investigación acababan de cambiar. Llegó Bill Galager de la oficina de Los Ángeles, así como dos investigadores subalternos, John Mathews y Brett Mickales. Ellos trabajarían desde la perspectiva de las pruebas, dejando libre a Jennifer para centrarse en el aspecto sicológico. Una conclusión no requería título en sicología criminal: cuando Slater dijo que nada de policías quiso decir absolutamente ningún policía. Y él tenía los medios para saber si hubo policías involucrados.

Según Kevin, Slater la había mencionado por su nombre: Jennifer. El maniático la estaba llevando a otra trampa, ¿no era así? Por lo que parecía del autobús, él se había graduado en un nuevo nivel.

Nada de policías. Ni CBI, excepto Samantha, quien resultó estar relacionada con Kevin por su infancia y el muchacho. Ni ATF. Nada de comisario ni de policía estatal. Solo FBI y, específicamente, solo Jennifer.

– ¿Aún ansiosa de enfrentarte a él?

– ¿Ansiosa? -contestó Jennifer volviéndose a Milton, quien se le había acercado por detrás.

En la mirada de él había un dejo de desafío, pero no entró en explicaciones.

– ¿Por qué lo explotó antes de tiempo?

– Dijo que nada de policías. Es obvio que se enteró de que su departamento había sido informado…

– Ellos siempre dicen que no haya policías. ¿No eres policía?

– Según Kevin, dijo que solo el FBI.

Milton hizo un gesto de burla.

– Nada de policías -afirmó Jennifer frunciendo el ceño-. Es evidente que la historia que él tiene con nosotros se muestra en su juego. En resumidas cuentas, él determina una regla; nosotros la infringimos; él explota el autobús antes de hora.

– ¿Y qué si él dijera nada de FBI? ¿Te volverías atrás? No lo creo. Esta es mi ciudad. No tienes derecho a hacerme a un lado.

– No lo estoy haciendo a un lado, Milton. Sus hombres están por todo el sitio.

– No me estoy refiriendo a la limpieza. Él llamará de nuevo y la ciudad lo sabe. Tengo derecho a saber.

– ¿La ciudad? Usted quiere decir la prensa. No, Milton. La prensa tiene el derecho de saber cualquier cosa que pueda ayudar a la seguridad de la ciudad. En este momento usted está examinando un autobús; la próxima vez podría ser un edificio. ¿Está usted dispuesto a arriesgar eso por el protocolo? Perdóneme, pero tengo un caso qué atender.

– Esta es mi ciudad, no la tuya -contestó Milton fulminándola con la mirada-. Tengo un interés personal; tú no. Por desgracia parece que no puedo hacer nada respecto de tu jurisdicción, pero el jefe de tu oficina me aseguró que cooperarías. Si Slater tose y tú no me lo cuentas, tendré aquí tu reemplazo en cinco minutos.

Jennifer estuvo tentada a darle una bofetada al idiota petulante. Tendría que llamar a Frank y explicarle. Mientras tanto, Milton era una espina con la que tendría que tratar.

– Usted tampoco me gusta, detective. Según veo usted se interesa demasiado por su propio bien, pero supongo que eso es personal. Lo mantendré informado por medio de Galager y espero su cooperación para ayudarnos en lo que pueda. No somos tan estúpidos como para no aprovechar toda la ayuda que podamos tener. Pero usted no hará nada sin mi autorización. Si Slater sospecha de su participación podría hacer a «su» ciudad más daño del que usted está dispuesto a asumir. ¿De acuerdo?

Él la miró detenidamente y luego se calmó. No esperabas eso, ¿verdad, Columbo? Jennifer se dio cuenta de que no tenía intención de mantenerlo involucrado de forma significativa, y ese pensamiento la sorprendió. En realidad en más de una manera recibió con agrado las restricciones de Slater. Esto era entre ella, Slater y Kevin, independientemente de lo personal que Slater pretendiera que fuese.

– Quiero poner un cerco total a la casa -expresó Milton-. Completa vigilancia electrónica, incluyendo micrófonos ocultos. ¿No los has ordenado?

– No. Slater no está utilizando las conexiones telefónicas. Los expertos en celulares han estado monitorizando los últimos cuarenta minutos la frecuencia en el teléfono celular que le dio a Kevin… hice la solicitud tan pronto salí de su casa esta mañana. Slater llamó a Kevin hace treinta minutos, exactamente antes de explotar la bomba. Nuestros expertos no registraron nada. Él no es tan bobo como para hablar sin codificar. Este no es el típico mercenario al que usted está acostumbrado. He ordenado fijar un dispositivo de grabación, un AP301, a su teléfono tan pronto como sea posible, pero no lo teníamos para esta llamada.

– Pondré a alguien en la casa -afirmó Milton con una mirada feroz.

– No. Nada de policías, ¿o no entendió usted esa parte?

– ¡Por el amor de Dios, mujer! ¡No hace ni tres horas me regañaste por no tener a nadie vigilándolo anoche!

– Pondré mis propios agentes en la casa. Mantenga alejados a sus hombres. Si usted quiere enfrentamiento haré que esto se filtre a la prensa -desafió ella, y luego titubeó-. ¿Supo algo del policía por el que le pregunté?

– El oficial Rick Sheer -contestó reacio Milton alejando la mirada-. Hace diez años se volvió a mudar a la región de San Francisco. Murió de cáncer hace cinco años. No pudimos encontrar registro de ningún incidente con el muchacho que mencionaste. Pero eso no me sorprende. Cuando los policías tratan con vecinos no suelen hacer registros. Dijiste que amenazó al padre del muchacho… es obvio que el incidente pasó al olvido. No hay ninguna queja oficial, ningún arresto.

A Jennifer se le cayó el alma a los pies. Eso dejaba únicamente a Kevin; y a Samantha. Con la esperanza de que uno de ellos recordara algo que pudiera darles una clave de la identidad del muchacho. Lo único que actualmente tenían era la descripción de Kevin, la cual era prácticamente inútil.

– ¿Podría usted hacer que vuelvan a revisar? Tal vez haya un cuaderno personal o…

– No conseguiríamos nada así.

– Cooperación, ¿recuerda? Haga que vuelvan a revisar.

– Veré qué puedo hacer -asintió él lentamente.

– Gracias. Supongo que usted ya se reunió con el agente Galager. De aquí en adelante tratará principalmente con él.

– ¿Y tú?

– Voy a hacer aquello para lo que estoy entrenada: tratar de imaginar quién es Slater. Discúlpeme, detective.

Ella caminó hasta más allá del autobús, y se encontró con Galager.

– ¿Qué has averiguado?

– El mismo tipo que voló el auto.

Bill Galager era un pelirrojo con demasiadas pecas como para contarlas.

Miró a Nancy, quien estaba de rodillas sobre los fragmentos de metal retorcido en el punto del fogonazo.

– Es buena.

Jennifer asintió.

– Trabaja en las evidencias con ella en su laboratorio y luego envíala a Quántico para más pruebas. Atrae la atención de Milton sobre esto, y haz por favor lo posible para mantenerlo alejado de mi espalda.

– Así lo haré. ¿Y las evidencias que encontraron en la casa de Kevin?

Un equipo había llegado a la casa de Kevin veinte minutos antes y estaba registrando el lugar por cualquier cosa que Slater pudiera haber dejado. Ella dudó que encontraran algo. Las casas de las víctimas en Sacramento no habían aportado nada. Slater podría no tener escrúpulos, pero era muy disciplinado.

– Igual. Hagamos también nuestro rastreo. Si encuentras algo, házmelo saber. Estaré en tu oficina en un par de horas.

Galager asintió.

– ¿Crees que se trata de él? -preguntó después.

– A menos que encuentre evidencia que lo contradiga.

– Hay algunas diferencias. Podría ser un imitador.

– Podría ser. Pero no lo creo.

– ¿Y debo suponer que Kevin corresponde con el perfil de víctima?

Jennifer escudriñó la mirada de Galager. Bill era uno de los únicos agentes que habían conocido tan bien a Roy como para llamarlo un amigo.

– Podría ser una reencarnación de Roy -contestó ella, y luego se dirigió hacia la cafetería.

Al menos quinientos espectadores se habían reunido detrás de las líneas policiales. Se montaron equipos de noticieros que enviaban información en vivo a toda la nación. Tanto Fox News como CNN sin duda estaban transmitiendo alertas. ¿Cuántas veces el público estadounidense había visto imágenes de ruinas quemadas de un autobús en Israel? Pero esta vez se trataba de California. Aquí se podían contar con los dedos de una mano los incidentes en los últimos diez años.

Milton estaba manteniendo al tanto a los buitres. Bueno para él.