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Domingo
Por la tarde
SAMANTHA ANDUVO DE UN LADO AL OTRO en el cuarto del hotel por centésima vez. Había previsto casi cualquier eventualidad, menos la desaparición de Kevin.
Roland había mandado al botones del hotel para llamarla y ella lo llamó por el teléfono del hotel. No estaba muy disgustado por que ella hubiera apagado el celular, pero estuvo de acuerdo en que su plan tenía algún mérito. Mientras tanto habían arreglado una reunión con el pakistaní, Saldan, en Houston. Esta noche. Sacar a Kevin del juego poniéndolo fuera del alcance de Slater podría haber sido la mejor manera de paralizar al asesino hasta el regreso de ella mañana. Pero Sam no había considerado la posibilidad de que Kevin desapareciera. Ahora ella debía tomar un avión en pocas horas, y Kevin había desaparecido.
Jennifer Peters estaría ahora consumiéndose en las líneas telefónicas, tratando de encontrarlos, pero Sam no podía dejarle ver sus intenciones… no todavía. Había algo que le molestaba en toda la investigación, pero no sabía decir concretamente qué. Algo no estaba bien.
Revisó los hechos tal como los conocía.
Uno. Alguien, probablemente un hombre blanco, había aterrorizado a Sacramento en los últimos doce meses seleccionando víctimas al azar, dándoles una adivinanza que debían solucionar, y luego matándolas cuando fallaban. Los medios de comunicación lo apodaron «Asesino de las Adivinanzas», como también lo llamaban los agentes de la ley. El hermano de Jennifer, Roy, había sido su última víctima.
Dos. Ella había abierto una investigación secreta de CBI bajo la premisa de que el asesino tenía a alguien adentro, o era alguien de adentro. Nada indicaba que el asesino supiera de su investigación.
Tres. Alguien con casi el mismo modus operandi del Asesino de las Adivinanzas estaba acechando ahora tanto a Kevin como a ella misma en un juego de adivinanzas.
Cuatro. Se había establecido una relación concreta entre este mismo asesino y un muchacho que había amenazado a ella y a Kevin veinte años atrás.
Aparentemente todo tenía perfecto sentido: A un muchacho llamado Slater le da por torturar animales y aterrorizar a otros niños. Kevin, uno de esos niños, casi lo mata cuando el muchacho lo encierra en un sótano para proteger a una niña a quien Slater quiere lastimar. Pero Slater escapa del sótano, y de adulto se convierte en una de las peores pesadillas de la sociedad: un hombre desprovisto de conciencia con ansias de sangre. Ahora, veinte años después, Slater sabe que los dos niños a quienes atormentó tanto tiempo atrás están vivos. Los acecha y concibe un juego para encargarse de los dos de una vez. Evidente, ¿verdad?
No. No en la mente de Sam. Para empezar, ¿por qué esperó Slater tanto tiempo para ir tras ella y Kevin? ¿Olvidó por veinte años el pequeño incidente en el sótano? Además, ¿qué posibilidades había de que ella, empleada de la CBI, resultara asignada a un caso que involucraba a la misma persona que la trató de matar veinte años atrás?
Y ahora, a última hora, esta nueva pista de Sacramento: alguien en Houston que afirmaba conocer a Slater. O más exactamente, al Asesino de las Adivinanzas. Si ella tenía razón, todos estaban errando el tiro.
Sam miró su reloj. Las dos y media, y aún nada. Había planeado irse para Dallas a las cinco.
– Vamos, Kevin. No me estás dejando otra salida.
Suspiró y recogió su teléfono celular. De mala gana lo encendió y marcó el número de Jennifer.
– Peters.
– Hola, agente Peters. Samantha Sheer…
– ¡Samantha! ¿Dónde está usted? Kevin ha desaparecido. Hemos estado tratando de localizarlo toda la mañana.
– Tómese las cosas con calma. Sé que Kevin ha desaparecido. Está conmigo. O debería decir que estaba conmigo.
– ¿Con usted? Esta no es su investigación. ¡Usted no tiene en este lado del infierno ningún derecho a actuar sin nuestra aprobación! ¿Pretende que lo maten?
Te equivocas, Jennifer, no necesito tu aprobación.
– No me insulte.
– ¿Tiene usted alguna idea de lo revueltas que están las cosas aquí? La prensa se enteró, imagino que por intermedio del pánfilo de Milton, de que Kevin desapareció, y ya están sugiriendo que Slater lo secuestró. Tienen cámaras sobre los tejados, esperando la próxima bomba, ¡por el amor de Dios! Un asesino anda suelto allá afuera, y el único hombre que podría levarnos a él se ha ausentado sin permiso. ¿Por qué no llamó usted? ¿Dónde está él ahora?
– Respire hondo, Jennifer. La llamé, sabiendo que es un error. He pedido autorización para hacerle saber a usted lo que sabemos, pero solo a usted, ¿me hago entender? Nadie más debe oír lo que le voy a decir. Ni Milton ni el FBI, nadie.
¿A quién le pidió autorización?
Al fiscal general. Hemos estado trabajando en este caso desde una nueva perspectiva, como usted diría. Ahora usted lo sabe, pero nadie más.
Silencio.
– ¿De acuerdo?
– Se lo juro, por la manera de funcionar estas burocracias, se diría que aún vivimos en cuevas. Llevo un año rompiéndome la cabeza en este caso, ¿y me entero ahora de que una agencia de aficionados está eludiendo los procedimientos usuales? ¿Tiene usted alguna información que podría ser útil, o también es un secreto?
– Tenemos motivos para sospechar de un vínculo interno.
– Interno. ¿Entre los agentes de la ley?
– Quizás. Habríamos compartido archivos si no sospecháramos que alguien adentro podría estar compinchado con Slater.
– ¿Y qué quiere decir eso?
– Quiere decir que no estamos seguros de poder confiar. Por motivos que no puedo analizar hoy, no creo que Slater sea quien usted cree que es.
– ¿Se refiere usted al muchacho? ¡Yo ni siquiera sé quién creo que sea!
– Eso no es lo que quiero decir. Probablemente es el muchacho. ¿Pero quién es el muchacho?
– Díganoslo usted. El la amenazó, ¿no es así?
– Eso fue hace mucho tiempo, y no lo hemos identificado. Hasta donde sabemos ahora es director del FBI.
– Por favor, no se burle de mí.
– Tiene razón. No se trata del director del FBI. Lo único que estoy afirmando es que no podemos eliminar la posibilidad de que sea alguien en el interior. Mañana sabremos más.
– Esto es ridículo. ¿Dónde está usted ahora?
Sam hizo una pausa. Ahora ya no tenía alternativa. Ocultar información a Jennifer solo dificultaría su investigación en este momento. Ella necesitaba al FBI para concentrase en su propia investigación, sin inmiscuirse en la de ella. Además estaba este pequeño hecho de que Kevin estaba perdido.
Sam le explicó sus razones para llevarse a Kevin, y Jennifer escuchó pacientemente, interrumpiendo de vez en cuando con preguntas directas, finalmente el razonamiento de Sam le hizo lanzar un gruñido de aprobación; no así la noticia de la desaparición de Kevin.
– Hasta donde sabemos, Slater lo tiene -opinó Jennifer.
– Lo dudo. Pero tengo la sensación de haber cometido un error. No esperaba esto.
Jennifer pasó por alto la disculpa, lo cual para Sam era tan bueno como una aceptación. La agente del FBI suspiró.
– Esperemos que él venga. Pronto. ¿Hasta qué punto lo conociste bien cuando era niño? -la tuteó Jennifer.
– Fuimos amigos íntimos. Nunca he tenido un amigo mejor.
– Esta mañana visité la casa de su tía.
Sam se sentó en la cama. ¿Cuánto sabía ahora Jennifer? Kevin nunca le contó los detalles de la vida en su casa, pero ella sabía más de lo que él sospechaba.
– Nunca vi el interior de la casa -explicó Sam-. Su tía no lo hubiera permitido. Ya era bastante difícil escabullimos como lo hacíamos.
– ¿Había maltrato?
– Físico, no. No que yo viera. Pero a mi modo de ver Kevin sufrió sistemático maltrato sicológico desde el día en que entró a ese hogar distorsionado. ¿Hablaste con Balinda?
– Sí. Ella ha creado allí un santuario para sí misma. Las únicas realidades que logran pasar del suelo son las que ella decide que son verdaderas. Solo Dios sabe cómo era la casa hace veinte años. Es bien sabido de la manipulación en el proceso de aprendizaje de un niño, y en algunos lugares es ampliamente aceptada. Pienso en los colegios militares. Pero nunca había oído de algo como el pequeño reino de Balinda. A juzgar por la reacción de Kevin hacia el lugar, yo tendría que estar de acuerdo contigo: sufrió maltrato en ese hogar.
Sam dejó que la línea telefónica se quedara en silencio por un momento.
– Ten cuidado, Jennifer. Este es un caso acerca de un hombre lastimado y al mismo tiempo es la cacería de un asesino.
Jennifer vaciló.
– ¿Qué quieres decir?
– Que hay más. Hay más secretos detrás de las paredes de esa casa.
– ¿Secretos que nunca compartió contigo, el amor de su infancia?
– Así es.
Por el sonido de la respiración de Jennifer, Sam comprendió que se sentía incómoda con el tono de la conversación. Así que decidió abrir un poco más la mente de la agente.
– Quiero que consideres algo que me ha estado fastidiando en los dos últimos días, Jennifer. Que nadie lo sepa, ¿entendido? Esto es entre nosotras. ¿De acuerdo?
– Continúa.
– Quisiera que pensaras en la posibilidad de que Kevin y Slater sean en realidad la misma persona.
Ella soltó la bomba y dejó que Jennifer respondiera.
– Yo… yo no creo que eso sea posible -balbuceó Jennifer sonriendo nerviosamente-. Quiero decir que eso sería… ¡las evidencias no lo apoyan! ¿Cómo podría él llevar a cabo algo tan demencial?
– El no está llevando a cabo nada. Entiéndeme, por favor, no estoy sugiriendo que sea cierto, y Dios sabe que aun considerar la idea me aterra, pero hay elementos en este caso que simplemente no cuadran. Creo que la posibilidad es al menos digna de consideración.
– Se tendría que haber estado llamando a sí mismo. ¿Estás sugiriendo que él estuvo en Sacramento, haciendo volar víctimas hace tres meses?
– Si es el Asesino de las Adivinanzas. Estoy trabajando en eso.
– Y si él es Slater, ¿quién es el muchacho? Encontramos sangre en la bodega, coherente con su historia. Había un muchacho.
– A menos que el muchacho fuera en realidad Kevin. O que no hubiera muchacho.
– Tú estabas allí…
– En realidad nunca vi al muchacho, Jennifer.
– ¡Tu padre obligó a salir a la familia! ¿Qué quieres decir con que nunca viste al muchacho?
– Quiero decir que le dije a mi padre que el muchacho estuvo allí… había mucha evidencia en mi ventana y le creí el resto a Kevin. Llámalo una mentira piadosa. A pesar de todo, en realidad no vi al muchacho. Obligamos a mudarse a la familia de un matón, pero al hacer memoria, el muchacho huyó antes de que mi padre pudiera detenerlo. El acusó a un matón local basándose en mi testimonio, y yo basé mi testimonio en el de Kevin. Pero no hubo evidencia definitiva de que fuera alguien diferente de Kevin. Yo ni siquiera supe hasta ayer que Kevin había encerrado al muchacho en la bodega.
– La evidencia física de que Kevin sea Slater no tiene sentido. ¿Hizo saltar por los aires su propio auto?
– No estoy diciendo que sea Slater. Estoy formulando una posibilidad.
Al reflexionar en su infancia no es totalmente imposible un trastorno de personalidad múltiple; el Kevin que conocemos ni siquiera sabría que es Slater. Todo lo que tenemos hasta ahora podría concordar con la perspectiva; eso es lo que estoy diciendo. No hay incongruencias. Piensa en eso.
Tampoco hay evidencia que lo apoye. Muy improbable. El trastorno de personalidad múltiple se produce solo en casos muy limitados de grave maltrato infantil. Casi siempre maltrato físico. Balinda podrá ser una bruja, pero no da el perfil para maltrato físico. Convéncete de eso.
– Tienes razón, no hubo maltrato físico. Pero hay excepciones.
– No que concuerden con este escenario. Al menos no que yo sepa, y es mi campo de análisis.
Probablemente correcto. Es increíble, pero en casos como este se debe considerar toda posibilidad. Algo no era lo que parecía, y por espantosa que fuera su sugerencia, Sam no podía desecharla. Si Kevin fuera Slater, sacar a la luz la realidad sería el mayor favor que podía hacer por el amigo de su infancia.
Por otra parte, al oírse a sí misma expresarla en voz alta, la idea parecía absurda. Un sencillo análisis de voz o de escritura resolvería el asunto.
– Haz que el laboratorio haga una comparación de escritura con la jarrita.
– Ya la hicimos. Procedimiento normal. Fue negativo.
– Es técnicamente posible que en casos de personalidad múltiple haya características motrices distintas.
– En este caso no lo creo.
– Entonces empecemos a compararla con alguien más relacionado con el caso. Alguien que esté trabajando en esto desde adentro, Jennifer. Alguien que no sea quien creemos que es.
– Entonces dame tu carpeta.
– Está en camino.
– Y si Kevin contacta contigo, llámame. De inmediato.
Decir que la agente parecía nerviosa era como afirmar que el cielo es azul.
– Tienes mi palabra.
– Aunque tu plan de aislar a Kevin tuviera algún sentido, podría ser de gran valor tener grabada la voz de Slater en casete. Particularmente a la luz de tu sugerencia. Conéctalo y déjalo encendido.
– Hecho -anunció Sam agarrando el teléfono dorado de Slater y encendiéndolo.
– ¿Está activo el dispositivo de grabación?
– Sí.
Alguien tocó en la puerta. Sam se sobresaltó.
– ¿Qué pasa? -preguntó Jennifer.
– Alguien llama a la puerta -expresó y se dirigió a abrir.
– ¿Quién?
Ella hizo girar el cerrojo y abrió. Kevin estaba en el pasillo, parpadeando y demacrado.
– Kevin -pronunció Sam-. Es Kevin.
Jennifer bajó el teléfono y se sentó pesadamente. La idea de que Kevin y el Asesino de las Adivinanzas pudieran ser el mismo hombre no solo era absurda sino… equivocada. De mal gusto. Muy inquietante.
Galager pasó cerca de su escritorio al dirigirse al laboratorio. Ella no pudo dejar de mirarlo. ¿Era posible?
Su mente regresó hacia la escena de la muerte de Roy. ¿Era posible que Kevin…?
¡No! No tenía sentido.
¿Y por qué esta posibilidad es tan exasperante, Jennifer? No puedes imaginar a Kevin matando a Roy porque te gusta Kevin. El te recuerda a Roy, por amor de Dios.
Jennifer repasó rápidamente los hechos. Si Kevin fuera Slater, entonces se tendría que haber llamado a sí mismo por teléfono, posible pero improbable. También debió de haber tenido un cambio de ego, del cual no tenía pistas. Con los años ella había entrevistado bastantes testigos como para reconocer la sinceridad, y Kevin era cien por ciento sincero. Él habría tenido que colocar las bombas mucho tiempo atrás, posible, pero en ambos casos habría tenido que detonarlas sin su propio conocimiento.
No. No, esto era demasiado. Comenzó a relajarse. El hombre que había consolado ayer en el parque no era un asesino. Por otra parte, sí podría serlo el muchacho cuya sangre habían hallado en el sótano.
El hecho es que la aterraba la idea de que Kevin pudiera ser el asesino, ¿verdad? Debería haberse sentido eufórica ante la simple posibilidad de descubrir la verdadera identidad del asesino; lo cual decía que a ella le importaba demasiado Kevin, ¡algo absurdo dada la realidad de que apenas lo conocía!
Por otra parte, Jennifer estaba vinculada a él en un modo como pocas personas lo están. Tenían en común la muerte de su hermano: ella como sobreviviente de la víctima, él como la próxima víctima.
Jennifer suspiró y se puso de pie. Estaba demasiado involucrada emocionalmente en todo este asunto. El jefe de la oficina tenía razón.
– ¡Galager!
Él se detuvo ante la puerta al otro lado del salón. Ella le hizo señas de que regresara.
– ¿Qué pasa?
– Encontramos a Kevin.
– ¿Dónde? -indagó Galager.
– En Palos Verdes. Está bien.
– ¿Debo llamar a Milton?
Él era la última persona que ella quería que interviniera. Pero tenía sus órdenes, ¿no era así? Al menos no tenía que tratar directamente con él. Anotó la información en un bloc, arrancó la hoja, y se la pasó a Galager.
– Ponlo al corriente. Dile que estoy muy enredada.
Era la verdad. Ella estaba enredada, con nudos que no querían aflojarse.
Se sentaron en la cama en una situación de punto muerto. Kevin estaba ocultando algo; Sam lo había sabido desde la primera vez que habló con él. El viernes por la noche. Ahora su mentira era más flagrante; pero, por más que lo intentó, no pudo sonsacarle la verdad. Su cuento de que había estado vagando por su antiguo vecindario, pensando, durante las ocho horas anteriores, sencillamente era increíble. Dadas sus circunstancias, en realidad casi cualquier comportamiento era posible. Pero ella conocía muy bien a Kevin; podía leer en esos claros ojos azules, y eran cambiantes. Algo más lo estaba molestando.
– Está bien, Kevin, pero todavía no creo que me lo estés contando todo. Tengo que subirme a un avión en un par de horas. Con algo de suerte, Slater se tomará el día para deleitarse en su pequeña victoria de ayer. Dios sabe que necesitamos el tiempo.
– ¿Cuándo volverás?
– Mañana en la mañana -anunció ella, se puso de pie, se dirigió a la ventana y retiró la cortina-. Nos estamos acercando, Kevin. Estamos pisándole los talones a este tipo; puedo sentirlo en mis huesos.
– Quisiera que no te fueras.
– Jennifer estará aquí -objetó ella volviéndose-. Ella querrá hablar contigo.
– Sí -atinó a decir él viéndola pasar por la ventana.
Le sobresalían negras ojeras bajo los ojos. Parecía enajenado.
– Necesito algo de beber -confesó-. ¿Quieres tú?
– Yo estoy bien. No te vas a escapar otra vez, ¿verdad?
– Vamos -dijo él sonriendo-. Estoy aquí, ¿de acuerdo?
– Sí, aquí. Regresa pronto.
El abrió la puerta para salir.
El teléfono beige sobre la mesita de noche sonó estridentemente. Sam miró el reloj que había al lado: las tres de la tarde. Se habían olvidado de la hora de salida del hotel.
– Ve -le dijo a Kevin-. Es probablemente de la recepción.
Kevin salió y ella levantó el teléfono.
– ¿Aló?
– Hola, Samantha.
¡Slater! Ella giró hacia la puerta. ¡Por tanto Kevin no podía ser Slater! Él había estado en el cuarto cuando llamó el asesino.
– ¡Kevin!
Ya se había ido.
– No soy Kevin. Soy tu otro amante, querida.
¿Cómo había obtenido Slater su número? La única persona que sabía dónde estaban era Jennifer. Jennifer…
– Ellos quieren mi voz, Samantha. Quiero darles mi voz. ¿Encendiste otra vez el teléfono celular, o sigues jugando tu idiota juego del gato y el ratón?
– Está conectado.
La línea hizo clic. El celular de Slater comenzó a sonar. Ella lo agarró y contestó.
– Listo, así es mejor, ¿no crees? El juego no durará para siempre; también podríamos hacerlo más interesante.
Era la primera vez que ella en realidad le oía la voz. Baja y áspera.
– ¿Qué hay de bueno en un juego que usted no puede perder? -preguntó ella-. No prueba nada.
– Ah, pero sí puedo perder, Sam. El hecho de que no haya perdido prueba que soy más inteligente que tú -afirmó él y respiró corta pero profundamente-. Estuve cerca de matarte una vez. Esta vez no fallaré.
El muchacho. Ella se volvió y se sentó en la cama.
– Así que fue usted.
– ¿Sabes por qué quería matarte?
– No -contestó ella, y pensó en mantenerlo hablando-. Dígamelo.
– Porque todas las personas bonitas merecen morir. Especialmente las hermosas con brillantes ojos azules. Odio la belleza casi tanto como odio a los muchachitos bonitos. No estoy seguro de a quién odio más, a ti o al imbécil que llamas tu amante.
– ¡Usted me produce náuseas! -exclamó Samantha-. Se aprovecha de un inocente porque usted es demasiado estúpido para comprender que la inocencia es más fascinante que el mal.
Silencio. Solo fuerte respiración. Ella había puesto el dedo en la llaga.
– Kevin confesó, como usted exigió -continuó ella-. El dijo a todo el mundo lo que pasó esa noche. Pero usted no se puede ajustar a sus propias reglas, ¿o sí?
– Sí, por supuesto. El muchacho. ¿Fui yo? Quizás lo fui, quizás no. Kevin aún no ha confesado su pecado. Ni siquiera lo ha insinuado. El secreto es mucho más negro, hasta para él, creo.
– ¿Cuál? ¿Cuál pecado?
Él soltó una risita burlona.
– El pecado, Samantha. El pecado. Hora de la adivinanza. ¿Qué quiere estar lleno pero siempre estará vacío? Te daré una clave: no es tu cabeza. Tiene un número: 36933. Tienes noventa minutos antes de que empiecen los fuegos artificiales. Y recuerda por favor: nada de policías.
– ¿Por qué tiene tanto miedo de los policías?
– No se trata de a quién temo sino con quién quiero jugar.
La llamada se interrumpió.
Se había ido.
Sam se quedó quieta, la mente le daba vueltas. Él había llamado al teléfono del cuarto del hotel. ¿Pudo haberlos rastreado tan rápidamente? O el teléfono celular… ¿podría él tener una manera de rastrearlo una vez que ella lo encendió? Improbable. Caminó hasta el borde de la cama y regresó. ¡Piensa, Sam! ¡Piensa! ¿Dónde estaba Kevin? Ellos tenían que…
– ¿Sam? -oyó la voz apagada al otro lado de la puerta. Él tocó.
Ella corrió a la puerta. La abrió.
– Llamó -informó ella.
– ¿Slater? -preguntó él palideciendo.
– Sí.
Kevin entró, tenía una lata de 7UP en la mano.
– ¿Qué dijo?
– Otra adivinanza. ¿Qué quiere estar lleno pero siempre estará vacío? Con algunos números. 36933.
La solución más obvia ya se estaba forjando en su mente. Ella corrió a la mesa de café y agarró la guía telefónica.
– Llama a Jennifer.
– ¿Cuánto tiempo?
– Noventa minutos. Series de tres. Este sujeto está obsesionado con series de tres y progresiones de tres. ¡Llámala!
Kevin bajó su bebida, saltó al teléfono y pulsó el número de Jennifer. Rápidamente transmitió la información.
– Al teléfono del cuarto -anunció él.
– No, volvió a llamar al celular -lo corrigió Sam.
– Él volvió a llamar al celular -transmitió Kevin.
Sam extendió el mapa del directorio telefónico y buscó las calles. Treinta y tres. Un distrito de bodegas.
– Sin policías. Recuérdale que nada de policía. Si ella tiene alguna idea que llame, pero que mantenga a los demás fuera. Él fue muy claro.
Ella cerró los ojos y respiró hondo. Era la única respuesta que tenia sentido inmediato. ¿Pero por qué Slater escogería una adivinanza tan obvia?
– Dile a Jennifer que me equivoqué respecto de Slater -informo ella mirando a Kevin-. Que tú estabas en el cuarto cuando él llamó.
Kevin la miró con una ceja arqueada, pasó el mensaje, escuchó por un momento, y luego se dirigió a Sam.
– Dice que está en camino. Que no nos movamos.
Solo Jennifer sabía concretamente dónde estaban ellos. Habría detectado el teléfono del cuarto en el identificador de llamadas cuando Sam la llamó. ¿Cómo los había rastreado Slater tan rápido?
Sam dio un paso adelante y le quitó el teléfono a Kevin.
– No te molestes en venir, Jennifer. Ya nos vamos. Piensa en la adivinanza. Te llamaré tan pronto tengamos algo.
– ¿Cómo les puedo ayudar si se van? Quiero tener a Kevin a la vista, donde pueda trabajar con él. ¿Me oyes?
– Te oigo. Se nos acaba el tiempo ahora. Solo piensa en la adivinanza. Te llamaré.
– Sam…
Ella colgó. Tenía que considerar esto detenidamente.
– Muy bien, Kevin. Vamos a ver. A Slater le ha dado por los tres; sabemos eso. También le ha dado por las progresiones. Cada blanco es más grande que el anterior. Te da tres minutos, luego treinta, después sesenta, y ahora noventa minutos. Además da este número: 36933. El 369 sigue la progresión natural, pero no así el 33. A menos que no sean parte del 369. Creo que tenemos una dirección: 369 de la Calle Treinta y Tres. Está en un distrito de bodegas en Long Beach, aproximadamente a quince kilómetros de aquí. ¿Qué quiere estar lleno pero siempre estará vacío? Una bodega vacía.
– ¿Eso es todo?
– A menos que pienses en algo mejor. Opuestos, ¿recuerdas? Todas sus adivinanzas han sido acerca de opuestos. Aspectos que no son lo que quieren ser o parecen ser. Noche y día. Buses que dan vueltas en círculos. Una bodega que está diseñada para contener cosas pero que está vacía.
– Quizás.
Se miraron uno al otro por algunos segundos. No tenían alternativa.
– Pues entonces vamos -dijo ella, agarrándolo de la mano.