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17

LA BODEGA IDENTIFICADA COMO 369 de la Calle Treinta y Tres estaba junto a otras doce en el norte de Long Beach, todas construidas con el mismo estaño corrugado, todas de dos pisos, todas identificadas con la misma clase de enormes números negros sobre las puertas. Años de abandono habían raído a la mayor parte, y ahora eran de color gris opaco. El 369 era apenas una sombra. No había ningún letrero que identificara un nombre comercial. Parecía vacía.

Kevin disminuyó la velocidad y miró la estructura que se avecinaba. El aire levantaba polvo en la acera. Una descolorida botella de Mountain Dew, de las plásticas de dos litros, golpeaba contra una puerta de una sola hoja a la derecha de la plataforma de carga.

Detuvo el auto a treinta metros de la esquina y puso la palanca en modo de estacionamiento. Lograba oír varios sonidos: el ronroneo del motor, la ráfaga de aire sobre sus pies, el corazón palpitándole en el pecho. Todos ellos sonaban demasiado fuerte.

Miró a Sam, quien observaba la estructura, escudriñando.

– ¿Ahora qué?

Tenía que sacar la pistola del maletero; ese era ahora el presente. No porque creyera que Slater estuviera aquí sino porque no iba a ir a ninguna parte sin su nueva adquisición.

– Entremos ahora -opinó ella-. A menos que los reglamentos de incendio no existieran hace veinte años, el edificio tendrá una entrada trasera.

– Ve por detrás -consideró Kevin-. Yo iré por el frente.

– Creo que deberías esperar aquí -objetó Sam con la ceja derecha arqueada.

– No. Voy a entrar.

– En realidad no creo…

– ¡No me puedo quedar sentado y hacerme el tonto! -exclamó él, y se sorprendió por lo agresivo del tono-. Tengo que hacer algo.

Sam volvió a mirar el 369 de la Calle Treinta y Tres. El tiempo seguía transcurriendo. Sesenta y dos minutos. Kevin se limpió una gota de sudor en la sien con el dorso de la mano.

– Algo no está bien -opinó Sam.

– Demasiado fácil.

Ella no contestó.

– No tenemos llave… ¿cómo entramos? -preguntó él.

– Depende. Entrar no es lo importante. ¿Y si él dispuso que volara cuando entremos?

– Ese no es su juego -objetó Kevin-. Dijo noventa minutos. ¿No se ceñiría a sus propias reglas?

Ella asintió con un movimiento de cabeza.

– Hasta ahora. Hizo explotar el autobús antes de lo programado, pero solo porque rompimos las reglas. Sigo pensando que algo no esta bien -expresó ella, abriendo luego su puerta-. Bueno, veamos que tenemos aquí.

Kevin salió y siguió a Sam hacia el edificio. Una cálida brisa de final la tarde levantaba polvo del pavimento de un montón de tierra como a siete metros a su derecha. La botella plástica de Mountain Dew golpeaba suavemente contra la puerta de entrada. En alguna parte graznó un cuervo. Si Jennifer hubiera resuelto la adivinanza, al menos no estaba cometiendo la equivocación de irrumpir con una multitud de policías. Fueron hasta una puerta de acero con un pasador corroído.

– ¿Y cómo entramos? -susurró Kevin.

Sam apartó la botella plástica con el pie, puso una mano en la manija y la giró. La puerta se abrió chirriando.

– Así.

Intercambiaron miradas. Sam asomó la cabeza en la negra abertura, miró adentro por unos instantes, y retrocedió.

– ¿Estás seguro de querer venir?

– ¿Tengo otra alternativa?

– Yo podría ir sola.

Kevin miró el espacio oscuro y entrecerró los ojos. Negro. La pistola aún estaba en el auto.

– Está bien, iré por detrás para ver qué tenemos allá -aceptó Sam-. Espera a que te haga una señal. Cuando entres, encuentra la luz y enciéndela, pero aparte de eso no toques nada. Busca cualquier cosa fuera de lo común. Podría ser un portafolios, una caja, cualquier cosa que no esté cubierta de polvo. Me abriré paso por la bodega oculta en la oscuridad solo por si hubiera alguien adentro. Poco probable, pero tomaremos la precaución. ¿Está claro?

– Sí.

Kevin no estaba seguro de qué estaba claro. Su mente aún se centraba en la pistola en el maletero.

– Ten cuidado -le pidió ella, luego fue hasta la esquina, miró a lado y lado, y desapareció.

Kevin se fue al auto caminando de puntillas. Halló la brillante pistola plateada donde la había escondido, debajo de la alfombra detrás de la llanta de repuesto. Se la metió en el cinturón, cerró el maletero tan silenciosamente como pudo y volvió corriendo a la bodega.

La cacha de la pistola le sobresalía en la barriga como un cuerno negro. La tapó con la camisa y la aplanó lo mejor que pudo.

La oscuridad envolvía el interior de la bodega. Aún ninguna señal de Sam. Kevin asomó la cabeza y miró a través de la oscuridad tan negra como el petróleo. Estiró la mano y sintió un interruptor de luz en la pared. Sus dedos tocaron una fría caja metálica con un interruptor plástico al frente. Pulsó el interruptor.

Un zumbido fuerte. La bodega se iluminó. Kevin se llevó la mano a la cintura y sacó la pistola. Nada se movía.

Volvió a mirar. Un vestíbulo vacío con un mostrador. Mucho polvo. Sus orificios nasales se impregnaron del olor a trapos mohosos. Pero no vio nada que se pareciera a una bomba. Más allá del área de recepción unas escaleras llevaban al segundo piso. Oficinas. Había un panel de interruptores incrustado en la pared al pie de las escaleras. Marcas de polvo subían directamente por la mitad de los peldaños. Huellas.

Instintivamente Kevin retiró la cabeza de la puerta. ¡Slater! Tenía que ser. Sam tenía razón; ¡aquí era!

Aún no había señal de ella. A menos que lo hubiera llamado sin que él se diera cuenta. Con todas estas paredes era posible.

Kevin contuvo el aliento y pasó por la puerta. Aún se detuvo por unos instantes y luego siguió con los ojos bien abiertos hacia el mostrador de recibo. Detrás del mostrador… podría ser un lugar para una bomba. No, las huellas conducían arriba…

¡Tas!

Kevin giró. ¡La puerta se había cerrado! ¿El viento? Sí, el viento había…

Clic. Las luces se apagaron.

Kevin echó a andar en dirección a la puerta, enceguecido por la oscuridad. Dio varios pasos rápidos, extendió una mano y buscó a tientas la puerta. Sus nudillos golpearon acero. Exploró a tientas en busca de la manija, la encontró y la hizo girar.

Pero la manija no quiso girar. La apretó con más fuerza y la movió primero a la izquierda y luego a la derecha. Trancada.

Bueno, Kevin, mantén la calma. Es una de esas puertas que permanecen trancadas. A menos que Sam la abriera. Porque ella estaba afuera.

¿No era normalmente a la inversa?

Se volvió y gritó.

– ¿Sam?

Su voz sonó apagada.

– ¡Sam!

Esta vez la palabra resonó por detrás de las escaleras.

Kevin había visto un panel de luces por las escaleras. ¿Podrían operar otras luces? Giró y se fue hacia las escaleras, pero las rodillas encontraron primero el mostrador. El estrépito le envió una corriente de electricidad por los nervios que casi le hacen dejar caer la pistola. Caminó de costado arrastrando los pies hacia el lugar en que recordaba los interruptores de luces.

– ¡Samantha!

Se topó con la pared, encontró los interruptores y tiró de ellos.

No se encendieron luces.

El piso encima de él crujió.

– ¿Sam?

– ¡Kevin!

¡Sam! Su voz se oía distante, desde atrás, como si aún estuviera fuera del edificio.

– ¡Sam, aquí estoy!

Los ojos de Kevin se habían acostumbrado a la oscuridad. Resplandecía luz en el nivel superior. Volvió a mirar hacia la puerta, solo vio oscuridad, y subió las escaleras. Encima de él brillaba una débil luz, quizás una ventana.

– ¿Sam?

Ella no respondió.

¡Tenía que conseguir algo de luz! Crujió otra tabla del suelo y él giró, con la pistola extendida. ¿Estaba amartillada el arma? Colocó el dedo pulgar sobre el martillo y lo devolvió a su posición. Clic. Tranquilo, Kevin. Nunca has disparado una pistola en tu vida. Le disparas a una sombra y podría ser Sam. ¿Y si la pistola ni siquiera funciona?

Subió las escaleras con piernas débiles.

– ¡Kevin!

La voz de Sam vino de su derecha y por delante, definitivamente afuera. El se detuvo a mitad de las escaleras, trató de calmar su respiración para poder oír mejor, pero finalmente renunció y corrió hacia la luz en lo alto.

El brillo venía de una entrada al final de un corredor apenas visible Ahora su respiración se había vuelto silenciosa y suave. Algo golpeaba por el pasillo. Contuvo el aliento. Helo ahí otra vez, un paso. Botas. Directamente adelante y a su derecha. De uno de los otros salones a lo largo del pasillo. ¿Sam? No. ¡Sam aún estaba afuera! Querido Dios, dame fuerzas. Se sintió expuesto allí parado en el pasillo. ¿Qué estaba pensando, subir tan campante escaleras arriba como si fuera una especie de pistolero?

Desesperado, Kevin corrió hacia el contorno apenas perceptible de una entrada a su derecha. Las tablas del piso protestaron debajo de sus pies. Pasó la entrada y se pegó a la pared a su izquierda.

Botas. Estaba claro que había alguien más con él en el piso superior. ¿Podría tratarse de Sam y que la acústica estuviera dirigiéndole mal la voz. ¿Podría ser ella? Seguro que sí.

Así es, Kevin. Es Sam. Ella está en el salón contiguo, y encontró la bomba. No, su voz se oía distante. Además ella no caminaba así. De ninguna manera.

De pronto volvió a oírle la voz, débil.

– ¡Kevin!

Esta vez no había la menor duda, Sam estaba gritándole desde abajo, ahora cerca de la puerta principal. Sus puños golpeaban en la puerta de acero.

– Kevin, ¿estás ahí adentro?

Él retrocedió un paso hacia la puerta. Otra vez las botas. Caminando el salón contiguo.

¡Alguien estaba allí! Slater. Kevin asió fuertemente la pistola. Slater lo había atraído. Por eso la adivinanza era tan sencilla. Una onda de pánico le recorrió por los huesos.

Sam estaba en la puerta del frente. El cerrojo no estaba corrido… ella lo podía romper o levantar.

Se le ocurrió otro pensamiento. Probablemente la bomba estaba fijada para explotar… ¿y si él estaba atrapado allí cuando esto ocurriera? ¿Y si llegaba la policía y Slater detonaba la bomba antes de tiempo? Pero Sam no les habría permitido a los policías acercarse ahora a la bodega.

Pero ¿y si ella no lograba abrir la puerta?

Lleno de pánico, Kevin se deslizó por la pared, llegó a una esquina, y tanteó el camino a lo largo de la pared trasera. Puso la oreja contra el enlucido.

Respiración. Lenta y profunda. No de él. Lenta y pesada.

Una voz baja se extendió por la pared.

– Kevinnn…

Se quedó helado.

– Cuarenta y seis minutosss… Kevinnn.

***

La diferencia entre inocencia e ingenuidad nunca se había grabado en la mente de Slater. Las dos son sinónimas. Es más, no existe ese espécimen llamado inocencia. Ellos son tan culpables como el infierno. Pero no puede negar que algunos son más ingenuos que otros, y al ver a Kevin subir sigilosamente las escaleras como un ratón le recordó a Slater lo totalmente ingenuo que de veras es su eterno rival.

Se había sentido profundamente tentado de patear a Kevin en la cabeza cuando estaba a cuatro peldaños de lo alto. Verlo caer y quebrarse habría tenido su atractivo. Pero dar patadas siempre le había parecido una de las cosas más aburridas de los deportes.

Bienvenido a mi casa, Kevin.

Se había ido y había reaparecido con una pistola. La sostiene como podría sostener una ampolleta del virus del ébola, y probablemente no había pensado en amartillarla, pero al menos se había llenado de resolución para armarse. Y sin duda la lleva sin que Samantha lo sepa. Ella no permitiría que un civil anduviese por ahí con un arma cargada. Kevin había encontrado una astilla de hombría. ¡Qué divertido! El pobre quizás trate de matarlo como si se hubiera convertido en el cazador en vez de la víctima.

En sentidos que Kevin todavía ignoraba, esto no era nada nuevo. Él ya trató de matarlo antes. Sus vidas estaban entrelazadas para siempre, cada uno con tendencia de matar al otro. Es absurdo creer que este hombre que se arrastra escaleras arriba sosteniendo su enorme pistola brillante tenga las agallas para apretar el gatillo, mucho menos para matar.

Ahora el tonto se ha metido en el salón contiguo y sin duda se está orinando. Si tan solo conociera la sorpresa que le tiene preparada podría estar tendido en un charco de su propio vómito.

Aquí, gatito, gatito.

– Cuarenta y seis minutosss… Kevinnn.

***

Kevin casi dispara entonces. No con un tiro calculado sino de puro terror.

– ¿Sam?

Su voz parecía el balido de un corderito herido. Por un instante sintió náuseas de su propia debilidad. Si se tratara de Slater, Kevin habría conseguido exactamente lo que quería. Un enfrentamiento. Una oportunidad de liquidarlo.

La entrada estaba frente a él, su enorme hueco más oscuro que la oscuridad alrededor. Si fuera a huir ahora podría saltar escaleras abajo y llegar a la puerta principal, ¿no?

Un nuevo sonido entró al salón: un agudo chirrido por fuera del muro, por el pasillo hacia su puerta.

Kevin agarró la pistola con las dos manos, apuntando hacia la entrada, y se puso de cuclillas. Si Slater pasaba por ese espacio, le dispararía. Había visto la forma oscura y empezó a apretar el gatillo.

El chirrido continuaba, más cerca, más cerca. Más cerca.

– Kevin -susurró una voz.

Dios, ¡ayúdame! Su mente comenzó a borrarse.

Liquídalo, Kevin. La voz de Jennifer le resonó en la mente. ¡Vuela por los aires a ese cerdo!

Apenas podía ver la pistola frente a él para enfocarla, pero logró apuntar. Y quienquiera que pasara esa puerta no podría verlo, ¿de acuerdo? No en esta oscuridad. Kevin solo vería una sombra, pero tenía esa ventaja.

El chirrido entró por la puerta.

El sudor cayó a los ojos de Kevin. Contuvo el aliento.

– Kevin, ¡quédate ahí! -oyó distante la voz de Sam-. ¿Me oyes?

El no podía contestar.

– Quédate ahí.

Ella iba a conseguir algo con qué forzar la puerta. Abrir la cerradura con una ganzúa. Un ladrillo, una palanca, una pistola. ¡Una pistola! Ella tenía una pistola en su cartera. ¡De prisa!

– Kevinnn… -volvió a oír el susurro.

De pronto la entrada se llenó con la figura negra de un hombre. El dedo de Kevin se apretó en el gatillo. ¿Y… y si no era Slater? Un vagabundo, quizás.

La forma permaneció quieta, como si lo mirara. Si se movía… Incluso si temblaba, Kevin accionaría el gatillo.

La sangre se le agolpaba en la cabeza como si le hubieran puesto bombas en los oídos que estuvieran tratando de succionarla. Zuum, zuum. No se podía mover más que para temblar levemente en la oscuridad. Volvía a tener once años, y enfrentaba al muchacho en el sótano. Atrapado. Esto te costará los ojos, vándalo.

Un objeto de metal golpeó contra la puerta principal. ¡Sam!

La figura ni siquiera se estremeció.

¡Ahora, Kevin! ¡Ahora! Antes de que huya. ¡Aprieta el gatillo!

¡Clang!

– ¿Por qué haría yo algo tan insensato como saltar en pedazos una vieja bodega abandonada?

Era la voz de Slater.

– Qué bueno volverte a encontrar frente a frente, Kevin. Me gusta la oscuridad, ¿a ti no? Pensé en traer velas para la ocasión, pero así me gusta más.

¡Dispara! ¡Dispara, dispara, DISPARA!

– Llevamos en esto solo tres días y ya estoy cansado. Se acabaron las prácticas. Esta noche empezamos el verdadero juego -formuló Slater.

El sonido de acero contra acero resonó en la puerta principal.

– Hasta luego.

La figura se movió.

La presión que Kevin había ejercido sobre el gatillo finalmente hizo saltar el martillo al mismo tiempo. El salón se inflamó con un rayo resplandeciente seguido por un horrible trueno. Vio el abrigo negro de Slater cuando dejaba libre la entrada.

– ¡Aaahhh!

Volvió a disparar. Una tercera vez. Se puso de pie, saltó sobre la abertura, y giró dentro del pasillo. Una puerta en el fondo se cerró de golpe. El hombre había desaparecido. A Kevin lo rodeó la oscuridad.

Giró alrededor, agarró el pasamanos, y bajó tambaleándose las escaleras.

– ¡Kevin!

La puerta se abrió de golpe a la luz del día antes de que Kevin llegara a ella. Sam se abalanzó a la claridad y salió corriendo por el andén.

– Se fue -resolló Kevin-. Por allá atrás. Por una ventana o algo así.

– Espera aquí.

Sam corrió a la esquina, asomó la cabeza, y luego despareció.

Kevin sintió el suelo desnivelado debajo de sus pies. Agarró un poste telefónico y se afirmó. ¿Por qué había esperado? Pudo haber terminado todo el asunto con un solo disparo, exactamente allí en el salón. Por otra parte, no tenía pruebas de que la figura fuera Slater. Podría haber sido un idiota jugando…

No, se trataba de Slater. Definitivamente. Tú, podrido pusilánime. Lo dejaste huir. ¡El estaba allí y tú lloriqueaste como un perro! Kevin gruñó y cerró los ojos, furioso.

Sam reapareció treinta segundos después.

– Se ha ido.

– ¡Acaba de estar allí! ¿Estás segura?

– Hay una salida de incendio con una escalera. Ahora podría estar en cualquier parte. Dudo que esté esperando otra oportunidad -opinó ella mirando hacia atrás, pensando.

– No hay bomba, Sam. Él quería enfrentarme. Por eso la adivinanza era tan fácil. Lo vi.

Ella fue hasta la puerta, miró adentro, y dio a los interruptores. No sucedió nada.

– ¿Cómo trancó la puerta?

– No sé. Simplemente entré y se cerró de golpe a mis espaldas.

Sam traspasó la puerta y miró hacia arriba.

Está preparada. Utilizó una polea con una cuerda…

Ella siguió la cuerda con los ojos.

– ¿Qué pasa?

– La cuerda termina en el mostrador. Él estaba aquí cuando cerró la puerta jalándola.

– ¿En la entrada? -preguntó Kevin viendo la declaración como algo absurdo.

– Sí, así creo. La cuerda está bien escondida, pero él estaba aquí. No quiero contaminar la escena… debemos conseguir un poco de luz aquí adentro -explicó ella retrocediendo y desplegando su teléfono celular-. ¿Estás seguro de que era él?

– Me habló. Se quedó allí y preguntó por qué haría algo tan sin sentido como saltar en pedazos una vieja bodega abandonada.

Kevin sintió que se le doblaban las piernas. Se sentó bruscamente en la acera. La pistola colgaba de su mano derecha.

– ¿Encontraste esto mientras deambulabas por tu antiguo vecindario esta mañana? -curioseó Sam mirando la pistola.

– Lo siento -se disculpó él-. Ya no puedo permitir que me mangonee.

Ella asintió con un movimiento de cabeza.

– Ponla en el maletero o donde la hayas escondido, y por favor, no la vuelvas a usar.

– Le disparé. ¿Crees que le pude haber dado?

– No veo sangre. Pero hallarán evidencia de los disparos -comentó ella, y luego hizo una pausa-. Quizás te pidan que entregues la pistola. No creo que esté legalizada.

El negó con la cabeza.

– Quítala de en medio antes de que los otros lleguen aquí. Hablare con Jennifer.

– ¿Otros?

– Ya debería estar aquí -contestó Sam mirando el reloj-. Debo abordar un avión.