177583.fb2 Trece escalones - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 11

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9

Hasta que no sonó el timbre de la puerta Mix no recordó que iba a venir Danila. Había olvidado comprar algún vino barato y ahora tendría que darle ese Merlot bastante bueno que había comprado para consumirlo a solas el domingo por la noche. Como creía que iba a pasar la noche sin compañía en casa, se hallaba absorto en el tercer capítulo de Las víctimas de Christie:

Muriel Eady, una mujer de 31 años que vivía en Putney y trabajaba en Ultra Radio Works en Park Royal. Al dejar la policía por motivos que se desconocen, Christie también había ido a trabajar allí. Se hicieron amigos, en la medida en la que Christie era capaz de entablar amistad, y en varias ocasiones ella y su prometido salieron con Christie y señora. Muriel Eady sufría de rinitis crónica y Christie afirmó que podía curarla con la ayuda de un aparato inhalador de su propia invención. Cuando su esposa se marchó, una vez más, a pasar unos días de vacaciones con su hermano en Sheffield, él invitó a Muriel a su casa, le ofreció una taza de té y le enseñó lo que él decía que era el aparato en cuestión. Sin embargo, aunque éste contenía bálsamo del fraile, sin que Muriel lo supiera, también dejaba entrar un tubo que por el extremo estaba conectado a un conducto de gas…

Fue en este punto cuando se vio emplazado a ir a abrir la puerta. La vieja Chawcer no había visto ninguna necesidad de tener un portero automático, ni siquiera un timbre separado para el piso de arriba, de modo que en las contadas ocasiones en las que alguien llamaba a su puerta, Mix tenía que bajar los cincuenta y dos escalones y volver a subirlos otra vez. La vieja Chawcer nunca respondía al timbre a no ser que esperara una visita, un acontecimiento que por la noche era menos habitual, por lo que estaba prácticamente seguro de que no iría a abrirle la puerta a Danila. Porque, cuando pisó el primer peldaño de la escalera embaldosada, ya había recordado quién debía de ser la persona que llamaba.

El timbre sonó otras dos veces antes de que Mix llegara. No tenía que haberse preocupado por el vino porque ella había traído dos botellas, una de Riesling y otra de ginebra. Esto debería haberlo complacido, pero no lo hizo. En su opinión, las mujeres no debían contribuir al entretenimiento nocturno, ninguna mujer que se respetara lo haría, esperaría que fuera el hombre quien pagara. Danila llevaba su mata de cabello oscuro más alborotada y voluminosa que nunca… Mix pensó que era ridículo, que hacía que su pequeña cara se viera diminuta. Su siguiente movimiento empeoró aún más las cosas. Después de dejar las botellas en la mesa del vestíbulo, lanzó los brazos en torno al cuello de Mix y lo besó.

– Siempre me alegra mucho verte. Estaba deseando que llegara este momento.

Él no dijo nada, pero la condujo hacia la escalera. Otto estaba tumbado frente a la puerta del dormitorio de la señorita Chawcer, ocupado en un lavado integral.

– ¡Ay, qué gatito más dulce! -El grito de Danila hizo que Otto se pusiera de pie con un sobresalto y arqueara el lomo-. ¿Es tuyo? ¡No me digas que no es una monada! -Cometió el error de alargar la mano hacia la cabeza de Otto, que retrocedió, le bufó y le lanzó un zarpazo antes de echar a correr escaleras arriba-. ¡Vaya, lo he asustado!

– Vamos -dijo Mix.

Cuando estaban en el rellano frente a la puerta de Mix, ella le preguntó por qué estaba tan oscuro y dijo que la vidriera de colores le daba escalofríos, pero el enojo de Mix se suavizó y pasó a ser una leve irritación cuando la joven empezó a admirar su piso. Danila caminó por su salón y pasó junto al retrato de Nerissa Nash dirigiéndole tan sólo una mirada que a continuación volvió hacia Mix, pero todo lo demás le encantó. ¡Ah, qué persianas! ¡Ay, los cojines, los muebles, los adornos, las pantallas de las lámparas! ¡Qué televisor más alucinante! Esa preciosa figura de una chica en mármol gris. ¿Quién era?

– Una diosa. Psique, me dijeron cuando la compré -respondió. Sirvió un buen trago de ginebra para cada uno con tónica que sacó de la nevera y hielo del congelador. No tenía limón.

– Así pues, ¿te gusta el apartamento?

– Es fabuloso. ¡Lo que pensarás de mi piso tan cutre!

– Me he tomado muchas molestias para tenerlo así.

– No lo dudo. ¿Por qué lees sobre asesinatos horribles cuando tienes un lugar tan encantador como éste? -Había cogido el libro que él había dejado boca abajo sobre el brazo del sofá de paño gris-. ¡Puaj! Es horrible: «Ella estaba inconsciente y la violó mientras la estrangulaba», leyó en voz alta.

– Dame eso -Mix le arrebató el libro-. Ahora ya me has perdido el punto.

– Lo siento. Es que…

– Está bien, no importa. Tráete la bebida al dormitorio.

Cuando viera los muebles y los cuadros, tendrían que volver a pasar por todo el numerito de las exclamaciones y los grititos ahogados. Lo mejor sería acabar cuanto antes para ocuparse del asunto por el que ella había venido. Mix se volvió a llenar el vaso mientras la chica recorría el dormitorio con la misma especie de éxtasis que había mostrado en el salón. Dio unos sorbos. La ginebra que había traído Danila era Bombay, esa tan buena de la botella azul, eso tenía que reconocérselo. Regresó tranquilamente y fingió sorpresa al verla vestida igual que hacía dos minutos.

– Pensaba que ya estarías en cueros.

– Él -se acercó a él-. Mix, ¿siempre tenemos que empezar a hacerlo en cuanto llego? ¿No podemos hablar un rato?

Mix se quedó sorprendido. Era la primera vez que ella mostraba iniciativa, como si tuviera alguna clase de derecho a expresar una opinión sobre el orden de los acontecimientos. Cayó en la cuenta de lo que ocurría. A ojos de la chica, él ahora era su novio y estaba empezando a darlo por sentado. No tardaría en empezar a decirle lo que tenía que hacer en lugar de preguntárselo.

– ¿De qué quieres hablar? -replicó él.

– No lo sé. De cosas. De la compra de los muebles para este piso, de tu trabajo, del mío, de tu precioso gato.

– ¡Ese dichoso gato no es mío! -exclamó casi gritando.

– No hace falta que alces la voz.

Ella se quitó la ropa, pero no del modo que Mix hubiera preferido, no como una bailarina de striptease ofreciendo una excitante actuación. Danila se desvistió como lo hubiese hecho estando sola, colocando las prendas exteriores sobre el respaldo de una silla, dándole la espalda para quitarse el panty y el tanga. ¡Qué manía les tenía a las medias panty! ¿Y acaso ella no sabía que llevarlas con un tanga era de risa? Se dejó el sujetador puesto hasta el último momento, avergonzada de sus pechos diminutos. «No volveré a verla, encontraré otro modo de conocer a Nerissa», pensó Mix.

Danila se acercó a la cama, pero él la detuvo.

– Espera un momento. -No iba a hacerlo encima de su colcha de satén color marfil; la retiró y la plegó-. Listo -dijo.

Ella le dirigió una mirada servil, pero que al mismo tiempo tenía también algo de perplejidad. Mix se quitó los zapatos y los pantalones, pero se dejó puesta la camiseta y los calcetines. Un hombre no tenía que desnudarse, eso era cosa de la mujer. Una ira latente contra ella, una fría furia que no podía explicar del todo impidieron que se tomara ninguna molestia y lo que ocurrió entonces podría haberse llamado violación, salvo porque Danila no se resistió. Mix se separó de la chica para terminarse la copa.

Al cabo de cinco minutos Danila ya volvía a estar dando vueltas por el piso. Mix oyó que decía:

– ¿Por qué la tienes aquí colgada?

No había duda en cuanto a qué se refería. No obstante, para asegurarse plenamente de su convicción, dijo:

– ¿Te refieres a Nerissa Nash?

– ¿Te has encaprichado con ella?

Mix se levantó. En algún lugar de su interior existía una veta mojigata que tal vez fuera un legado de la infancia que pasó entre los Adventistas del Séptimo Día. Claro que su desaprobación dependía en buena medida de la persona en cuestión. No sabía por qué, pero estaba bien cuando se trataba de Colette y hubiera estado más que bien, fantástico, si hubiese sido Nerissa, pero en el caso de Danila parecía connotar desafío, un dar las cosas por sentado y a él por seguro, y un hacerse valer. Una mujer como ella sabía perfectamente que no se andaba desnuda por el piso de un hombre, que era lo que estaba haciendo, a menos que tuvieras una buena razón para considerarlo tuyo y un interés de propietario por su casa. Mix sacó su bata del armario y cubrió con ella a Danila.

La joven la recibió a regañadientes. Se enfurruñaba cuando la regañaban, lo mismo que hacía la madre de Mix. De pie frente a la fotografía, la señaló y apoyó un dedo sobre el cristal.

– Prácticamente no lleva nada encima. Supongo que no pasa nada.

Sin preocuparse por el dolor que sus palabras pudieran causar, Mix dijo:

– Es preciosa.

Danila no respondió, se quedó con la mirada fija y con el dedo allí donde lo había colocado. Si ya no era muy alta, pareció encogerse un poco y los antebrazos, que la bata dejaba al descubierto, se le pusieron de carne de gallina. Mix sintió que lo embargaba el rencor. Mediante su silencio y su dolor palpable, Danila hizo que se sintiera incómodo.

– ¿Quieres otra copa? -le preguntó entre dientes.

– Todavía no.

Mix abrió la botella de vino. Si seguía con la ginebra no podría volver a hacerlo, y el único propósito de que ella estuviera allí era conseguir hacerlo dos o tres veces. Pensó que con Nerissa sería infatigable. Recordó que la visita de Danila tenía otro propósito. Tenía que preguntarle sobre la lista de socios. Preguntárselo no, decírselo, se corrigió con la copa rebosante de vino en la mano.

– Mira, sobre lo de poder hacerse socio del gimnasio, había pensado…

Ella se dio la vuelta lentamente y Mix vio señales de lágrimas en su rostro. Danila hizo caso omiso de lo que él había empezado a decir.

– La he visto -anunció.

– ¿A quién has visto?

– A ella. A Nerissa Nash.

No era así como él quería que fueran las cosas, en absoluto. Si le decía lo que esperaba que hiciera con la lista, entonces, en aquel momento, ella entendería enseguida que lo único que Mix quería era hacerse socio del gimnasio para conocer a Nerissa. Tendría que volver a aplazar su petición.

Eligió sus palabras con cuidado.

– ¿Dónde la viste? Querrás decir en una foto, ¿no?

– No, en persona. Acude a Madam Shoshana para la tirada de piedras.

Sin tener ni idea de lo que la joven le estaba diciendo y como si fuera a asombrarle una respuesta afirmativa, Mix preguntó:

– ¿No será socia?

– ¿Nerissa? ¡No, qué va! Con esa figura que tiene debe de ir a algún gimnasio del West End, me parece, en Mayfair. Yo había ido a ver a Madam Shoshana para mi tirada (me hace descuento) y me la encontré cuando subía por las escaleras. Era un miércoles, en el mes de julio. Estuvo muy simpática, me dijo hola y comentó que hacía un día estupendo, hizo que te alegraras de estar vivo.

Mix se quedó atónito. Era incapaz de hablar. Había desperdiciado semanas acudiendo a ese sitio, se había entretenido inútilmente con unas máquinas que no necesitaban atención, había malgastado sus noches con ese cardo de mujer y había gastado en ella un dinero que le costaba mucho ganar. Al cabello ingeniosamente cardado y enmarañado de la joven le había ocurrido lo que siempre le pasaba durante sus revolcones, que acababa cayendo en forma de greñas lacias. La furia que invadió a Mix ante la sorpresa de descubrir el verdadero motivo por el cual Nerissa había visitado el local del gimnasio había llegado al punto de ebullición y fue dirigida contra esa chica estúpida, ignorante y fea, de piel blanca como el arroz y pecho huesudo. Nerissa ni siquiera era socia del gimnasio de Shoshana. Había ido allí a ver a una adivina y sin duda se trataba de una visita excepcional.

Danila, que no era en absoluto consciente de la ira de Mix, comentó:

– Pero, claro, de cerca no es la supermodelo de tu foto. Su piel es un poco rugosa…, aunque, bueno, al ser tan oscura, es lógico. Me parece que quienquiera que tomara esta fotografía se afanó mucho con el aerógrafo en…

Mix no oyó el final de la frase. Lo embargó un odio que se sumó a su furia. ¡Cómo se atrevía a criticar a la mujer más hermosa del mundo! El insulto chirrió como si le raspara la mente. Alargó la mano para coger un objeto, cualquier cosa, e infundirle su ira. Su mano se cerró en torno a la Psique de mármol y una vez más le pareció oír a Javy acusándole de haber atacado a Shannon, y ver a su madre allí sin hacer nada.

¿A quién estaba a punto de destruir con aquella arma? ¿A Javy? ¿A su madre? ¿A esa rastrera?

– ¿Qué estás haciendo?

Ya no volvió a hablar, sólo gritó y emitió unos sonidos guturales mientras él la golpeaba repetidamente en la cabeza con la Psique. Mix pensaba que la sangre fluía con suavidad, pero la de esa chica lo roció con unos chorros de color escarlata. Sus ojos permanecieron fijos en él con una expresión de horror y asombro. Mix le asestó un último golpe en la frente para cerrar esos ojos que lo miraban.

Ella fue deslizándose por la fotografía hasta que cayó al suelo de espaldas. Mix soltó la Psique sobre las tablas pulimentadas del suelo. Dio la impresión de que la figura hacía un ruido enorme al caer y él pensó que ello alertaría a una multitud que irrumpiría en la habitación. Pero no vino nadie, por supuesto que no vino nadie. Reinó en cambio una quietud absoluta, el silencio de un vasto desierto o de una casa vacía junto al mar con las olas rompiendo suavemente en la playa. La Psique rodó un poco por el suelo, en un sentido y luego en otro, hasta que se detuvo. El único movimiento era el de la sangre que resbalaba lentamente por el cristal.