177586.fb2
Cuando dobló la esquina de Edenham Way, Joel vio el coche de Dix D'Court aparcado delante de la casa de su tía. Tenía frío, estaba mojado, cansado y hambriento, y lo único que quería era dejarse caer en la cama, lo que reducía tristemente su capacidad de escaquearse de los encuentros que le aguardaban. Se tomó un momento para esconderse detrás de un cubo de basura y ahí se quedó unos minutos más intentando pensar qué iba a decirle a su tía cuando por fin la tuviera delante. La verdad no serviría.
Al principio pensó que podría quedarse detrás del cubo de basura hasta que Kendra se marchara a trabajar, que sería más pronto que tarde. Tendría que llevar a Toby al colegio, y Ness también se iría, con lo que no habría nadie en casa, ya que seguro que Dix no se quedaría. En ese momento, Joel tendría todo el día para idear algo…, si conseguía esperar.
Pero esperar fue lo único que no logró hacer. Siete minutos detrás del cubo fue tiempo suficiente para convencerse de que no podía esperar fuera, en el frío, ni un segundo más. Salió despacio y caminó hacia la puerta. Subió los cuatro escalones como un condenado a muerte.
Utilizó la llave para entrar, pero hizo el suficiente ruido para alertar a su familia. La puerta se abrió de repente. Esperaba ver a su tía, furiosa y lista para abalanzarse sobre él, pero era Ness quien tenía la mano en el pomo; era su hermana quien bloqueaba el paso con su cuerpo. Le echó una ojeada y dijo mirando hacia atrás:
– Tía Ken, el pequeño imbécil ha vuelto. -Y luego le dijo a Joel-: Menuda te va a caer, tío. Ha venido la Poli, han llamado del colegio, se han metido los Servicios Sociales. ¿Dónde has estado exactamente? -Y luego añadió en voz baja-: ¿Te estás drogando o algo, Joel?
El niño no respondió y no hizo falta, porque de repente la puerta se abrió más y apareció Kendra. Aún llevaba la misma ropa que hacía dos días. Tenía los ojos rojos y un semicírculo morado debajo. Igual que Ness, gritó:
– ¿Dónde has estado? ¿Qué ha…? ¿Con quién…?
Luego simplemente se echó a llorar. Era una forma de liberar el estrés acumulado, pero como el chico nunca había visto llorar a su tía, no sabía cómo interpretarlo. Lo cogió y lo abrazó con fiereza, pero el abrazo se convirtió en puños que le golpeaban la espalda, aunque con la fuerza del aleteo de un colibrí.
Por encima de su hombro, Joel vio a Toby saliendo de la cocina con su pijama de cowboy, cruzando el linóleo con las botas a juego. Detrás de él, Dix D'Court estaba en el centro de la habitación, con el rostro impasible. Observó un momento antes de acercarse a la puerta y separar a Kendra de Joel. La giró hacia él, la abrazó y miró a Joel sacudiendo la cabeza, indignado, antes de conducir a su tía en dirección a las escaleras. Antes de subirlas, le dijo a Ness:
– Será mejor que llames a la Poli y les digas que ha vuelto.
Ness cerró de golpe la puerta de entrada y fue al teléfono para llamar. Dejó donde estaba a Joel, que experimentó una especie de confinamiento solitario que no había esperado, un confinamiento que le resultó mucho peor que pasar dos noches en un sepulcro. Le parecía injusto que lo trataran como una especie de paria, en lugar de recibirlo con alegría y alivio. Quería decir: «¿Sabéis por lo que he pasado por vosotros?».
Sin quererlo, Toby aumentó la sensación de indignación de Joel.
– Dix ha vuelto, Joel -dijo innecesariamente-. La tía Ken lo llamó para que la ayudara cuando no volviste a casa porque pensó que, tal vez, estabas en el gimnasio con él o algo. Ivan dijo que no sabía dónde estabas…
– ¿Qué? ¿Llamó a Ivan?
– Llamó a todo el mundo. Era tarde cuando llamó a Ivan. Pensó que te había llevado al cine o algo, pero él le dijo que no. Luego pensó que te habías metido en un lío con la Poli, así que los llamó. Después, pensó que quizás ese tipo, Neal, te había pegado y…
– Vale. Cállate -dijo Joel.
– Pero yo quería…
– Oye. He dicho que te calles. No me importa. Cállate.
A Toby se le humedecieron los ojos. Aquél era un Joel al que no conocía. Se acercó a él, tiró de la manga de su anorak y le dijo:
– Te has mojado. Querrás cambiarte de ropa. Tengo un jersey de la tienda benéfica de cuando la tía Ken fue a buscarme al colegio, puedes cogerlo…
– ¡Cállate, cállate, cállate!
Joel apartó a Toby y pasó a la cocina. El crío corrió hacia las escaleras sollozando. Joel se odió por haber herido los sentimientos de su hermano, pero también odiaba a Toby por ser tan corto, por ser incapaz de acatar una orden sin que hubiera que gritarle.
Ness estaba terminando su llamada cuando Joel fue a la mesa de la cocina, se dejó caer en una silla y recostó la cabeza en los brazos cruzados, que apoyó en un fajo de tabloides abiertos encima de la mesa. Sólo quería que lo dejaran en paz. No comprendía por qué todo el mundo reaccionaba de un modo tan exagerado, como si hubiera cometido el crimen del siglo; Ness había pasado más de una noche fuera y al volver a casa no se había encontrado una escena como aquélla. Se dijo que todos estaban comportándose como si hubiera fingido su suicidio o algo así.
– Menuda has armado -le dijo Ness. Joel notó que encendía un cigarrillo, el olor acre del azufre de la cerilla y luego del tabaco; todo aquello hizo que se le revolviera el estómago-. Fabia Bender se pasó, dijo que era el momento de mandarte a algún lugar para que te metieran en cintura, antes de que te metieras en un lío de verdad. La Poli ha registrado todas las habitaciones como si te hubiéramos asesinado. Un inspector incluso fue a ver a mamá e intentó sacarle algo con sentido. Lo que yo te diga, tío. Cuando la cagas, la cagas de verdad. Bueno, ¿dónde has estado?
Joel meneó la cabeza, pero no la levantó.
– ¿Por qué se ha puesto como loca?
– ¿No te has enterado?
Al oír aquello, Joel levantó la cabeza cansinamente. Ness se acercó a la mesa, el cigarrillo entre los dedos, y le hizo un gesto para que apartara los brazos de los tabloides. Cerró uno -era el Mirror- y lo levantó para que pudiera ver la portada.
– Echa un vistazo -dijo-. La tía Ken creía… Bueno, imagino que eres lo bastante inteligente para verlo.
Joel bajó la vista de su hermana al tabloide. En la parte superior de la página decía: «otro cadáver». Tres fotografías situadas debajo mostraban un túnel ferroviario obstruido por caballetes y un cordón policial, a un puñado de personas que hablaban con caras serias, así como a un hombre rubio, que llevaba un abrigo y hablaba por el móvil; se le identificaba como comisario de Scotland Yard, Joel miró a su hermana y dijo:
– No lo entiendo. ¿Dices que la tía Ken pensaba…?
– Claro que lo pensaba -respondió Ness-. ¿Qué esperabas? Habías dicho que estabas en casa enfermo, pero no estabas en casa. Llamó a ese tal Ivan, que le dijo que no te había visto, pero eso fue después de que la tía Ken se pasara horas intentando localizarle por teléfono: creyó que el tal Ivan te había hecho algo, por esas historias que cuenta el periódico. Así que llamó a la Poli y se llevaron al tal Ivan a la comisaría y le interrogaron…
– ¿Ivan? -refunfuñó Joel-. ¿La Poli ha hablado con Ivan?
– Joder, sí, ¿qué creías? Así que le liaron una buena, y mientras tanto tú estabas… ¿dónde?
Joel se quedó mirando el tabloide. No podía creer que hubiera pasado todo aquello sólo porque había desaparecido durante dos noches. Y lo que había pasado no podía ser peor: la participación de la Policía, Ivan acosado, el Departamento de Menores alertado a través de Fabia Bender, que ya tenía a Joel en su radar. Se mareó con toda aquella información. Volvió a enfocar el tabloide.
– Alguien está secuestrando a chicos por todo Londres -estaba diciendo Ness-. Este que sale en el periódico es como el quinto o sexto, yo qué sé. Son más o menos de tu edad. Así que cuando no volviste a casa y la tía Ken vio el artículo en el periódico, se lo trajo Cordie, pensó que ese cadáver eras tú. Así que la has fastidiado bien, ¿entiendes? Te caerá una buena y me alegro de no estar en tu piel.
– Tiene razón. -Era Dix el que habló. Había bajado las escaleras. Miró a Joel con la misma expresión de indignación que tenía cuando el chico había entrado por la puerta. Tenía un vaso en la mano, lo llevó al fregadero y lo enjuagó-. ¿Dónde has estado, Joel? ¿Qué has estado haciendo?
– ¿Por qué no impedisteis que llamara a la Poli? -Joel se dirigió a los dos, con desesperación. Su tía había complicado su situación mucho más de lo que nunca habría esperado, y justo cuando estaba a punto de solucionarlo todo por su cuenta. Su tía, concluyó, acababa de desbaratar todos sus esfuerzos.
– Te he hecho una pregunta, chaval -dijo Dix-. Quiero una respuesta.
Aquello provocó que Joel irguiera la espalda. Fue el tono, el tono de padre. Fuera lo que fuera Dix en sus vidas, no era su padre, eso estaba claro.
– Eh. Vete a la mierda. No tengo que contarte…
– Eh -le interrumpió Dix-. Esa boca.
– Puedo decir lo que quiera. Tú no diriges mi vida.
– Joel -dijo Ness en un tono que combinaba advertencia y ruego, algo que en sí mismo era algo insólito. Para Joel, ponía a su hermana directamente en el campo enemigo. Se apartó de la mesa y se dirigió a las escaleras.
– No te creas que no vamos a retomar esta conversación más tarde -le dijo Dix.
– Lo que tú digas -dijo Joel, y empezó a subir.
Oyó que Dix le seguía y creyó que el culturista iba a obligarle a colaborar tras una confrontación física. Pero en lugar de seguir a Joel hasta su cuarto, Dix entró en el de Kendra y cerró la puerta.
La mujer estaba en la cama con un brazo sobre los ojos, pero lo apartó cuando Dix se sentó a su lado y le colocó la mano en el muslo.
– ¿Ha dicho algo?
Dix negó con la cabeza.
– No pinta bien -le dijo-. Así empieza cuando los chicos se echan a perder, Ken.
– Ya lo sé -dijo cansinamente-. Ya lo sé, ya lo sé. Tengo un ex marido en Wandsworth, ¿recuerdas?, y ahora mismo Joel es su viva imagen. Anda metido en algo, ¿tráfico de drogas?, ¿robos en casas?, ¿de coches?, ¿atracos a ancianos medio lisiados?, y así es como se empieza, no te creas que no lo sé, porque sí lo sé, Dix. Lo sé.
– Tienes que cortarlo de raíz.
– ¿Crees que estoy ciega? Ya le tengo con un mentor en el colegio, sólo que ahora he llamado a la Poli porque he sospechado de él, así que no puedo esperar que quiera seguir haciéndole de mentor, ¿verdad? Mientras tanto, la mujer de los Servicios Sociales me ha hablado de un lugar al otro lado del río donde escarmientan a los chicos como Joel, pero está en Elephant and Castle, y no puedo permitir que vaya hasta allí todos los días después del colegio: necesito que me ayude con Toby… -Tiró del cubrecama de felpilla. Como le dolía la cabeza y llevaba dos días sin dormir, para Kendra no había respuestas.
Así que Dix le dio la única contestación que conocía.
– Necesita un padre -dijo.
– Bueno, pues no tiene padre.
– Necesita alguien que ocupe el lugar de su padre.
– Imagino que ese tal Ivan…
– Ken. Vamos. ¿Un hombre blanco? ¿Ese hombre blanco en concreto? ¿Te parece alguien en quien Joel pueda verse reflejado? Porque eso es lo que necesita: tener alguien que ocupe el lugar de padre y que sea alguien en quien quiera verse reflejado.
– Joel es medio blanco.
– Y tú también. Pero no se trata de ser blanco. Se trata de ser práctico e imaginar a quién puede admirar el chico.
– ¿Qué sugieres, entonces?
Para Dix era evidente. Volvería a instalarse, le dijo. La echaba de menos y sabía que ella también le añoraba. Esta vez harían que las cosas funcionaran. La única razón por la que antes no habían funcionado era que él había estado demasiado absorto en el culturismo como para prestarles suficiente atención a ella y a los chicos. Pero ahora las cosas no tenían por qué ser así. Cambiaría sus costumbres. Tenía que hacerlo, ¿verdad?
Kendra le señaló que ahora las cosas aún estaban peor, ya que su padre todavía estaba recuperándose del infarto, y Dix, por lo tanto, aún estaba más ocupado. Pero él le explicó que, en realidad, la situación había mejorado y que les ofrecía posibilidades que todavía no habían explorado. Kendra quiso saber de qué posibilidades se trataba. Dix le dijo que Joel podía trabajar en el Rainbow Café y, a la vez, ganar dinero de manera honrada y no meterse en líos. También podía acompañar a Dix al gimnasio. Por lo demás, podía ir al colegio, ayudar con Toby y seguir con sus veladas de poesía. No tendría tiempo libre para meterse en líos. Y también tendría de modelo a un hombre de color, que era algo que necesitaba urgentemente.
– ¿Y tú no quieres nada a cambio? -le preguntó Kendra-. ¿Harás todo eso porque tienes buen corazón? ¿Por qué será que no te creo?
– No voy a mentirte. Te deseo como siempre te he deseado, Ken.
– Eso lo dices hoy, pero dentro de cinco años… -Kendra suspiró-. Dix. Cariño. No puedo darte lo que quieres. Tienes que saberlo en algún lugar dentro de ti, tío.
– ¿Cómo puedes decir eso cuando me das lo único que quiero ahora mismo? -le preguntó, acariciándole la mejilla.
Así pues, Dix regresó con ellos: de puertas afuera parecían una familia. El hombre procedió con cautela, pero a sus veintitrés años -si bien era cierto que pronto cumpliría veinticuatro- estaba totalmente perdido con una adolescente, un chico que pronto lo sería y un niño de ocho años con necesidades que sobrepasaban ampliamente la capacidad de Dix D'Court. Si se hubiera tratado de niños normales en circunstancias normales, tal vez habría tenido una oportunidad como padre de acogida para ellos -a pesar de su juventud-, porque era obvio, incluso para los niños, que realmente tenía buenas intenciones. Pero Ness no iba a consentir una figura paterna que tuviera sólo siete años más que ella, y Joel no estaba interesado, sino que tenía la seguridad de que, al haber demostrado su valía al Cuchilla, pronto acabarían sus problemas con Neal Wyatt. Y en cuanto acabaran sus problemas con ese chico, la vida podría continuar y todos estarían razonablemente seguros. Así que Joel rechazó los esfuerzos bienintencionados de Dix para crear lo que podrían llamarse vínculos masculinos. Las invitaciones de Dix para acompañarlo al gimnasio y su oferta de empleo en el Rainbow Café, para cuando saliera del colegio, llegaban, en opinión de Joel, demasiado tarde. Además, no se tomó en serio ni las invitaciones ni la oferta, puesto que por las noches podía escuchar el entusiasmo con que Dix y su tía habían reanudado sus relaciones sexuales. Aquélla parecía ser la verdadera razón del regreso del culturista a Edenham Way: sabía que no tenía nada que ver con ninguno de los Campbell ni con el interés de Dix por practicar sus aptitudes paternales con ellos.
Dix fue paciente con la reticencia de Joel. Kendra no. Sólo unos días aguantó su tía la indiferencia del chico hacia los intentos de su novio por acercarse a Joel. Así pues, se decidió a intervenir. Lo hizo cuando Joel se fue a la cama, una noche que Dix estaba entrenando en el gimnasio. Fue al cuarto de los chicos y los encontró en pijama: Joel de lado con los ojos cerrados; Toby sentado con la espalda apoyada en la cabecera maltrecha, el monopatín encima de las rodillas, dando vueltas a las ruedas desconsoladamente.
– ¿Está dormido? -le preguntó Kendra al pequeño.
Toby negó con la cabeza.
– Respira raro cuando está dormido.
Kendra se sentó en el borde de la cama de Joel. Le tocó la cabeza; su pelo rizado se hundió como algodón de azúcar entre sus dedos.
– Siéntate, Joel. Tenemos que hablar -le dijo.
El chico siguió fingiendo que estaba dormido. Aunque no sabía de qué quería hablarle, decidió que no podía ser nada bueno. Ya había conseguido esconderle lo que había hecho toda la noche fuera y quería que las cosas siguieran así.
Kendra le puso la mano en el trasero y le dio una palmadita.
– Vamos, anda -dijo-. Sé que no estás dormido. Es hora de hablar.
Pero ella quería hablar precisamente sobre lo que Joel quería mantener oculto. El chico se dijo que no podía hablar con ella por la sencilla razón de que no lo comprendería. A pesar de ser parientes de sangre, la vida de la tía Ken era muy distinta a la suya. Ella siempre había tenido a gente en quien confiar, así que nunca entendería qué significaba estar completamente solo: dependiente pero sin nadie de confianza en el horizonte. No sabía qué era sentir eso.
– Quiero dormir, tía Ken -murmuró.
– Luego. Ahora puedes hablar conmigo.
Encogió el cuerpo y se hizo un ovillo. Se agarró a las mantas para que Kendra no pudiera bajarlas, si es que tenía pensado hacerlo.
Ella suspiró.
– De acuerdo -dijo, y cambió la voz, lo que provocó que Joel se armara de valor para escuchar lo que vendría a continuación-. Estás tomando una decisión, Joel, y es algo bueno y adulto siempre que estés dispuesto a vivir con las consecuencias. ¿Quieres pensar en ello7 ¿Quieres mantener tu decisión o quieres cambiarla?
Joel no dijo nada. Ella pronunció su nombre, menos paciente esta vez, una mujer menos razonable haciendo una petición razonable.
– Hemos intentado ayudarte -dijo-, pero no has transigido. Ni conmigo ni con Dix. No quieres soltar prenda, supongo que estás en tu derecho. Pero como no sé qué está pasando contigo, tengo que cumplir con mi deber de mantenerte a salvo. Así que irás de casa al colegio y del colegio a casa. Irás a buscar a Toby al colegio y ya está. Esa será tu vida.
Entonces, Joel abrió los ojos.
– No es justo.
– Nada de veladas poéticas ni de visitas a Ivan. Nada de viajes a ver a tu madre, a menos que yo te lleve y te traiga de vuelta. Veremos cómo te va durante los dos próximos meses; quizá luego renegociaremos las condiciones.
– Pero yo no he…
– No tomes a tu tía por estúpida -dijo-. Sé que toda esta situación se remonta a ese pequeño gamberro con el que has tenido unos roces. Así que también voy a encargarme de eso.
Entonces Joel se dio la vuelta y se incorporó. El tono de Kendra sugería lo que vendría a continuación; buscó un modo de atajar sus intenciones.
– No fue nada. El tío ese no pinta nada -le dijo-. No es nadie, joder. Sólo fue algo que tenía que hacer, ¿vale? No infringí ninguna puta ley. No le pasó nada a nadie.
– También trabajaremos tu vocabulario -dijo-. Se acabó hablar como en la calle.
– Pero Dix habla…
– Y eso nos lleva a Dix. Está haciendo todo lo que puede con vosotros. Transige con él. -Se levantó-. Me he callado antes, pero no voy a seguir haciéndolo. Ya es hora de que la Policía…
– Joder, no…
– Vocabulario.
– No puedes meterte en esto, tía Ken. Por favor. Olvídalo.
– Demasiado tarde. Esas dos noches fuera de casa de las que no hablas, Joel…, hacen que sea demasiado tarde.
– No lo hagas. No lo hagas -le suplicó Joel.
Tal protesta le dijo a Kendra que Neal Wyatt era, en efecto, el origen de lo que ocurría en la vida de su sobrino. El incendio de la barcaza, la agresión a Toby en la calle, las amenazas que había recibido ella en la tienda benéfica… Iba a llamar a la Policía y ese chico se iba a enterar. Si a estas alturas nada conseguía corregir su actitud, al menos estaría advertido.
Hibah le dio la noticia a Joel. Se lo encontró esperando el autobús después del colegio, pero no le dijo nada hasta que subió dentro, donde debido a la gran cantidad de viajeros ambos se vieron obligados a quedarse de pie, balanceándose con el autobús y agarrándose a las barras.
– ¿Por qué te has chivado, Joel? -le dijo en voz baja y furiosa-. ¿No sabes lo estúpido que has sido, maldita sea? ¿Sabes qué quiere hacerte ahora?
Joel vio que Hibah ponía cara de pocos amigos debajo del pañuelo. Se percató de su enfado, pero no fue capaz de interpretar su exasperación.
– No me he chivado de nadie -dijo él-. ¿De qué estás hablando?
– Oh, no te has chivado, claro -se burló la chica-. ¿Y cómo ha acabado Neal en presencia de la Poli, si es que no te has chivado? Se lo llevaron a la comisaría por lo de esa barcaza estúpida. Y por empujar a la gente en la calle, tu hermano incluido. Si no has sido tú, ¿quién coño ha sido?
Joel notó que se quedaba sin aire en los pulmones.
– Mi tía. Ha debido de hacerlo ella, dijo que lo haría.
– Tu tía, ya, claro -dijo Hibah con desdén-. ¿Y sabía el nombre de Neal sin que tú se lo dijeras? Maldita sea, Joel Campbell, eres un idiota estúpido. Te digo cómo llevar el tema de Neal y va y decides esto. Le has cabreado; ahora irá a por ti. Y no pienses que puedo ayudarte, porque no puedo. ¿Lo entiendes, tío? No tienes cerebro.
Como nunca había oído a Hibah expresarse con tanta pasión, Joel fue consciente del peligro que corría. Y no sólo él, porque sabía que Neal Wyatt era lo bastante listo y estaba lo bastante decidido como para hacerle daño a través de sus parientes, como ya había demostrado con Toby. Maldijo a su tía por su incapacidad de ver lo que podía provocar si se inmiscuía en sus asuntos.
Joel decidió que había que hacer algo. Aunque el Cuchilla hubiera cumplido con su parte y hubiera escarmentado a Neal Wyatt, que el nombre de Neal hubiera llegado a la Policía lo anulaba todo y reavivaba la animadversión de Neal. En resumidas cuentas, Kendra no habría podido hacer mucho más para empeorar las cosas.
Tras pensar bien en sus opciones, Joel llegó a creer que Ivan Weatherall era la respuesta, al menos, a una parte del problema. Ivan, la poesía y «Empuñar palabras y no armas» representaban la puerta que cruzaría para solucionar las cosas.
Joel no había visto a Ivan desde una semana antes del desastre del cementerio y lo que había sucedido después cuando Kendra dio el nombre del hombre blanco a la Policía de Harrow Road. Pero Joel sabía los días que Ivan iba al colegio Holland Park, así que presentó una solicitud para ver al mentor y esperó a que le llamasen a su presencia. A pesar de lo que había ocurrido, tenía plena confianza en que Ivan lo recibiría, ya que, al fin y al cabo, Ivan era Ivan, optimista con los jóvenes hasta rayar la estupidez. Así que se preparó escribiendo cinco poemas. Eran un puñado de versos malos, pero tendrían que servir. Entonces, esperó.
Sintió una oleada de alivio cuando lo llamaron para reunirse con el mentor. Llevó consigo sus cinco poemas e hizo acrobacias mentales maquiavélicas para convencerse de que utilizar a un amigo no era algo tan terrible si se hacía por una buena causa.
No encontró a Ivan sentado a su mesa habitual, sino de pie junto a una ventana mirando el día gris de enero: árboles pelados, tierra empapada, arbustos desnudos, cielo sombrío. Se dio la vuelta cuando entró en la habitación.
A Joel se le requería algo en este momento, tender un puente entre la llamada de Kendra a la Policía, para advertirles sobre Ivan, y este día. Parecía que sólo una disculpa bastaría, así que Joel se la ofreció; Ivan la aceptó, fiel a su carácter. Era más embarazoso que otra cosa, confesó. Impartía una clase de guiones la primera noche que Joel desapareció y tenía una cena con su hermano la segunda, así que estaba «cargado de coartadas», como dijo irónicamente. Pero no iba a mentirle a Joel: era embarazoso tener que dar explicaciones de su paradero y era angustiante tener a la Policía insistiendo en registrar su casa para encontrar indicios de que había retenido a Joel… o algo peor.
– No ha caído muy bien entre mis vecinos, me temo -dijo Ivan-, aunque supongo que debería considerarlo un signo de distinción, que me tomaran por un asesino en serie.
Joel se estremeció.
– Lo siento. Tendría que… No pensé, verás… La tía Ken se puso histérica, Ivan. Vio las noticias de esos chicos asesinados, esos chicos que tenían la misma edad que yo y pensó…
– En mí. Pensándolo bien, es lógico, supongo.
– No es nada lógico. Tío, siento que haya pasado esto, ¿entendido?
– Ya me he recuperado -dijo-. ¿Quieres hablar sobre dónde estuviste esas dos noches?
De ningún modo. No era nada, dijo. Ivan podía confiar en él. No tenía nada que ver con algo ilegal: drogas, armas, delitos contra sus conciudadanos o cosas similares. Mientras hablaba, sacó sus poemas. Dijo que había estado escribiendo, sabía que aquello distraería a Ivan de la conversación sobre las dos noches que Joel había pasado fuera de casa. Tenía poemas, dijo. Sabía que no eran muy buenos, confesó, y se preguntaba si Ivan les echaría una ojeada…
Fue como dar carne a un león hambriento. El hecho de que Joel hubiera estado escribiendo poesía era para Ivan -una deducción errónea- una muestra de que no todo estaba perdido con su joven amigo. Se sentó a la mesa, cogió los versos y leyó. La sala estaba silenciosa y expectante, como Joel.
Se le había ocurrido un modo de explicar por qué los poemas eran tan espantosos: no tenía un lugar tranquilo donde escribir, diría, si Ivan quería hablar sobre el empobrecimiento general de su trabajo. Toby viendo la tele, Ness hablando por teléfono, la radio puesta, la tía Ken y Dix haciéndolo como conejos arriba en el dormitorio… Aquello no contribuía a la soledad que hacía falta para que la inspiración se tradujera en palabras. Pero hasta que las cosas cambiaran en casa -lo que significaba hasta que las restricciones a sus movimientos se suavizaran un poco- no creía que pudiera hacer mucho más.
Ivan alzó la vista.
– Esto es muy malo, amigo mío.
Joel dejó caer los hombros, un gesto de derrota espuria.
– He intentado ver cómo arreglarlos, pero tal vez haya que tirarlos a la basura.
– Bueno, no lo demos todo por perdido -dijo Ivan, y volvió a leerlos. Pero cuando acabó, aún parecía menos optimista. Formuló la pregunta que Joel estaba esperando oír: ¿qué creía que estaba alterando tanto su poesía?
Joel repasó la lista de excusas preparadas. No sugirió nada para rectificar la situación, pero no le hacía falta, pues Ivan estaba programado para realizar él mismo la sugerencia. ¿Consideraría la tía de Joel suavizar una parte de las restricciones que le había impuesto para dejar que asistiera otra vez a «Empuñar palabras y no armas»? ¿Qué creía Joel?
El chico negó con la cabeza.
– Es imposible que yo se lo pregunte. Está superharta de mí.
– ¿Y si la llamara yo o me pasara por la tienda benéfica a hablar con ella?
Aquello era exactamente lo que Joel había esperado, pero no quería mostrar demasiado entusiasmo. Dijo que Ivan podía intentarlo, sin duda. Para empezar, la tía Ken se sentía fatal por haber hablado a la Poli de Ivan, así que tal vez querría hacer algo para compensarle.
Lo único que faltaba era esperar lo inevitable, y no tardó demasiado en suceder. Ivan hizo una visita a Kendra aquella misma tarde, acompañado de los cinco poemas de Joel. Nunca se habían visto personalmente, así que cuando Ivan se presentó, Kendra se sonrojó. Sin embargo, lo superó deprisa, diciéndose que había hecho lo que requería la situación cuando Joel había desaparecido. Le parecía que cuando un hombre blanco se implicaba tanto con chicos negros sólo podía culparse a sí mismo si le sucedía algo a alguno y, después, le consideraban sospechoso a él.
El hecho de que Ivan estuviera tan dispuesto a olvidar el asunto ablandó la resistencia que Kendra pudiera tener a sus ideas. De todos modos, esas ideas eran bastante sencillas: Ivan le explicó que la poesía de Joel, que sin duda era la mejor imagen de su futuro, estaba sufriendo con las restricciones que le había impuesto. Si bien él -Ivan- no tenía ninguna duda que estas restricciones eran absolutamente merecidas, se preguntaba si la señora Osborne podía suavizarlas lo justo para permitir a Joel regresar a «Empuñar palabras y no armas», donde volvería a enfrentarse a otros poetas, cuyas críticas y cuyo apoyo no sólo mejorarían sus versos, sino que también le darían la oportunidad de relacionarse con personas de todas las edades -gente joven incluida-, que participaban en un acto creativo que las mantenía alejadas de las calles y de los problemas.
Los esfuerzos de Dix con Joel -llevarle todos los días al Rainbow Calé- no habían dado un resultado satisfactorio, y Fabia Bender seguía sugiriendo que una influencia exterior sería positiva para mantener a Joel en el buen camino. «Empuñar palabras y no armas» al menos era una actividad conveniente, y la asistencia de Joel no implicaba un largo viaje en autobús al otro lado del río. Además Kendra arrancó a Joel su palabra de honor de que asistiría a las reuniones de poesía y luego volvería a casa… Así pues, Kendra accedió. No obstante, si descubría que había ido a algún lugar, aparte de a «Empuñar palabras y no armas», una noche en la que se celebrara la reunión de poesía, escarmentaría a Joel de una forma que actualmente desafiaba su imaginación.
– ¿Ha quedado claro? -le preguntó a su sobrino.
– Sí, señora -le dijo el chico solemnemente.
Por dentro, Joel iba tirando, haciendo planes. Neal había reaparecido, lo que no era una sorpresa. Guardaba las distancias, pero seguía vigilándole, y Joel nunca sabía dónde lo vería la próxima vez. El otro chico parecía capaz de «materializarse», como si alguna fuerza mezclara los átomos de su ser, lo transportara y lo volviera a juntar donde deseara estar. También parecía tener contactos en todas partes -chicos que Joel nunca había asociado con Neal-, y tales contactos le daban fuertes empujones entre las multitudes, murmuraban el nombre de Neal en las paradas de autobús o en Meanwhile Gardens o saludaban a gritos a un Neal invisible justo delante del colegio de Toby. Neal Wyatt se convirtió en una presencia incorpórea, y Joel sabía que sólo estaba aguardando el momento oportuno para ajustar las cuentas que Kendra había dejado a deber tras proporcionar a la Policía el nombre de Neal.
Todo aquello le decía a Joel que tenía que volver a ver al Cuchilla. «Empuñar palabras y no armas» le dio la oportunidad. Cuando llegó la noche habitual de la reunión, salió con la advertencia de su tía retumbando en sus oídos. Llamaría a Ivan para asegurarse de que iba a «Empuñar palabras y no armas» y no a otra parte, ¿Lo entendía? Joel dijo que sí.
En realidad no tenía un plan. Había asistido a suficientes veladas poéticas como para saber cómo las organizaba Ivan. Cuando llegaba el momento de «Caminar por las palabras», aquellos que no querían participar en el reto se permitían un tentempié, se relacionaban, hablaban de poesía, buscaban a Ivan y se buscaban entre ellos para ayudarse en privado con sus poemas. Lo que no hacían era vigilar lo que hacía un niño de doce años. Aquél, decidió Joel, sería su momento, pero necesitaba un mal poema para que funcionara.
Se aseguró de que todo el mundo supiera que estaba en el Basement Activities Centre: subió a la tarima y leyó uno de sus poemas más espantosos. Al final de la lectura, sufrió con valentía el silencio hasta que desde el fondo de la sala una garganta carraspeó y alguien ofreció un poco de crítica que pretendía ser constructiva. Se aportaron más críticas cautelosas y se inició un debate. Durante todo el rato, Joel hizo todo lo posible para comportarse como el estudiante serio de poesía que los demás suponían que era, tomando notas, asintiendo, diciendo arrepentido: «Vaya. Eso duele. Sabía que era malo, pero estáis empezando a mosquearme», y siguió adelante con el resto de las formalidades: entre ellas hubo una conversación con Adam Whitburn, en la que se vio obligado a escuchar palabras de ánimo hacia un acto creativo que ya no tenía ninguna importancia para él.
Después de que Adam lo agarrara del hombro y le dijera «Qué huevos leerlo, tío», llegó el momento de «Caminar por las palabras». Joel se escabulló hacia la puerta. Imaginó que cualquiera que se fijara concluiría -como era su intención- que escapaba de la vergüenza.
Cubrió la distancia de Oxford Gardens a Mozart Estate corriendo. Allí, serpenteó por las calles estrechas de la urbanización hasta llegar al piso ocupado de Lancefield Court. Sin embargo, esta vez estaba totalmente oscuro. Cal Hancock no se encontraba al pie de las escaleras, protegiendo al Cuchilla de quienquiera que pudiera estar interesado en el negocio que llevara a cabo.
– Mierda -murmuró Joel, y pensó en su siguiente movimiento.
Regresó deprisa por Mozart Estate y, bajo la luz tenue, examinó el plano de las viviendas, un gran mapa metálico colocado en Lancefield Street. No le ofreció nada útil. El lugar era una extensión dispersa de edificios, y aunque sabía que una chica que se llamaba Veronica vivía allí -la madre del último hijo del Cuchilla-, tuvo que plantearse las probabilidades de encontrarla y, aunque la encontrara, las probabilidades de que el Cuchilla estuviera con ella. Ya había utilizado a la chica para sus propósitos y había pasado a la siguiente. El bloque de pisos de Portnall Road, donde vivía Arissa, era el lugar más probable donde encontrarlo.
Joel se dirigió hacia allí a buen ritmo. Llegó jadeando al edificio situado a mitad de la calle. Pero tampoco vio a Cal Hancock repantingado en la puerta, lo que significaba que el Cuchilla no estaba arriba.
Joel se sintió frustrado. Se le estaba acabando el tiempo. Tenía que estar en casa cuando acabara «Empuñar palabras y no armas»; si no, las consecuencias serían funestas. Se sentía derrotado. Esa sensación hacía que quisiera dar un puñetazo a una pared de ladrillo sucia. No le quedaba más remedio que irse a casa.
Eligió un camino que lo llevaría por Great Western Road. Empezó a pensar en otro plan para encontrar al Cuchilla. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no advirtió que un coche avanzaba a su altura. Sólo se dio cuenta cuando percibió un aroma inconfundible a hierba. Levantó la cabeza y vio al Cuchilla detrás del volante de un coche, con Cal Hancock en el asiento del copiloto y con Arissa detrás, inclinada hacia delante para lamer el cuello tatuado de su hombre.
– Colega -dijo el Cuchilla.
Detuvo el coche e hizo un gesto con la cabeza hacia Cal, que se bajó, dio una calada al porro y saludó a Joel.
– ¿Qué tal, chaval? -le dijo, pero Joel no contestó, sino que le dijo al Cuchilla-: Neal Wyatt no se comporta como si le hubieran escarmentado, tío.
El Cuchilla sonrió, sin alegría ni satisfacción.
– Escuchadle -dijo-. A pesar de todo, es un tipo duro. Bueno. ¿Estás listo para Arissa, entonces? Le gustan jovencitos.
Arissa sacó la lengua y recorrió todo el borde de la oreja del Cuchilla.
– ¿Has escarmentado a ese tío? -preguntó Joel-. Porque tú y yo teníamos un trato.
El Cuchilla entrecerró los ojos. Bajo la luz interior, la serpiente de su mejilla se movió al tensar el músculo de la mandíbula.
– Sube, colega -dijo, y señaló con la cabeza el asiento de atrás-. Tenemos planes, ahora que eres un tipo tan duro.
Cal echó el asiento hacia delante. Joel lo miró para ver si había alguna señal en su rostro de lo que sucedería a continuación. Pero Cal era impenetrable, y la hierba que había fumado no había relajado sus facciones.
Joel se montó en el coche. Sobre el asiento había un manual grande y maltrecho abierto boca abajo. Cuando lo apartó, vio que tapaba un agujero irregular de una quemadura en la tapicería del asiento. Alguien había estado metiendo el dedo y el relleno salía de dentro.
Cuando Cal volvió a subirse al coche, el Cuchilla arrancó antes de que la puerta se cerrara. Los neumáticos chirriaron como en una película mala de cine negro. Joel salió despedido hacia atrás.
– Hazlo, cariño -dijo Arissa. Echó los brazos sobre el pecho de su hombre y empezó de nuevo a lamerle el cuello.
Joel mantuvo la mirada alejada de ella. No pudo evitar pensar en su hermana. Ella había sido del Cuchilla, antes que Arissa. No se la imaginaba en el lugar de aquella chica.
– ¿Cuántos años tienes, colega?
Joel encontró la mirada del Cuchilla en el retrovisor. Doblaron una esquina demasiado deprisa. Arissa cayó hacia un lado. Se rió, se levantó y se inclinó sobre el asiento delantero para deslizar las manos sobre el suéter negro del Cuchilla.
Cal miró hacia atrás a Joel y le ofreció una calada del porro. Joel dijo que no con la cabeza. Cal agitó el porro hacia él con más insistencia. Había algo en sus ojos, un mensaje que debía entender.
Joel cogió el porro. Nunca había fumado hierba, pero había visto hacerlo. Dio una calada suave y se las arregló para no toser. Cal asintió con la cabeza.
– Doce -dijo Joel en respuesta a la pregunta del Cuchilla.
– Doce. Do-ce. Eres un mierdecilla con huevos. No me contestaste cuando te lo pregunté. ¿Aún no te has estrenado?
– Neal Wyatt no se comporta como si le hubieran escarmentado, Stanley -dijo Joel-. Hice lo que me dijiste. ¿Cuándo vas a cumplir con tu parte?
– Aún no se ha estrenado -le dijo el Cuchilla a Cal-. Mola, ¿verdad? -Mirando a Joel por el retrovisor, siguió hablando-: A Arissa le gusta estrenar a los chicos, colega. ¿Verdad, Riss? ¿Quieres estrenar a Joel?
Arissa se separó del Cuchilla y examinó a Joel.
– Se correría antes de que me bajara las bragas -dijo la chica-. ¿Quieres que se la chupe? -Alargó la mano hacia la entrepierna de Joel.
Joel se la apartó antes de que llegara a tocarle.
– Mantén a tu zorra lejos de mí, tío -dijo-. Teníamos un trato, tú y yo. De eso quiero hablar.
El Cuchilla paró de repente junto al bordillo. Joel miró afuera, pero no sabía dónde estaban. Sólo que se trataba de una calle en algún lugar con árboles altos y pelados, casas elegantes y aceras limpias. No reconocía aquella parte de la ciudad.
– Llévala a casa -le dijo el Cuchilla a Cal-. Aquí el señor y yo tenemos temas de los que hablar.
Se volvió en el asiento y agarró a Arissa por debajo del brazo. La levantó -la chica agitó las piernas y se le vieron las bragas- y la besó con fuerza, su boca descendiendo sobre la de ella como un puñetazo. Se la entregó a Cal y le dijo:
– Que no se ponga más esta noche.
Cal cogió a Arissa del brazo. La chica protestó, frotándose la boca amoratada.
– Tío -dijo-. No quiero caminar.
– Te despejará -le dijo él, y cuando Cal cerró la puerta, arrancó de nuevo y se incorporó a la calle.
Condujo deprisa y dobló muchas esquinas. Joel intentó memorizar la ruta, pero pronto se dio cuenta de que no tenía demasiado sentido. No tenía ni idea de dónde había comenzado esta etapa del viaje, así que conocer el camino hasta su destino no era especialmente útil.
El Cuchilla no habló hasta que aparcó el coche. Luego, sólo dijo: «Bájate». Joel lo hizo y se encontró en una esquina delante de un edificio abandonado y en ruinas. El exterior era de ladrillo y se veía sucio incluso con la iluminación nocturna de una farola que estaba a unos veinte metros. La carpintería era verde y estaba pelándose. Había un letrero desportillado y despintado sobre una puerta de garaje que decía «A.Q.W. Motors», pero el negocio que hubiera albergado el edificio estaba cerrado hacía tiempo. Tablas de madera y placas de metal cubrían las ventanas del primer piso, mientras que, arriba, unas cortinas harapientas indicaban que en su día alguien había ocupado el apartamento de la primera planta.
Joel imaginó que el Cuchilla se dirigiría a este piso: otro local más en el que hacer negocios cuando fuera demasiado peligroso conducirlos desde el piso de Lancefield Court. Pero en lugar de llevar a Joel a la entrada de aquel edificio, el Cuchilla lo guió hacia la parte trasera. Allí, se abría un callejón, las sombras sólo rotas por una bombilla solitaria encendida a cierta distancia en la parte de atrás de un edificio.
Detrás de A.Q.W. Motors, un muro de ladrillo cercaba una especie de patio. Una verja metálica daba acceso a él, y si bien tenía un candado que parecía a la vez oficial e impenetrable, no era así. El Cuchilla sacó una llave de su bolsillo y la utilizó. La verja se abrió silenciosamente en la noche. Con el pulgar, el Cuchilla le indicó a Joel que entrara.
Joel se mantuvo firme. No tenía demasiado sentido hacer nada más, puesto que si el Cuchilla tenía intención de liquidarle, iba a hacerlo, así que no importaba cómo reaccionara.
– ¿Vamos a hablar de Neal Wyatt o qué? -dijo.
– ¿Cuánto de hombre tiene el hombre? -contestó el Cuchilla.
– No voy a jugar a las adivinanzas contigo. A la mierda, tío. Hace un frío de la hostia y tengo que volver a casa. Si esto es una especie de juego de mierda…
– ¿Crees que todo el mundo es estúpido porque tú lo eres, colega?
– Yo no soy…
– Entra. Hablaremos cuando hablemos. Si no te gusta, vete a casa. Una camita calentita, una taza de Ovaltine, un cuento para dormir. Lo que necesites.
Joel soltó un taco para impresionarle y cruzó la verja. El Cuchilla le siguió adentro.
El patio estaba oscuro como la boca del lobo. Joel sólo logró ver algo después de esperar a que se le acostumbraran los ojos. Entonces, las formas que parecía intuir se transformaron en cubos de basura viejos, algunas cajas de embalaje, un baúl, una escalera tirada y malas hierbas. Al fondo del edificio, unas puertas tapiadas daban acceso desde el interior a un andén de cemento que se extendía a lo largo de todo el edificio y se elevaba más de un metro del suelo. Joel dedujo que estaban en la parte trasera de una estación de metro abandonada -que no era subterráneo en esta parte de la ciudad-, una de las muchas en Londres que habían aparecido y desaparecido con los ajustes de población y las alteraciones de diversas líneas en toda la ciudad. Las puertas en forma de arco por las que se accedía al edificio eran testimonio mudo de ello.
El Cuchilla cruzó el patio y pasó por encima de los restos rotos de dos vías de tren. Subió de un salto al andén y lo atravesó hacia una segunda puerta. También era de metal y de las que sirven para alejar a okupas y a otros vagabundos, pero no supuso ningún problema para el Cuchilla. Abrió el candado como antes y entró. Joel lo siguió.
La vieja estación de metro había alterado su uso: de centro de transportes a taller de coches. El aire helado del interior aún olía a gasolina y aceite. Cuando el Cuchilla encendió una linterna que había cogido cerca de la puerta, descubrió que la ventana de la antigua taquilla seguía en su lugar; un viejo mapa del metro cubierto de polvo todavía mostraba las rutas de ochenta años atrás. El resto del lugar evidenciaba signos de un uso distinto: estanterías para herramientas, un elevador hidráulico, mangueras colgando del techo. Debajo, alguien había apilado algunas cajas de madera. El Cuchilla se acercó a ellas y utilizó un destornillador para levantar la tapa de una.
Por lo que sabía del Cuchilla, Joel esperaba que dentro de las cajas hubiera drogas. Esperaba que le dijera que tenía que hacer repartos en bicicleta como tantos otros chicos de su edad de North Kensington. Esta conclusión no sólo le cabreaba, sino que tiñó de fanfarronería su voz.
– Mira -dijo-. Vamos a hablar o qué, ¿colega? Porque si no, me largo de aquí. Tengo cosas que hacer más importantes que verte manipular tu mercancía.
El Cuchilla ni siquiera miró en su dirección. Sacudió la cabeza ingenuamente y dijo:
– Eres un tipo duro, ¿verdad, chaval? Señor, tengo que andarme con cuidado contigo.
– Puedes andar por donde quieras andar -dijo Joel-. ¿Vas a ayudarme o no?
– ¿Acaso he dicho que no? -le preguntó el Cuchilla con tranquilidad-. Quieres que le escarmiente y le escarmentaré. Pero, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado últimamente, no voy a escarmentarle como tú tienes pensado.
Dicho esto, el Cuchilla se irguió y se volvió hacia Joel. Tenía algo en la palma de la mano, pero no era una bolsa de cocaína. Lo que le tendía era una pistola.
– ¿Cuánto de hombre tiene el hombre? -preguntó.