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Los misterios de sor Fidelma se desarrollan en los años centrales del siglo VII d. C.
Sor Fidelma no es simplemente una religiosa, otrora miembro de la comunidad de Santa Brígida de Kildare. Es además una cualificada dálaigh, o abogada de los antiguos tribunales de justicia de Irlanda. Dado que muchos lectores no estarán familiarizados con estos antecedentes, este prólogo proporcionará algunos puntos de referencia fundamentales, de manera que la historia que aquí se cuenta se comprenda sin ningún problema.
En el siglo VI d. C, Irlanda estaba compuesta por cinco reinos provinciales; de hecho, la palabra irlandesa que se emplea en la actualidad para «provincia» sigue siendo cúige, que literalmente significa «una quinta parte». Los cinco reyes provinciales -de Ulaidh (Ulster), de Connacht, de Muman (Munster) y de Laigin (Leinster)- juraron ser leales al ArdRío rey supremo, que reinaba desde Tara, en la quinta provincia «real» de Midhe (Meath), que significa «provincia central». Incluso entre estos reinos provinciales había una descentralización del poder en reinos menores y territorios gobernados por clanes.
La ley de la primogenitura, que concedía el derecho de sucesión al hijo o a la hija mayor, era un concepto desconocido en Irlanda. El parentesco, desde la del jefe del clan inferior hasta la del rey supremo, sólo era hereditario en parte ya que, sobre todo, tenían un carácter electoral. Cada gobernante era elegido por el derbhfine de su familia, un mínimo de tres generaciones reunidas en cónclave. Si un gobernante no buscaba el bienestar del pueblo, se le acusaba de no desempeñar debidamente sus funciones y era destituido del cargo. Así pues, el sistema monárquico de la antigua Irlanda tenía más cosas en común con la república actual que con las monarquías feudales de la Europa medieval.
En el siglo VII d. C, Irlanda se regía por un sistema de leyes sofisticadas, conocidas como las Leyes de los Fénechas (cultivadores de la tierra), que a la larga se conocerían popularmente como las Leyes Brehon, a raíz de la palabra breitheamh, juez. Según la tradición, estas leyes se promulgaron por primera vez en el año 714 a. C. por orden del rey supremo Ollamh Fódhla. Sin embargo, en 438 d. C. el rey supremo Laoghaire nombró una comisión de nueve eruditos para estudiar, revisar y verter las leyes a la nueva escritura en caracteres latinos. Una de aquellas personas fue Patricio, el que luego se convertiría en santo patrón de Irlanda. Tres años después, la comisión ya tenía un texto escrito de las leyes, la primera codificación que se conoce.
Los primeros textos íntegros de las antiguas leyes de Irlanda que han sobrevivido se conservan en un manuscrito del siglo XI. La administración colonial de Inglaterra en Irlanda no suprimió el uso del sistema de Leyes Brehon hasta el siglo XVII, cuando poseer siquiera una copia de los libros de la ley se castigaba a menudo con la pena de muerte o con la deportación.
El sistema legal no era estático, ya que cada tres años, en el Féis Teamhrach (Festival de Tara) abogados y administradores se reunían para analizar y revisar las leyes a la vista de una sociedad cambiante y de sus necesidades.
Bajo estas leyes, las mujeres ocupaban un lugar excepcional. Las leyes irlandesas concedían más derechos y protección a las mujeres que cualquier otro código legal occidental de aquella época, o de los que se les han concedido desde entonces. Las mujeres podían aspirar -y aspiraban- a cualquier cargo y profesión en igualdad de condiciones con los hombres. Podían ser dirigentes políticas, podían estar al mando de su pueblo en combate como guerreras, podían ser médicos, podían ser jueces locales, poetas, artesanas, abogadas y magistradas. En la actualidad conocemos muchos nombres de mujeres magistradas de la época de Fidelma: Bríg Briugaid, Áine Ingine Iugaire, o Darí, entre tantos otros. Por ejemplo, Darí no solamente fue juez, sino autora de un célebre texto jurídico, redactado en el siglo VI d. C. Las leyes protegían a las mujeres del acoso sexual, de la discriminación, de la violación; tenían derecho a divorciarse de sus maridos en igualdad de condiciones gracias a leyes de separación equitativas, y podían exigir parte de la propiedad de éstos como un acuerdo de divorcio; tenían derecho a poseer y heredar tierras y propiedades, así como a un subsidio por enfermedad. Desde la óptica actual, las Leyes Brehon bien podrían ser un ideal para las feministas.
Este contexto, así como la marcada diferencia de Irlanda con sus vecinos, debe tenerse en cuenta para comprender la función de Fidelma en los hechos que se relatan.
Fidelma nació en Cashel, capital del reino de Muman (Munster), en el suroeste de Irlanda, en el año 636 d. C. Fue la hija menor de Faílbe Fland, el rey, que falleció un año después de nacer su hija, por lo que fue criada bajo el consejo de un primo lejano, el abad Laisran de Durrow. Cuando Fidelma cumplió la «edad de elegir» (catorce años), ingresó en la escuela barda del brehon Morann de Tara, como era costumbre entre muchas jóvenes de su edad. Tras ocho años de estudio, Fidelma obtuvo el título de anruth, solamente un grado por debajo del título superior que se otorgaba antiguamente tanto en las universidades bardas como en las universidades eclesiásticas de Irlanda. El título de mayor grado era el de ollamh, palabra que todavía hoy se emplea en irlandés moderno para «profesor». Fidelma estudió derecho y, en concreto, el código penal del Senchus Mór, como en el código civil del Leabhar Acaill. Por tanto, obtuvo el título de dálaigh o abogada de los tribunales.
Sus funciones podrían equipararse a las de juez suplente de un distrito, cuya labor consiste en recopilar y evaluar las pruebas con independencia de la policía, a fin de averiguar si una acusación tiene fundamento o no. La denominación de «juez de instrucción» encierra una función similar.
En aquella época, buena parte de las clases profesionales e intelectuales eran miembros de las nuevas órdenes religiosas cristianas, del mismo modo que, en siglos anteriores, los profesionales e intelectuales eran los druidas. Fidelma ingresó en la orden religiosa de Kildare, fundada a finales del siglo V d. C. por santa Brígida.
Si el siglo VII d. C. ha sido considerado en Occidente como parte de la Edad de las tinieblas, para Irlanda fue una «Edad de Oro». Estudiantes de todas partes de Europa acudían a las universidades irlandesas para formarse, incluso los hijos de los reyes anglosajones acudían a ellas. Hay constancia de que, en la universidad de Durrow, había al menos dieciocho naciones de aquella época representadas entre los estudiantes. Al mismo tiempo, misioneras y misioneros irlandeses partían a ultramar para reconvertir al cristianismo a una Europa pagana, construyeron iglesias y fundaron monasterios y centros de estudio por todo el continente hasta Kiev (Ucrania) por el este, las islas Feroe por el norte y Tarento por el sur, en Italia. Irlanda era sinónimo de alfabetización y educación.
Sin embargo, la Iglesia celta de Irlanda tenía constantes enfrentamientos con la Iglesia de Roma en cuestiones litúrgicas y rituales. La Iglesia romana inició su propia reforma en el siglo IV, cuando cambió la fecha de celebración de la Pascua de Resurrección y algunos aspectos de su liturgia. La Iglesia celta y la Iglesia ortodoxa oriental se negaron a seguir los dictados de Roma. No obstante, la Iglesia celta fue absorbida paulatinamente por Roma entre los siglos IX y XI, mientras que las iglesias ortodoxas orientales conservaron su independencia. Durante la época de Fidelma, este conflicto era un motivo de preocupación para la Iglesia celta de Irlanda.
Un elemento que caracterizó ese enfrentamiento entre Roma e Irlanda fue que no compartían el mismo concepto de celibato. Pese a que en ambas iglesias siempre hubo ascetas que sublimaban el amor físico en su entrega a Dios, a partir del concilio de Nicea (año 325 d. C), los matrimonios clericales se condenaron, si bien no llegaron a prohibirse. El concepto de celibato de la Iglesia romana surgió a raíz de las costumbres que practicaban las sacerdotisas de Vesta con los sacerdotes de Diana. En el siglo V, Roma prohibió que los clérigos con grados de abad y de obispo durmieran con sus esposas y, poco después, que contrajeran matrimonio siquiera. En cuanto al clero común, Roma desaconsejó el matrimonio, aunque no lo prohibió. De hecho, no fue hasta la reforma realizada durante el pontificado de León IX (1049-1054 d. C.) que hubo un serio intento de imponer al clero occidental el celibato universal. En la Iglesia ortodoxa oriental, los sacerdotes con grados inferiores al de abad y al de obispo han mantenido el derecho a contraer matrimonio hasta nuestros días.
Es fundamental tener en cuenta este aspecto de la postura liberal adoptada por la Iglesia celta en cuanto a las relaciones sexuales a fin de comprender el trasfondo de la presente novela.
La condena del «pecado carnal» siguió siendo algo ajeno a la Iglesia celta hasta mucho tiempo después de imponerse como dogma la postura de Roma. En los tiempos de Fidelma, ambos sexos convivían en abadías y fundaciones monásticas conocidas como conhospitae («casas dobles»), donde hombres y mujeres educaban a sus hijos en el servicio de Cristo.
El propio monasterio de Fidelma, Santa Brígida de Kildare, fue una de estas comunidades de ambos sexos de la época. Cuando santa Brígida fundó la comunidad en Kildare (Cill-Dara, «la iglesia de los robles») invitó a un obispo llamado Conlaed a unirse a ella. La primera biografía de la santa, escrita en el año 650 d. C, fue obra de Cogitosus, un monje de Kildare coetáneo de Fidelma, que deja patente el carácter mixto de la comunidad.
Asimismo debería destacarse que, como muestra de igualdad con los hombres, las mujeres de esta época podían ser sacerdotes de la Iglesia celta. La propia Brígida fue ordenada obispo por el sobrino de Patricio, Mel, y no fue un caso excepcional. De hecho, en el siglo VI la Iglesia de Roma escribió una protesta contra la práctica de la Iglesia celta de permitir que mujeres oficiaran el santo sacrificio de la misa.
A fin de ayudar a los lectores a situarse en la Irlanda donde vivió Fidelma, la Irlanda del siglo VII -ya que las divisiones geopolíticas quizá no resulten familiares- he proporcionado un mapa esquemático; para facilitarles la identificación de los nombres personales, también he añadido una lista con los personajes principales.
En general he desdeñado el empleo de topónimos anacrónicos por razones obvias, si bien he cedido a algunos usos modernos, como Tara, en vez de Teamhair; Cashel, en vez de Caiseal Muman, y Armagh en lugar de Ard Macha. Ahora bien, he sido fiel al nombre de Muman, en vez de emplear la variante posterior de Munster, que se formaría al añadir el noruego stadr («lugar») al nombre irlandés de Muman en el siglo IX d. C. y que se anglicanizaría posteriormente. También he mantenido la denominación original de Laigin, en vez de la forma anglicanizada de Laighin-stadr, que en la actualidad se conoce por Leinster; y Ulaidh en vez de Ulaidh-stadr (Ulster). He decidido emplear las versiones anglicanizadas de Ardmore (Aird Mhór, «la cima elevada»); Moville (Magh Bhíle, «la llanura de Bíle», un antiguo dios) y Bangor (Beannchar, «la colina elevada»).
En la historia que relataré a continuación, que se desarrolla en el año 666 d. C, sor Fidelma se embarca en un peregrinaje a Santiago de Compostela para visitar el santo sepulcro del santo. Algunos lectores apuntarán que, según se cuenta, no fue hasta el año 800 d. C. que un monje gallego de nombre Pelayo, guiado por la luz de las estrellas (campus stella, es decir, «campo de estrellas»), descubrió un lugar llamado Arcis Marmoricis, donde se halló la tumba de mármol del santo.
Santiago, hijo de Zebedeo y María Salomé y hermano de Juan, fue asesinado en Palestina en el año 42 d. C. Fue el primer apóstol en morir como mártir de la nueva fe. Pero según la temprana tradición cristiana, ya había realizado un viaje como misionero a la península Ibérica, lo cual llevó a sus seguidores a tomar el cadáver, colocarlo en un féretro de mármol, subirlo a un barco y llevarlo hasta Galicia. El barco tocó tierra en Padrón. Cuando mi mujer y yo visitamos este encantador pueblecito, un anciano que se encargaba de limpiar la iglesia nos mostró un hueco profundo bajo el altar mayor. En él había una piedra de mármol blanco con una inscripción latina, que se decía era la piedra original en que el cadáver del santo fue transportado.
El cuerpo fue llevado a lo que es en la actualidad Santiago de Compostela (Santiago del Campo de Estrellas). Con el paso de los siglos y los cismas del movimiento cristiano la última morada del locus apostólicus se confundió. Al parecer, las iglesias que en retrospectiva hoy se engloban en la Iglesia celta, que mantuvieron la liturgia y los ritos originales del movimiento cristiano hasta mucho después de que la Iglesia católica empezara a reformar su teología y sus prácticas, siguieron respetando Santiago de Compostela como la última morada del santo.
El peregrinaje de Fidelma a Santiago nada tiene de anacrónico. Es más, en uno de los primeros textos cristianos se cuenta que diez mil peregrini pro Christo irlandeses visitaron la ciudad con la bendición del propio Patricio en el siglo V. El Liber Sancti Jacobi (Libro de san Jacobo, popularmente conocido como Códice Calixtino), datado en el siglo XII, habla de la antigua tradición de los peregrinos y cuenta que el símbolo de Santiago, uno de los pescadores galileos, era una venera o concha de vieira. Varios arqueólogos han encontrado muchas de estas vieiras en yacimientos irlandeses que datan de la época medieval. El Líber Sancti Jacobi describe puestos donde se vendían estas conchas a los peregrinos en Santiago. En la actualidad sigue habiendo en la ciudad tiendas donde se ofrecen objetos de arte hechos de veneras.
A menudo recibo cartas de lectores que preguntan si me invento sin más el entorno social y tecnológico del mundo de Fidelma; lo cierto es que no hace mucho un crítico creía que yo afirmaba la existencia de tecnología que, según él, el pueblo irlandés no era capaz de desarrollar en aquella época. Quizás interese a los lectores saber que he recurrido a las fuentes que se citan a continuación para trazar el trasfondo histórico y social de esta historia en concreto.
En lo concerniente a las peregrinaciones, le estoy agradecido a Dagmar O Riain-Reaedal por el artículo «The Irish Medieval Pilgrimage to Santiago de Compostela», que apareció en el número de otoño de 1998 de la revista History Ireland.
También me he ayudado de los siguientes materiales para la confección del trasfondo histórico: «Irish Pioneers in Ocean Navigation of the Middle Ages», de G. J. Marcus, en Irish Ecclesiastical Record, noviembre de 1951 y diciembre 1951; «Further Light on Early Irish Navigation», de G.
J. Marcus, en Irish Eccksiastical Record, 1954, pp. 93-100; «St. Brandan [sic] The Navigator», del capitán de fragata Anthony MacDermott, en Mariners Mirror, 1944, pp. 73-80; «The Ships of the Veneti», de Craig Weatherhill, en Cornish Archaeology, 24, 1985; «Irish Travellers in the Norse World», de Rosemary Power, en Aspects of Irish Studies, Hill & Barber, 1990, y «Archaic Navigational Instruments», de John Moorwood, en Atlantic Visions, 1989.