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– Si la señorita Jones hubiera muerto, es decir, la señorita Davina Jones -dijo Wilson Barrowby, el abogado-, no cabe duda de que su padre, el señor George Godwin Jones habría heredado la finca, en realidad lo habría heredado todo.
»No existen otros herederos. La señorita Flory era la más joven de su familia. -Esbozó una sonrisa triste-. En verdad, sabemos que era «la menor de nueve», y era cinco años más joven que su hermano más joven y no menos de veinte años más joven que su hermana mayor.
»No había primos hermanos. El profesor Flory y su esposa eran ambos hijos únicos. No eran una familia prolífica. El profesor Flory podría haber esperado tener dieciocho o veinte nietos. De hecho, tuvo seis, y uno de ellos era Naomi Jones. Sólo uno de los hermanos de la señorita Flory tenía más de un hijo y de estos dos el mayor murió de niño. Entre los cuatro sobrinos supervivientes de la señorita Flory hace diez años, tres no eran mucho más jóvenes que ella y el cuarto sólo tenía dos años menos que ella. Esa sobrina, la señora Louise Merritt, murió en febrero en el sur de Francia.
– ¿Y sus hijos? -preguntó Wexford-. Los sobrinos nietos.
– Los sobrinos nietos no heredan si no hay testamento ni si éste existe como en este caso, a menos que sean mencionados específicamente en ese testamento. Sólo hay cuatro, los hijos de la señora Merritt, que viven en Francia, y el hijo y la hija de un sobrino y sobrina mayores. Pero como les he dicho, no heredan. Según los términos del testamento, como creo que ya sabe usted, lo dejó todo a la señorita Davina Jones con la estipulación de que el señor Copeland tuviera un usufructo vitalicio de Trancred House y pudiera vivir allí de por vida, y lo mismo en el caso de la señora Naomi Jones, a quien debía permitírsele vivir allí hasta su muerte. Creo que también sabe usted que además de la casa, los terrenos y los muebles y joyas extremadamente valiosos, existía una fortuna de casi un millón de libras, una gran suma en estos días. También están los royalties de los libros de la señorita Flory, que ascienden a unas quince mil libras al año.
A Wexford le pareció suficiente. Justificaba su descripción hecha a Joyce Virson de que Daisy era «rica». Hacía esta visita aplazada al abogado de Davina Flory porque hasta entonces no había creído por completo que los asesinos de Tancred fueran en cierto sentido «alguien de dentro». Gradualmente, había visto que el robo, al menos el robo real de las joyas, tenía poco que ver con estas muertes. El motivo estaba más cerca del hogar. Se hallaba en algún lugar de esta telaraña de relaciones, pero ¿dónde? ¿Había en algún lugar por alguna razón un pariente que se había escapado de la red de Barrowby?
– Si un pariente de sangre de Davina Flory no hubiera heredado -dijo-, me refiero a un sobrino nieto o sobrina nieta, no veo por qué George Jones lo habría hecho. Por lo que me han contado, la señorita Flory odiaba a Jones y él la odiaba a ella y no aparece nombrado en el testamento.
– Se podría decir que no tenía nada que ver con la señorita Flory -explicó Barrowby- y lo tenía todo que ver con la señorita Flory. Estoy seguro de que sabe cómo se presupone el orden de las muertes cuando varias personas emparentadas mueren. Suponemos que el más joven sobrevive más tiempo.
– Sí, lo sé.
– Por lo tanto, en este caso, aunque no ha sido así, el supuesto sería que Davina Flory murió primero, después su esposo y después la señora Jones. De hecho, sabemos que no fue así por el testimonio de la señorita Jones. Sabemos que el señor Copeland murió primero. Pero digamos que el que lo perpetró tuvo éxito y la señorita Jones hubiera muerto. Entonces habría que efectuar suposiciones de este tipo, ya que no habría ningún superviviente que nos pudiera ayudar. Supondríamos, en ausencia de pruebas médicas precisas en cuanto a la hora de la muerte, en este caso obviamente no disponibles, que Davina Flory murió primero, heredando su nieta inmediatamente según el testamento con las cláusulas de que el señor Copeland y la señora Jones tuvieran usufructo vitalicio en la casa.
»Después, por orden de edad, suponemos que murió el señor Copeland, y después la señora Jones, perdiendo al morir el usufructo vitalicio. La propiedad, en esos pocos momentos cruciales, quizá sólo segundos, es enteramente de la señorita Davina Jones sola. Por lo tanto, si muriera, o cuando muera, sus herederos naturales heredarían aunque no hubiera testamento, independientemente de si fueran parientes de sangre de la señorita Flory o cualquier otra persona. El único heredero natural de Davina Jones, tras la muerte de su madre, es su padre George Godwin Jones.
»Si ella hubiera muerto, como podría muy bien haber sucedido, la propiedad entera habría pasado al señor Jones. No puedo ver que hubiera existido ninguna disputa al respecto. ¿Quién lo impugnaría?
– Él no la ha visto desde que ella era un bebé -dijo Wexford-. No la ha visto ni ha hablado con ella en más de diecisiete años.
– No importa. Es su padre. Es decir, lo más probable es que sea su padre y sin duda lo es a los ojos de la ley. Estaba casado con su madre en el momento de su nacimiento y su paternidad nunca ha sido discutida. Él es su heredero natural como, en el caso de que él muriera, si no existiera ninguna disposición testamentaria ella sería su heredera.
El compromiso sería anunciado cualquier día, Wexford había empezado a creer. «Nicholas, único hijo de la señora Joyce Virson y el difunto comosellamara Virson, y Davina, única hija de George Godwin Jones y la difunta señora Naomi Jones…» El coche de Virson se hallaba frente a Tancred House, aún más temprano al día siguiente, poco después de las tres. Debía de tomarse tiempo libre, quizá, con gran oportunismo, parte de sus vacaciones anuales. Pero Wexford realmente no tenía ninguna duda de que no eran necesarios ni oportunismo ni suerte. Habían persuadido a Daisy; Daisy sería la señora Virson.
Se dio cuenta de que le desagradaba mucho la idea. Virson no sólo era un imbécil pomposo con absurdas nociones acerca de su propia importancia y posición social, sino que Daisy era demasiado joven. Daisy sólo acababa de cumplir dieciocho. Su hija Sylvia se había casado a esa edad, contra los deseos de él y de Dora en aquella época, pero había seguido adelante a pesar de ellos y se había celebrado la boda. Ella y Neil seguían juntos pero, a veces sospechaba Wexford, sólo por los niños. Era un matrimonio incómodo, lleno de tensiones e incompatibilidades. Por supuesto Daisy se había volcado en Nicholas Virson para consolarse. Y él la había consolado. El cambio en ella había sido notable, era casi tan feliz como cualquiera en su situación podría ser. La única explicación de esa felicidad había sido una declaración de amor por parte de Virson y la aceptación de ella.
Él era una de las pocas personas jóvenes que al parecer Daisy conocía, aparte de aquellas compañeras de colegio que la habían invitado a pasar unos días en su casa, pero sin duda se hacían notar por su ausencia en Tancred House. Bueno, estaba Jason Sebright, si se le podía incluir. Cuando vivía, la familia de Daisy aprobaba a Nicholas Virson. Al menos, le habían permitido acompañarles a Edimburgo el año anterior como pareja de Daisy. Tal vez fuera cierto que Davina Flory habría sonreído más de buena gana si el plan hubiera sido vivir juntos en lugar de casarse, pero eso ya significaba que lo aprobaba. Se trataba de un hombre apuesto, de edad adecuada, con un empleo satisfactorio, que resultaría un buen marido, aburrido y muy probablemente fiel. ¿Pero para Daisy, con dieciocho años?
Le parecía una gran pérdida. El tipo de vida que Davina Flory había trazado para ella, aunque quizá concebido imperiosamente, era con seguridad la vida que le habría gustado a ella, con sus posibilidades de aventuras, de estudio, de conocer gente, de viajar. En cambio, se casaría, llevaría a su esposo a vivir a Tancred y, Wexford no lo dudaba, al cabo de unos años se divorciaría, cuando fuera demasiado tarde para la educación y el autodescubrimiento.
Reflexionaba sobre todo esto mientras iba de los abogados a la Residencia de jubilados de Caenbrook. Todavía no se había entrevistado con la señora Chowney, aunque había pasado una improductiva media hora con su hija Shirley. La señora Shirley Rodgers era madre de cuatro adolescentes, su excusa para visitar en raras ocasiones a su madre. Tampoco visitaba a menudo a su hermana Joanne y parecía saber muy poco de la vida de ésta. ¿A su edad?, fue su réplica inmediata cuando Wexford le preguntó si su hermana tenía amigos varones. Pero él no había podido olvidar el armario ropero, los cosméticos para embellecerse y el gimnasio lleno de equipamiento para hacer ejercicio.
Edith Chowney se encontraba en su habitación pero no estaba sola. Una mujer del personal, recepcionista o enfermera, le acompañó a la habitación y llamó a la puerta. Fue abierta una rendija por una mujer que podría haber sido gemela de Shirley Rodgers. La mujer le dejó entrar, le esperaban, y la señora Chowney, ataviada con un vestido de lana color rojo vivo, medias gruesas rojas que le cubrían las piernas estevadas y calcetines rosa en los pies, era toda sonrisas.
– ¿Usted es el jefe?-preguntó.
Él pensó que podría con razón decir que sí lo era.
– Así es, señora Chowney.
– Esta vez han enviado al jefe -dijo a la mujer a quien entonces presentó como su hija Pamela, la buena hija que iba a verla más a menudo, aunque esto no lo dijo-. Mi hija Pam. La señora Pamela Burns.
– Me alegro de encontrarla aquí, señora Burns -dijo él con diplomacia-, porque quizás usted también pueda ayudarnos. Hace ya más de tres semanas que la señora Garland se fue. ¿Alguna de ustedes ha tenido noticias de ella?
– No se ha marchado. Se lo dije a los otros… ¿no se lo dijeron? No se ha ido, no se marcharía sin decirme una palabra. Ella nunca haría una cosa así.
Wesford se resistió a decirle a aquella anciana que para entonces estaban seriamente preocupados no sólo por el paradero de la señora Garland sino por su vida. Él esperaba algún día una de esas llamadas que anunciaban un hallazgo horrible. Al mismo tiempo, se preguntaba si la señora Chowney se lo sabría tomar bien. ¡Qué vida debía de haber sido la suya! Los once hijos y las consecuentes preocupaciones y tensiones e incluso tragedias. Bodas no deseadas, divorcios aún menos aceptables, partidas, muertes. Y aun así, Wesford vacilaba.
– ¿No esperaba que la visitara en este tiempo, señora Chowney?
– Lo que yo espero -replicó con aspereza- y lo que ellos hacen son dos cosas completamente diferentes. En otras ocasiones se ha ido tres semanas y no ha aparecido por aquí. Pam es la única en la que se puede confiar. La única de todos ellos que no piensa sólo en sí misma mañana, tarde y noche.
Pamela Burns parecía un poco pagada de sí misma. Una leve sonrisa modesta apareció en sus labios. La señora Chowney dijo sagazmente:
– Se trata de Naomi, ¿no? Tiene algo que ver con lo que ocurrió allí. Joanne estaba preocupada por ella. Solía hablarme de ello, cuando no hablaba de sí misma.
– ¿Preocupada en qué sentido, señora Chowney?
– Decía que no tenía vida, que debería encontrar un hombre. Decía que su vida estaba vacía. Vacía, pensaba yo para mí, viviendo en aquella casa, sin conocer jamás problemas de dinero, jugando a vender animales de porcelana, sin tener que arreglárselas nunca por sí misma. Eso no es una vida vacía, decía yo, es una vida protegida. Aun así, ella se ha ido y la vida sigue.
– Había un hombre en la vida de su hija, ¿verdad?
– Joanne -dijo la señora Chowney. Recordó demasiado tarde que con tantas hijas era necesario especificar-. Mi hija Joanne. Tuvo dos esposos. -Hablaba como si en esta área de la vida existiera alguna especie de esquema racionador y su hija ya hubiera consumido la mejor parte de su ración-. Podría haber alguien, pero ella no me lo diría, a no ser que estuviera podrido de dinero. Lo que ella haría sería enseñarme las cosas que él le hubiera regalado y no hizo nada de eso, ¿verdad, Pam?
– No lo sé, madre. No me lo decía y yo no preguntaba.
Wexford llegó a la pregunta que era el motivo de su visita. Temblaba. Mucho dependía de una respuesta de culpabilidad, a la defensiva o indignada.
– ¿Conocía ella al ex esposo de Naomi, el señor George Godwin Jones?
Las dos mujeres le miraron como si semejante sublime ignorancia fuera sólo motivo de lástima. Pamela Burns incluso se inclinó un poquito hacia él como para incitarle a repetir lo que había dicho, como si no lo hubiera oído bien.
– ¿Gunner? -dijo por fin la señora Chowney.
– Bueno, sí. El señor Gunner Jones. ¿Ella le conocía?
– Claro que le conocía -respondió Pamela Burns-. Claro que sí. -Hizo el gesto de enlazarse los dedos índice-. Eran así, uña y carne, ella y Brian y Naomi y Gunner, ¿verdad? Solían hacerlo todo juntos.
– Joanne se acababa de casar por segunda vez -intervino la señora Chowney-. Oh, hará de eso veinte años.
Las mujeres seguían sin creerse del todo que esto no fuera ampliamente conocido. Como si tuvieran que recordarse los hechos de manera indignante, no contarlos por primera vez.
– Joanne conoció a Naomi a través de Brian. Él era compinche de Gunner. Recuerdo que ella dijo que era una coincidencia que Gunner se casara con una chica de por aquí y yo pensé, no sólo una chica de por aquí, vamos, ¡una chica de esa categoría! Aun así, Joanne había recibido alguna ayuda. Brian solía decir que él no era más que un pobre millonario, pero él era así, se hacía el gracioso.
– Eran muy íntimos -terció la señora Chowney-. Yo le dije a Pam: me pregunto si Gunner y Naomi no se llevarán a esos dos en su luna de miel.
– ¿Y esa intimidad persistió después de los dos divorcios?
– ¿Cómo dice?
– Quiero decir, ¿esas cuatro personas siguieron viéndose después de que sus respectivos matrimonios acabaran? Por supuesto, ya sé que la señora Garland y la señora Jones siguieron siendo amigas.
– Brian se marchó a Australia, ¿verdad? -La señora Chowney hizo la pregunta en el tono que habría podido utilizar para preguntarle a Wexford si el sol había salido por el este aquella mañana-. No podían alternar con él aunque hubieran querido hacerlo. Bueno, Gunner y Naomi se separaron mucho antes. Ese matrimonio estaba condenado desde el principio.
– Joanne se puso de parte de Naomi -explicó Pamela Burns con impaciencia-. Bueno, es lo que se haría, ¿no? Una amiga íntima como ella. Se alineó con Naomi. Ella y Brian estaban juntos entonces e incluso Brian se puso contra Gunner. -Añadió en tono sentencioso-: No abandonas un matrimonio sólo porque no puedes llevarte bien con la madre de tu esposo, en especial cuando tienes un bebé. Esa niña sólo tenía seis meses.
La furgoneta de suministros, como era su costumbre diaria, estaba aparcada en el patio entre Tancred House y los establos. Olía a curry y a especias mexicanas.
– Freebee también tendría algo que decir de eso si lo supiera -comentó Wexford a Burden.
– Tenemos que comer.
– Sí, y está por encima de la cantina de la estación o cualquiera de nuestras rondas por los sitios baratos de la ciudad.
Wexford comía pollo pilaf y Burden una hamburguesa individual y pastel de setas.
– Es curioso pensar que a esa chica, a pocos metros de nosotros realmente, la está sirviendo por un criado, le cocinan la comida, sólo por rutina.
– Es un estilo de vida, Mike, y nosotros no estamos acostumbrados a él. Dudo que contribuya mucho a la felicidad personal o la disminuya. ¿Cuándo esperan en la tienda de Gunner Jones que éste regrese?
– Hasta el lunes. Pero eso no significa que no vaya a estar en casa antes. A menos que se haya escapado, que haya abandonado el país. No me parecería imposible.
– ¿Irse a reunir con ella, imaginas?
– No lo sé. Estaba seguro de que ella estaba muerta, pero ahora no lo sé. Me gustaría poder hacer otro de lo que tú llamas mis guiones para estos dos, pero cuando lo intento no funciona. Gunner Jones tiene el mejor motivo que nadie para estas matanzas, siempre que Daisy hubiera muerto, y no cabe duda de que quien le disparó a ella creía que moriría. En ese caso, él lo habría heredado todo. Pero ¿dónde entra Garland? ¿Era su amiguita, iban a repartirse el botín? ¿O era una inocente visita que le interrumpió a él… y a quién más? No hemos establecido ninguna conexión entre Jones y Andy Griffin, aparte de que Gunner le vio un par de veces cuando el otro era niño. Después está el vehículo en el que llegaron. No era el de Joanne Garland. Los chicos de la oficina del forense lo han revisado a fondo. No fue el BMW. No existe ninguna señal que indique que nadie más que la propia Joanne lo haya utilizado en meses.
– ¿Y dónde entra Andy?
Bib Mew había vuelto al trabajo a Tancred House y allí Wexford y Vine habían hablado con ella por separado. Mencionar el cuerpo colgado del árbol, por mucho que se expresara con un lenguaje suave y tranquilizador, le producía como consecuencia temblores y en una ocasión una especie de ataque que se manifestó en una serie de cortos gritos agudos.
– No pasará por donde estaba -dijo voluntariamente Brenda Harrison con placer-. Da toda la vuelta. Va hasta Pomfret y por el camino principal y hasta Cheriton. Tarda horas y no es ninguna broma cuando llueve. Daisy -aquí una audible inhalación- dice a Ken que la lleve en el coche, es lo menos que podemos hacer, dice ella. Que la lleve ella misma si tanto lo desea, digo yo. Nosotros estamos despedidos, dije, no veo por qué debemos molestarnos. Espero que sigas cociendo nuestro pan, Brenda, dice ella, y esta noche tengo invitados a cenar, Brenda, y esta noche salimos. Davina se revolvería en la tumba si lo supiera.
La siguiente vez que Wexford trató de ver a Bib, se hallaba escondida en la habitación de al lado de la cocina, donde estaba el congelador, y se encerró dentro.
– No sé qué le han hecho ustedes para asustarla -dijo Brenda-. Es un poco simple. ¿Lo sabían? -Se dio unos golpecitos en la cabeza con dos dedos. Pronunciando sin voz informó-: Daño en el cerebro durante el parto.
Había muchísimas cosas que a Wexford le habría gustado saber. Si Bib había visto a alguien cerca del árbol. Si había visto a alguien en el bosque aquella tarde. Thanny Hogarth era su único vínculo con lo que había podido ocurrir; Thanny Hogarth tenía que ser su intérprete.
– Por consiguiente -dijo Wexford, terminándose su pilaf-, esta tarde vendrá aquí a prestar declaración. Sobre lo que ocurrió cuando Bib llegó a su puerta y le dijo que había encontrado el cuerpo de Andy Griffin. Pero no creo que vaya a proporcionar ninguna revelación sensacional.
Thanny Hogarth llegó en su bicicleta. Wexford le vio desde la ventana. Cruzó el patio hacia los establos, sin manos, pedaleando con los brazos cruzados, el rostro arrebatado mientras escuchaba el walkman que llevaba sujeto a la cabeza.
El auricular quedó colgando del cuello cuando entró. Karen Malahyde le interceptó y le llevó a donde estaba Wexford. Ese día Thanny llevaba el pelo recogido atrás, al parecer con un cordón de zapato, en ese estilo que Wexford odiaba en un hombre, aunque reconocía que su desagrado era un prejuicio. Iba sin afeitar en el mismo grado que la última vez que se habían visto, es decir, con barba de dos o tres días. ¿Siempre iba así? Wexford se permitió preguntarse cómo se las arreglaba para ello. ¿La recortaba con las tijeras? Con botas del Oeste, de color marrón, cosidas y con clavos, y con una bufanda roja atada al cuello, parecía un guapo joven pirata.
– Antes de empezar, señor Hogarth -dijo Wexford- me gustaría que satisfaciera mi curiosidad. Si su curso de escritura creativa no empieza hasta otoño, ¿por qué ha venido seis meses antes?
– La escuela de verano. Es un curso preliminar para los estudiantes que van a sacarse la licenciatura.
– Entiendo.
Lo comprobaría con el doctor Perkins pero no le cabía duda de que todo sería correcto. Karen tenía una libreta de taquigrafía y anotó la declaración de Thanny Hogarth. También la grabaron en cinta.
– Por si tiene algún valor -dijo alegremente, y Wexford se sintió inclinado a estar de acuerdo con él. ¿Qué valor tenía aquel breve relato de unas cuantas palabras balbuceadas con terror?-. Ella dijo: «Una persona muerta. Ahorcada. Colgada de un árbol». No la creí. Dije: «Vamos» o algo así. Quizá dije: «Espere un momento», le pedí que me lo repitiera. Preparé café y le hice tomar un poco, aunque me parece que no le gustó. Demasiado fuerte. Se lo derramó todo por encima, de tanto que temblaba.
»Dije: "¿Y si me acompaña y me lo enseña?", pero no debí decirlo. Eso la puso en marcha otra vez. "Está bien -dije-, tiene que llamar a la policía, ¿de acuerdo?" Entonces dijo que no tenía teléfono. ¿No es increíble? Le ofrecí que utilizara el mío pero no quiso. Quiero decir, me di cuenta de que ella no lo haría, así que dije de acuerdo, lo haré yo, y supongo que lo hice.
– ¿No comentó si había visto a alguien en el bosque? Entonces o en alguna ocasión previa cerca de donde se encontraba el cuerpo.
– Nada. Tiene que entender que no habló mucho, no de una manera auténtica. Hacía muchos ruidos, pero hablar de verdad, no.
Además de los otros medios para grabar esta declaración, Wexford había estado anotando algunas cosas cuando su bolígrafo dejó de funcionar. La punta empezó a hacer surcos en lugar de marcas en la página. Levantó la vista, buscó otro bolígrafo en el bote que había al lado del cactus y se fijó en que Daisy había ido a los establos y estaba de pie junto a la puerta, mirando a su alrededor con aire pensativo.
Ella le vio una fracción después de que él la viera a ella e inmediatamente se acercó, sonriendo, y le tendió las manos. Parecía una visita social prometida hacía tiempo. Que aquello fuera en realidad una comisaría de policía, que aquellas personas fueran agentes de policía que llevaban a cabo la investigación de unos asesinatos no la habían frenado en absoluto. No era consciente de las implicaciones que habrían inhibido a otros.
– El otro día me dijo que viniera y yo le respondí que no, que estaba cansada o que quería estar sola o algo así, y después pensé que fui muy grosera. Así que he pensado, hoy iré y veré aquello, ¡y aquí estoy!
Karen parecía escandalizada y Barry Vine no mucho menos. La idea de tener la oficina en plan abierto en los establos tenía sus desventajas.
Wexford dijo:
– Estaré encantado de enseñártelo todo dentro de diez minutos. Entretanto, el sargento Vine te enseñará nuestro sistema informático y cómo funciona.
Daisy miró a Thanny Hogarth, sólo le echó un vistazo antes de apartar los ojos, pero fue una mirada llena de curiosidad y especulación. Barry Vine le dijo que tuviera la amabilidad de acompañarle y le explicaría el enlace telefónico del ordenador con la comisaría de policía. Wexford tuvo la impresión de que ella no quería ir, pero que comprendía que no podía elegir.
– ¿Quién es? -preguntó Thanny.
– Davina, llamada Daisy, Jones, que vive en la casa.
– ¿Quiere decir la chica a la que dispararon?
– Sí. Me gustaría que tuviera la bondad de leer esta declaración, y si la encuentra satisfactoria, que la firmara.
A mitad de su lectura, Thanny levantó los ojos de la hoja de papel para mirar otra vez a Daisy, que estaba siendo instruida por Vine respecto al formateado de los disquetes. Un verso acudió a la cabeza de Wexford: «¿Qué dama es la que enriquece la mano de aquel caballero?». Romeo y Julieta… bueno, ¿por qué no?
– Muchas gracias. No le molestaré más tiempo.
Thanny no parecía ansioso por irse. Preguntó si a él también podían enseñarle el sistema informático. Le interesaba porque estaba pensando en sustituir su máquina de escribir. Wexford, que no habría llegado a donde estaba si fuera incapaz de hacer frente a este tipo de situación, dijo que no, lo sentía pero estaban demasiado ocupados.
Encogiéndose de hombros, Thanny se dirigió despacio hacia la puerta. Allí se entretuvo un momento como si estuviera absorto en sus pensamientos. Podría haberse quedado allí hasta que Daisy se hubiera marchado, de no haber sido porque el agente Pemberton le abrió la puerta y le hizo salir.
– ¿Quién era? -preguntó Daisy.
– Un estudiante norteamericano llamado Jonathan Hogarth.
– Qué nombre tan bonito. Me gustan los nombres con el sonido th <strong>[10]</strong>. -Por un momento, por un desconcertante momento, habló exactamente igual que su abuela. O como Wexford supuso que su abuela debía de hablar-. ¿Dónde vive?
– En un cottage de Pomfret Monachorum. Está aquí para seguir un curso de escritura creativa en la Universidad del Sur.
Wexford pensó que Daisy parecía triste. Si te gusta su aspecto y su voz, tuvo ganas de decirle, ve a la universidad y conocerás a muchos como él. Tuvo ganas de decírselo pero no lo hizo. Él no era su padre, por muy paternal que pudiera sentirse, y lo era Gunner Jones. A Gunner Jones no podía importarle menos si ella iba a Oxford o si hacía la calle.
– No creo que vuelva a utilizar jamás este lugar -dijo Daisy-. Bueno, no como mi sitio especial privado. No lo necesitaré. Sería extraño hacerlo ahora que dispongo de toda la casa. Pero siempre tendré recuerdos felices de él. -Hablaba como alguien de setenta años, otra vez la abuela, contemplando una distante juventud-. Era realmente agradable, llegar a casa del colegio y poder venir aquí. Y poder traer a mis amigas, y nadie nos molestaba. Sin embargo, estoy segura de que no lo apreciaba como debería haberlo hecho cuando lo tenía. -Miró por la ventana-. ¿Ese chico ha venido en bicicleta? He visto una apoyada en la pared.
– Sí. No está lejos.
– Si se conoce el camino a través del bosque, no; aunque supongo que él no lo conoce. Y de todos modos, no en bicicleta.
Cuando ella hubo regresado a la casa, Wexford se permitió una pequeña fantasía. Supongamos que realmente se atrajeran, esos dos. Thanny podría telefonear a Daisy, podrían conocerse y después… ¿quién sabía? No un matrimonio o una relación seria, él no quería eso para Daisy, a su edad. Pero para molestar a Nicholas Virson, para que Daisy cambiara su negativa a Oxford por una entusiasta aceptación; cuan deseable parecía todo aquello.
Gunner Jones regresó a casa antes de lo esperado. Había estado en York, en casa de unos amigos. Burden, al teléfono, le preguntó el nombre y la dirección de los amigos y él se negó a dar estos detalles. Previamente, se había enterado por la policía metropolitana de que, lejos de no ser capaz de manejar una pistola, Jones era miembro del North London Gun Club y tenía permiso de armas para rifle y pistola, motivo por el cual era objeto de inspecciones periódicas por parte de la policía.
El revólver no era un Colt sino un Smith and Wesson Modelo 31. No obstante, todo esto condujo a Burden a pedirle, en términos no inciertos, que acudiera a la comisaría de policía de Kingsmarkham. Al principio, Jones volvió a negarse, pero algo en el tono de Burden debió de dejarle claro que no podía elegir.
A la comisaría de policía, no a Tancred House. Wexford le hablaría en la austeridad de una sala de entrevistas, no donde su hija estaba a sólo un tiro de piedra. No supo por qué llegó a la decisión de ir a casa por el camino de Pomfret Monachorum. Era mucho más largo, daba un gran rodeo. La belleza de la puesta de sol, quizás, o algo más práctico: para evitar, al ir hacia el este, conducir directamente delante de aquella llameante bola roja cuya luz cegaba al penetrar en el bosque con rayos deslumbrantes. O simplemente ver cómo había empezado la primavera para cubrir de verde los árboles jóvenes.
Al cabo de unos seiscientos metros les vio. No el Land Rover. Ése o estaba escondido entre los árboles o aquel día no lo habían utilizado. Y John Gabbitas no iba vestido con su traje protector, no se veía ninguna sierra de cadena ni ninguna otra herramienta. Llevaba vaqueros y una chaqueta de Barbour y Daisy también llevaba vaqueros con un grueso jersey. Estaban de pie en el borde de una reciente plantación de árboles jóvenes, muy lejos, vislumbrados sólo porque por casualidad allí había como un pasillo, un camino abierto. Estaban hablando, estaban muy juntos y no oyeron su coche.
El sol les doraba con un tono rojizo y parecían figuras pintadas sobre un paisaje. Sus sombras eran oscuras y se alargaban en la hierba enrojecida. Vio que ella ponía una mano sobre el brazo de Gabbitas y su sombra le copió el gesto, y entonces Burden siguió conduciendo.
<a l:href="#_ftnref10">[10]</a> En inglés, el grupo th suena como una zeta, en algunos casos muy suave. (N de la T.)