177686.fb2 Un Beso Para Mi Asesino - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 28

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26

Tardó todo el día porque no pudo empezar hasta media tarde. Todo el día y media noche, porque cuando era medianoche en Kingsmarkham, todavía eran las cuatro de la tarde en el lejano Oeste de los Estados Unidos.

El día siguiente, después de cuatro horas de sueño y suficientes llamadas telefónicas transatlánticas como para provocarle una apoplejía a Freeborn, conducía por la B 2428 hacia la puerta principal de Tancred. La noche había sido muy fría y había dejado una capa plateada en el muro y los postes de la verja y una escarcha blanquecina que brillaba tenuemente y delineaba las jóvenes hojas y los tallos que aún no tenían hojas. Pero la escarcha ya había desaparecido, derretida bajo el fuerte sol primaveral, el sol alto y deslumbrante de un cielo azul brillante. Muy parecido a Nevada.

Cada día los árboles eran más verdes. Un resplandor de verde se convirtió en una neblina, la neblina en un velo, el velo en una profunda capa brillante. Todo el cansancio del invierno estaba siendo cubierto por el verde, la suciedad y el daño producidos quedaban ocultos a medida que la vegetación iba creciendo. Un triste cuadro oscuro, una litografía gris, iba viendo llenar sus espacios gradualmente con un pincel cargado de suave verde cromo. El bosque que quedaba a su derecha y el que quedaba a su izquierda ya no eran masas oscuras sino una variedad de verdes que el viento agitaba, levantando ramas y columpiándolas permitiendo la entrada de la luz.

Había un coche aparcado junto a la verja. No un coche, una furgoneta. Wexford pudo imaginarse la figura de un hombre, que parecía estar atando algo al palo de la verja. Se acercaron despacio. Donaldson detuvo el coche y bajó para abrir la verja, parándose para examinar el ramo de azules, verdes y violetas, del que se componía el último ofrecimiento.

El hombre había regresado a su furgoneta. Wexford bajó del coche y se acercó a él, pasando necesariamente por detrás para hablar con el ocupante del asiento del conductor. Este lugar le permitió ver un ramo de flores pintado en el costado de la furgoneta.

El conductor era joven, no tendría más de treinta años. Bajó la ventanilla.

– ¿Qué puedo hacer por usted?

– Soy el inspector jefe Wexford. ¿Puedo preguntarle si todas las flores que se han dejado en la verja las ha traído usted?

– Que yo sepa, sí. Es posible que otras personas hayan traído tributos florales, pero yo no lo sé.

– ¿Es usted admirador de los libros de Davina Flory?

– Mi esposa lo es. Yo no tengo tiempo para leer.

Wexford se preguntó cuántas veces había oído antes esas dos afirmaciones. En particular en el campo, un cierto tipo de hombre consideraba masculino efectuar estas renuncias. Consideraban que eran cosas de mujeres. Leer, en especial novelas, era para las mujeres.

– ¿Así que todos estos tributos proceden de su esposa?

– ¿Eh? ¿Está de broma? Son mi campaña de publicidad. Mi esposa escribió los fragmentos para incluir en las tarjetas. Parecía un buen lugar. Con tanto ir y venir. Estimula su apetito y cuando estén realmente intrigados, diles dónde pueden encargar flores similares. ¿Correcto? Ahora, si me disculpa, tengo una cita en el crematorio.

Wexford leyó la etiqueta que llevaba este ramo en forma de abanico de linos, asters, violetas y nomeolvides, un diseño como la cola de un pavo real. Esta vez no llevaba ninguna cita poética, ningún verso de Shakespeare, sino: Anther Florets, Primera planta, Kingsbrook Centre, Kingsmarkham, y un número de teléfono.

Burden, cuando Wexford se lo contó, dijo:

– Una publicidad un poco cara, ¿no? ¿Y crees que servirá de algo?

– Ya lo ha hecho, Mike. Vi a Donaldson anotando a escondidas la dirección. Y sin duda tú recuerdas a todas las personas que han deseado poder conseguir flores como ésas. Hinde, por ejemplo. Tú mismo lo dijiste. Las querías para tu aniversario de boda o algo así. Se acabaron mis especulaciones sentimentales.

– Había llegado a imaginar que se trataba de algún anciano, amante de Davina en el lejano pasado. Podría incluso ser el padre de Naomi. -Dijo a Karen, quien caminaba a su lado con una carpeta en la mano-. Todo esto lo podemos empaquetar hoy; listos para trasladarnos. El señor Graham Pagett puede recuperar su tecnología con el mayor de los agradecimientos del Departamento de Investigación Criminal de Kingsmarkham. Oh, y una educada y amable carta agradeciéndole su contribución a la lucha contra el crimen.

– Has encontrado la respuesta -dijo Burden. Fue una afirmación, no una pregunta.

– Sí. Por fin.

Burden le miró con fijeza.

– ¿Vas a contármelo?

– Hace una mañana espléndida. Me gustaría ir a alguna parte, al sol. Barry puede llevarnos en el coche. Iremos por el bosque, a algún sitio… y lo haremos lejos del árbol del ahorcado. Me pone la piel de gallina.

Sonó su teléfono.

La escasa cantidad de lluvia que había caído había servido poco para ablandar la tierra. Una rodada formada por las ruedas del Land Rover de Gabbitas mostraba señales de neumáticos que probablemente se habían hecho el último otoño y que se adentraban en el bosque. Vine condujo el coche por este camino, procurando no destruir los bordes. Esto se hallaba en la parte nororiental del bosque de Tancred, y el sendero se ramificaba hacía el norte por el camino secundario, no lejos de donde Wexford había visto a Gabbitas y a Daisy de pie, juntos, a la luz del crepúsculo, la mano de ella sobre el brazo de él.

Y mientras el coche seguía el sinuoso sendero a través de un claro en la multitud de carpes, la gran extensión de una verde vereda se abrió ante ellos. Este camino lleno de hierba, cortado entre el terreno boscoso central y oriental, se abría a una larga vista, un cañón verde o túnel sin techo, al final del cual había una U de resplandeciente azul iluminado por el sol. En este extremo y en todo el camino entre los muros formados por troncos de árboles, el sol lucía ininterrumpidamente sobre la suave hierba, las sombras reducidas a la nada por ser mediodía.

Wexford recordó las figuras de un paisaje, el aire romántico que había impregnado la escena aquel atardecer y dijo:

– Aparcaremos aquí. Hay una buena vista.

Vine puso el freno de mano y el motor se paró. El silencio era interrumpido por el agudo y nada musical canto de pájaros en los tilos gigantescos, antiguos supervivientes de un huracán. Wexford bajó la ventanilla.

– Sabemos ahora que los asesinos que vinieron aquí el 11 de marzo no lo hicieron en coche. Habría sido imposible hacerlo y escapar sin ser vistos. No vinieron en coche, ni en furgoneta ni en moto. Sólo supusimos que lo hicieron, pero la evidencia de que así había sido era fuerte. Creo que puedo decir que cualquiera hubiera supuesto eso. Sin embargo, estábamos equivocados. Vinieron a pie. O uno de ellos lo hizo.

Burden levantó la mirada y le miró incisivamente.

– No, Mike, había dos implicados. Y no se utilizó ningún transporte motorizado ni de ninguna otra clase. La hora también, eso lo hemos sabido desde el principio. Dispararon a Harvey Copeland unos minutos después de las ocho, digamos que dos o tres minutos, y a las dos mujeres y a Daisy a las ocho y siete minutos. La huida fue a y diez o un minuto o así antes, hora en que Joanne Garland todavía estaba camino de Tancred.

»Llegó a la casa a las ocho y once minutos. Cuando huían, ella estaría por el camino principal. Mientras llamaba a la puerta, intentaba ver algo por la ventana del comedor, mientras ella estaba haciendo todas estas cosas, tres personas ya habían muerto. Y Daisy se arrastraba por el suelo del comedor y del vestíbulo para llegar al teléfono.

– ¿No oyó que llamaban?

– Ella creía que se estaba muriendo, señor -intervino Vine-. Creía que moriría desangrada. Quizás estuvo a punto, quizá no se acuerda.

Wexford declaró:

– Sería un error dar mucho crédito a lo que Daisy dice que ocurrió. Por ejemplo, es improbable que nadie sugiriera que el ruido del piso de arriba lo hacía el gato cuando éste normalmente efectuaba sus incursiones hacia las seis, no a las ocho. Es muy poco probable que su abuela sugiriera que el ruido lo producía el gato. También deberíamos descartar todo lo que Daisy dijo referente al coche de la huida.

»Dejaremos estas cosas circunstanciales por un momento y entraremos en un área más especulativa. La razón del asesinato de Andy Griffin era sin duda alguna silenciarle después de que hubiera intentado hacer chantaje. ¿Cuál fue el motivo del asesinato de Joyce Virson?

– El que lo perpetró creía que Daisy estaría en la casa aquella noche.

– ¿Tú crees eso, Mike?

– Bueno, Joyce Virson no le estaba haciendo chantaje -dijo Burden con una sonrisa, la cual decidió que no era adecuada y la cambió por un gesto ceñudo-. Estábamos de acuerdo en que iba tras Daisy. Tenía que ir tras Daisy.

– Parece una manera tortuosa de hacer las cosas -dijo Wexford-. ¿Por qué tomarse la molestia de provocar un incendio, arriesgarse a matar a otros, cuando Daisy pasaba casi todo el tiempo completamente sola en Tancred y era fácilmente accesible? Por orden de Freebee, por la noche ya no estaba protegida y los establos se encontraban vacíos. Yo nunca he creído que el incendio de The Thached House estuviera preparado para matar a Daisy.

«Estaba preparado para matar a alguien pero no a Daisy. -Hizo una pausa y miró a uno y a otro con aire escrutador-. Decidme, ¿qué tienen Nicholas Virson, John Gabbitas, Jason Sebright y Jonathan Hogarth en común?

– Todos son varones y jóvenes -respondió Burden-, todos hablan inglés…

– Viven por aquí cerca. Dos son americanos o al menos en parte.

– Todos son blancos, de clase media, bastante apuestos o muy guapos…

– Son admiradores de Daisy -dijo Vine.

– Eso es, Barry, eso es. Virson está enamorado de ella, a Hogarth le gusta mucho, y creo que Gabbitas y Sebright se sienten considerablemente atraídos por ella. Es una chica atractiva, una chica adorable, no es de sorprender que tenga muchos admiradores. Otro era Harvey Copeland, un poco viejo para ella, tan viejo como para ser su abuelo, pero un anciano guapo para su edad y que en otro tiempo había sido «un bombón en la universidad». Y un auténtico príncipe en la cama, según Davina.

»Sí, ya sé que la idea de que el viejo Harvey iniciara a Daisy sexualmente es repugnante. Repugnante y también en cierto modo divertida. Recordad que no hubo coacción, probablemente ni siquiera mucha persuasión. Sólo era una idea, ¿no? Uno puede oír a Davina decirlo: "Sólo era una idea, cariño". Sólo un monomaniaco con ideas de venganza muy diferentes de las de la otra gente se habría vuelto contra Harvey Copeland con tanta crueldad. ¿Y quién, de todo modos, lo habría sabido?

– Lo sabía su padre -intervino Burden-. Joanne Garland le escribió y se lo contó.

– Sí. Y sin duda Daisy se lo contó a alguien. Se lo contaría al hombre que la amaba. Sin embargo, a mí no me lo contó. Tuve que enterarme de ello por la mejor amiga de su madre. Ahora vayamos a Edimburgo. -La involuntaria mirada de Burden por la ventanilla hizo reír a Wexford-. No literalmente, Mike. Ya te he llevado demasiado lejos para una mañana. Imaginémonos en Edimburgo, en el festival de la última semana de agosto y la primera de septiembre.

»Davina siempre iba al festival de Edimburgo. Igual que acudía a Salzburgo y Bayreuth, a ver la Pasión de Oberammergau cada diez años, a Glyndebourne y a Snape. Pero el año pasado, se celebró el Festival del Libro, que es cada dos años y ella tenía que hablar sobre el tema de las autobiografías y también aparecer en algún coloquio literario. Por supuesto, Harvey iba con ella y también se llevó a Naomi y Daisy.

»Esta vez también se llevó a Nicholas Virson. Un poco probable devoto de las artes pero ésa no era, claro está, la razón que tenía para ir. Simplemente quería estar con Daisy. Estaba enamorado de Daisy y aprovechaba cualquier oportunidad de estar con ella.

»No se alojaron en casa de Ishbel Macsamphire, vieja amiga de Davina de la época del colegio, pero la visitaron, o al menos Davina y Harvey lo hicieron. Naomi estaba en cama, en el hotel, con la gripe. Daisy tenía sus propias ocupaciones. Sin duda Davina le habló a Ishbel de las esperanzas que tenía depositadas en Daisy, mencionando, en qué términos no lo sabemos pero podemos adivinarlo, que tenía un novio llamado Nicholas.

»Un día, la señora Macsamphire vio a Daisy al otro lado de la calle con su novio. No estaban suficientemente cerca para hacer presentaciones, pero sin duda ella saludó con la mano y Daisy le devolvió el saludo. Hasta el funeral no volvieron a verse. Oí que la señora Macsamphire decía a Daisy que no se habían visto desde el festival, "cuando te vi con ese joven amigo tuyo". Por supuesto, imaginé que se refería a Nicholas, siempre he creído que se refería a Nicholas.

– ¿No era así?

– Joanne Garland dijo que se había encontrado con Nicholas Virson en la calle a finales de agosto y pensó en hablarle del tema de la iniciación al sexo con Copeland. De hecho no lo hizo, pero eso ahora no tiene importancia. Virson más tarde me dijo que él y su madre estuvieron en Corfú a finales de agosto. Ahora nada de esto significa gran cosa. Podía estar en Kingsmarkham y el día siguiente estar en Corfú, pero era poco probable que estuviera en Edimburgo al mismo tiempo.

– ¿Se lo has preguntado? -dijo Burden.

– No, se lo he preguntado a la señora Macsamphire. Esta mañana le he preguntado si el hombre con el que había visto a Daisy tenía el cabello claro y me ha respondido que no, que era moreno y muy apuesto.

Wexford hizo una pausa y dijo:

– ¿Salimos a pasear un poco? Me gustaría caminar por esta vereda y ver lo que hay al final. Hay algo en la naturaleza humana que siempre quiere conocer lo que hay al final.

La trama que había imaginado cobró una nueva forma. Vio la secuencia reformarse cuando salió del coche y echó a andar por el herboso sendero. Los conejos lo habían devorado dejándolo casi como césped segado. El aire era muy suave y leve y olía a algo fresco y vagamente dulzón. Los cerezos empezaban a florecer entre las hojas color cobre desenrolladas. Volvió a ver la mesa, la mujer con la cabeza en una fuente de sangre, su hija al otro lado como desmayada pero muerta, la joven arrastrándose, sangrando. Algo como un mecanismo de rebobinado le hizo retroceder un minuto, dos, tres, hasta los primeros ruidos en la casa, el ruido creado deliberadamente cuando revolvían las cosas de Davina, las joyas ya robadas aquel día más temprano…

Burden y Vine caminaban en silencio a su lado. El final del túnel sin techo se asomaba lentamente acercándose pero sin que se viera más bosque, más amplio sendero verde. Era como si más allá pudiera estar el mar, o que el final de la vereda fuera un acantilado, un precipicio por el que se pudiera caer a la nada.

– Eran dos personas -dijo-, pero sólo una entró en la casa. Llegó a pie y entró por la puerta trasera a las ocho menos cinco, seguro de sí mismo, conociendo el camino, sabiendo exactamente qué encontraría. Llevaba guantes y el arma que había comprado a Andy Griffin, quien la había recogido en el banco después de que dispararan a Martin.

»Quizá nunca se le habría ocurrido hacer nada parecido de no haber sido por el arma. Tenía un revólver, así que tenía que usarlo. El arma le dio la idea. El cañón ya lo había cambiado, sabía hacerlo, lo había hecho desde que era un muchacho.

»Armado con el revólver que contenía los cinco cartuchos que quedaban en la recámara, entró en Tancred House y subió por la escalera trasera para llevar a cabo el plan de revolver el dormitorio de Davina. Los de abajo le oyeron y Harvey Copeland fue a mirar, pero para entonces el hombre del revólver ya había bajado la escalera y se acercaba al vestíbulo por el pasillo que viene de la zona de la cocina. Harvey, en el escalón inferior, se giró en redondo cuando oyó pasos y el hombre le disparó, y así cayó de espaldas sobre los escalones inferiores.

– ¿Por qué le disparó dos veces? -preguntó Vine-. Según el informe, el primer disparo le mató.

– He dicho algo acerca de un monomaníaco con ideas de venganza muy diferentes de las de la mayoría de la gente. El asesino sabía lo que habían propuesto para Harvey Copeland y Daisy. Disparó dos tiros al esposo de Davina en un momento de apasionados celos, para vengarse de él por su temeridad.

»Después entró en el comedor donde disparó a Davina y Naomi. Finalmente, disparó a Daisy. No para matarla, sólo para herirla.

– ¿Por qué? -preguntó Burden-. ¿Por qué sólo herirla? ¿Qué ocurrió que le alteró? Sabemos que no fue el ruido que el gato hacía en el piso de arriba. Dices que la huida fue a las ocho y diez o un minuto antes mientras Joanne Garland todavía subía por el camino principal, pero en cierto sentido no hubo ninguna huida. Sólo una escapada a pie. ¿No fue la llamada de Joanne a la puerta delantera lo que le hizo salir corriendo por la parte de atrás?

Vine terció:

– Si hubiera sido ella, habría oído los disparos o al menos el último. El hombre se fue porque no le quedaban más cartuchos en el revólver. No pudo volver a dispararle sencillamente porque la primera vez había fallado.

La verde vereda había terminado y en cierto modo lo que había al final era un precipicio. Los límites del bosque, las praderas más allá, a lo lejos las colinas, se extendían ante ellos. Un enorme grupo de cúmulos se arremolinaba en el horizonte, pero muy lejos del sol, demasiado lejos para disminuir el brillo de éste. Los tres hombres se quedaron de pie contemplando el panorama.

– Daisy se arrastró hasta el teléfono y marcó el 999 de urgencias -explicó Wexford-. No sólo le dolía y se encontraba en un estado de terror, de temor por su vida, sino también de angustia mental. En aquellos minutos tal vez tuvo miedo de morir, pero al mismo tiempo quería morir. Durante mucho tiempo después, días, semanas, quiso morir, no tenía nada por lo que vivir.

– Había perdido a toda su familia -comentó Burden.

– Oh, Mike, eso no tenía nada que ver con ello -dijo Wexford con repentina impaciencia-. ¿Qué le importaba su familia? Nada. A su madre la despreciaba igual que Davina lo hacía; era una pobre criatura débil que había hecho un mal matrimonio, jamás hizo nada, había dependido toda su vida de su madre. En cuanto a Davina, creo que positivamente le desagradaba, detestaba que la dominara, aquellos planes de ir a la universidad y viajar, incluso decidiendo lo que Daisy debería estudiar, e incluso organizándole su vida sexual. Ella debía de mirar a Harvey Copeland con una mezcla de burla y repulsión. No, a ella le desagradaban sus parientes más cercanos y no sintió ninguna pena por ellos cuando murieron.

– Pero parecía triste. Me decías que pocas veces habías visto a alguien tan apenado. Constantemente lloraba y deseaba estar muerta. Tú lo decías.

Wexford asintió.

– Pero no por haber presenciado el brutal asesinato de su familia. Estaba apenada porque el hombre al que amaba y que creía que la amaba le había disparado. El hombre al que amaba, la única persona en el mundo a la que amaba y que creía que lo arriesgaría todo por amor a ella, había intentado matarla. Eso era lo que ella pensaba.

»Cuando se arrastraba hasta el teléfono, en aquellos minutos, el mundo entero se le había venido abajo porque el hombre del que estaba apasionadamente enamorada había intentado hacer con ella lo que había hecho con los otros. Y siguió estando triste… por eso. Estaba sola, abandonada primero en el hospital, después con los Virson, al fin sola en la casa que ya era suya, y él no se puso en contacto, no lo intentó, no se acercó a ella. Él nunca la había amado, había querido matarla también. No me extraña que me dijera con gran dramatismo: "El dolor está en mi corazón".

Cuando las nubes alcanzaron el sol y empezó a refrescar rápidamente, los tres hombres se volvieron y echaron a andar hacia el coche. Inmediatamente se puso a hacer frío; soplaba una fuerte brisa de abril que cortaba el aire.

Llegaron al coche, subieron y regresaron por el camino secundario para pasar frente a la casa. Vine condujo por las losas muy despacio. La gata azul se hallaba sobre el borde de piedra de la piscina con uno de los peces de colores entre sus garras.

El pez con la cabeza roja forcejeaba y se agitaba, retorciendo su cuerpo. Queenie le daba golpes con la pata con la que no lo sostenía. Vine iba a bajar del coche pero la gata fue más rápida que él. Era una gata y él no era más que un hombre. Se llevó de pronto el pez a la boca y corrió hacia la puerta delantera que estaba entornada.

Alguien desde dentro la cerró.