177698.fb2 Un pasado oculto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

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10

Kincaid no era de los que desperdiciaba una buena cerveza, así que bebió hasta la última gota de su vaso. Contempló brevemente tomarse otra, pero la atmósfera del pub no invitaba a quedarse.

Ya en la calle olfateó el aire con curiosidad. Había notado el olor al llegar a la ciudad, pero ahora parecía más fuerte. Le era familiar, pero se le escapaba… ¿Quizás tomates cocinándose? Al llegar al coche lo encontró sin graffitis y todavía con los tapacubos intactos. Kincaid se quedó quieto un momento y cerró los ojos. Lúpulo. Claro, era lúpulo. Era lunes y la fábrica de cerveza funcionaba a pleno rendimiento. El viento debía de haber cambiado desde su llegada al pub y había traído el intenso olor. La fábrica pronto va a cerrar, igual que las tiendas, pensó Kincaid mirando su reloj. El tráfico de hora punta -el poco que había en Henley- había empezado.

Se dirigió hacia la carretera de Reading con la intención de intercambiar con Gemma las conclusiones del día en el Chequers. Entonces le llamó la atención una señal que indicaba el aparcamiento de Station Road. Casi sin pensarlo se encontró dando la vuelta y aparcando en una plaza vacía. Desde allí sólo había unas pocas yardas hasta el río. A su derecha tenía los pisos en forma de cobertizos para embarcaciones, serenos al anochecer, detrás de la valla de hierro.

Algo le tenía preocupado, no estaba seguro de la fecha del último cheque que Connor había extendido a Kenneth. Kincaid no había podido acabar de registrar el escritorio de Con. Entró en el piso con la llave que había usado la vez anterior con la intención de echar otra ojeada al talonario de cheques.

Se paró justo al otro lado de la puerta. Miró alrededor, tratando de averiguar por qué el piso le parecía diferente. El calor, para empezar. Alguien había encendido la calefacción central. Los zapatos de Con habían desaparecido de debajo del sofá. También había desaparecido el desordenado montón de periódicos del final de la mesa. Pero algo incluso menos definible indicaba ocupación humana. Olisqueó, tratando de ubicar el suave perfume que había en el aire. Algo parecía querer emerger de los confines de su memoria, pero desapareció cuando oyó un ruido arriba.

Contuvo la respiración, escuchando, luego se dirigió silenciosamente hacia las escaleras. Hubo un chirrido, luego un golpe. ¿Podía ser alguien moviendo muebles? Había salido del pub tan solo unos minutos después de Kenneth. ¿Se le habría adelantado el cabrón, dispuesto a destruir pruebas? O quizás Sharon había vuelto, después de todo.

Las dos puertas del primer rellano estaban cerradas, pero antes de poder investigar volvió a oír el ruido más arriba. Subió el último tramo de escaleras con cuidado de poder los pies en los bordes de los peldaños. La puerta del estudio estaba abierta unos centímetros, aunque no lo suficiente como para dejarle ver la habitación. Inspiró y con su puño abrió la puerta de golpe. Se abalanzó dentro de la habitación mientras la puerta rebotaba en la pared.

Julia Swann soltó el montón de lienzos que sostenía en las manos.

– ¡Por Dios! Julia. ¡Qué susto me ha dado! ¿Qué demonios está haciendo aquí? -Jadeaba y la adrenalina seguía recorriendo todo su cuerpo.

– ¿Que yo lo he asustado a usted? -Lo miraba con los ojos como platos, con la mano hecha un ovillo en el pecho, aplastando el suéter negro entre sus pechos-. Comisario, debe de haberme quitado usted diez años de mi vida. Por no mencionar los daños a mi propiedad. -Se agachó a recoger sus pinturas-. Le puedo preguntar lo mismo a usted. ¿Qué está haciendo en mi piso?

– Sigue estando bajo nuestra jurisdicción. Siento haberla asustado. No tenía ni idea de que estaba usted aquí. -Tratando de recuperar un mínimo de aparente autoridad, añadió-: Debería de haberlo notificado a la policía.

– ¿Por qué habría de sentirme obligada a hacer saber a la policía que voy a volver a mi piso? -Se sentó en el brazo del sillón que utilizaba de apoyo para sus pinturas y lo miró desafiante.

– La muerte de su esposo sigue siendo investigada, señora Swann, y él vivía aquí, si es que acaso lo ha olvidado. -Se acercó a ella y se sentó en el único mueble disponible, la mesa de trabajo. Sus pies colgaban unos pocos centímetros por encima del suelo y los cruzó por los tobillos para evitar que oscilaran.

– Antes me ha llamado Julia.

– ¿Lo hice? -En aquel momento había sido instintivo, involuntario. Ahora lo usaría deliberadamente-. De acuerdo, Julia. -Enfatizó las palabras-. ¿Qué está haciendo aquí?

– Creo que es bastante obvio. -Señaló a su alrededor y él se dio la vuelta, examinando la habitación. Había pinturas -tanto los pequeños estudios de flores como los retratos más grandes- apiladas contra las paredes y unas pocas estaban colgadas. El polvo había desaparecido de las superficies visibles. Algunas de las pinturas y papeles que le resultaban familiares del estudio de Badger’s End habían aparecido sobre la mesa. Julia había traído una planta grande en una maceta y la había colocado cerca de una silla de terciopelo azul. Ambas cosas y una alfombra persa descolorida y los libros de vivos colores que había en una caja tras la silla formaban una naturaleza muerta que Kincaid había visto en varias pinturas de la galería.

La habitación había cobrado vida de nuevo y por fin reconoció el aroma que le había sido esquivo cuando estaba abajo. Era el perfume de Julia.

Ella se había acomodado en la profundidad del sillón y permaneció silenciosa, fumando y con las piernas estiradas. Él la miró y vio que sus ojos tenían ojeras de cansancio.

– ¿Por qué renunció a esto, Julia? No tiene sentido.

Ella lo estudió y dijo:

– Tiene un aspecto distinto cuando sale del uniforme de policía. Agradable. Incluso humano. Me gustaría pintarlo. -Se levantó de repente y con sus dedos le tocó el ángulo de la mandíbula y le giró la cabeza-. Normalmente no pinto hombres, pero usted tiene una cara interesante, unos buenos huesos que captan bien la luz. -Con igual rapidez volvió a hundirse en el sillón y lo contempló.

Kincaid seguía notando el tacto de sus dedos en la piel. Resistió el impulso de tocarse la mandíbula y dijo:

– No me ha respondido.

Apagó suspirando el cigarrillo fumado a medias en un cenicero de cerámica.

– No sé si puedo.

– Pruebe.

– Tendría que saber cómo eran las cosas entre nosotros hacia el final. -Julia acarició a contrapelo la tela del brazo del sillón. Kincaid esperó, mirándola. Ella levantó la mirada y sus ojos se encontraron-. No podía forzarme. Cuanto más lo intentaba más se frustraba, hasta que al final empezó a imaginar cosas.

Centrándose en la primera parte, Kincaid preguntó:

– ¿A qué se refiere con forzar?

– Nunca estuve a su disposición, no de la manera que él quería, no cuando él quería… -Cruzó los brazos como si de repente tuviera frío y frotó sus pulgares contra la tela del suéter-. ¿Le ha exprimido alguien alguna vez, comisario? -Antes de que pudiera responder, ella añadió-: No puedo seguir llamándolo comisario. Su nombre es Duncan, ¿no? -Puso un leve énfasis en la primera sílaba de su nombre, de manera que a Kincaid le pareció oír un eco escocés.

– ¿Qué clase de cosas imaginaba Connor?

Las comisuras de sus labios cayeron y se encogió de hombros.

– Ya sabe. Amantes, citas secretas, ese tipo de cosas.

– ¿Y no eran ciertas?

– No lo eran entonces. -Arqueó las cejas y lo obsequió con una insinuante sonrisa, como retándolo.

– ¿Lo que me está diciendo es que Connor estaba celoso de usted?

Julia se rió, y la sonrisa que transformó su delgada cara lo conmovió de una forma que no supo explicar.

– Resulta irónico, ¿no? Suena a broma. Connor Swann, el famoso calavera, tenía miedo de que su propia mujer pudiera estar poniéndole los cuernos. -La consternación de Kincaid debió notarse porque ella sonrió de nuevo y dijo-: ¿Creía que no conocía la reputación de Con? Tendría que haber sido sorda, muda y ciega para no saberlo. -Su regocijo se desvaneció y añadió, con delicadeza-: Y por supuesto, cuanto más me alejaba de él, con más mujeres se iba. -Miró más allá de Kincaid, hacia la ventana. Debía de estar oscureciendo.

– Todavía no ha contestado a mi pregunta. -Esta vez fue más delicado.

– ¿Qué? -Regresó del ensueño en que había estado absorta-. Ah, el piso. Al final estaba exhausta. Me escapé. Fue más fácil. -Se miraron en silencio por un momento, luego ella dijo-: Lo entiende, ¿verdad, Duncan?

Las palabras «me escapé» resonaron en su mente y de repente tuvo una visión de sí mismo, haciendo una maleta únicamente con las posesiones más necesarias y abandonando a Vic en el piso que los dos habían escogido con tanto cuidado. Había sido más fácil. Había sido más fácil empezar sin nada que le recordase su fracaso, o a ella.

– ¿Y qué hay de su estudio? -dijo, interrumpiendo el fluir de los recuerdos.

– Lo eché de menos, pero puedo pintar en cualquier parte, si he de hacerlo. -Apoyó la espalda en el sillón y lo miró.

Kincaid repasó los anteriores interrogatorios con ella, tratando de comprender el cambio que ahora podía observar. Seguía siendo aguda y rápida, su inteligencia siempre evidente, pero el nerviosismo y crispación habían desaparecido.

– No fueron unos meses fáciles para usted, los que pasó en Badger’s End, ¿no es así? -Ella le sostuvo la mirada, con los labios entreabiertos. Kincaid sintió un escalofrío en la espina dorsal que le venía de conocer a Julia mucho más profundamente de lo que ella creía.

– Muy perspicaz, Duncan.

– ¿Qué hay de Trevor Simons? ¿Salía con él entonces?

– Le he dicho que no. No había nadie.

– ¿Y ahora? ¿Lo ama? -Se convenció de que era una pregunta necesaria, a pesar de que las palabras parecieron salir de sus labios por voluntad propia.

– ¿Amar, Duncan? -Julia se rió-. ¿Quiere tener una discusión filosófica sobre la naturaleza del amor y la amistad? -Continuó, más seria-: Trev y yo somos amigos, sí, pero si se refiere a si estoy enamorada de él, la respuesta es no. ¿Importa?

– No lo sé -respondió Kincaid sinceramente-. ¿Mentiría por usted? Usted abandonó la galería aquella noche. Tengo un testigo independiente que la vio marchar.

– ¿De verdad? -Apartó la mirada de él mientras buscaba a tientas el paquete de cigarrillos que se había escurrido por debajo del sillón-. Supongo que salí durante un ratito. Había demasiada gente. No me gusta admitirlo, pero a veces estos eventos me provocan algo de claustrofobia.

– Sigue fumando demasiado -le dijo Kincaid cuando ella encontró el paquete y se encendió otro cigarrillo.

– ¿Cuánto es demasiado? Está siendo quisquilloso de nuevo. -Su sonrisa tenía un toque de traviesa.

– ¿Adónde fue cuando dejó la galería?

Julia se levantó y se dirigió a la ventana. Él se dio la vuelta y la miró mientras ella cerraba los estores, tapando así el cielo color carbón. Dándole la espalda a Kincaid, Julia habló:

– No me gustan las ventanas desnudas una vez ha anochecido. Es una tontería, lo sé, pero incluso aquí arriba siempre temo que alguien pueda estar observándome. -Se dio la vuelta-. Fui caminando por River Terrace durante un rato. Fui a tomar el aire, eso es todo.

– ¿Vio a Connor?

– No -respondió mientras regresaba al sillón. Esta vez se hizo un ovillo. El movimiento provocó que el cabello oscilara contra su cuello-. Y dudo que estuviera fuera más de cinco o diez minutos.

– Pero lo vio antes, ¿no es cierto? En Badger’s End, después del almuerzo, y tuvieron una discusión.

Vio cómo su pecho se movía con la respiración acelerada, como si fuera a negarlo, pero ella se limitó a mirarlo en silencio durante un momento para luego responder:

– Fue algo tan estúpido. Algo tan trivial. Estaba avergonzada. Subió arriba después de comer, entrando a saltos como un gran cachorro, y yo arremetí contra él. Había recibido una carta de la sociedad de crédito hipotecario aquella mañana. No había pagado en dos meses. Ése era el acuerdo, ¿entiende? -le explicó a Kincaid-. Él podía quedarse en el piso siempre y cuando hiciera los pagos. Bien, discutimos, como puede imaginar, y le dije que tenía que sacar el dinero de donde fuera. -Hizo una pausa, apagó el cigarrillo que había dejado encendido en el cenicero, e inspiró-. También le dije que empezara a pensar en buscarse otro sitio. Estaba preocupada, por lo de los pagos… y las cosas no eran fáciles para mí en casa.

– ¿Y no se lo tomó bien? -preguntó Kincaid. Julia negó con la cabeza y apretó los labios-. ¿Le dio un plazo de tiempo?

– No, pero seguro que podía ver que no podíamos seguir así para siempre…

Kincaid hizo la pregunta que le había estado dando vueltas por la cabeza desde el principio.

– ¿Por qué no se divorció de él, Julia? Superarlo, cortar por lo sano. No era una separación de prueba. Usted sabía cuando lo dejó que no podría arreglarlo.

Ella le sonrió, tomándole el pelo.

– Usted, entre todas las personas, debería conocer la ley. Especialmente tras haber pasado por ello.

Kincaid, sorprendido, dijo:

– Historias del pasado. ¿Se me ven acaso las cicatrices?

Julia se encogió de hombros.

– Lo imaginaba. ¿Le pidió su esposa el divorcio?

Cuando él asintió, ella continuó:

– ¿Estaba de acuerdo con su petición?

– Por supuesto. No había razón para seguir adelante.

– ¿Sabe lo que hubiera pasado si se hubiera negado?

Negó con la cabeza.

– Nunca he pensado en ello.

– Ella hubiera tenido que esperar dos años. Es lo que se tarda en demostrar un divorcio impugnado.

– ¿Me está diciendo que Connor se negó a concederle el divorcio?

– Bingo, querido comisario. -Ella lo miró mientras él digería el dato, luego le dijo bajito-: ¿Era muy guapa?

– ¿Quién?

– Su mujer, por supuesto.

Kincaid comparó la imagen de la belleza delicada y pálida de Vic con la mujer que tenía sentada delante. La cara de Julia parecía flotar entre la negrura de su jersey de cuello alto y su cabello oscuro, casi incorpórea, y a la luz de la lámpara las arrugas de dolor y experiencia destacaban con dureza.

– Supongo que diría que era bella. No lo sé. Hace mucho tiempo.

Dándose cuenta de que se le había dormido el trasero de estar sentado en el duro borde de la mesa, Kincaid se levantó ayudándose con las manos, se estiró y luego se sentó encima de la alfombra persa. Se pasó las manos alrededor de las rodillas y miró a Julia desde donde estaba sentado. Notó que la perspectiva diferente había alterado los planos y las sombras de su cara.

– ¿Conocía los hábitos de juego de Con cuando se casó?

Negó con la cabeza.

– No. Sólo que le gustaba ir a las carreras, y para mí era algo más bien divertido. Nunca había estado…-Rió al ver la expresión de Kincaid-. No, en serio. Usted piensa que crecí en un entorno muy sofisticado y cosmopolita, ¿no? Lo que usted no comprende es que mis padres nunca hacen nada que no esté conectado con la música. -Suspiró pensativa, luego dijo-: Me encantaban los colores y el movimiento, la gracia de los caballos y su perfecta forma. Poco a poco empecé a darme cuenta de que para Con no se trataba sólo de una diversión, no de la manera que lo era para mí. Durante las carreras sudaba, y a veces veía como sus manos temblaban. Y empecé a darme cuenta de que me mentía sobre cuánto apostaba. -Y añadió, encogiendo los hombros-: Poco después dejé de ir.

– Pero Con siguió apostando.

– Y teníamos peleas. Lo llamaba «un pasatiempo inofensivo». Un pasatiempo que merecía tras las presiones del trabajo. Pero sólo hacia el final empezó a ser alarmante.

– ¿Le echaba un cable? ¿Pagaba sus deudas?

Julia apartó la mirada de él y apoyó la barbilla en su mano.

– Durante mucho tiempo, sí. Después de todo también mi reputación estaba en juego.

– De modo que la discusión del pasado jueves trataba en cierto modo de viejos asuntos.

Se las arregló para sonreír un poco.

– Dicho de esta manera, sí, supongo que sí. Resulta tan frustrante cuando una se oye a sí misma decir cosas que ha repetido cien veces antes. Sabes que es inútil, pero no puedes parar.

– Cuando él la dejó, ¿dijo algo diferente? ¿Hubo algo distinto de las pautas normales de estas discusiones?

– No, no que yo recuerde.

Y sin embargo había ido directamente a ver a Kenneth. ¿Habría ido a pedir dinero para pagar la hipoteca?

– ¿Le dijo algo sobre si iría a Londres por la tarde, al Coliseum?

Julia levantó la cabeza de su mano. Los ojos oscuros se abrieron con sorpresa.

– ¿Londres? No. No. Estoy segura de que no lo dijo. ¿Por qué habría de ir al Coli? Acababa de ver a papi y mami.

Los diminutivos infantiles sonaron extraños en sus labios y de repente pareció joven y muy vulnerable.

– Esperaba que usted me lo dijera -dijo, bajito-. ¿Alguna vez oyó a Con mencionar a un tal Hicks? ¿Kenneth Hicks? -La miró detenidamente, pero ella sólo negó con la cabeza, con aspecto de estar genuinamente desconcertada.

– No. ¿Por qué? ¿Es un amigo?

– Trabaja para un corredor de apuestas local. Recauda dinero para él, entre otras cosas. También es una persona muy desagradable y Connor le pagaba regularmente grandes cantidades de dinero. Por eso he vuelto, para echar otra ojeada al talonario de cheques de Connor.

– Nunca he sentido deseos de mirar entre las cosas de Connor, -dijo Julia despacio-. Ni siquiera he estado en su estudio. -Dejó caer la cabeza en ambas manos y habló por entre los dedos abiertos-: Supongo que estaba aplazando lo inevitable. -Al cabo de un momento levantó la cabeza y lo miró. Sus labios estaban crispados por una mezcla de bochorno y bravuconada-: Encontré algunos objetos de mujer en el dormitorio y el baño. Los he metido en una caja. No sabía qué otra cosa hacer con ellos.

De modo que Sharon no había vuelto.

– Démelos. Creo que puedo devolvérselos a su legítima propietaria. -Aunque pudo ver la pregunta en su cara, ella no habló y se miraron en silencio. Él estaba lo suficientemente cerca como para tocarla. Tuvo el deseo de levantar la mano y tocarle la mejilla con el dorso de sus dedos.

En vez de ello, le habló con delicadeza:

– Estaba saliendo con una mujer. Según parece, era algo bastante serio. Ella tiene una hija de cuatro años y Con le dijo que se casaría con ella y las cuidaría a las dos tan pronto como usted le concediera el divorcio.

Por un momento la cara de Julia quedó en blanco, carente de expresión, como si de una maniquí se tratara. Luego ahogó una risa.

– Pobre Con -dijo-. Pobre desgraciado.

Por primera vez desde que Kincaid la conocía vio cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.

* * *

Gemma terminó el segundo paquete de cacahuetes y se chupó la sal de las puntas de los dedos. Levantó los ojos y vio a Tony mirándola. Sonrió avergonzada.

– Me muero de hambre -dijo, a modo de disculpa.

– Deje que alguien de la cocina le prepare algo. -Tony parecía haberla adoptado como su propia responsabilidad personal y estaba más pendiente de ella de lo normal-. Esta noche tenemos unas chuletas de cerdo estupendas y lasaña vegetariana.

Gemma miró furtivamente la hora por debajo de la barra.

– Esperaré un poco más. Gracias, Tony. -Tras dejar a Dame Caroline había conducido hasta el pub y había subido la maleta a su habitación. De repente, vencida por una ola de cansancio, se había estirado encima del edredón con la ropa puesta y se había dormido profundamente y sin soñar durante una hora. Se despertó con frío y un poco rígida, pero bien tras un sueño reparador. Después de lavarse un poco y cepillarse el pelo se cambió de ropa y se puso sus tejanos y suéter favoritos y bajó a esperar a Kincaid.

Tony, mientras daba brillo a unos vasos en el otro extremo de la barra, vigilaba ansioso el nivel de sidra del vaso de Gemma. Ella ya casi había decidido que tomaría otra cuando Tony, mirando hacia la puerta, dijo:

– Aquí está su jefe.

Kincaid se sentó en el taburete al lado de ella.

– ¿Ha estado Tony acosándote con alcohol? -Continuó sin esperar a la respuesta-: Bien, porque yo voy a acosarte con comida. Sharon Doyle me dijo que a Connor le gustaba el Red Lion de Wargrave. Era el único sitio donde la comida estaba al nivel que él exigía. Creo que deberíamos comprobarlo por nosotros mismos.

– ¿Va a tomar algo antes de ir, señor Kincaid? -preguntó Tony.

Kincaid miró a Gemma.

– ¿Tienes hambre?

– Estoy famélica.

– Entonces será mejor que nos vayamos, Tony.

Tony agitó el paño de cocina a modo de despedida.

– ¡Hasta luego! Aunque, si no les importa que se lo diga -añadió en un tono un poco de afrenta-, su comida no es mejor que la nuestra.

* * *

Tras prodigar palabras tranquilizadoras a Tony, se escaparon al coche y condujeron a Wargrave en silencio.

Se sentaron en una mesa del alegre Red Lion y Gemma por fin interrumpió el silencio:

– Tony me ha dicho que tenías un mensaje del sargento Makepeace. ¿Qué quería? ¿Dónde has estado?

Kincaid, concentrado en la carta, dijo:

– Pidamos primero. Luego te lo explicaré. ¿Ves algo que te apetezca? ¿Gratinado de abadejo y salmón ahumado? ¿Langostinos en salsa de ajo? ¿Pechuga de pollo con granos de pimienta verde y roja? -La miró, sonriendo, y Gemma pensó que sus ojos brillaban de un modo inusual-. Con tenía razón. Aquí no hay pastel de carne, ni salchichas ni puré de patatas.

– ¿Estás seguro de que nuestra cuenta de gastos correrá con esta factura? -preguntó Gemma.

– No te preocupes, sargento -dijo con exagerada autoridad-. Yo me ocupo de esto.

Nada convencida, Gemma lo miró dubitativa y dijo:

– Entonces tomaré el pollo. Y para empezar, la sopa de tomate y albahaca.

– Vaya, ¿tiramos la casa por la ventana?

– Y pudding, si puedo hacer sitio. -Cerró la carta y apoyó la barbilla en las manos. Estaba sentada con la espalda al fuego chisporroteante y el calor empezó a penetrar su suéter-. Creo que lo merezco.

El camarero se acercó con el bloc preparado. Tenía un paño de cocina sujeto en el cinturón y el pelo oscuro y rizado recogido en una cola de caballo. Su sonrisa era atractiva.

– ¿Qué van a tomar?

Kincaid pidió el gratinado y añadió una botella de Fumé Blanc. Cuando terminaron de pedir, el joven dijo:

– Muy bien. Lo pasaré a la cocina. -Y, al volver detrás de la barra, añadió-: Por cierto, me llamo David. Si necesitan alguna cosa, sólo tienen que avisarme.

Gemma y Kincaid se miraron arqueando ambos las cejas. Luego ella dijo:

– ¿Crees que el servicio es siempre tan bueno, o es simplemente porque no hay mucho movimiento esta noche? -Estudió la sala. Sólo había una mesa ocupada. Una pareja, con las cabezas muy juntas, estaba sentada en la esquina más alejada.

– Apuesto que tiene buena memoria para recordar a sus clientes. Después de comer lo probamos.

Después de que David volviera para llenar sus copas con el gélido vino, Kincaid dijo:

– Explica.

Gemma relató su entrevista con Tommy Godwin, pero omitiendo su más bien deshonrosa llegada.

– No sé si creerme esta historia de llegar al teatro por la entrada principal y quedarse en la parte de atrás del patio de butacas. Algo no encaja.

Llegaron los entrantes y mientras Kincaid atacaba el paté, dijo:

– ¿Y qué hay de Dame Caroline? ¿Hubo suerte?

– Parece ser que su almuerzo no fue tan tranquilo como dijeron al principio. Connor se excusó para ir a ayudar a lavar los platos, pero Plummy dice que no estuvo en la cocina y que se fue sin despedirse de Gerald y Caroline. -Rebañó la poca sopa que quedaba en el bol-. Creo que debió subir a ver a Julia.

– Lo hizo, y tuvieron una desagradable discusión.

Gemma notó que se quedaba con la boca abierta. La cerró de golpe, y dijo:

– ¿Cómo lo sabías?

– Me lo dijo Kenneth Hicks, y luego Julia.

– Está bien, jefe -dijo Gemma, exasperada-. Estás poniendo cara de intriga. Suelta.

Para cuando hubo acabado de contar su día, ya habían llegado sus segundos platos. Comieron en silencio durante unos minutos.

– Lo que no entiendo -dijo Kincaid al terminar de masticar un trozo de pescado y beber un sorbo de vino- es cómo un gamberro como Kenneth Hicks consiguió pescar a Connor tan a conciencia.

– El dinero es un poderoso incentivo. -Gemma dudó entre comer más puerros estofados o más patatas asadas. Finalmente eligió ambas cosas-. ¿Por qué mintió Julia acerca de la pelea con Connor? Parece suficientemente inocente.

Kincaid titubeó, y luego se encogió de hombros.

– Supongo que no pensó que fuera significativo. Tampoco era su primera pelea.

Con el tenedor a mitad de camino Gemma dijo, acaloradamente:

– Pero es que no era cuestión de olvidarse de mencionar algo que pudiera ser o no significativo. Mintió deliberadamente. Y también mintió acerca de dejar la galería. -Dejó el tenedor con el trozo de pollo arponeado en el plato y se inclinó hacia Kincaid-. No se ha portado bien al renunciar a hacerse cargo de los preparativos para el funeral. ¿Qué hubiera hecho? ¿Dejar que el condado se hiciera cargo?

– Lo dudo mucho. -Kincaid empujó su plato a un lado y se inclinó un poco hacia atrás.

A pesar de que el tono había sido suave, Gemma notó que había sido reprendida. Comprobó que empezaba a enrojecer. Cogió el tenedor y lo volvió a dejar al darse cuenta de que había perdido el apetito.

Mirándola, Kincaid preguntó:

– ¿Ya has terminado? ¿Qué pasa con el pudding?

– No creo que pueda comérmelo.

– Bebe tu vino, entonces -dijo, llenándole el vaso- y hablaremos con David.

A Gemma le irritó el tono paternalista de Kincaid, que llamó al camarero antes de que ella pudiera responder.

– ¿Listos para los postres? -dijo David al llegar a la mesa-. La roulade de chocolate es divina. -Al ver que los dos negaban con la cabeza continuó sin pausa-. ¿Nadie? ¿Queso, entonces? La selección de quesos es bastante buena.

– En realidad tenemos un par de preguntas. -Kincaid había abierto su cartera. Primero enseñó a David sus credenciales y luego una foto de Connor que le había pedido a Julia-. Según creemos este hombre era un cliente regular de su pub. ¿Lo reconoce?

– Por supuesto -respondió David, perplejo-. Es el señor Swann. ¿Qué quiere decir con «era»?

– Me temo que ha muerto -dijo Kincaid utilizando el procedimiento estándar-. Estamos investigando las circunstancias de su muerte.

– ¿Muerto? ¿El señor Swann? -Por un momento el chico se puso tan pálido que Kincaid alargó el brazo y apartó una silla de la mesa de al lado.

– Siéntese -dijo Kincaid-. No parece que haya una turba pidiendo copas en el bar.

– ¿Qué? -David cayó en la silla ofrecida, como si no tuviera piernas-. Ah, entiendo. -Ofreció un amago de sonrisa-. Es que me ha causado bastante impacto. Es como si hubiera estado la otra noche aquí, y siempre era… tan exuberante. Lleno de vitalidad. -Alargó la mano y tocó la fotografía con un dedo vacilante.

– ¿Puede recordar cuándo fue la última noche que lo vio? -Kincaid hizo la pregunta con calma, pero Gemma pudo notar su concentración.

David arrugó el entrecejo, pero contestó rápidamente:

– Mi novia, Kelly, trabajaba hasta tarde en Tesco, no acabó hasta las nueve y media o así… El jueves. Debe de haber sido el jueves. -Los miró a los dos, como esperando aprobación.

Las miradas de Kincaid y Gemma se cruzaron por encima de la mesa y ella vio el destello de victoria en sus ojos, aunque se limitó a decir:

– Estupendo. ¿Recuerda a qué hora vino ese jueves?

– Más bien tarde. Debe de haber sido después de las ocho. -David empezó a animarse con la narración-: A veces venía solo, pero normalmente venía con gente que yo creía que eran clientes de alguna clase. No es que escuchara a escondidas, ¿sabe? -añadió, un poco incómodo-, pero cuando estás sirviendo mesas a veces no puedes evitar oír cosas, y parecía que hablaran de negocios.

– ¿Y aquella noche? -Gemma lo forzó a continuar.

– La recuerdo especialmente porque fue diferente. Vino solo. Hasta no parecía el mismo. Para empezar, fue cortante conmigo. Alguien le debe de haber tocado las pelotas, recuerdo que pensé. -Acordándose de Gemma, añadió-: Perdón, señorita.

Ella le sonrió.

– No importa.

– El señor Swann era capaz de beber mucho, pero su actitud era siempre jovial. No como otros. -David hizo una mueca y Gemma asintió con comprensión. Como si esto le hubiera recordado que tenía otros clientes, David echó una ojeada a la mesa del fondo, pero sus ocupantes estaban todavía demasiado absortos en sí mismos como para notar la falta de servicio-. Entonces llegó otro tipo y se sentaron en una mesa para cenar.

– ¿Se conocían? -preguntó Kincaid.

– ¿Qué…? -terció Gemma, pero Kincaid la paró levantando la mano rápidamente.

– Estoy seguro de que sí. El señor Swann se levantó tan pronto el otro pasó por la puerta. Fueron directamente a su mesa, así que no oí lo que decían -había bastantes parroquianos aquella noche-, pero parecían bastante amigables al principio.

– ¿Y luego? -dijo Kincaid, después de una breve pausa.

David miró a uno y luego a otro. Se sentía incómodo.

– Supongo que se podría decir que tuvieron una discusión acalorada. No fue un concurso de gritos, en realidad no levantaron la voz. Pero estaba claro que discutían. Y el señor Swann, bueno, él siempre disfrutaba con la comida, siempre se preocupaba de felicitar al cocinero, ese tipo de cosas. -Hizo una pausa, como asegurándose de que comprendían totalmente la importancia de lo que estaba a punto de decir-. Ni siquiera se acabó la cena.

– ¿Recuerda lo que tomó? -preguntó Kincaid, y Gemma supo que estaba pensando en el informe todavía incompleto del contenido del estómago de Connor.

– Bistec. Acompañado de una buena parte de una botella de Borgoña.

Kincaid tomó en consideración lo que acababa de decir, luego preguntó:

– ¿Qué pasó después?

David se movió inquieto en la silla y se rascó la nariz.

– Pagaron la cuenta por separado y se fueron.

– ¿Juntos? -preguntó Gemma para aclarar el detalle.

David asintió.

– Y por lo que yo sé, seguían discutiendo. -Seguía moviéndose inquieto en la silla, dándose la vuelta de vez en cuando para echar una ojeada al bar.

Gemma miró a Kincaid. Éste asintió casi imperceptiblemente y Gemma dijo:

– Una cosa más, David. ¿Qué aspecto tenía el otro tipo?

Una sonrisa iluminó la cara de David.

– Muy elegante, se vestía muy bien, si sabe a lo que me refiero. Alto, delgado, pelo más bien rubio… Arrugó el entrecejo y pensó durante unos instantes-. Unos cincuenta años, creo. Pero muy bien llevados.

– ¿Pagó con tarjeta de crédito? -preguntó Kincaid, esperanzado.

David negó con la cabeza y pareció que lo lamentaba.

– Lo siento. En efectivo.

Haciendo un esfuerzo por contener la emoción, Gemma lo felicitó.

– Es muy observador, David. Rara vez obtenemos descripciones la mitad de buenas.

– Es el trabajo -dijo, sonriendo-. Uno se acostumbra. Y cuando puedo les pongo nombres a las caras. A las personas les gusta que se las reconozca. -Apartó la silla y miró inquisitivamente a uno y otro-. ¿Puedo irme ahora?

Kincaid asintió y le entregó una tarjeta.

– Nos puede llamar si se le ocurre algo más.

David se levantó y apiló con destreza los platos sucios en su brazo. De repente paró y pareció dudar.

– ¿Qué le pasó? ¿Al señor Swann? No lo han dicho.

– A decir verdad, no estamos seguros. Pero estamos tratando el asunto como muerte sospechosa. -dijo Gemma-. Su cuerpo fue encontrado en el Támesis.

Los platos vibraron y David los sujetó con la otra mano.

– ¿No por aquí, verdad?

– No, en Hambleden Lock. -Gemma creyó ver una sombra de alivio en la cara del joven, pero lo consideró la normal tendencia humana a querer que los problemas no invadan en el territorio de uno.

David cogió otro plato, equilibrando la carga con despreocupada facilidad.

– ¿Cuándo? ¿Cuándo ocurrió?

– Encontraron su cuerpo el viernes por la mañana, temprano -dijo Kincaid, y miró a David con una expresión simpática que Gemma reconoció. Significaba que había captado totalmente su interés.

– ¿El viernes por la mañana? -David se quedó helado. Y Gemma creyó que su cara palidecía, aunque no estaba segura debido al reflejo del fuego chisporroteante-. ¿Quiere decir que el jueves por la noche…?

La puerta de la entrada se abrió y entró un grupo grande de gente adinerada, y con las caras enrojecidas por el frío. David los miró, luego miró a la pareja del fondo, que ya estaban mostrando señales de impaciencia.

– Tengo que irme. Lo siento. -Sonrió a modo de disculpa y se dirigió rápidamente a la barra con la loza traqueteando.

Kincaid se quedó mirándolo un momento, luego hizo un gesto con los hombros y sonrió a Gemma.

– Un chico simpático. Podría ser un buen poli. Tiene buena memoria para serlo.

– Escucha. -Gemma se inclinó hacia delante. Su voz sonaba apremiante.

En ese momento, las dos parejas con caras rosadas, después de pedir sus bebidas en la barra, se sentaron en la mesa de al lado. Sonrieron amablemente a Gemma y Kincaid y luego iniciaron una conversación entre ellos perfectamente audible.

– Mira, David nos ha dejado la cuenta -dijo Kincaid-. Vamos a pagar y salgamos.

Hasta que no salieron a la calle no pudo Gemma volver a hablarle entre dientes a Kincaid.

– Ése era Tommy Godwin. -Vio que no reaccionaba y continuó-: El hombre que estuvo con Connor esa noche. Estoy segura de que era Tommy Godwin. Es lo que estaba tratando de decirte -añadió, con irritación.

Habían parado en la acera justo afuera del pub. Se quedaron así, de pie, con los cuellos de los abrigos subidos para protegerse de la niebla que había subido sigilosamente desde el río.

– ¿Cómo puedes estar segura?

– Te lo digo, tiene que ser él. -Gemma se oyó a sí misma alzar la voz con exasperación e intentó calmarse-. Tú mismo has dicho lo observador que era David. Su descripción ha sido demasiado exacta para no ser Tommy. Es muy improbable que se trate de otra persona.

– De acuerdo, de acuerdo. -Kincaid levantó la mano, rindiéndose en broma-. ¿Pero qué hay del teatro? Tendrás que volver a comprobar…

La puerta del pub se abrió y David salió lanzado.

– Perdonen. He pensado que les atraparía. Miren… -Paró, como si el impulso hubiera desaparecido. Había salido en mangas de camisa. Cruzó los brazos y empezó a patear el suelo-. Miren… No podía haberlo sabido, ¿de acuerdo? Creí que era una mera discusión. Me hubiera sentido un verdadero imbécil si hubiera intervenido.

– Dinos lo que pasó, David -dijo Kincaid-. ¿Quieres volver adentro?

David echó una ojeada a la puerta.

– No. No me necesitarán durante un rato. -Los volvió a mirar a ellos, tragó saliva y continuó-. Unos minutos después de que el señor Swann y el otro tipo se fueran, salí a descansar un poco. Normalmente Kelly pasa a tomarse una copa después del trabajo y me gusta vigilar un poco, ya saben, una chica sola por la noche. Esto ya no es tan seguro como antes. -Hizo una pausa, como dándose cuenta quizás a quién estaba sermoneando, y Gemma pudo notar cómo David se abochornaba-. En fin. Estaba más o menos donde estamos ahora, cuando oí un ruido en el río. -Apuntó hacia la calle levemente inclinada-. Era una noche clara, no como hoy. Y el río está a unos pocos metros. -Paró de nuevo, como esperando a ser sonsacado.

– ¿Pudo ver algo? -preguntó Kincaid.

– La farola reflejaba un cabello rubio y una figura ligeramente más pequeña, más oscura. Pienso que debían ser el señor Swann y el otro tipo, pero no podría jurarlo.

– ¿Estaban peleándose? -Gemma no pudo evitar sonar incrédula. Encontraba casi inconcebible la idea de Tommy Godwin implicado en un enfrentamiento físico.

– Era una escaramuza, como niños en el patio del colegio.

Kincaid miró a Gemma con las cejas arqueadas, denotando sorpresa.

– ¿Qué pasó luego, David?

– Oí el coche de Kelly. Silenciador roto -añadió, a modo de explicación-. Se puede oír a una milla de distancia. Fui a buscarla y cuando volví ya se habían ido. -Estudió sus caras con ansiedad-. No creerán… Nunca imaginé…

– David -dijo Kincaid-, ¿puede decimos a qué hora sucedió esto?

Asintió.

– Diez menos cuarto, o casi.

– El otro hombre -terció Gemma-, ¿lo reconocería si lo volviera a ver?

Podía ver la piel de sus brazos en carne de gallina, pero seguía quieto, dadas las circunstancias.

– Bueno, sí. Supongo que sí. No creerán que…

– Quizás convenga que haga una identificación. Mera rutina -añadió Gemma tranquilizándolo-. ¿Podemos encontrarlo aquí? Será mejor que también nos dé su dirección y el número de teléfono de su casa. -Le pasó el cuaderno de notas y él garabateó sus datos, entrecerrando los ojos debido al brillo naranja de las farolas-. Será mejor que vuelva con sus clientes -dijo Gemma, sonriéndole cuando él hubo terminado de escribir-. Nos pondremos en contacto con usted si lo necesitamos.

Cuando David se hubo ido, ella se volvió hacia Kincaid.

– Sé lo que piensas, pero es imposible. Sabemos que estuvo en Londres pocos minutos después de las once…

Kincaid le puso los dedos en el hombro, girándola con cuidado.

– Vamos a ver el río. -Mientras caminaban, la niebla los envolvió, metiéndose sigilosamente por la ropa, cubriendo su piel de gotitas, de manera que sus caras brillaban por el reflejo de la luz. El pavimento terminó y sus pies empezaron a crujir sobre la gravilla. Luego oyeron el agua lamiendo la orilla-. Debemos de estar cerca -dijo Kincaid-. ¿Lo hueles?

La temperatura había caído notablemente al acercarse ellos al agua. Gemma tuvo escalofríos y se abrazó al abrigo. La oscuridad delante de ellos se volvió más densa, más negra. Pararon, forzando la vista.

– ¿Qué es este sitio?

Kincaid enfocó su linterna de bolsillo hacia la gravilla.

– Se pueden ver las rodadas donde los coches estaban aparcados. A los forenses les encantará.

Gemma se volvió hacia él, intentando que sus dientes dejaran de castañetear.

– ¿Cómo podría haberlo hecho Tommy? Incluso si hubiera estrangulado a Connor y lo hubiera metido en el maletero de su coche, tendría que haber conducido como un loco para estar en Londres antes de las once. No es posible que condujera a Hambleden con el cuerpo de Con en el maletero durante todo el trayecto.

– Pero -empezó a razonar Kincaid-, podría haber dejado el cuerpo en el maletero, conducir hasta Londres para establecer la coartada, y luego tirar el cuerpo.

– No tiene sentido. ¿Por qué ir al teatro? Era el único lugar que podía conectarlo con los Asherton y, a través de ellos, con Connor. Y si quería establecer una coartada, ¿por qué no firmar en el libro de registro? Tan sólo fue cuestión de suerte que Alison lo viera en el camerino de Gerald. Y desde luego Gerald no lo ha mencionado. -Gemma había olvidado el frío y la humedad con el calor de la discusión. Inspiró para su salva final-. Incluso si el resto fuera cierto, ¿cómo hubiera podido llevar el cuerpo de Con desde el aparcamiento de Hambleden hasta la esclusa?

Kincaid ofreció su sonrisa más irritante, la que significaba que encontraba divertido el tono vehemente de Gemma.

– Bueno. Será mejor que se lo preguntemos, ¿no?