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Él condujo sin prisa, sólo otro coche que se había detenido en Maple Avenue, cerca del edificio municipal. Podría haber venido de la biblioteca pública, que se encontraba en tres habitaciones en el segundo piso. O podía haber salido de la comisaría, después de haber pagado una multa… o haber estado en la oficina municipal, después de haber adquirido nuevas placas para su perro.
Por supuesto, no había estado haciendo ninguna de esas cosas. Pero, para el observador casual, el hombre que conducía un Chrysler sedán era un ciudadano, pasando la tarde ocupándose de sus asuntos.
Permaneció varios coches detrás del Camaro negro que llevaba a su presa, lo suficientemente lejos para permanecer bajo el radar del conductor, que tenía que ser un Federal. Dios sabía que había conocido bastantes en su día. Él sabía cómo mejor seguirlos sin ser notado.
El Camaro giró a la derecha en Brighton, y siguió indiferente. Pero cuando el conductor entró en el estacionamiento del Inn Brighton, siguió derecho, al mismo ritmo estable que había mantenido desde que inició su vigilancia. Vaciló sólo brevemente antes de tomar su teléfono móvil. Marcó el número y esperó, y sólo se sintió levemente molesto cuando el correo de voz saltó en lugar de una voz en vivo.
– Hey, hola, soy yo. Escucha, acabo de tener una idea. Sé que todos estuvimos de acuerdo en reunirnos en Bowers Diner para cenar, pero tengo unas ganas de comer mariscos desde que me levanté esta mañana, y no va a desaparecer. Me preguntaba si podríamos cambiar nuestros planes para cenar y reunirnos en la Posada Brighton. En los viejos tiempos, tenían el mejor pescado azul al horno en la costa de Jersey. Y yo trabajé allí unos veranos, sabes, así que estaba pensando que podría ser bueno pasar, y ver cómo el viejo lugar se ha mantenido. Piénsalo, y si te parece bien, llámame y me pondré en contacto con los demás. Tienes mi número… espero noticias tuyas.
Cortó la llamada y volteó en la zona de aparcamiento justo frente a la playa. No tenía sentido ir a alguna parte hasta que volviera a saber de sus amigos. No creyó que hubiera algún problema con el cambio de planes. Los chicos querían reunirse y hablar sobre los viejos tiempos, sin importar dónde.
Días de gloria, de hecho.
Si sólo supieran.
No que cualquiera de sus viejos amigos sospechara alguna vez. Una sonrisa curvó las comisuras de su boca, imaginando sus reacciones en caso de que la verdad alguna vez saliera a la luz. Casi podía oír sus palabras horrorizadas.
No, no, no lo creo. Ni una palabra… No voy a creerlo hasta que lo escuche de sus propios labios. Lo he conocido toda mi vida… fui a la escuela con él desde el jodido jardín de infancia… No, no, tiene que haber algún error. Él es como un hermano para mí…
Una sacudida firme de cabeza seguiría como negación sin cambiar de opinión. No, nunca lo creeré…
Créelo, amigo. Créelo…
Se quitó sus zapatos y calcetines y se guardó el teléfono en su bolsillo antes de cerrar con llave la puerta y encaminarse a lo largo de la duna. A última hora de la tarde, a principios de la temporada, había niños sobre todo mayores en la playa, los pequeños habían regresado a casa con sus madres para preparar la cena. Los niños -adolescentes, en todo caso- no le molestaban. No les interesaba para nada. Rodeó una red de voleibol y caminó hasta que llegó a las olas. En la marea baja, la arena tenía una gruesa capa de conchas rotas, lo que obligaba a caminar por encima del nivel del agua. Sin embargo, las perneras de sus pantalones se mojaron con el agua, y tendría que cambiarse antes de la cena. Él no hizo caso. Después de todos los años que había estado lejos, un rápido viaje de regreso a su cabaña alquilada para cambiarse de ropa era un pequeño precio a pagar por un paseo a lo largo de la playa. Su pensamiento nunca había sido más claro, su enfoque nunca más agudo, que cuando hacía precisamente eso.
Como hoy. Todo había caído en su lugar con su primer paseo a las dunas.
Ahora, volviendo atrás, sabía exactamente lo que necesitaba hacer, y cómo llevaría a cabo su objetivo. ¿No había aprendido esa lección hace mucho tiempo, repetida en la cabeza una y otra vez por su padre?
– No se puede lograr nada sin un maldito objetivo, -el viejo lo había sermoneado una y otra vez-. Si quieres tener éxito en algo, fija el objetivo, y síguelo con todo lo que tienes.
Bueno, eso fue probablemente lo único que el viejo había dicho que había tenido mucho sentido para él, y además había valido la pena recordar.
El timbre del teléfono lo sacudió de nuevo al presente y la situación entre manos. Contestó al segundo timbrazo. Por supuesto que podrían encontrarse en la Posada Brighton. Los otros ya habían sido contactados y estaban todos de acuerdo. Nos encontramos a las siete, el primero que llegue consigue una mesa, ordena y paga la primera ronda. Igual que en los viejos tiempos.
Ahora él tenía su objetivo, tenía su plan. Alentado por el optimismo, se volvió y caminó a través de la playa hasta que llegó a las dunas. Sin ni siquiera una mirada hacia atrás al océano que había extrañado tanto durante tantos años, regresó a su automóvil y se quitó la arena de sus pies. Tenía menos de treinta minutos para correr a casa y cambiarse antes de reunirse con los chicos para cenar.
Él esperaba con algo más que interés una buena comida.
– Me alegra que decidieras unirte a mí, -dijo Rick después de la camarera había servido sus entradas-. Te ves un poco agotada. Mi abuela siempre solía decir que la mejor cura para ese tipo de cansancio era una buena comida y una buena noche de sueño.
– Bueno, con suerte, esta noche tendré ambos. -Cass volvió a arreglar su servilleta en el regazo por la que Rick pensó podría ser la quinta o sexta vez.
– No deberías tomar en cuenta la suerte. Ordenaste una cena abundante, y tan pronto como hayas terminado de comer, puedes subir al segundo piso y desplomarte durante el tiempo que necesites. -Recordó su conversación con Mitch-. O al menos hasta que llegue la hora de levantarse mañana por la mañana para nuestra reunión a las diez.
Ella frunció el ceño.
– ¿Estás seguro de que me necesitas?
– ¿Preferirías que te dejara aquí sola?
– He estado cuidando de mí misma durante mucho tiempo, Rick.
– Y si Dios quiere, el día cuando te cuides por ti misma de nuevo está cerca al alcance de la mano. -Bajó su voz-. Pero hasta que no tengamos a este tipo en la cárcel o sobre una mesa en la oficina del forense, mi tiempo es tu tiempo.
– No puede ocurrir lo suficientemente pronto para mí. Quiero volver a trabajar. -Ella picó en su plato de vieiras-. Además, parece como si todo el mundo está a la espera de que el otro zapato caiga. Han pasado tres días desde que atacó a Lucy. Es el periodo más largo que ha habido entre los ataques desde que esto comenzó.
– ¿Qué probabilidades hay de que haya dejado la ciudad? -Él pareció a punto de decir otra cosa, pero se detuvo cuando la camarera condujo a un hombre bien vestido a una mesa cercana para cuatro.
– En cualquier caso, esperemos que podamos reunirlo pronto, antes de que él haga su próximo movimiento.
– ¿Cuáles son las posibilidades de que seremos capaces de hacerlo? -Ella dejó su tenedor-. De una manera realista.
– Mitch dice que tiene una serie de coincidencias de ADN, de costa a costa. Estamos esperando los resultados del ADN de la muestra de sangre de tu puerta de atrás. Apuesto que es un igual, lo mires por donde lo mires.
– No te ofensas, pero los iguales de ADN no nos ayudarán si no tenemos un sospechoso.
– Tenemos el potencial para cuatro.
– ¿Cómo podemos rápidamente sacarlo de la manada?
Él sonrió.
– ¿Seguro que no eres de Texas?
– Tuve un compañero de cuarto, una vez que lo era. -Ella volvió a comer.
– Mientras estabas en la ducha, llamé al jefe. Tendrá al retratista por aquí mañana al mediodía, por lo que dentro de veinticuatro horas deberíamos tener una idea precisa de como se ve este tipo. Estoy dispuesto a apostar a que alguien lo reconocerá en seguida. Denver o Phyl, probablemente. -Hizo una pausa, luego agregó-, quizá tú misma. Pero mientras tanto, nos tomará unas cuantas horas mañana revisar lo que Mitch ha recopilado, ver si algo se destaca.
– Apuesto que nada lo hace. -Ella sacudió su cabeza-. Esa es la cosa acerca de este tipo. Nada sobre él parece destacarse.
Dos hombres más de mediana edad pasaron al lado de ellos y fueron a sentarse en una mesa a su izquierda.
– Tarde o temprano, revelará algo.
– ¿Qué te hace pensar así? Ha estado en este juego por veintiséis años sin un tropiezo, Rick. ¿Qué te hace pensar que se hará descuidado ahora?
– Debido a que ahora es personal para él. No creo que esté acostumbrado al fracaso. Y el ataque a Lucy terminó en fracaso. No hubo violación. Ni asesinato. Debe haberle dolido. Eso hace que sea personal. Y vamos a hablar sobre el hecho de que debe estar bastante furioso contigo. Tú interferiste con sus planes, no una vez, sino dos veces. -Él miraba su cara mientras asimilaba sus palabras. Cuando ella no ofreció ninguna respuesta, él dijo-, sabes que nueve veces de cada diez, un asesino enfurecido es un asesino descuidado.
– No sabemos si ha fracasado en el pasado. Sólo sabemos sobre sus éxitos. -Ella se estremeció ante el uso de la palabra.
Un caballero pasó y fue recibido en voz alta por el grupo cercano.
– Y eso es en lo que nos enfocaremos. -Rick echó un vistazo cuando las risas estallaron desde la mesa donde cuatro hombres ahora estaban sentados -. Por desgracia, son sus éxitos los que nos llevan a él. Tendremos que tratar de ser pacientes, mientras unimos las piezas para formar la imagen.
Ella se animó un poco.
– Oh. Hablando de eso, mientras me estaba cambiando arriba justo antes de bajar a cenar, me llamó Phyl.
– ¿Phyl? -Frunció el ceño.
– Phyl Lannick. La asistente del Jefe Denver. Dijo que recordaba que una mujer que vive enfrente de ella está en el consejo de administración del refugio de aves. Habló con ella cuando llegó a casa esta noche. -Cass pinchó una rodaja de zanahoria con su tenedor.
– ¿Y…?
– Y la vecina le dijo que sí, utilizaron ese sello de halcón en el dorso de las manos de todos los clientes de pago y los voluntarios de todos los días para la recaudación de fondos o en eventos de fin de semana. Siguen utilizando el mismo motivo. -Bajó su tenedor-. Y recuerda que fue mi madre quien presentó el diseño original para el halcón.
– ¿Ella lo hizo?
– Así es como la vecina de Phyl lo recuerda. -Su voz se redujo a casi un susurro-. ¿No sería extraño, si esa es la clave para encontrar a este tipo? ¿Que después de todos estos años, algo que vino a mí a través de la hipnosis, algo que ni siquiera recordaba conscientemente, condujera al hombre que los mató? No sólo a mi familia, sino a todas esas mujeres.
– ¿Y que eso fuera algo que había sido inicialmente diseñado por tu madre? -Rick cabeceó-. No sé si lo encontraría tan extraño, más que apropiado.
Ella dejó su tenedor.
– Cada vez que pienso en lo que casi le hizo a Lucy…
– Pero no lo hizo, Cass. No lo hizo porque no lo permitiste. Le ganaste.
– Esta vez.
– Qué quieres decir, que…
– Creo que necesito acostarme, ahora, estoy muy cansada. ¿Te importa? ¿Acabaste? -Ella dobló su servilleta y la puso al lado de su plato.
– Sí, terminé, y no, no me importa. Pero Cass, si estás pensando que deberías haber sido capaz de salvar a tu madre… salvar a tu familia… salvar a alguien… No puedes pensar que quizás podrías haberlo hecho.
Ella empujó su silla sin encontrar sus ojos.
– Creo que voy a ir a la habitación, si está bien. Gracias por la cena. Estuvo deliciosa. -Sin esperar una protesta, se puso de pie, y después de sacar su bolso del respaldo de su silla donde lo había colgado antes, abandonó la sala.
Rick hizo señas a la camarera para que le llevara la cuenta. Garabateó de prisa una propina, firmó con su nombre y número de habitación, y siguió a Cass al vestíbulo, esperando alcanzarla antes de que se encerrara a cal y canto en su habitación, de la forma que sospechó iba a hacer.
Desde su asiento, tenía una vista perfecta de ella, a veces podía leer sus labios. La vio dejar su mesa y salir de prisa de la sala.
¿Una pelea de enamorados?
No. Ella y el Federal no eran amantes. Todavía no, de todos modos. Quizás con el tiempo -parecía haber un interés genuino, por ambas partes, cualquiera se podía dar cuenta- pero no todavía. Que pena que no llegaran a explorarlo.
Bueno, el Federal lo superaría. La recordaría como un sueño trágicamente incumplido, ese tipo de cosas. A pesar de su robusta apariencia, había una sensibilidad en el Federal. Estaba allí en el modo en que miraba a Cass, en la forma en que miraba su cara cuando ella hablaba. Pero seguiría adelante. Todo el mundo sigue adelante.
Era evidente que algo la había alterado. Por supuesto, la causa de su perturbación era irrelevante para él, y todo palidecería en comparación con lo que había previsto para ella. Eso, era todo lo que podía hacer para mantener su mente en la conversación a su alrededor. Todo lo que podía pensar era en poner sus manos alrededor de su cuello y apretar hasta que sus ojos quedaran en blanco… y tan bien, tan placentero, se sentiría.
Miró al Federal firmar la cuenta, y a la camarera volverse para acercarse a la caja.
– ¿Señorita? -Él agitó la mano, le hizo señas para que se acercara, y le susurró, lo que la obligó a inclinarse levemente-. Tráiganos una botella de champaña, ¿sí? ¿Y cuatro vasos?
Ella sonrió y asintió, totalmente inconsciente de que su mirada había caído en la cuenta que sostenía casualmente en una mano.
No podía leer la firma, pero el nombre del Federal era totalmente sin importancia. Había obtenido lo que quería.
Habitación 212.
La segunda planta se utiliza toda para dos -o tres- habitaciones en suites. Se preguntó si aún era así. Eso tendría sentido. Era evidente para él que ella y el Federal no dormían juntos, pero el Federal se mantendría lo más cerca que pudiera. Una suite de dos habitaciones, sin duda, cumpliría los requisitos.
Una sonrisa satisfecha cruzó sus labios. No estaba muy seguro de lo que haría con la información que ahora disponía, pero estaba seguro de que le resultaría útil. Tal vez un viaje rápido a la segunda planta -simplemente para ver si la configuración del terreno- estaba en orden.
– Discúlpenme, -dijo a sus compañeros-. Voy al baño. Ordenen pez azul para mí si la camarera vuelve, ¿está bien?
Él caminó por el cuarto, que se había llenado mucho desde que había llegado antes. Saludó a un viejo conocido o dos en su camino hacia el vestíbulo. Una vez allí, entró en el hueco de la escalera vacío y subió tranquilo al segundo piso.
La habitación 212 estaba al final del pasillo. Conveniente. ¿Pero en cuál lado del edificio estaba él? No podía recordarlo. Habían pasado demasiados años.
Caminó hacia el extremo opuesto del pasillo y miró por la ventana para orientarse. La habitación daba a la calle.
Nada bueno.
Nada insuperable, pero no era bueno.
Un vistazo a las cerraduras resultó alentador, sin embargo. Había franqueado cerraduras más difíciles con los ojos cerrados.
Silbó todo el camino hacia las escaleras, y todo el camino hacia abajo, hasta el vestíbulo. Tal vez necesitaría cambiar sus planes un poco, pero ¿y qué? Los planes deben ser flexibles, ¿verdad?
Uno de sus compañeros levantó la mirada cuando se acercó a la mesa.
– Estás en buena forma esta noche. Te ves como el viejo gato que se comió el canario.
– Siempre he odiado ese cliché, -uno de los otros dijo.
– Bueno, este gato no es tan viejo. -Él se dejó caer de nuevo en su asiento-. Que dicen ¿ordenamos otra botella de champaña?
– ¿Tú la compras? -El amigo a su izquierda preguntó.
– Claro. ¿Por qué no?
Todavía sonreía, no podía controlarse. Tenía el resto de la noche todo calculado en su cabeza -el Plan B, estaba empezando a pensar en él- y se sentía bien.
Se tardó en el vestíbulo después de que los demás salieron, con el pretexto de hacer reservaciones para la noche del sábado.
– Es el aniversario de matrimonio de mi hermano, -explicó cuando los dejó en la puerta-. Estoy seguro de que a él y a su esposa les encantaría celebrar aquí.
Se detuvo en el mostrador para hacer alguna pregunta tonta a la mujer joven y poco atenta de turno. Había tanta gente apiñándose en el vestíbulo y el porche delantero, por lo que le pareció mejor hacer un rápido reconocimiento del exterior de la Posada. Las ventanas de la habitación 212 serían bastante fáciles de encontrar.
Deambuló por la parte trasera del edificio, y como había previsto, no tuvo problemas para localizar el cuarto, que, para su sorpresa, tenía un pequeño balcón. Ahora bien, había posibilidades que era necesario tener en cuenta. Dio unos pasos más acercándose, pensando que tal vez ese era el modo de hacerlo. Pero no había nada debajo del balcón por donde subir. Frunció el ceño, disgustado. Habría querido haberlo hecho así.
Estaba medio escondido en las sombras, recordando un tiempo cuando quizás había podido hacer el salto desde el suelo hasta el balcón, pero esos días, tristemente, habían quedado atrás ahora.
Ah, la juventud…
– Oye, amigo, ¿te estás alojando aquí? -La voz traspasó su conciencia como el vidrio fragmentado.
Asustado, se volvió para encontrar a un compañero de clase de pie en el sendero ni a diez pies de distancia.
– Ah, no. Sólo estaba… -¿Sólo qué? Mierda. ¿Sólo que estaba haciendo él ahí?
– ¿Estás aquí para la fiesta en la sala de baile en el segundo piso? ¿Todd Lennin?
– Ah, sí. De hecho, sí. -Curvó la boca en una sonrisa y dio un paso hacia el sendero. Su cerebro casi sufrió un derrame. Grandioso. Iremos a una fiesta en el segundo piso con un montón de gente invitada que me han conocido toda mi vida. Y Todd Lennin, de todas las personas. Primero muerto que agarrado en cualquier fiesta que Todd Lennin tendría.
Dio un rápido vistazo alrededor para ver si el hombre -¿Carl algo así?- estaba solo. Parecía estarlo.
– Tomaste el mismo atajo que nosotros tomamos. -¿Carl-Cal?- Gesticuló hacia el final de la propiedad.
– ¿Nosotros?
– Mi esposa y los Davis. ¿Recuerdas a George Davis? -Carl/Cal fue zigzagueando un poco. Por lo que veía, había comenzado la fiesta un poco temprano.
Carl Sellers. Eso era.
– Claro, recuerdo a George. -El imbécil de George Davis. ¿Quién no lo recordaba? Sólo el tipo en la clase más idiota que George era Carl-. ¿Viene él, entonces?
– Ellos ya entraron, me detuve por un paquete de cigarrillos… no puede creer que todavía fume. No es que no sepa. -Carl sacudió la cabeza parcialmente calva y tocó el bolsillo de chaqueta-. Sencillamente parece que no puedo detenerme.
– Sé lo que quieres decir.
– ¿Fumas?
– Me avergüenza admitirlo, pero sí, lo hago. De hecho, cuando llegaste, estaba en realidad buscando mi encendedor. Creo que se me cayó por aquí. -Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y trató de parecer acongojado-. No me preocuparía, pero perteneció a mi padre.
– Oh, oye, eso es duro. Y los buenos encendedores son difíciles de encontrar, ¿no? -Carl metió la mano en su bolsillo-. Yo, uso estos Bics. Pero si tuviera uno de esos antiguos encendedores, lo usaría. Me encantan esas cosas. Mi papá tenía uno, también. -Él se balanceó ligeramente otra vez-. Oye, me encantaría ayudarte a buscarlo. ¿Dónde crees que se te cayó, en algún sitio cerca del sendero?
– Ese es el único lugar que puedo imaginar. Tú sabes lo que es, quieres fumar en un lugar así, y sientes que tienes que ir a donde no te vean.
– Esa es una verdad indiscutible, hombre. -Su voz tuvo un toque de indignación-. Somos como parias o algo así.
– Exactamente.
– Te ayudaré a buscarlo y luego podemos subir juntos.
– Vaya, gracias. Sería genial. Podemos ponernos al día sobre los viejos tiempos. -Como si tuvieran algunos viejos tiempos, para ponerse al día. Carl nunca fue parte de su grupo.
Carl lo siguió a la vuelta de la esquina del edificio, con su cabeza hacia abajo.
– Que oscuro está aquí atrás, no sé cómo vas a encontrar nada. Tal vez deberíamos esperar hasta la m…
Un golpe en la nuca y Carl había caído. Una torcedura rápida y experta del cuello le aseguró que Carl que se había desplomado de forma permanente.
Mirando alrededor para cerciorarse que nadie se había acercado al camino, levantó el cuerpo de Carl y llevó al contenedor en la parte trasera del edificio. Con un gruñido, lo lanzó bruscamente por un lado. A continuación, se inclinó por la cintura, puso sus manos en las rodillas mientras luchaba por recobrar el aliento.
Condenación. En su apogeo, podía sacudir un cuerpo sobre su cabeza sin romper el paso.
Sí, bueno, esos eran los días. Había cumplido cuarenta y cinco en febrero. No exactamente su mejor hora, no para ese tipo de cosas.
Se limpió las manos mientras regresaba al estacionamiento, preguntando si realmente había sido necesario.
Sí, maldita sea. Lo era.
Hubo tanta ira quemando dentro de él en ese preciso momento, sentía fundirse la sangre en sus venas. La presión llegaba a ser intolerable.
Carl había arruinado su noche, apareciendo cuando lo hizo, y viendo donde había estado parado. Si en algún momento en el futuro una mujer era encontrada muerta en la habitación 212 -y con la maldita la habitación justo allí-, sin duda Carl recordaría a quien había visto en el estacionamiento y recordaría donde él había estado mirando.
Especialmente si la mujer era Cass Burke.
Además, se sentía irritado. Más que irritado. La noche había empezado de forma prometedora, pero con una fiesta a tres puertas de su habitación, tendría que esperar. No podía aprovechar la oportunidad por si era visto. Maldijo entre sí.
La sangre palpitaba en su cabeza tan fuerte, que sonaba como el océano. Y sus manos estaban empezando a temblar… nunca una buena señal. Su piel estaba empezando a picar.
Había una sola manera de rascarse esa picazón.
Parece que tendría que pasar al Plan C.
En algún lugar, habría alguien. Alguien con el pelo largo oscuro y una promesa en sus ojos.
Antes de que el sol saliera mañana, él la encontraría.