177784.fb2 Verdad Fria - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 27

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24

– ¿Dime de nuevo por qué vamos a Plainsville? -Cass se acomodó en el asiento individual del Camaro de Rick y se ató el cinturón de seguridad.

– Vamos a intercambiar información.

– Creo que hemos dado a Mitch casi todo lo que tenemos. ¿Que nos queda para cambiar?

– Él al parecer ha golpeado una veta madre con su solicitud de información a las agencias de la aplicación de la ley que contactó. Dice que tiene una línea de tiempo bastante impresionante de las actividades de nuestro hombre a lo largo de los últimos veintitantos años. Yo diría que sólo por eso vale la pena el viaje.

– ¿Por qué no nos lo manda por fax?

– Aparentemente todavía siguen llegando. Recuerda, ha pasado menos de una semana desde que envió sus solicitudes. Algunas agencias siguen juntando sus datos. -Rick se detuvo en la esquina y giró hacia ella-. ¿Hay algún problema del que no estoy enterado? ¿Hay alguna razón por la que no quieres ir? Porque si la hay, hablémoslo ahora, antes de llegar a la carretera.

– No es que no quiera ir. -Ella se movió en su asiento volviéndose hacia él-. Es sólo que siento que debería estar aquí con Lucy esta tarde. Cuando se reúna con la dibujante.

– No puedes estar en la habitación con Lucy cuando ella y Kendra se reúnan. Kendra no lo permitirá.

– ¿Por qué no?

– Ella quiere el menor número de distracciones como sea posible. Si ella está tratando con un niño, quizás dejaría entrar a uno de los padres. De lo contrario, prefiere un uno a uno con su sujeto.

– Oh. Bueno, entonces…

– Espero que estemos de vuelta cuando Kendra termine, por lo que puedes ver a Lucy cuando acabe. Pero dudo que Kendra te permita observar.

Cass asintió.

– Está bien, pues. Vamos.

Rick tomó a la izquierda y se dirigieron hacia el puente de entrada entre Bowers y el continente.

– Bonito, ¿no? -Él cabeceó hacia la bahía mientras cruzaban el estrecho puente.

– Precioso. Me encanta. Adoro ver la puesta de sol sobre él cada noche.

– ¿Alguna vez has vivido en algún otro lugar? -Preguntó.

– Sólo cuando estaba en la universidad. Aparte de eso, toda mi vida he estado en la costa de Jersey.

– ¿Dónde fuiste a la universidad?

– Cabrini. En las afueras de Philly.

– Sé donde. Fui a Penn.

– ¿Fue ahí donde redujiste el acento de Texas de tu habla?

– En realidad lo perdí unos años antes. -Redujo la marcha a la entrada de la carretera-. Fui a un internado en Connecticut.

– ¿Cómo terminaste allá arriba?

– No fue mi elección. -Encendió la radio y comenzó a buscar una estación que tuviera más música que estática-. La idea fue de mi madre.

– Oh. -Ella quería preguntar qué había impulsado a su madre a enviarlo lejos a tan temprana edad, pero dudó.

– Sintió que era lo mejor en ese momento. -Él sabía que ella era demasiado cortés para preguntar, y sabía, también que estarían al menos una hora juntos en el coche. Tenían que hablar de algo.

– Mencionaste una vez que había vuelto a casarse.

– Se casó. Ella y mi padre nunca se casaron. -Se conformó con rock clásico fuera de Nueva York.

– Cierto. Lo siento.

– No fue culpa suya. -Sonrió. Sabía que era un tema difícil-. Cuando se casó con mi padrastro, y comenzó a tener familia con él, supongo que sintió que el contraste entre nosotros era demasiado grande. Causaba que las personas le hicieran demasiadas preguntas que avergonzaban no sólo a mi madre, sino a su marido.

– ¿Qué contraste?

– Todos sus hijos con Edgard -su esposo- son rubios y de ojos azules. Yo, siendo una cuarta parte mexicano, destacaba como cerdo en misa en los retratos de familia.

– ¿Eres parte mexicano?

– A veces pienso que es mi mejor parte. -Trató de sonreír una vez más, tuvo menos éxito esta vez-. Mi abuelo -el padre de mi madre- era mexicano. Mi abuela era sueca. Menuda combinación, ¿eh?

– ¿Y los padres de tu padre?

– Irlandés e italiano.

– Toda una combinación, en efecto.

– Y tú eres, qué, ¿irlandés y…?

En la radio, Sting cantaba sobre los campos dorados.

– ¿Irlandés es lo que aparento?

– Oh, sí. -Esa vez cuando él sonrió, fue de verdad.

– Irlandés, alemán y francés.

– Tengo que amar América. -Él sacudió la cabeza-. Tengo que amar esa mezcla de culturas.

Ella miró por la ventana la vista aparentemente interminable de matorrales de pino. A menos de una milla a lo lejos, los nuevos centros comerciales e hileras de tiendas abundaban. La cambiante fisonomía de la zona no era totalmente de su gusto.

– ¿Odiaste el internado?, -preguntó suavemente.

– Al principio, sí. Sí, lo hice. Después de un tiempo, sin embargo, me adapté. Aprendí a sacar el mayor partido posible.

– ¿Cómo?

– Bueno, por un lado, ya que era más grande que todos los demás, no fui intimidado mucho. Por otro, era un buen deportista. Y era listo.

– ¿Qué deporte practicaste?

– Fútbol y béisbol.

– ¿Eras muy bueno?

– En realidad, lo era, -admitió-. En general, una vez que me acostumbré al hecho de que no me iba a casa hasta el final del trimestre, estuve bien. Me ajusté.

– Fuiste un niño inteligente, entonces. Muchos niños se rebelan cuando los envían a algún lugar donde no quieren estar.

– ¿Es que la voz de la experiencia la que habla?

Ella asintió.

– Después de que perdiera a mi familia, me fui a vivir con mi tía y tío… la familia de Lucy.

– ¿Y las cosas no estaban bien allí?

– No era malo, -dijo-. Sé que hicieron todo lo posible por mí. Y estar con Lucy era un consuelo, en cierto modo. Ella y yo habíamos sido siempre muy cercanas. Pero…

– Pero no era tu casa, y no era tu familia.

– Sentí como si hubiera entrado en la vida de alguien más. Yo quería mi propia vida de regreso. Quería ir a casa, -dijo simplemente-. Yo quería a mi madre, mi padre, mi hermana y mi casa. Por mucho que la tía Kimmie me amara, era la madre de Lucy, no la mía. Y Lucy, por más cercana que fuéramos, no era mi hermana. Quería que las cosas fueran de la forma que habían sido. Nunca pude aceptar realmente lo que había sucedido.

Él había bajado la radio cuando ella había comenzado a hablar, quería oír cada una de sus palabras. Sabía instintivamente que eso no era algo de lo que hablara a menudo. Quiso que supiera que él lo entendía, y por lo tanto, le ofreció su total atención.

– ¿Así que te rebelaste cómo? -Preguntó.

– Nombra algo. -Ella se rió secamente-. Bebí. Fumé. Me quedé fuera por la noche. Para gran consternación por parte de mi tía y tío. Simplemente no sabían qué hacer conmigo. Mirando hacia atrás, me siento mal por haberlos hecho pasar por tanto. Ellos de verdad lo intentaron con todas sus fuerzas.

Ella se mordió el labio y miró por la ventana.

– Estoy seguro de que la situación era difícil para tu tía, también.

– No tenía idea de eso, de niña. No era consciente del dolor de nadie excepto del mío. Si ella lloró, no lo noté. Yo sólo sabía que todo mi mundo se había derrumbado bajo mis pies. No tenía ningún sentido del sufrimiento de los demás en aquel entonces.

– Bueno, eras muy joven.

– Siete ese verano. -Se mordió el labio y miró por la ventana-. Cuando tuve la edad suficiente para comprender las cosas un poco mejor -que no fue hasta que estuve en la universidad- me sorprendió haber sobrevivido a todo. Sencillamente no te das cuenta de cuánto dolor el espíritu humano puede soportar.

– Parece que resultó bien. -Él se acercó más y tomó su mano-. Mejor que bien. Quizás seas la mujer más fuerte que he conocido. Y he conocido algunas mujeres realmente fuertes.

– No tuve una elección.

– Todos tienes una opción. Te metes en situaciones que odias, lugares que no quieres estar, tienes una elección. Vas con ella y la haces propia, o luchas sin tregua contra ella. El listo sabe cuándo dejar de luchar. El fuerte sabe cuándo dejar ir el pasado, tomar lo que tiene y convertirlo en algo con lo que puede vivir.

– Es más fácil para unos que para otros.

– No te engañes, Cass. No es fácil para nadie.

Como no tenía respuesta, giró su rostro a la ventana una vez más, y miró los árboles pasar zumbando mientras el coche iba a gran velocidad. Le había revelado más de ella misma a él que a nadie en mucho tiempo, y no estaba segura del por qué.

Ella se inclinó hacia delante y subió el volumen en la radio. Por ahora, no tenía nada más que decir.

***

– Entonces, ¿qué tenemos hasta aquí? -Mitch preguntó mientras seguía a Regan a su oficina-. ¿Entró algo nuevo desde que me fui anoche?

– El fax no ha parado, -le dijo-. Me está comiendo todo lo que tengo en casa. Bueno, de papel, de todos modos.

Ella señaló los montones ordenadamente arreglados encima del escritorio.

– Estos entraron tarde anoche, este otro montón estuvo en la bandeja esta mañana. Los que todavía están en la bandeja han llegado desde el momento que me levanté a las seis, vacié la bandeja, y desayuné. -Se detuvo-. Hablando de eso, ¿has comido?

– Sí, gracias por preguntar. El restaurante al lado del motel hace una tortilla decente. Pero si hay café…

– Siempre hay café. Creo que ya sabes dónde encontrarlo. -Ella le señaló la cocina.

– ¿Necesitas una recarga? -le preguntó desde la puerta.

– Sí. Gracias. -Le entregó su taza.

La máquina de fax sonó, señalando más entrante.

– Se desató una inundación aquí, creo, -murmuró entre sí mientas grapaba las páginas del último fax.

Mitch regresó con dos tazas en la mano.

– ¿Qué fue eso?

– Dije, hemos abierto las compuertas. No puedo creer la cantidad de asesinatos sin resolver hay. -Sacudió su cabeza-. Y estos son sólo los que mejor se ajustan a nuestro perfil.

– Bueno, echemos un vistazo y veamos cuantos realmente lo son.

Ella le entregó una pila de papeles.

– Estos ya están separados. Son de todo el país.

Él se sentó en una de las sillas de cuero cerca de la esquina del escritorio y hojeó los faxes.

– Este parece auténtico, es de Texas. Podría ser nuestro tipo. -Continuó la lectura, su rostro un estudio de concentración-. Este, el de Idaho, no estoy tan seguro. Veamos si hay ADN que podamos comparar con el perfil de ADN que ya tenemos.

Él se inclinó sobre las páginas, volteándolas pensativamente.

– Me gusta este de Kentucky, -susurró-. Vamos a ver qué otra cosa tienen de él…

– Antes de que te ensimismes demasiado, hay otro fax que necesitas ver antes de que Rick llegue. -Ella le entregó una carpeta-. Esto entró de tu Oficina temprano esta mañana. Lo guardé separado de los otros faxes.

Él lo abrió y lo hojeó.

– Los datos sobre los cuatro nombres que Rick me dio. Cristo, cualquiera de estos podría ser nuestro tipo… ¿lo miraste?

Ella asintió.

– Ese fue mi primer pensamiento, también. Todos están en condiciones de desplazarse.

El sonido de la puerta de un coche la hizo acercarse a la ventana.

– Rick y Cass están aquí. -Ella desapareció del cuarto, el sonido de sus pasos yendo a la puerta delantera. Regresó en un momento, en compañía de Rick y Cass.

– Es una casa increíble, -Cass estaba diciendo-. Los jardines son hermosos.

– Gracias. Es obra de mi padre… temo que no contribuí nada a la decoración, ni con la jardinería. -Regan sonrió y acercó una silla al enorme escritorio.

– Cass, toma asiento. Rick, si traes es silla, podemos hacerte espacio.

Regan ocupó la silla detrás del escritorio, y se reclinó, haciéndole señas a Mitch para que comenzara.

– En primer lugar, hemos tenido una respuesta extraordinaria a nuestras solicitudes de información a los organismos de todo el país. Todavía los estoy revisando, pero hasta ahora tengo un montón pasmoso de sesenta y siete asesinatos no resueltos que encajan con nuestro asesino perfectamente.

– ¿Sesenta y siete? -Cass jadeó.

– Sesenta y siete que merecen una mirada más de cerca, sí. No hay ninguna garantía de que sea él, pero parecen condenadamente buenos. Hay otras varias docenas que son posibilidades remotas, pero en general, pienso que este tipo ha estado más ocupado de lo que cualquiera de nosotros podría haber imaginado.

– Bueno, si tomamos los sesenta y siete y los ordenamos por fecha, deberíamos tener una idea bastante precisa de donde estuvo en qué año, -dijo Cass pensativamente-. Si comparamos esto con donde los cuatro sospechosos principales estaban en esas épocas, deberíamos ser capaces de determinar cuál es nuestro hombre. O si ninguno de ellos lo es.

Mitch asintió.

– Ya estamos en eso. John tiene a alguien de la Oficina introduciendo los datos en el ordenador mientras hablamos. Debería tener algo para nosotros pronto.

– El Jefe Denver necesita saber todo esto, – le dijo Cass-. Él debe tener toda la información que tú tienes.

– Ya lo sabe, -le aseguró Mitch-. Hablé con él ayer por la tarde, enviándole por fax los detalles esenciales. No llegué a mandarlo todo porque su máquina de fax se atascó.

– Maldita cosa. -Cass sacudió su cabeza-. Hemos estado teniendo problemas con él durante meses. Simplemente no nos hemos hecho un tiempo para sustituirlo. Dame copias de lo que no se envió, y se las entregaré esta tarde.

– Estoy un paso delante de ti. -Regan sonrió y le entregó un sobre marrón-. Todo copiado y listo para marchar.

– Gracias. -Cass deslizó el sobre en el suelo entre las sillas de ella y de Rick.

– Bueno, echemos una mirada a lo que tienes sobre estos cuatro, -dijo Rick-. Vamos a ver lo que han estado haciendo desde que se fueron del antiguo Bowers High.

– Bayshore Regional, -Cass corrigió.

– Como sea. Echemos un vistazo.

– Regan, ¿puedes pasar estos por la fotocopiadora detrás de ti? Vamos a dar a cada uno su propio conjunto. -Mitch le dio la pila de papeles que él había retirado de la carpeta, y ella los apiló en la fotocopiadora a su derecha y apretó inicio. La máquina imprimió y recopiló cuatro juegos en poco más de un minuto. Regan los recogió, los grapó y pasó los paquetes.

– Bueno, echemos un vistazo a William Calhoun. Edad cuarenta y cinco, actualmente separado de su esposa. Reside en un pequeño pueblo fuera de Alburquerque, Nuevo México. William es un piloto que ha apuntado muchas millas con Universal Airways.

– Él se ve bien, -dijo Rick.

– Se ve aún mejor cuando se sabe que hay un gran número de asesinatos sin resolver a lo largo de la frontera, no muy lejos de donde vive, -dijo Regan.

– Antes de que te alegres demasiado con Calhoun, échale un vistazo a Jonathan Wainwright. El hijo del jefe de policía que investigó los asesinatos en el '79, -les recordó Mitch-. Viudo, cuya esposa murió bajo circunstancias dudosas. Al igual que Calhoun, vive actualmente en el suroeste. Dejó la universidad después de dos años para unirse al ejército. Fuerzas Especiales durante nueve años, luego dejó el ejército para trabajar en una empresa de seguridad privada.

Rick alzó la cabeza.

– ¿Mercenario?

– Posiblemente, con esos antecedentes, -concordó Mitch-. Estamos examinando eso, también.

– Luego tenemos a Kenneth Kelly. Hijo del Juez Kelly. Divorciado tres veces. Dos niños, uno por cada una de las dos primeras esposas. La última ex esposa vive en Londres. Cuatro años de universidad seguida de un master en estudios internacionales. Ha trabajado para el Departamento de Comercio estadounidense desde que se graduó. Londres, Bruselas, Sofia… este tipo ha estado cerca.

– Todos han estado cerca, -Rick murmuró.

– ¿Y el último? Eran sólo tres, -señaló Cass.

– Joseph Patterson. Misma edad que los demás. Soltero. Nunca se casó. Hijo de un hombre que fue alcalde en Bowers durante quince años. Estuvo una temporada en la Marina, luego se fue a trabajar para STC durante los últimos dieciocho años. Ventas… manejó la mayor parte del sur y el sudoeste.

– STC. ¿La empresa de software? -Cass preguntó.

Mitch asintió.

– Correcto.

– Él habría hecho un montón de viajes…

– Podría ser cualquiera de estos tipos. -Rick sacudió la cabeza-. Todos tenían trabajos que les permitió viajar. A nivel nacional e internacional.

– ¿Entonces cómo los descartamos? -Regan preguntó.

– Con suerte, Lucy lo hará por nosotros-, dijo Regan-. Ella se reunirá con la dibujante del FBI en unas dos horas. Con suerte, tendremos una cara al final del día.

– Y con la información que consigamos de la computadora de la Oficina, para entonces habremos concentrado la atención en cada lugar en que este tipo ha estado durante los últimos veintiséis años.

– ¿Crees que Denver debería traer a los cuatro para ser interrogados? -Mitch preguntó.

– No lo sé. En el momento en que los reúna y entren en la estación, podríamos tener el boceto de Kendra. Una identificación positiva sería mejor que arrastrar a los cuatro y esperar que la cara que dibuje pertenezca a uno de ellos.

Mitch asintió.

– Buen punto, Rick.

– Todo esto podría terminar dentro de las próximas veinticuatro horas, -dijo Cass como si no pudiera creerlo del todo.

– Si todas las cartas caen a nuestro modo. -Rick asintió, y luego añadió-: No es lo que suele pasar.

– ¿Puedo mandar por fax éstos al jefe? -Cass preguntó-. Creo que necesita verlos en seguida. Dejarle decidir si quiere empezar a llevar a uno o a todos ellos para un interrogatorio preliminar. El peligro allí, por supuesto, es que sin causa probable para retenerlos, no podemos actuar incluso con nuestras más firmes sospechas. Tendríamos que dejarlos ir cuando ellos quieran y, a continuación, el Estrangulador podría desaparecer de plano.

– Hagámoslo. -Mitch señaló el fax-. Pero hazlo ahora, antes de obtener otro entrante. Esa máquina no se ha callado durante más de quince minutos desde el martes.

Cass deslizó las cuatro páginas en la máquina de fax e introdujo el número del departamento de policía. Las páginas pasaron, pero cuando miró la página de confirmación, frunció el ceño.

– Fallo del sistema, -leyó.

– Trata de nuevo. Tal vez la máquina está sobrecalentada, -Regan sugerido.

Cass introdujo de nuevo el número y pulsó enviar.

Los resultados fueron iguales.

– Creo que llamaré a Denver y le avisaré que tenemos esto. Podemos entregarlos, cuando volvamos a Bowers.

Marcó rápidamente el número de la estación, pero obtuvo una señal de ocupado. Cortó, luego llamó al celular del jefe.

Él contestó casi de inmediato.

– Denver.

– Jefe, soy Cass. Estoy aquí en Plainsville con Rick en la casa de Regan Landry. Ella y Mitch han reunido cierta información sobre los cuatro sospechosos posibles que usted querrá ver. Traté de mandarlo por fax a la estación pero no pasó.

– Hay que tener suerte para conseguir algo por esa máquina hoy, -dijo bruscamente.

– ¿Está funcionando mal de nuevo?

– Se ha atascado, no funciona para nada. -Él hizo una pausa durante un momento, luego dijo-: ¿Debo entender que no has visto las noticias hoy?

– No. Salimos temprano de Bowers y… no me diga que hubo otro…

– Aproximadamente a las nueve de esta mañana, encontraron el cuerpo de un hombre que estaba en la ciudad para la reunión, con el cuello roto. -Él se negó a decirle que el cuerpo fue encontrado en un contenedor fuera de la posada en la que se alojaba, casi bajo su ventana del dormitorio. Todavía no había decidido qué hacer con eso. Su instinto le dijo que no era una coincidencia; por otra parte, por lo que ellos sabían, el Estrangulador nunca había tenido como blanco ese tipo de víctima, o había matado de esa manera.

– ¿Quién es?

– Un hombre llamado Carl Sellers. Alguien le rompió el cuello. Dudo que lo hubieras conocido. Es de cuarenta y tantos años… dejó Bowers para ir a la universidad y no creo que haya vuelto, salvo quizás dos o tres veces desde entonces. -Justo cuando habló, se le ocurrió al jefe que la víctima podría haber sido lo más probable un compañero de clase de los cuatro que ya tenían en sus miras. ¿Coincidencia? Su estómago dio otro tirón.

– Y Cass… acabamos de recibir un informe sobre una mujer que desapareció ayer por la noche, temprano esta mañana, desde el centro de Tilden. Ella encaja con la descripción. No han encontrado todavía su cuerpo.

Ella colgó el teléfono sin esperar a que el jefe se despidiera. Giró hacia Rick, y dijo:

– Tenemos que irnos. Ahora. Volver a Bowers.

– ¿Hubo otro asesinato?

– Un hombre en la ciudad por la reunión. -Cass se dirigió a Rick-. El Jefe dice que a mediados de los cuarenta años.

– Al igual que estos tipos. -Rick golpeó la carpeta-. ¿Compañeros, tal vez?

– ¿Cómo diablos encaja eso? -Cass ya estaba en la puerta-. Y una mujer desapareció en Tilden ayer por la noche. El Jefe dice que se ajusta a la descripción de las demás mujeres. Aún están buscándola.

– ¿Algo más que piensas que precisamos para llevar a Bowers? -Rick preguntó mientras reunía los documentos.

– Tenemos un montón de iguales de ADN… iguales uno del otro, obviamente nada que coincida con sus víctimas, pero aún así… si podemos identificar a cualquiera de estos tipos -o a cualquier otro como sospechoso- de haber estado en estas ciudades por esas fechas, tendremos la ventaja de algunas pruebas serias.

– Nos llevaremos todo lo que tienes listo. El resto…

– Esperaré fuera, Rick. -Cass se despidió de Mitch y Regan-. Gracias a ambos. Lo siento. De verdad. Pero tengo que irme.

– Ve. -Regan asintió, y Cassie lo hizo.

Regan recogió el sobre que Cass había dejado en el suelo y se lo entregó a Rick.

– Esto tiene más o menos todo lo que tenemos hasta ahora. Haremos copias de todo lo que recibimos hoy y lo llevaremos a Bowers Inlet si no podemos enviarlos por fax. En este momento, Cass está muy agitada. Llévala, Rick. Está que se muere por meter sus manos en esto.

– Ella está todavía de permiso, por lo que sé. No va a meter sus manos en nada. Denver no va a dejar que se acerque.

Regan observó la ventana de la oficina. Cass se paseaba con impaciencia al lado del coche de Rick.

– Creo que no me gustaría ser la que se lo dijera.