177784.fb2
– ¿Me puedes dar cinco minutos? -Cass preguntó a Rick cuando él redujo la velocidad delante de su casa.
– Puedo darte todo el tiempo que necesites, -le dijo-, pero entro contigo.
Apagó el motor y salieron de su coche. Ella saludó a un vecino en la calle, y se apartó cuando un feliz niño condujo su coche en miniatura hacia ella en la acera. La madre del niño sonrió disculpándose mientras seguía el ritmo de su hijo.
Cass apartó la cinta de la escena del crimen que aún cubría su porche delantero, y abrió la puerta con su llave. Dio un paso dentro tentativamente.
– Parece que ha pasado mucho desde que he estado aquí, -dijo a Rick cuando él la siguió al pasillo delantero.
– Bueno, ha sido una semana muy intensa.
– No ha sido una semana, -le recordó-. Difícil de creer, ¿no?
– Parece que he estado aquí más que eso. Siento como si te conociera desde hace más de una semana.
Ella se detuvo en las escaleras, un pie en el peldaño inferior, y estudió su rostro. Él la observaba mientras lo miraba.
– Sé lo que quieres decir. Siento lo mismo, -le dijo Cass.
– Bien. Eso es bueno. -Él sonrió.
– Vuelvo pronto. -Ella rompió el contacto visual y subió corriendo a su habitación.
Ella cogió su último par de jeans limpios y una camiseta de su cómoda -realmente necesita lavar algo de ropa- y los metió en un pequeño bolso, junto con sus zapatillas deportivas, antes de ir a su armario. Del estante superior, tomó una pequeña pistola ya en una funda de tobillo y se la ató. Alrededor de su cintura llevaba un cinturón con un gancho que contenía su revólver. Extendió la mano hasta el estante de nuevo y hurgó buscando la veintidós que había, en ocasiones, ocultado en la parte baja de su espalda. La encontró, la deslizó en el lugar y tiró su camiseta sobre su cinturón.
– Parece que sabes lo que haces, -dijo Rick desde la puerta-. ¿De verdad piensas que vas a necesitar todo eso?
– De un modo u otro, lo atrapamos hoy. -Encontró sus ojos en el espejo que colgaba en la puerta del armario-. No estoy segura de cómo, pero esto termina hoy.
– Estoy de acuerdo.
– Qué dices si pasamos a ver al Sr. Calhoun y vemos lo que tiene que decir. Tal vez tenga alguna idea de donde su buen amigo, el señor Wainwright, podría pasar un día tranquilo.
– Bueno, ninguno de sus otros amigos tenía mucho que decir, -Rick le recordó-. Dudo que vaya a ser de mucha ayuda, pero intentémoslo.
– ¿Piensas que Wainwright sabe que nosotros estamos al tanto de que es él? -Preguntó mientras giraba hacia él-. ¿Crees que se ha dado cuenta?
– Si trató de volver a casa, se dio cuenta. Y hay una jodida buena posibilidad de que su hermano le haya avisado. Sin duda parecía tener una postura cuando se trató de su hermanito.
– Lo sentí, también. Como si no estuviera para nada sorprendido de que la policía quisiera hablar con él. Casi como si lo estuviera esperando.
– ¿Piensas que su hermano sabe lo qué ha estado haciendo?
– No. Si lo hubiera sabido, lo habría entregado hace mucho. Steve parece ser del tipo que llevaría su rivalidad de hermanos hasta la madurez. Creo que si supiera algo de Jonathan, había sido más que feliz alertándolos sobre él. -Ella reflexionó, por un momento-. Me siento bastante segura de que no tiene ni una pista sobre lo que su hermano ha estado haciendo todos estos años.
– Aún así, creo que deberíamos volver donde Steve y ver si ha pensado en algo más desde que hablamos con él. Veamos, fue hace cuatro horas, y…
– Oh, mierda. -Cass dio un rápido vistazo a su reloj-. Son casi las siete. Le dije a Khaliyah que me encontraría con ella a las seis. Vamos, Rick. Estoy muy retrasada.
Cass empujó a Rick a un lado y corrió por las escaleras. Buscó en su bolso su teléfono móvil y pulsó la tecla de marcación rápida.
– Diablos. No hay cobertura. Tendremos que parar en el campo de juegos.
– ¿El campo de juegos?, -la siguió afuera-. ¿Ahora?
– Es una larga historia. Te la contaré en el coche.
Khaliyah practicaba unos tiros cuando Rick frenó en el estacionamiento junto a la cancha de baloncesto.
– Ahora vuelvo.
Cass trotó hasta la cancha y alcanzó la pelota que Khaliyah lanzó en su dirección. Ella la agarró con facilidad, pero no hizo un solo tiro. En lugar de ello, pasó la pelota a Khaliyah.
– Lo lamento mucho, pero tenemos que posponer nuestro juego de esta noche. Sé que dije que nunca te dejaría botada, pero…
– No estás dejándome botada. -Khaliyah rebotó la pelota un par de veces antes de la recogerla y sostenerla contra su pecho-. Estás aquí, ¿no?
– Sí, pero no puedo quedarme.
– Está bien. Entiendo. Eres policía, Cassie. -Ella comenzó a rebotar la pelota de nuevo.
– ¿Dónde está Jameer? Pensé que iba a traerte.
– Está aquí. Acaba de ir al puesto a comprarnos un poco de agua. Volverá pronto.
– No te separes de él, ¿sí? Asegúrate de que te lleva a casa.
– Claro. -Khaliyah giró y dribló hacia la cesta. Hizo un tiro, perdió, consiguió el rebote.
Cass la miró, con las manos en sus caderas.
– Eres buena, chica. Pero necesitas practicar si piensas que me vas a ganar la próxima semana.
Khaliyah se rió.
– Cualquier semana. Puedo -y te he- ganado. Te ganaré otra vez.
Cass fue hacia la muchacha y le dio un abrazo de hermana.
– Ten cuidado. No me gusta pensar que estás fuera, mientras este hombre todavía está suelto. Él es muy peligroso. Muy malo.
– No te preocupes por mí. Estaré bien. Tú eres quien tiene que tener cuidado. -Un destello de preocupación cruzó la cara de la chica-. Por favor, no dejes que te lastime.
– Haré todo lo posible para evitarlo.
– Bueno, vuelve a trabajar ahora y captura a este tipo, así tendrás mucho tiempo para descansar la próxima semana.
Cass sonrió abiertamente y saludó a Jameer, que apareció en el extremo opuesto de la cancha.
– Llámame si me necesitas. Tendré mi teléfono conmigo. Tienes el número, ¿verdad? -Cass llamó a Khaliyah mientras se dirigía hacia el estacionamiento.
– Lo programaste en mi teléfono -llamó a Cass y señaló el bolso de gimnasio que estaba en el suelo cerca del final del banquillo, el teléfono celular que Cass había dado yacía encima.
– No dudes en usarlo.
– No lo haré. -Khaliyah dijo adiós con la mano a Cass, entonces desafió a Jameer a un uno-a-uno lanzando la pelota en su dirección.
– ¿Esa es tu amiga? -Rick la estaba esperando al final del camino.
– Sí. Es una chica fabulosa.
– Es una belleza. Parece una buena jugadora, también.
– Las dos cosas son ciertas. Tenemos grandes esperanzas para ella. Estamos buscando una beca para una escuela de División uno. Ella conseguirá una plaza. -Cass se detuvo para mirar hacia atrás una vez, luego tocó el brazo de Rick-. Ahora, veamos si Steve Wainwright ha dado con algo nuevo desde la última vez que hablamos con él. Después, pasemos donde Billy Calhoun.
Jonathan observó desde las gradas como Cass y Rick volvían al estacionamiento. Sentía el estómago revuelto, sólo de mirarla. En ese momento, ansiaba sentir la piel de su cuello bajo sus manos. Ansiaba verla morir por todo el dolor, toda la frustración que le había causado.
Ansiaba terminar el trabajo que había dejado inconcluso años atrás.
Sudaba, su sistema nervioso estaba sobrecargado.
Concentró su atención en la chica en la cancha de baloncesto. Obviamente, era alguien importante para Cass.
Sus ojos la siguieron mientras ella giraba alrededor del muchacho que trataba de bloquear sus tiros. Hermosa, fuerte, y joven. Demasiado joven, se recordó. No mucho más que una niña, de verdad. No pensaría en hacerle a ella lo que quiso hacerle a Cass. La simple idea le disgustó.
Después de todo, él tenía sus normas.
La acción se trasladó a la canasta en el extremo más alejado de la cancha, donde varios otros jóvenes se habían reunido, muchachos y muchachas. El juego se interrumpió, los jugadores se pararon para charlar con los recién llegados. Observó el bolso de gimnasio en el suelo cerca del banco, ni a veinte y cinco pies de distancia de él ahora.
Lo programaste en mi teléfono, la chica había dicho cuando Cass le había preguntado si tenía su número de celular.
Despreocupadamente, saltó de las gradas y caminó, con sus manos en sus bolsillos. Cuando llegó al banco, se inclinó, como si se estuviera atando un zapato, y tomó el teléfono, que escondió en el bolsillo. Una mirada hacia el grupo le aseguró que nadie le había prestado atención. Se enderezó, y siguió su camino.
Se bajó su gorra de béisbol sobre su frente, empujó sus gafas oscuras, y con las manos en sus bolsillos, anduvo sin prisa por el patio y hacia el parque que conducía hacia la bahía. Desde allí, caminaría sobre las dunas y encontraría un buen lugar tranquilo en el que sentarse y reflexionar en como encajar mejor ese pequeño bono inesperado en su plan.