177784.fb2 Verdad Fria - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 31

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28

– ¿Qué estamos buscando? -Cass preguntó al Jefe, que le había llamado de regreso a la casa alquilada Wainwright.

– Estamos buscando cualquier lugar donde podría haber escondido sus recuerdos.

– ¿Sabemos con seguridad que los guardó?

– Sabemos que ninguna de las billeteras de nuestras víctimas han sido encontradas. Hablé con la perfilista, la doctora McCall, a finales de esta tarde. Ella está bastante segura de que los guardaría todos en un solo lugar, y los mantendría cerca de él. Encontramos el coche que ha estado conduciendo, y tenemos a algunos técnicos revisándolo, pero nada hasta el momento. La casa es nuestra segunda opción.

– Si está aquí, lo encontraremos.

– Llámame cuando lo hagas. Voy donde Lilly Carson. Tengo que asegurarle a su madre que estamos haciendo todo lo posible para encontrar a su hija. Entonces nos preparamos para una conferencia de prensa justo a tiempo para el noticiario de las once. Liberaré el nombre, el retrato, todo que tenemos sobre él. Quiero que sepa con seguridad que respiramos bajo su cuello. Quiero a ese bastardo.

Ella frunció el ceño.

– ¿Cree que es probable que haya dejado la ciudad?

– Es posible, pero de alguna manera, pienso que no lo ha hecho. Encontramos su coche hace veinte minutos, no hay servicio de tren por la ciudad, y el autobús sólo sale tres veces por día.

– Él podría haber robado fácilmente un coche, o incluso un bote.

– Sí, podría. No hay informes de eso aún, pero por otra parte, podría hacerse con un coche en cualquier calle. La mayoría de los veraneantes aparcan su vehículo cuando llegan aquí, y luego caminan a la playa o al pueblo. Pueden tardar un tiempo en darse cuenta si su automóvil no se encuentra en donde lo dejó. En cuanto a las embarcaciones, siempre tenemos una o dos desaparecidas. Tenemos dos ahora, de hecho. Tengo a un oficial investigando eso.

– Jefe, -uno de los uniformados llamó desde la puerta-. Creo que tenemos algo.

Cass siguió al jefe Denver a la casa y hasta las escaleras al segundo piso. Una parte de la pared detrás de la cama había sido levantada, y un baúl grande había sido arrastrado en medio del piso.

– Ábralo, -dio instrucciones Denver.

– ¿Quiere que le dispare para abrirlo? -un oficial de Tilden preguntó.

– No, no quiero que le dispare, podría destruir las pruebas. Pruebe otra cosa.

– Tengo una llave de cruz en el maletero de mi coche, -alguien ofreció-. Tal vez podemos romperlo.

– Pruébelo, y si no se abre, llévelo al departamento y vea qué herramientas tenemos que consiga abrir esa cerradura. -El Jefe Denver miró su reloj-. Tengo que ir a ver a los Carsons. Estoy atrasado.

Cass salió de la habitación y se apretó contra la pared mientras el jefe pasaba por delante de ella camino a las escaleras.

– Aunque no sea más que eso, quizás podríamos darle a alguien un cierre, -dijo a Rick, que estaba frente a ella en el estrecho descanso del segundo piso-. Piensa en lo que quizás haya ahí adentro. Para los padres, o maridos, o hermanos de mujeres que desaparecieron en los últimos años, tal vez seremos finalmente capaces de por lo menos dejarles saber que pueden dejar de preguntarse.

– No nos hagamos ilusiones. Por todo lo que sabemos, el baúl tiene sus viejas tarjetas de béisbol y una cuantas revistas locas.

Su teléfono celular sonó y ella miró el número entrante.

– Khaliyah, hola, -dijo-. ¿Qué? No puedo oírte. La recepción es mala aquí. Espera… déjame bajar…

Se echó a correr por las escaleras.

– ¿Está mejor? -Ella hizo una pausa, pero todavía no podía entender lo que le decía-. Deja que salga…

Pasó por la puerta delantera y sobre el césped, donde delgados parches de césped obstinadamente crecían en la arena.

– Mucho mejor, -la voz en el teléfono le dijo. No era Khaliyah-. Ahora, sal un poco más. Allí, está bien. Quiero verte.

– ¿Quién es?

– Oh, detective Burke, creo que puede figurárselo.

– ¿Dónde está?

– Más cerca de lo que piensas. Ahora, escucha cuidadosamente. Tengo a Lilly Carson. Ella está viva, pero si permanece así, bien, pues, va a depender de ti.

– ¿Qué quiere que haga?

– Quiero que des la vuelta y camines hasta el final del camino de entrada… en este momento. No mires a nadie, no le hagas ninguna seña a nadie. Te estoy viendo. Un mal movimiento, y me voy de aquí. Y Lilly Carson morirá.

Ella hizo como le dijo.

– Eso, buena chica. Ahora camina por la calle a tu derecha, todo el camino hasta el final. Bueno, bueno. ¿Ves el sedán rojo en el lado opuesto? Saluda al conductor, Cass.

Ella lo hizo. Él le respondió el saludo.

– Ahora, quiero que cruces la calle. Permanece en las sombras, no queremos que nadie nos vea. Ahora camina directamente al lado del pasajero.

Él se inclinó y abrió la puerta.

– En primer lugar, saca el arma de tu cinturón y déjala caer ahí mismo en el suelo, -exigió-. Después puedes sacar la pequeña que tienes atada al tobillo.

– ¿Cómo sabe si tengo…? -comenzó, y él se rió.

– Porque todos ustedes policías polluelos creen que es cool atarse una pistola pequeña a su pierna.

Él rió entre dientes mientras ella se subía el jeans hasta la rodilla y exponía su arma.

– Eres tan previsible. -Sacudió la cabeza-. Sácala y suéltala.

– Alguien la encontrará.

– Bueno, esperemos que no sea algún niño pequeño, ¿verdad? -Él gesticuló para que ella entrara en el coche-. Por supuesto, si ese pequeño resulta ser uno de mis sobrinos, que tal vez no sería tan malo.

Ella se sentó en el asiento del pasajero.

– Cierra la puerta.

Ella lo hizo.

– Ahora, te recordaré que la vida de una joven mujer está en juego aquí, así que no trates de agarrar el volante o gritar por la ventana ni hacer algo estúpido… lo que me recuerda, coloca el teléfono celular justo ahí en uno de los porta vasos, donde pueda verlo.

Ella metió el teléfono en el porta vasos más cercano y él de inmediato lo tomó y lo lanzó por la ventana.

– ¿Alguna otra arma que necesite saber?

– No. Sólo dos.

– Eso es lo que me imaginé. Nunca he conocido una mujer que llevara más de dos. -Él sonrió con autocomplacencia.

La veintidós la sentía como si hubiera empezado a resplandecer en la parte baja de su espalda. Estaba tan consciente de ella, que por un momento pensó que seguramente él podía verla.

– ¿Dónde está Lilly? -Preguntó, su corazón latiendo con fuerza con expectación. Sentía la adrenalina al máximo, al estar cerca de él, el hombre que había destruido su vida.

– Lilly nos está esperando.

– ¿Dónde vamos?

– Quiero que sea una sorpresa.

Él condujo a lo largo de la bahía durante varios minutos antes de parar al lado de la carretera.

– Sal, -le dijo, y ella lo hizo.

– Ahora vamos a dar un pequeño paseo, detective Burke. -Tomó su brazo y la llevó hacia el pantano-. Una vez más, te recuerdo que la vida de una joven mujer está en juego, así que no pienses en tratar de dominarme con algún cursi movimiento de artes marciales. Sabes artes marciales, ¿cierto, Cass?

Ella asintió.

– Me imaginé que lo harías. Confía en mí cuando te digo, no podrías ser mejor que yo.

Algo duro y redondo se enterró en el centro de su espalda.

– Solo un pequeño seguro, -dijo-, en caso de que decidas que tu vida es más importante que la de la pobre Lilly. Aunque dudo que lo hagas. Tú eres del tipo que le gustaría ser un héroe, ¿no, Cassandra? Idealista en extremo, ¿verdad?

El terreno era cada vez más suave, más húmedo, mientras continuaban por el pantano. Pronto Cass pudo sentir el lodo bajo la hierba chupando sus zapatos a cada paso que daba. Estaban casi en la bahía ahora… podía olerlo, salado y picante. ¿Dónde diablos la llevaba?

Él la empujó hacia adelante ligeramente y sus pies se deslizaron en el agua. Caminaron por la orilla de la cala por otro minuto antes de que ella viera el contorno de una barca atada al mamparo de un muelle hace mucho tiempo olvidado.

– A bordo -La empujó-. Aquí. Siéntate aquí mismo… no, gira. Te quiero orientada al otro lado.

Una vez más, hizo como le dijo, rezando por que sus manos no rozaran la parte inferior de su espalda. Sentada como estaba, él estaba a un pie de la pistola escondida allí. Con su espalda hacia él, se sentía segura de que podía ver el pequeño bulto de la pistola.

Gracias a Dios que estaba tan oscuro, pensó. Tal vez no la vería para nada.

– No creas que no sé lo que estás pensando, -dijo en su oído.

– ¿Qué estoy pensando? -Preguntó con calma.

– Estás pensando tal vez que puedas saltar por la borda y nadar en busca de ayuda.

– En realidad, me preguntaba qué rincón del infierno el diablo está guardando para ti.

Él rió entre dientes.

– Todos, querida. Todos.

Él remó, su ansiedad aumentando a medida que pasaban los minutos. ¿Nadie se había dado cuenta que ella faltaba todavía? Sin duda Rick sí. De seguro la estaba buscando en ese momento.

Los remos salpicaban tenuemente mientras la barca avanzaba por la orilla del pantano. Hubo un tiempo en que ella había conocido hasta el último rincón del pantano, cada pequeña poza dejada por la marea y cala. Sin embargo, habían pasado años desde que había tenido tiempo para explorar alrededor de la bahía, y estaba ahora totalmente desorientada. Cuando él se dirigió hacia la orilla y saltó para tirar la barca para descender, no tenía la menor idea de dónde estaban.

– Fuera, -le dijo.

Ella salió de la barca avanzó por la arena suave hasta tierra firme, donde los pastos crecían ocho pies de alto y espesos como un seto. La condujo a un lugar donde los juncos habían sido algo aplastados formando un camino.

– Camina. -Le dio un codazo para que avanzara, la pistola en su mano una vez más.

– ¿Dónde estamos?, -preguntó-. ¿Adónde me llevas?

– Vaya, Cassandra Burke, me sorprende que no lo hayas adivinado, -respondió, con un toque de alegría en su voz-. Te llevo de regreso a casa.