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El corazón me late desacompasado.
– Puedo hacerlo yo.
– No -dice Adam-. Déjame a mí.
Cada hebilla es un objeto de atención absoluta; luego me quita las botas y las deja en el suelo una al lado de la otra.
Me agacho para sentarme a su lado en la alfombra. Le desato las zapatillas deportivas, le pongo los pies sobre mi regazo y se las quito. Le acaricio los tobillos, recorro sus pantorrillas con las manos por debajo de los pantalones. Lo estoy tocando. Estoy tocando el suave vello de sus piernas. Ignoraba que podía ser tan audaz.
Lo convertimos en un juego, como el strip poker, pero sin cartas ni dados. Le bajo la cremallera de la chaqueta y se la quieto por los hombros para que caiga al suelo. Él me desabrocha el abrigo y lo desliza hacia abajo. Encuentra una hoja del jardín en mi pelo. Jugueteo con sus espesos ricos morenos.
Nada parece trivial con él mirándome, así que actúo despacio con los botones de su camisa. Él último se condena en forma de planeta bajo nuestra mirada: blanco como la leche y perfectamente redondo.
Es asombroso que los dos sepamos lo que debemos hacer. Ni siquiera tengo que pensarlo. No es habilidad ni conocimiento. Es como si descubriéramos el camino juntos.
Levanto los brazos como una niña para que me quite el jersey. El pelo, mi nuevo pelo, se electriza y crepita en la oscuridad. Me hace reír. Siento como si mi cuerpo fuera fuerte y sano.
Sus dedos me rozan los pechos a través del sujetador, y él sabe, porque nos miramos, que me gusta. Me han tocado muchas personas, me han pinchado y hurgado, encaminado y operado. Pensaba que mi cuerpo se había vuelto insensible al tacto. Volvemos a besarnos. Durante varios minutos. Besos diminutos, en el que él me muerde el labio superior y yo recorro sus labios con la lengua. La habitación parece llena de fantasmas, de árboles, de cielo.
Los besos se tornan más profundos. Nos sumergimos el uno en el otro. Es como la primera vez que nos besamos: con apremio, con vehemencia.
– Te deseo -dice.
Y yo le deseo a él.
Quiero enseñarle en enseñarle mis pechos. Quiero desabrocharme el sujetador y dejarlos libres. Tiro de él hacia la cama sin dejar de besarnos: la garganta, el cuello, la boca. La habitación parece llena de humo, como si algo ardiera entre nosotros.
Me tumbo en la cama y sacudo las caderas. Quiero quitarme los tejanos. Quiero exhibirme ante él, quiero que me vea.
– ¿Estás segura de esto?
– Del todo.
Es sencillo.
Adam me desabrocha los tejanos. Yo le desabrocho el cinturón con una mano, como en un truco de magia. Paso el dedo por su ombligo, empujando los bóxers con el pulgar.
El tacto de su piel contra la mía, su peso sobre mí, su calor; no sabía que sería así. No comprendía que, cuando se hace el amor, se hace realmente. Despierta cosas. Afecta a los dos. Se me escapa un suspiro deslumbrado. Él inspira con un leve gemido.
Se mano se desliza bajo mi cadera, la busco con la mía, nuestros dedos se juntan. No estoy segura de a quién pertenece cada mano.
Soy Tessa.
Soy Adam.
Es absolutamente hermoso fusionarse con otra persona.
El tacto de nuestra piel en los dedos. Nuestro sabor en la boca.
todo el rato nos miramos a los ojos, muy atentos, como en la música, como en la danza.
Crece un ansia entre ambos, cambiando, aumentando. Lo deseo. Lo deseo más cerca de mí. No estamos lo bastante cerca. Rodeo su cuerpo con las piernas, empujo su espalda hacia mí, tratarlo de acercarlo aún más.
Cuando todo mi cuerpo implosiona siento que mi corazón se eleva para unirse a mi alma. Como una piedra que cae en un estanque, las ondas del amor tensan todos mis músculos.
Adam grita de alegría.
Lo estrecho fuertemente Contra mí. Me asombro de él. Me asombro de nosotros. De este regalo.
Adam me acaricia la cabeza, la cara, besa mis lágrimas.
Estoy viva, dichosa de estar con él aquí y ahora.