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Denny ya está sentado en primera fila a oscuras, dibujando en el bloc amarillo que tiene sobre el regazo, con tres botellas de cerveza vacías y una a medias en la mesa a su lado. No levanta la vista para mirar a la bailarina, una morena con el pelo liso y negro que está a cuatro patas. Sacude la cabeza a un lado y a otro para azotar el escenario con el pelo y su pelo parece púrpura bajo la luz roja. Con las manos se aparta el pelo de la cara y gatea hasta el borde del escenario.

La música es tecno de baile muy alto mezclado con sampleados de perros ladrando, alarmas de coches y mítines de Hitler a las juventudes nazis. Se oyen ruidos de cristales rotos y tiroteos. Se oyen mujeres gritando y sirenas de bomberos en la música.

– Eh, Picasso -dice la bailarina, y menea el pie delante de Denny.

Sin levantar la vista del bloc, Denny se saca un dólar del bolsillo de los pantalones y se lo pone a la bailarina entre los dedos del pie. En la silla junto a la suya hay otra piedra envuelta en la manta rosa.

En serio, el mundo se ha vuelto loco si bailamos al son de alarmas de incendios. Las alarmas de incendios ya no indican incendios.

Si hubiera un incendio de verdad, se limitarían a hacer que alguien con voz agradable anunciara: «Camioneta Buick con matrícula BRK 773, tiene las luces encendidas». En caso de un ataque nuclear real, se limitarían a gritar: «Llamada telefónica en el bar para Austin Letterman. Llamada para Austin Letterman».

El mundo no se va a terminar con una explosión ni con un gemido, sino con un anuncio discreto y de buen gusto por megafonía: «Bill Rivervale, llamada en espera en la línea dos». Luego, la nada.

Con una mano, la bailarina se coge el dinero de Denny de entre los dedos del pie. Se tumba boca abajo, con los codos apoyados en el borde del escenario, apretando los pechos juntos, y dice:

– A ver cómo te sale.

Denny traza un par de líneas rápidas y gira el bloc para que ella lo vea.

Ella dice:

– ¿Se supone que esa soy yo?

– No -dice Denny, y gira otra vez el bloc para examinarlo-. Se supone que es una columna de orden compuesto como las que hacían los romanos -dice, y señala algo con el dedo manchado de carbonilla-. Fíjate en que los romanos combinaban las volutas del orden jónico con las hojas de acanto del orden corintio, pero mantenían las proporciones intactas.

La bailarina es Cherry Daiquiri, la misma que en nuestra última visita, pero ahora se ha teñido el pelo rubio de negro. En el interior del muslo tiene un apósito pequeño y redondo.

Para entonces ya me he acercado lo suficiente como para ver por encima del hombro de Denny y le digo:

– Tío.

Y Denny dice:

– Tío.

Y yo digo:

– Parece que has vuelto a visitar la biblioteca.

A Cherry le digo:

– Está bien que te hayas quitado aquel lunar.

Cherry Daiquiri hace girar el pelo alrededor de la cabeza como si fuera un ventilador. Se inclina hacia delante y arroja su larga melena negra por encima de los hombros.

– Y me he teñido el pelo -dice. Con una mano se coge unos mechones y me los enseña, frotándolos entre dos dedos-, Ahora es negro -dice-. Me imaginé que sería más seguro -dice-, porque me dijiste que las rubias tienen más probabilidades de coger cáncer de piel.

Yo me dedico a agitar todas las botellas de la mesa en busca de alguna donde quede un poco de cerveza, y miro a Denny.

Denny está dibujando, no escucha, ni siquiera está aquí.

Arquitrabes compuestos toscano-corintios de entablamento… A alguna gente solamente la tendrían que dejar entrar en la biblioteca con receta médica. En serio, los libros sobre arquitectura se han convertido en la pornografía de Denny. Sí, al principio eran un puñado de piedras. Luego bóvedas de tracería. Lo que quiero decir es que esto es América. Uno empieza con las pajas y llega a las orgías. Uno fuma un poco de hierba y acaba metiéndose caballo. Es esta cultura nuestra de lo más grande, lo más fuerte, lo más rápido y lo mejor. La palabra clave es progresar.

En América, si tu adicción no se renueva y mejora constantemente, eres un perdedor.

Me doy unos golpecitos en la cabeza mirando a Cherry. Luego la señalo. Le guiño el ojo y digo:

– Chica lista.

Ella intenta pasarse un pie por detrás de la cabeza y dice:

– Siempre va bien prevenir. -Su pubis sigue rasurado, su piel sigue siendo de color rosa pecoso. La música da paso a una ráfaga de fuego de ametralladoras, luego al silbido de bombas cayendo, y Cherry dice-: Llegó el descanso. -Encuentra la raja de la cortina y desaparece entre bastidores.

– Míranos, tío -digo. Encuentro la última botella con cerveza y está caliente. Digo-: Lo único que tienen que hacer las mujeres es desnudarse y les damos todo nuestro dinero. O sea, ¿por qué tenemos que ser tan esclavos?

Denny pasa la página de su bloc y empieza un dibujo nuevo.

Dejo su piedra en el suelo y me siento.

Estoy cansado, le digo. Parece que las mujeres siempre están dándome órdenes. Primero mi madre y ahora la doctora Marshall. Entretanto hay que hacer felices a Nico, Leeza y Tanya. Y Gwen, que ni siquiera me dejó violarla. Solamente miran por sus intereses. Todas creen que los hombres son algo obsoleto. Inservible. Como si no fuéramos más que un apéndice sexual.

El simple sistema de soporte vital de una erección. O una cartera.

De ahora en adelante, le digo, ya no voy a ceder ni un centímetro.

Me declaro en huelga.

En adelante, que las mujeres se abran la puerta ellas solas.

Que paguen ellas la cuenta de sus comidas.

Ya nunca más voy a moverle el sofá a nadie.

Ni tampoco voy a abrir más tapas de frascos.

Y nunca más voy a levantar otra tapa de retrete.

Coño, en adelante me voy a mear encima de todas las tapas.

Levanto dos dedos para hacerle a la camarera la señal que en el lenguaje internacional de los signos quiere decir dos. Dos cervezas más, por favor.

Digo:

– Dejemos que las mujeres se las apañen sin mí. Veamos cómo se colapsa su pequeño mundo femenino.

La cerveza caliente sabe a la boca de Denny, a sus dientes y su protector labial, tanta es la necesidad que tengo de beber cerveza.

– Y en serio -digo-, si estoy en un barco que se hunde, yo seré el primero en subirme al bote salvavidas.

No necesitamos a las mujeres. Hay muchas otras cosas en el mundo con las que tener relaciones sexuales: ve a una reunión de adictos al sexo y toma apuntes. Están las sandías pasadas por el microondas. Está el mango vibrador del cortacésped colocado a la altura de la entrepierna. Están las aspiradoras y los sillones de bolas de poliestireno. Las páginas web. Todos esos maníacos sexuales que fingen ser chicas de dieciséis años en los chats. En serio, los viejos del FBI son las ciberchatis más sexy.

Por favor, enseñadme una sola cosa en el mundo que sea lo que parece.

A Denny le digo, voy y le digo:

– Las mujeres no quieren igualdad de derechos. Tienen más poder cuando están oprimidas. Necesitan que los hombres sean la inmensa conspiración enemiga. Toda su identidad se basa en ello.

Y Denny gira la cabeza como un búho, me mira con los ojos fruncidos bajo las cejas y dice:

– Tío, estás perdiendo el control.

– No, lo digo en serio -digo.

Le digo que me dan ganas de matar al hombre que inventó el consolador. En serio que me dan ganas.

La música se convierte en una alarma de bombardeo. Luego una bailarina nueva sale pavoneándose. Su cuerpo es de color rosa brillante debajo de un camisoncito de lo más potente, que casi le deja ver el matorral y los pechos.

Deja caer uno de sus tirantes. Se chupa el dedo índice. El otro tirante cae también y únicamente sus pechos impiden que la prenda le caiga hasta los pies.

Mientras Denny y yo la estamos mirando, la prenda acaba de caer.