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Un momento antes de salir de Saint Anthony por última vez, un momento antes de salir corriendo por la puerta, Paige intentó darme una explicación.
Era verdad que era médico. Me habló a toda prisa, atropellándose al hablar. Era verdad que era una interna. Haciendo clic con su bolígrafo a toda velocidad. En realidad era una genetista y solo estaba interna allí dentro por decir la verdad. No tenía intención de hacerme daño. Todavía tenía la boca manchada de pudín. Solamente intentaba hacer su trabajo.
En el pasillo, en nuestro último momento juntos, Paige me agarró de la manga para que la mirara y me dijo:
– Tiene que creer esto.
Tenía los ojos muy abiertos de forma que se le veía todo el blanco de alrededor del iris y se le estaba deshaciendo el peinado en forma de cerebro negro.
Era médico, me contó, especialista en genética. Venía del año 2556. Y había viajado hacia atrás en el tiempo para quedarse embarazada de un varón típico de este periodo de la Historia. Para poder obtener y documentar una muestra genética, me dijo. Necesitaban aquella muestra para ayudar a curar una epidemia. En el año 2556. No era un viaje fácil ni barato. Me contó que viajar en el tiempo era el equivalente de lo que ahora eran los viajes espaciales. Era una jugada cara y arriesgada, y a menos que volviera embarazada con un feto intacto, todas las misiones del futuro iban a ser canceladas.
Vestido con mi disfraz de 1734 y encogido por culpa de mis tripas atascadas, no me pasó por alto su idea del varón típico.
– Estoy encerrada aquí simplemente por haberle contado a la gente la verdad sobre mí -dice-. Usted era el único varón disponible para la reproducción.
Ah, le digo. Esto lo arregla todo, claro. Ahora todo tiene sentido.
Ella solo quería decirme que esa noche la iban a transportar de vuelta al año 2556. Aquella era la última vez que nos veríamos y solo quería darme las gracias.
– Estoy profundamente agradecida -dijo-. Y sí que le quiero.
Y allí en el pasillo, a la luz potente del sol que entraba por las ventanas, le cogí un rotulador negro que llevaba en el bolsillo de la bata.
Tal como estaba, con su sombra proyectada en la pared a su espalda por última vez, empecé a dibujar su perfil.
Y Paige Marshall dijo:
– ¿Para qué hace esto?
Así es como se inventó el arte.
Y yo le dije:
– Solamente por si acaso. Por si acaso no está usted loca.