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—Pero… ¿por qué? —logró articular después de una indefinida serie de balbuceos—. Si somos muy felices…
—¡Ignacio! —exclamé, y aunque ningún gesto habría resultado menos oportuno, me eché a reír.
Cuando levanté la mano para parar un taxi, ya no tenía fuerzas para seguir discutiendo en solitario con todas esas voces que eran mi propia voz y eran ninguna, porque no habrían existido si yo hubiera logrado decidirme a no escucharlas. Mi carácter es mucho más que débil, y quizás esa razón basta para explicar por qué los dados me tientan, por qué siempre me han tentado. No soy muy buena resistiendo tentaciones.
Por eso, y aunque ya había decidido lo que iba a hacer, porque aquel gesto de parar un taxi no tenía otro propósito que concederme unos minutos de ventaja sobre Ana, asegurarme de que yo llegaría a mi teléfono antes de que ella lograra coger el suyo, cuando ya tenía el auricular en la mano, decidí invertir sobre la marcha el orden de aquellas dos llamadas, tirar los dados por última vez. Primero Foro, me dije. Si no descuelga al tercer timbrazo me voy a Colombia, tampoco pasa nada, insistí, no es más que una semana, un viaje como cualquier otro. No escuché ninguna opinión contraria a aquel pacto íntimo y rematadamente idiota, pero tampoco llegué a escuchar más de un timbrazo, aunque eran ya las doce y media.
— ¿Sí?
—Hola, soy yo… Ya sé que es un poco tarde pero es que… Bueno, al final he decidido que no me voy a marchar mañana de viaje, porque… En fin, podemos irnos juntos en Semana Santa, si quieres, aunque no sé si Jaén te apetecerá mucho, tampoco…
—Muchísimo.
—¿Sí? —se acabó, me dije por dentro, se acabó, ni una Navidad más para mí sola, ni un cumpleaños más para mí sola, ni unas vacaciones más para mí sola—. Oye, Foro, mira… Ya sé que es muy tarde, pero… ¿Tú serías capaz de coger ahora mismo el coche para venirte a dormir conmigo?
—Claro que sí —contestó, con una dulzura que yo no merecía—. No tardo nada.
Después marqué el número de Ana y la suerte me concedió el mínimo favor de disponer los resortes mecánicos del contestador donde yo temía encontrar la voz de Javier Álvarez.
—¿Ana? Soy Marisa… No pasa nada. Es que quería que supieras… Bueno, la novia de Foro, ¿sabes…? Bueno, pues que soy yo.
Cuando colgué estaba sonriendo, pero un sabor muy agrio, muy amargo, trepó sin solución por mi garganta.
Martín se había ido ya a la cama, pero no dormía. Recostado en el cabecero sobre una improvisada arquitectura de almohadas y cojines, leía un folio impreso por una cara que en algún momento debió de formar parte del montón de papeles que ahora podía ver desparramado encima de la colcha, el sumario de un proceso, quizás, o una sentencia. No dijo nada, pero se quitó las gafas y me sonrió, a modo de saludo. Yo me senté a su lado, en el borde de la cama, y estiré el brazo hacia la mesilla para coger un pitillo de su paquete, pero él atajó mi brazo antes de que conquistara aquella plaza.
—¿Cuántos llevas hoy?
—Tres.
—No me lo creo.
—Te lo juro… No he querido fumar en la cena porque tenemos algo que celebrar… —entonces saqué del bolso mi propio folio impreso por una cara, y empecé a leer en voz alta—. En todas las metafases analizadas procedentes del cultivo de células existentes en la muestra obtenida de líquido amniótico, se han encontrado 46 cromosomas normales, siendo la fórmula sexual tipo XY… —sólo me detuve para atrapar el cigarrillo que él me estaba poniendo entre los labios.
—Enhorabuena —murmuró, mientras me besaba en la cara y me daba fuego al mismo tiempo.
—Lo mismo… —la primera calada siempre ha sido la mejor, pensé mientras la aspiraba— digo.
Al final hice todo el camino andando y, al llegar a casa, me fui directamente a la cama. Al pasar por el salón, debí de advertir que el piloto rojo del contestador automático estaba parpadeando, pero de eso no me di cuenta hasta después, cuando Javier, medio dormido ya, respondió a la avalancha de besos con los que mis labios celebraron la proximidad de su espalda con una frase inconexa, desarticulada por el sueño. Ha llamado… alguien…, dijo, no sé… Me abracé a él, y sólo entonces recordé que yo misma había visto parpadear una luz roja antes de sentir que me estaba quedando dormida. En la débil frontera de la inconsciencia, todavía pude pensar que, sólo unos meses antes, la simple sospecha de que en aquel aparato pudiera dormir toda la noche un mensaje dirigido a mí habría bastado para desvelarme durante horas enteras, y no sé si me dio tiempo a sonreír.
Porque, a veces, las cosas cambian.
Ya sé que parece imposible, que es increíble pero, a veces, pasa.