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James agarró un muslo de ave de una de las fuentes que los sirvientes retiraban ya y le dio un mordisco mientras intentaba, a la vez, ponerse la capa.
– ¡Por los infiernos, James! -bramó una voz desde la entrada del salón.
– ¡Ya voy, maldita sea! -gruñó el muchacho- ¡Ya voy!
Salió a escape, refunfuñando sobre la estúpida necesidad de tener que ir justo ahora de batida. A su hermano, el jefe del clan, se le había metido entre ceja y ceja “tomar prestado” parte del ganado que los McDurney tenían cerca de la ciudad de Mawbry, unas veinte millas fuera del territorio McFersson. Dio otro mordisco y tiró el hueso a un lado. Poco faltó para que acertase a uno de los sirvientes que pasaba en esos momentos.
– ¡Lo siento! -se disculpó al tiempo que se escabullía.
Afuera, diez hombres montados a caballo aguardaban. Le importó un comino la mirada de reprobación de nueve de ellos. Pero la del último, le provocó desazón. Montó de un salto y miró a su hermano mayor.
Kyle dejó una imprecación a medias.
– Es la última vez que te espero, James.
– Ni siquiera me has dejado acabar la comida.
– Si hubieras llegado a la mesa cuando todos lo hicimos, en lugar de estar detrás o bajo las faldas de alguna muchacha, habrías tenido tiempo suficiente.
James se encogió de hombros. Y sonrió como un diablo al ver su ceño fruncido.
– ¿Por qué estás siempre de tan mal humor, Kyle? La vida es hermosa.
Unos ojos dorados relampaguearon, pero se aplacaron de inmediato. Era imposible luchar contra James. El chico apenas acababa de cumplir los veinte años y era tan revoltoso o más que el pequeño Duncan, quien aún no había cumplido los catorce. Le vencía siempre con sus sonrisas. De los tres, era sin duda el que tenía mejor talante. Por eso se ganaba a las mujeres.
– ¡Vámonos!
Casi a las puertas del castillo, tuvieron que detenerse. Montado en un caballo de color canela y fuertes patas, Duncan les cortaba el paso. Kyle suspiró, se acodó en el cuello de su montura y miró a su hermano pequeño.
– Y ahora ¿qué pasa?
– Voy con vosotros.
– Ya te dije que no, Duncan.
– Pues yo insisto.
Kyle bufó. ¡Por los cuernos de…! ¿Es que siempre habría de estar peleando con sus hermanos? A su espalda, las risitas de sus guerreros le irritaron aún más. Hizo avanzar al caballo y se irguió sobre la silla, acercándose al muchacho. Su voz sonó tranquila. Demasiado tranquila. No era buena señal para quienes le conocían de verdad.
– Hijo, quita tu trasero de mi camino o juro por todo lo sagrado que te lo despellejo con una vara.
Apenas lo dijo, Duncan palideció. De inmediato, el camino les quedó expedito.
– ¿De veras le zurrarías con una vara, Kyle? -preguntó James, divertido, mientras avanzaban.
– Y a ti, si me incordias demasiado, hermano.
– ¡Por Dios, qué genio! -se alejó. Le gritó a distancia- ¡No eres buena compañía, Kyle! ¿Lo sabes? ¡Preferiría viajar con un marrano antes que a tu lado!
Se escapó alguna carcajada y él sonrió. Las bromas de James eran siempre bien recibidas por los hombres y más aún cuando el centro de aquellas bromas era él. Se fue hacia él, para que el joven no se sintiera orgulloso de su triunfo y James se alejó, tomando distancias.