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Capitulo 11

Avistaron la pequeña aldea después de rebasar la colina.

De algunas chimeneas, salía humo. Había una quietud que tranquilizaba el espíritu en aquel bucólico paisaje. Apenas había diez cabañas. Y el ganado pastaba al cuidado de dos hombres, un poco alejados del pueblo.

Atardecía ya, pero los montes no se resignaban a dejar de obsequiar a los viajeros con el malva de las flores de sus laderas. Era un momento propicio para atacar y hacerse con unas cuantas reses. Además, había luz suficiente para que supieran quien les atacaba. Siempre fue así entre los ellos y los McDurney, desde los tiempos de sus abuelos. Sin esconderse. Cara a cara, luciendo los colores de sus tartanes y lanzando al viento su grito de guerra. Llevaban tanto tiempo robándose ganado unos a otros, que era casi una tradición.

Kyle estaba a punto de orden bajar la colina cuando avistaron al grupo que se acercaba a la aldea. Se replegaron tras unos arbustos y vigilaron. Varios hombres y una mujer, en el centro, claramente protegida por los guerreros. No le importaba quienes eran. El ganado, sí.

Se aupó sobre su montura, pero la distancia no le permitió distinguir si iban armados, ni sus colores. Podían ser hombres de guerra y si comenzaban una pelea, alguno saldría herido, era inevitable. Kyle no deseaba arriesgar en esos momentos la integridad de ninguno de sus hombres. Mucho menos la de su hermano James. Los viajeros parecían ir de paso y seguramente pernoctarían en la aldea, lo que dilataba sus intenciones. Pero una noche bajo las estrellas nunca hizo mal a nadie, así que decidió esperar al día siguiente y así lo comunicó a sus compañeros.

– Pero, Kyle -protestó James-, hasta podría ser divertido. Hace mucho que no cruzamos armas con nadie. Supón que pertenecen al clan de los McDurney. Podríamos divertirnos un rato.

– No sé si son McDurney.

– Sean quienes fueran, son amigos de ellos. De otro modo no se atreverían a cruzar estas tierras con esa tranquilidad.

– Posiblemente. Pero hemos venido a por el ganado.

– Te estás volviendo blando, hermano.

– Posiblemente -repitió Kyle mientras ataba su caballo al arbusto.

El resto se apeó también. James no tuvo más opción que claudicar. Se acomodó junto a él y comenzó a mordisquear una brizna de hierba.

– Me habría gustado un poco de jaleo.

– Si tan ansioso estás, cuando regresemos a casa mediremos nuestras espadas.

James dió un respingo.

– ¡No estoy tan ansioso! Además, no puedo competir contigo. Siempre ganas -dijo, fastidiado.

– Pero te desahogarás. ¿No es lo que quieres?

James enmudeció. Los otros, escuchando el intercambio, sonrieron. Ahora era Kyle el que se burlaba.