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Capitulo 12

Apenas clareó el día, Josleen y su escolta se pusieron en marcha. Agradecieron el alojamiento y la comida al cabecilla de la aldea y montaron. Aún les quedaba todo un día de viaje.

Kyle, agazapado, cuerpo a tierra, les observaba. Su humor no era el mejor, después de haber soportado las pullas de James durante buena parte de la noche. Cuanto antes tomaran el ganado y regresaran a Stone Tower, antes se quitaría a aquel pesado de encima. Ordenó montar.

Pero el destino les jugó una mala pasada.

El grupo se dirigía directamente hacia ellos. Por tanto, hacia la ciudadela de McCallister. Eso les dejaba sólo dos salidas: o se les enfrentaban o huían como conejos. Y Kyle McFersson nunca había hecho lo segundo.

James se frotó las manos. A fin de cuentas habría un poco de jarana.

– Me pido a la dama -le dijo a Kyle al oído.

Kyle no le prestó atención. Estaba ya dispuesto a ordenar el ataque cuando una ráfaga de viento voló la capucha que cubría la cabeza de la mujer. El sol naciente saludó por un instante a unos cabellos dorado-rojizos. Ella se cubrió de inmediato, pero a él se le había cortado la respiración.

Pensando que era una confusión, achicó la mirada, fijando toda su atención en la dama. Joven. Delgada. Dominaba su caballo con maestría. La vio hablar algo con el hombre que se ceñía a su lado derecho y ella echó la cabeza hacia atrás, al parecer divertida. Ahora sí pudo ver bien los colores de sus tartanes. McDurney. ¡Y para colmo, aquella muchacha era…!

Un estremecimiento le recorrió la espalda al reconocerla. ¡Como no hacerlo, por las ubres de una vaca! No había pasado un solo día sin recordar el tacto de su pequeña mano sobre su cuerpo.

Soltó un taco. Echó un vistazo a sus hombres. Todos estaban ya montados y listos. Se aproximó a ellos.

– Quiero a la mujer -les dijo-. Ni un susurro y ni un herido.

Le miraron con asombro, pero asintieron en silencio. Sólo James protestó por lo bajo.

– A la dama me la he pedido yo.

– ¡Púdrete, James!

Tras los arbustos, aguardaron a que los otros se acercaran más. Entonces salieron. No hubo grito de guerra y el asalto se llevó a cabo en el más absoluto silencio.

La escolta de Josleen, pillados por sorpresa, apenas pudieron sacar sus espadas y, en medio de la confusión, se dispersaron. Fueron desarmados con una rapidez abrumadora. Los más cercanos a la joven intentaron protegerla, pero fueron atacados por la espalda y sendos golpes en la cabeza dieron con ellos en tierra.

Josleen hubo de hacer verdaderos esfuerzos para controlar su montura, repentinamente asustada. Para cuando lo consiguió, la corta pelea había finalizado y su escolta había sido vencida. Les indicaron que descabalgara, pero ella se negó. Regaló una mirada de desdén al hombre que se acercó a ella. Era joven y lucía los colores de los McFersson: fondo negro con cuadros verdes. El broche que sujetaba su tartán sobre el hombro era una torre, alrededor de la cual leyó: Honor o Muerte.

Él, alargó el brazo para atraparla por la cintura, pero se encontró con que ella levantó la pierna, propinándole tal patada, que le propulsó del caballo y acabó apeado.

Surgió una risotada general entre tus atacantes. Pero Josleen no saboreó demasiado su pequeño triunfo porque alguien, desde el otro lado de su caballo, la atrapó en una tenaza que apretó alrededor de su cintura, lastimándola. Aún así, luchó. Chilló cuando la soltaron de golpe y cayó al suelo, sobre rodillas y palmas, pero se resolvió como una fiera dispuesta a atacar…

Y se quedó paralizada ante unos ojos que le quitaron el aliento.

Hielo y oro.