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El origen de los clanes escoceses provenía de los celtas y era su sistema de vida; el único conocido. El clan estaba formado por los miembros originarios, casi siempre relacionados con el jefe del mismo por vínculos de parentesco o de sangre. Eran los Native Men y, por consiguiente, los que ejercían mayor poder dentro de la comunidad. El resto, los Broken Men, no eran sino miembros de otros clanes menos poderosos o deshechos que buscaban protección bajo el más fuerte. McFersson y McDurney tenían muchos de aquellos entre sus filas.
Josleen observó que había grupos aislados que saludaban los colores McFersson, según se adentraban en tierra enemiga.
Atravesaron un río y se internaron en un bosque cerrado, con espesa vegetación. Cabalgaron sin descanso durante horas y para ella supuso un infierno. Aquel desgraciado la había montado delante de él y era imposible no chocar una y otra vez contra su musculoso cuerpo. Su humor era el peor que recordaba desde hacía tiempo.
El de Kyle, no tenía nada que envidiarla. Aunque había recordado frecuentemente, durante aquellos meses, sus trémulas y avergonzadas caricias mientras fue su prisionero y le creyó dormido, ahora se le hacía cuesta arriba mantenerse impertérrito teniéndola allí, entre sus muslos. Deseaba llegar a Stone Tower lo antes posible. Su perfume le embotaba y hubo de cambiar varias veces de posición mientras cabalgaban para no demostrar su excitación.
Debería haberse sentido ufano por haber cazado a una McDurney con la que obligar a Wain a negociar, consiguiendo tierras y ganado. Pero no era así. Estaba irritado.
Apenas pararon para dar un ligero descanso y agua a caballos y reses y para tomar un bocado. Durante el breve respiro, ataron a los prisioneros juntos. Josleen fue apeada sin demasiados miramientos y a punto estuvo de lastimarse.
James lanzó una mirada de fastidio a su hermano mayor y le increpó en voz baja su lamentable actuación. Ella, lo escuchó. Y pensó que, tal vez, podría encontrar un aliado de su causa antes de acabar en una mazmorra.
Sonrió al joven guerrero y él respondió con una media reverencia. James escuchó la advertencia de Kyle a su espalda, pero le mandó mentalmente al infierno y se acercó a ella. La tomó del codo y la condujo, con toda galantería, hasta acomodarla a la sombra.
Pero no le soltó las manos. Le proporcionó un trozo de carne seca y un pellejo de vino rojo. Estaba famélica, cansada, muy enfadada y hasta un poco temerosa de su suerte, pero agradeció las viandas y se dispuso a comer. Al menos, le habían atado las manos delante. A punto de saborear la carne seca, se dió cuenta de que nada habían ofrecido a su escolta.
Con un gesto altivo, tiró la carne y el pellejo a un lado y se recostó en la corteza del árbol, cerrando los ojos.
– No me gusta desperdiciar la comida, muchacha -la dura voz de su carcelero la hizo brincar.
– No pienso comer si ellos no lo hacen.
Kyle la miró desde arriba. Era tan alto y parecía tan temible… Le brillaban los ojos. ¿De diversión? ¿De cólera? Josleen se mantuvo firme y no apartó su mirada. Por fin, Kyle acabó por encogerse de hombros, dio una patada a la carne y recogió el pellejo de vino.
– Es más que lo que me ofrecisteis a mí -le dijo.
Josleen se mordió la lengua para no insultarle y él se alejó, sentándose junto a sus guerreros. No se le escapó que el más joven volvía a parecer discutir con aquel gigante dorado. Cerró los ojos de nuevo y procuró descansar. No sabía cuánto tiempo cabalgarían aún y estaba extenuada.
Dormitó un rato. Hasta que la tomaron de las cuerdas y la irguieron. Dio un vistazo a su alrededor, un poco confusa. Todos habían montado ya y aguardaban. ¿A ella?
Kyle la tomó de la cintura y la colocó de nuevo sobre la silla. Sólo que esa vez, no fue sobre la suya, sino en la de James.
Josleen miró por encima del hombro a su nuevo compañero de viaje y él sonrió de oreja a oreja.
– Él dijo que tenía que pensar, por eso cabalgarás conmigo.
– ¡Ah! Pero… ¿piensa y todo?
La carcajada le retumbó en el oído. James asió las riendas y la estrechó, tal vez demasiado, entre sus fuertes brazos. Luego, hundió la nariz en su cabello.
– Hueles bien. Como los brezos. -le dijo.
Ella no respondió, pero se alegró de la conquista. Estaba cada vez más segura de que la ayudaría. ¿Acaso no parecía estar en desacuerdo con el jefe de la partida? ¿No creyó ver que discutían después? No era experta en seducción, porque nunca le interesó ningún guerrero lo suficiente como para desplegar sus velas, pero pensó que era un buen momento para practicar.