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Ella retrocedió con tanta fuerza que tropezó con el ruedo de sus faldas y acabó sentada en el suelo. Le miró y vio el peligro. A gatas, buscó la puerta. El maldito McFersson debía estar loco. ¿Tocarle? ¿Volver a hacerlo de nuevo? ¡Oh, no! Demasiadas noches luchó contra ensoñaciones inaceptables. Si se dejaba arrastrar por aquella estúpida necesidad, acabaría enamorándose de él y no estaba dispuesta a dejarse vencer de modo tan mezquino.
Tenía que odiarlo. ¡Era su enemigo, por amor de Dios!
Kyle se agachó y tiró de ella, incorporándola. Se enfrentaron sus miradas y Josleen supo que él ya no estaba enfadado. Pero encontró otra cosa en aquellas pupilas que la atemorizó mucho más que su furia: deseo.
– Tócame -y aquella vez, fué una orden.
– Estás loco…
– Y tú, loca por sentirme. ¿Por qué te engañas? Sé que no te desagradó en el bosque.
Josleen emitió un quejido y la sangre se la subió a la cabeza. Palpitaba su corazón dolorosamente, sin control, dándose cuenta de que él adivinaba su urgencia. Aún así, repuso:
– No sé de qué me hablas, McFersson.
La risotada la dejó perpleja.
– Muchacha, eres una consumada embustera.
Josleen sentía la boca seca. Tenía los ojos clavados en aquel pecho granítico y tostado y era incapaz de apartarlos de allí. Su fuerza la atraía, notaba un hormigueo entre las piernas y en su cabeza retumbaban tambores de peligro. Su mano derecha se acercó a él con vida propia. Le notó tensarse bajo la liviana caricia. Cuando sus pequeños dedos recorrieron la sedosa piel, él cerró los ojos, entregándose.
Brasas ardientes arrasaron cada nervio de Josleen. Resultaba tan agradable tocarle como recordaba. Más, incluso. Su piel, caliente, se asemejaba al terciopelo. Las yemas de sus dedos recorrieron cada cicatriz, subieron hasta el hombro, bajaron a lo largo del poderoso brazo. Era una caricia enloquecedora y temerosa. Regresó su inspección al hombro y después dejó resbalar su mano por el pecho. Hasta llegar al estómago.
Allí se frenó. Josleen respiraba con dificultad. Fascinada ante las desconocidas sensaciones que la embargaban.
Los ojos dorados la observaban ahora con un brillo demoníaco y dió un paso atrás.
Un segundo después los brazos de Kyle la atrapaban. La besó y ella le respondió, ardiendo ya, hambrienta de caricias, consumiéndose en el volcán demoledor que la asolaba.
Un escalofrío recorrió a Kyle. No estaba preparado para lo que sintió. Fue como si en sus venas hubieran metido lava ardiendo y el villano pensamiento de poseerla en ese momento, le dejó aturdido. La boca de Josleen respondía a la suya y sus manos la emprendieron con el vestido, haciendo resbalar las hombreras para acariciar la piel de sus hombros.
Todo aquello era un sueño para Josleen. Fue consciente de las manos de Kyle en su piel, de que el vestido iba resbalando lánguidamente y se frenaba en su cintura, atascándose en sus caderas. Sintió sus pechos acoplados a las grandes manos del guerrero. Ahogó una exclamación en su boca cuando él oprimió su pezón entre el pulgar y el índice.
Kyle había sido, hasta entonces, capaz de controlar sus actos, pero ahora se sentía como un títere al que la pasión arrastraba por un tobogán sin fin. Con un gruñido, la alzó y se dirigió al lecho.
Josleen le miró entre sus párpados semicerrados. Durante aquel corto lapsus él podría haber recuperado el control y abandonar la habitación antes de cometer una fechoría. Pero el suspiro de ella le volvió loco, saqueó su cuerpo y aniquiló sus defensas. Acabó por quitarle el vestido. Y aquello supuso su total perdición.
Ella tenía la piel blanca, como había imaginado. Contrastaba de tal forma con la ropa del lecho, que le deslumbró. Sus ojos recorrieron con lentitud aquel cuerpo, devorándolo: pechos perfectos, estrecha cintura, caderas redondeadas. La longitud y esbeltez de las piernas era un regalo para la vista. Y el excelso triángulo de vello entre sus muslos, oro y fuego, le lanzaron de cabeza a un abismo que él mismo había abierto.
De dos zarpazos se deshizo de la única prenda que le cubría, tiró las botas hacia un lado y se encaramó al lecho.
Josleen batallaba contra el deseo y el temor. Arrobada por la vergüenza y la pasión a partes iguales. Deseaba tocarlo, sentirle dentro más que nada en el mundo, pero recelaba de lo que iba a suceder. Ella era doncella. Nunca antes había estado con un hombre y no sabía qué debía hacer. ¿Debería permitirle la iniciativa? ¿Permanecer impasible mientras él tomaba su honra?
Kyle le dió la respuesta tomando sus manos y poniéndolas alrededor de su cuello.
– Abrázame, pequeña.
Josleen se encontraba envuelta en una nube. Flotaba. Ansiaba el contacto de Kyle y un hambre voraz por saborear su cuerpo. Se apretó contra él y le besó en el pecho mientras sus dedos, muy abiertos, en el deseo incontenible de acariciar cuanta más piel mejor, resbalaban por los músculos de su espalda. No se había atrevido a mirar la desnudez de Kyle y había vuelto la cabeza al verle desnudarse por completo, pero notó su masculinidad pegada a su cadera mientras sus labios regresaban a secuestrar su boca.
Un vahído la cobijó cuando la boca de Kyle acarició su cuello y bajó hacia el pecho. Él atrapó un pezón entre sus dientes y succionó. Josleen gimió en voz alta y elevó su cuerpo para facilitarle la tarea.
Lo que pasó después, les transportó a un mundo lejano, en el que no existieron más que ellos dos, sus cuerpos sudorosos mezclándose, queriendo poseer al otro. Se revolcaron sobre el lecho como dos animales en celo, saboreando, mordiendo y besando, gimiendo bajo las caricias.
La mano de Kyle, temblando como la de un mozalbete, acarició el interior de sus muslos. Se detuvo a milímetros del lugar en el que deseaba perderse. Ella retuvo el aliento y se arqueó hacia aquellos dedos, exigiendo más.
Trastornado y notando dolorido su henchido miembro, introdujo un dedo en el estrecho túnel. Su humedad le produjo un espasmo de placer indescriptible y sin poder contenerse más la obligó a abrir las piernas y se puso sobre ella, pujando por entrar en ella.
Las manos de Josleen atraparon glotonamente sus tersas nalgas, atrayéndolo, hostigándole de un modo que no le dejó dudas.
La hombría de Kyle profanó la intimidad de Josleen y ella dejó escapar una exclamación, aferrándose más a él.
McFersson se aupó sobre las palmas de las manos y la miró. Dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas y tenía los ojos fuertemente cerrados y los labios apretados. Se sintió el más mezquino de los hombres.
– Lo lamento, Josleen…
Ella abrió los ojos, azul brillante, más hermoso que nunca. Se le escapó un puchero y Kyle la besó en los párpados, en la nariz, en la boca… Luego, luchando por contenerse lo suficiente, pujó de nuevo dentro de ella con extremo cuidado, llevándola poco a poco hasta la cumbre. Desaparecida la molestia, Josleen se retorció contra él y gritó cuando los espasmos del orgasmo la arrollaron. Ciñó sus piernas como grilletes alrededor de las caderas de Kyle, atrapándolo. Y él, incapaz ya de pensar, se abandonó a su propia necesidad mientras las convulsiones femeninas le obligaban a regalar su simiente.
Pasaron algunos minutos antes de que Josleen pudiera pensar de nuevo con claridad. Tenía la vista nublada y el cuerpo laxo. Se ladeó un poco para verle. Apoyado sobre un codo, Kyle la miraba fijamente con el ceño fruncido. Se ahogó por la frialdad de aquellos ojos. Y de repente, se sintió una mujerzuela. Roja de vergüenza, le dio la espalda.
Kyle no dijo nada, aunque comprendió lo que pasaba. Quería calmarla, pero ¿cómo hacerlo si estaban más confundido aún que ella? Su cabeza era una olla en ebullición. No entendía cómo era posible que se hubiera atrevido a deshonrarla. ¿Qué era Josleen? ¿Una hechicera con poderes, capaz de llevar a un hombre a la perdición?
Con un sollozo, Josleen se tiró del lecho y buscó sus ropas. Se embutió en ellas de cualquier modo y escapó de la habitación.
Kyle se dejó caer sobre la revuelta cama y cerró los ojos. A su cabeza regresó la imagen de Muriel y un rictus de asco anidó en sus labios. Un sinfín de rostros femeninos desfilaron ante sus ojos y la mente de Kyle no pudo pararse en ninguno. Había tenido muchas mujeres, antes y después de casarse con aquella pécora sin corazón, pero le era imposible recordar a ninguna con claridad. Sólo veía el rostro de Josleen.
Maldiciendo entre dientes su idiotez, se levantó.