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Kyle dio una vuelta en el lecho, calculó mal y se estrelló contra el duro suelo. Se levantó soltando una retahíla de obscenidades. Cuando el sol que entraba por el ventanal le dio en los ojos hizo un gesto de dolor y volvió a maldecir a voz en cuello.
La noche anterior había cogido un odre de whisky, se había largado de Stone Tower, buscado un lugar apartado y había bebido como un condenado imbécil. Ni siquiera recordaba cómo había regresado a su cuarto.
Lo que sí recordaba con nitidez era que lo había encontrado vacío. Que Josleen estaba encerrada en una celda por propia voluntad y que él no podía tenerla en sus brazos. Gritó, pidiendo más bebida. No sabía si alguien se la proporcionó o la había conseguido él, pero a los pies de la cama había una jarra vacía. Le estallaba la cabeza, tenía la boca seca y con seguridad le saldría un cardenal por caerse del lecho. Estaba claro que había cogido una borrachera de campeonato.
No se emborrachaba de aquel modo desde aquel día en que Malcom le preguntó por Muriel y él escapó de Stone Tower. El día en que acabó prisionero de los condenados McFersson. El día en que ¡maldito fuese! había conocido a Josleen.
Llevándose las manos a la cabeza y moviéndose despacio, salió fuera. El alarido de James, llamándole, le hizo proferir un gemido de dolor y se encogió, apoyado en la barandilla que daba al patio.
James llegó a la carrera.
– Kyle, un grupo de…
– Cállate, por Dios -suplicó.
James observó a su hermano mayor, al laird del clan, al hombre capaz de arrancarle la cabeza a cualquier guerrero, y sonrió de oreja a oreja al ver su lamentable estado. Lejos de sentir lástima, le arreó una palmada en la espalda en señal de saludo y se regocijó al escucharle sollozar.
– ¿Dormiste bien, hermano?
Kyle estaba a punto de vomitar por la sacudida y el dolor de la cabeza se tornó insoportable.
– Dios…
– Ya veo que no -dijo James.
– Por tu vida, guarda silencio -le pidió Kyle.
James aguantó la risa y dijo:
– Un grupo de mujeres quiere hablar contigo.
– No quiero recibir ahora a nadie -susurró-. Trae algo de beber, James, muchacho. Tengo una resaca de mil diablos.
– Tu deber como laird es atenderlas…
– ¡Por todos los dioses, James, no estoy para…! -su propio grito le hizo encogerse y caer de rodillas- ¡Oh, joder! -esperaba que su hermano le quitase de encima la obligación de atender a aquellas comitiva de mujeres, sólo el diablo sabía qué querían ahora pedir, pero el otro parecía muy divertido con su espantoso estado y poco dispuesto a hacerle el favor, de modo que le miró echando chispas por los ojos-. Dame al menos una hora.
– Media.
– James…
– Nadie te dijo que accedieses a hacer algo tan estúpido como meter a esa muchacha en una celda. Nadie, por tanto, es culpable, más que tú, de tu borrachera. No, hermano, no voy a darte más de media hora; las mujeres parecen muy interesadas en verte y yo no tengo la obligación de atenderlas.
Le hubiese matado.
Le hubiese arrancado la cabeza.
Le hubiese…
Qué demonios, tenía razón, se dijo. Él y sólo él, era culpable de lo que estaba sufriendo. Asintió con cansancio.
– Pide al menos que me preparen un baño. En el cuarto adjunto a la cocina. Por favor.
– Dalo por hecho.
James se alejó para hablar con el grupo de mujeres.
Tan pronto llegó a las dependencias inferiores, buscó algo de beber. Sabía por propia experiencia que una resaca se quitaba con algo fuerte. Encontró un excelente brandy inglés que sólo Dios sabía quien lo había llevado a la torre y bebió largamente de la botella. El alcohol le cayó en el estómago como una piedra. Al principio no pareció causarle efecto, pero un minuto después hubo de salir a escape y vomitó hasta la primera cerveza que se echase al gaznate años atrás. Pero luego se sintió mejorado y aunque el dolor de cabeza no había remitido lo más mínimo, al menos su estómago no era un saltimbanqui y sus ideas comenzaron a despejarse.
Se bañó con rapidez y luego esperó en el salón principal hasta que James apareció con las mujeres.
Kyle las miró deseando que desapareciesen de un plumazo, pero trató de comportarse como correspondía.
Eran diez. La que tomó la palabra era Helen Garren, la mujer del herrero.
– Milord -dijo ella con voz fuerte, haciendo que Kyle se encogiese ligeramente-, deseamos pediros un favor -él asintió, sin ánimos de abrir la boca-. Nos gustaría que la muchacha McDurney enseñara a nadar a algunos de nuestros hijos.
La petición hizo que Kyle parpadease. Tragó con dificultad y objetó:
– Cualquiera de vuestros hombres puede hacerlo. Imagino que más de uno sabrá nadar.
– No son demasiados, laird. Y ellos tienen otras tareas que atender o no están por la labor. Por eso hemos pensado en la dama.
– Ya.
– La laguna de Chilly sería un lugar perfecto.
Kyle meditó un momento. Y estuvo a punto de besar a la mujer, porque acababa de darle una magnífica excusa para poder sacar a Josleen de la celda. Aunque desde luego pensaba hacerla pagar su cabezonería y su propio malestar. Pero no sería hasta el día siguiente. No. Una noche más en la mazmorra la haría recapacitar.
– No puedo afirmar que aceptará.
– Estamos seguras de que lo hará, laird. La hemos observado desde que la trajisteis. Sólo tendréis que decirle que con ello evitará que suceda lo del otro día.
Kyle asintió. Helen hizo una ligera inclinación con la rodilla derecha y con un gesto autoritario indicó a las demás que la audiencia había finalizado.
James se aproximó a su hermano cuando todas hubieron salido y se sentó a su lado.
– ¿Qué vas a hacer? No será lógico que la mujer que enseñe a nuestros cachorros a nadar, siga durmiendo en una celda.
– Púdrete, hermano -gruñó Kyle.
El laird de Stone Tower llevó a cabo su palabra de no ir a buscar a Josleen aquel día. Una dura batalla para él, porque además de estar deseando tener de nuevo a la joven, todos y cada uno de los miembros de la torre le hicieron el vacío aquella noche. A la hora de la cena, James y Duncan, al ver que Josleen no estaba en el salón, buscaron una excusa y se marcharon. Kyle fue incapaz de prohibirles nada, y casi lo agradeció, conociendo como conocía a aquellos dos. Sin embargo, la trivial excusa de su madre para ausentarse también de la mesa un segundo antes de que comenzasen a servir las viandas, le escoció como un chorro de vinagre en una herida. Sobre todo, porque la mujer se llevó consigo a Malcom y el pequeño pareció incluso satisfecho de alejarse de su progenitor.
Kyle hubiera dado cualquier cosa por tener compañía aquella noche. Incluso hubiese aceptado de buen grado la presencia de Evelyna, pero la muchacha ni se personó en la torre, dolida sin lugar a dudas por sus desplantes.
Por si el desprecio de su propia familia fuese poco, los criados se sumaron a la rebelión sirviéndole una cena fría y sosa que no le habrían dado ni a un pordiosero y un vino aguado. Cató un muslo de ave y lo devolvió a la bandeja, asqueado y malhumorado.
Reclinado en el asiento y sin ganas de probar bocado, Kyle pensó seriamente en lo que estaba sucediendo en su mundo desde la aparición de la hermana de Wain. Aquella muchacha había conseguido poner todo patas arriba sin siquiera mover una ceja. Sin duda hubiese sido un gran líder de haber nacido varón, porque tenía el coraje de un guerrero, la mirada de un valiente y la sensibilidad de una mujer, combinación francamente diabólica para un hombre como él, acostumbrado a hacerse obedecer con una simple mirada. Josleen había conseguido que James y Duncan se portaran decentemente, que Malcom estuviera más ilusionado de lo que le había visto jamás, y lo que era más importante, que su madre sonriese. No la había visto sonreír desde que enviudó. Amén de todo eso, las mujeres del clan la solicitaban como profesora deseando poner la vida de sus críos en sus manos, a pesar de saber que pertenecía a un clan con el que la enemistad duraba desde tiempos de su bisabuelo. Y los criados la adoraban.
Retiraron las bandejas intactas. Kyle bajó a las cocinas, donde Liria le regaló una mirada airada y no le dirigió la palabra, buscó una jarra de whisky y, mirando críticamente la vasija, se dijo que una borrachera más carecía de importancia. A fin de cuentas, nadie parecía desear su compañía y Josleen estaba en una celda. ¿Qué otra cosa podía hacer un hombre en aquella situación, sino beber?