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En las márgenes del río que hacía frontera con las tierras de los McFersson, Wain desgastaba el césped paseando nerviosamente de un lado a otro.
Uno de sus lugartenientes se le acercó y le tendió una jarra de whisky.
– Debemos esperar, laird -le dijo, al ver la mirada vidriosa de su jefe, clavada en la otra orilla de la corriente-. Los McFersson son un clan fuerte y no debemos enfrentarnos a ellos sin ayuda.
– Lo sé -gruñó Wain, bebiendo largamente-. ¡Mierda si lo sé!
– Los McCallister y los Gowan estarán aquí mañana con toda seguridad. Entonces seremos un buen número. Suficiente como para atacarles.
– ¡Pasaré su torre por las armas, Teddy, lo juro! ¡No dejaré una piedra sobre otra!
– Y nosotros te ayudaremos.
El joven asintió, agradeciendo su lealtad. La rabia más sorda por el rapto de su hermana y de algunos de sus hombres había conseguido levantarle dolor de cabeza.
– Esta enemistad ha durado ya demasiado -dijo-. Desde que el bisabuelo de ese jodido McFersson asesinó al mío. Desde entonces no hemos tenido paz y ya va siendo hora de cobrar las afrentas.
– Recuerda en hace tiempo casi le partiste en dos -sonrió el otro.
– ¡Pero no acabé con su vida! -ladró Wain- Ahora lo haré. Y pondré su dorada cabeza en una picota que clavaré en la puerta de Durney Tower.
Josleen ascendió las escaleras que daban a la torre despacio. Se preguntaba una y otra vez por qué Kyle no estaba dispuesto a pedir rescate por ella. No era lógico. Podía ser cuantioso y su hermano estaría dispuesto a pagar lo que fuera por recuperarla a ella, a Verter y a los demás. Nadie en su sano juicio despreciaría aquella transacción.
Cuando llegó arriba, la explanada de la almena se le antojó un lugar inhóspito. Hasta ese momento no había subido allí y ahora veía que estaba en obras.
Tratando de pisar con cuidado, se identificó, esperando ver a quien le enviase la nota. Pero nadie contestó.
Estuvo a punto de tropezar cuando su pie topó en una viga de madera cruzada en el suelo. Sofocó una exclamación y se agarró a otra de las vigas. Justo en ese instante, el suelo cedió bajo sus pies y Josleen dejó escapar un grito de terror. Las tablas que componían el suelo estaban tan podridas que chascaron al soportar su peso. De nada sirvió el liviano agarradero al que se aferró y se precipitó al vacío mientras veía por el rabillo del ojo unos cabellos largos y negros y escuchaba una risa que identificó de inmediato con Evelyna Megan.
Liria la incorporó ligeramente y la obligó a beber. Luego, regresó el lastimado cuerpo de Josleen sobre los almohadones, recogió sus cosas y se dirigió a la puerta. Antes de salir se volvió y miró a su laird. Nunca había visto al joven en tan lamentable estado. Ni siquiera cuando su esposa, Muriel, maldijo al hombre y su hijo recién nacido. Ni siquiera cuando estuvo a punto de morir bajo la espada de Wain McDurney.
Kyle había estado dando vueltas por el cuarto, desgastando el suelo en un vano intento de calmarse. Había sido terror lo que sintió cuando, al regresar de la partida de caza, le anunciaron que Josleen había tenido un accidente. Fue Elaine quien le puso al tanto de los hechos y desde entonces estaba como loco.
Josleen había caído desde una altura considerable y la viga que se precipitó sobre ella duplicó el golpe. Tenía cardenales en todo el cuerpo y un enorme moratón en la sien derecha.
Cuando preguntó a Liria, la cocinera se encogió de hombros, llorosa. El pavor más absoluto se alojó en él. Desde ese instante no había querido comer ni dormir y había permanecido junto a la muchacha, rezando por su recuperación.
– No sentirá dolor -le dijo dicho Liria en voz baja-. La pócima que le he administrado la hará dormir.
Kyle miró a la criada sin verla y asintió. Con la barba crecida y las ropas arrugadas parecía un demente, pero no quiso salir de allí. No podía dejarla sola cuando tal vez podía morir y… Cerró los ojos y un gemido de desesperación se le escapó. La caída podía haber matado a un hombre y Josleen era una muchacha frágil. No había despertado más que un instante desde el accidente y sus ojos terriblemente azules, velados por el dolor, provocaron en él una angustia infinita. Por fortuna, había vuelto a desmayarse. Y él estaba agarrotado, temiendo que no despertase de nuevo.
Se acercó al lecho y la miró. Un mar de emociones le azotó sin piedad al ver su rostro, ahora pálido. Un nudo en la garganta le dificultaba respirar. Algo resbaló por su mejilla y alzó la mano para quitarlo. Sólo entonces se dio cuenta de que estaba llorando. No recordaba cuándo lloró por última vez. Ni siquiera recordaba haberlo hecho.
Josleen se removió y dejó escapar un gemido dolorido. Kyle se arrodilló junto al lecho y tomó una de sus manos entre las suyas. Su debilidad le hizo sentirse miserable. El tenía la culpa de que ella estuviera a las puertas de la muerte. Si no la hubiera raptado, si la hubiera dejado seguir su camino, si no…
– ¿Papá?
Kyle alzó la cabeza y miró hacia la puerta sin importarle las lágrimas que surcaban sus mejillas. Malcom le miró extrañado y se acercó a él despacio. El niño pasó un dedo por el rostro de su padre, enjuagando una lágrima.
– ¿Josleen está peor? -preguntó, temblándole la barbilla.
Kyle no pudo responder.
– No quiero que se muera -dijo el niño-. No quiero que ella se vaya como se marchó mi mamá.
– No lo hará, Malcom -le aseguró con un hilo de voz-. Te lo prometo.
– Tú no lo permitirás, ¿verdad? -la vocecita desesperanzada de su hijo le hizo más daño que una espada atravesada en el pecho-. Eres el jefe del clan. El laird. No puedes dejar que muera.
¡Por los dientes de Dios! Si pudiera dar su vida por la de ella lo haría, pero todo estaba en manos del destino. Sin levantarse del suelo alargó el brazo y atrapó el cuerpecito de Malcom abrazándolo con fuerza, tratando de encontrar un poco de consuelo, aunque no le había dado mucho de sí mismo. Era posible que nunca hubiera entregado demasiado de sí mismo a nadie y por eso pagaba ahora.
– No lo permitiré, hijo. No lo permitiré. Te lo juro.
La puerta se abrió con cierto estrépito obligándoles a volverse. Serman ocupaba casi todo el vano de la puerta con su enorme corpachón y estaba lívido de furia.
– Una trampa -dijo-. Josleen fue víctima de un intento de asesinato, Kyle. Las tablas del suelo de la torre habían sido cambiadas hacía poco, ya habían reparado las podridas. Estaban serradas por la mitad.