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Capitulo 3

Josleen dormitó a ratos. Despertó aterida, se envolvió en las mantas y fue a sentarse más cerca de la hoguera. Rogó para que amaneciera cuanto antes y pudieran reemprender camino. Lamentó su terquedad al no querer quedarse aquella noche en la aldea.

Los cascos la alertaron y pusieron en guardia a los dos hombres que la protegían. Pero eran los suyos que regresaban. Y al parecer, con carga adicional.

Descabalgaron y apearon a un sujeto que parecía desmayado.

Josleen se incorporó y se acercó, pero la orden de su medio primo, Barry, la detuvo:

– Aléjate de él.

Ella le miró, reticente, pero acabó por aproximarse.

– Parece muerto, de modo que difícilmente puede atacarme, ¿verdad?

Apenas pudo echarle un vistazo cuando Barry ordenó que atasen a aquel tipo. Le alzaron por los brazos, le arrastraron hasta un tronco y le sujetaron brazos y tobillos con cuerda. La cabeza, que caía sobre el pecho, sólo permitió a Josleen apreciar un cabello rubio y un cuerpo musculoso.

– ¿Está malherido? -preguntó.

– ¡Tanto da que esté muerto! -repuso Moretland-. Le encontramos junto al río, y seguramente es uno de los ladrones de ganado que se protegen bajo las faldas de los McFersson.

El prisionero dejó escapar un quejido y abrió los ojos.

Barry se le acercó, le agarró por el pelo y echó su cabeza hacia atrás. Josleen dejó escapar una exclamación al ver la sangre.

– ¿A qué clan perteneces? -le interrogó.

Kyle, luchando aún contra las brumas de la inconsciencia, sólo vio una cara borrosa. La cabeza le dolía, igual que la ceja. Y la sangre le tapaba la visión de un ojo. En la penumbra, se desdibujaban los colores de sus tartanes y creyó distinguir un fondo negro surcado de rayas amarillas. Equivocadamente, pensó que se encontraba ante hombres del clan Dayland.

– McDuy -dijo con voz algo pastosa.

– ¿McDuy? ¿Los asquerosos McDuy? -preguntó alguien- ¡Por Dios! ¡Y aún se atreve a decirlo!

Kyle sacudió la cabeza para despejarse y les miró con más atención. ¿Acaso los Dayland no tenían una alianza con los McDuy? ¿Entonces, por qué…?

Josleen apretó más las mantas a su cuello. No estaba de acuerdo en que los hombres se comportaran a veces como bestias. Regresó junto al fuego y se acuclilló, sacando un brazo y acercándolo a las brasas. Se tumbó tan cerca del fuego como pudo y se desentendió de ellos. ¡Que resolvieran el problema como quisieran!

Kyle fijó la mirada en la mujer. Y la respiración se le detuvo. A la luz de la fogata, descubrió un fondo rojo sangre con rayas amarillas y negras. Apretó los dientes para no soltar una maldición. Su estupidez acababa de llegar al cénit. Porque quienes le habían capturado no eran de los Dayland. ¡Eran los condenados McDurney, que Satanás se llevara a los infiernos! ¡Sus peores enemigos! Y él, como un idiota, acababa de declarar que pertenecía a un clan enemigo. En bonito lío acababa de meterse.

– Descansa si puedes, piojo -le dijo Barry-. Mañana necesitarás de todas tus fuerzas.

Ninguno se percató del repentino brillo de alarma que asomó a sus ojos, y sus secuestradores se acostaron sin hacerle más caso. Sólo uno de ellos se quedó de guardia.

Josleen era incapaz de dormir y, desde su posición, seguía con la mirada fija en el prisionero. Se preguntó quién sería y qué hacía en las tierras de su hermano.

– Barry -llamó muy bajito-. ¿Estás dormido?

– ¿Hummm?

– No tiene aspecto de ladrón de caballos.

Barry se dio la vuelta, quedando de espaldas a ella.

– Mañana lo sabremos. Duérmete de una vez.