37467.fb2 Brezo Blanco - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 40

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Capitulo 39

Más de dos mil hombres atravesaron el río a una señal de Wain McDurney.

Guerreros a caballo, soldados a pie, carros cargados de alimentos, máquinas para el asalto. Los estandartes de los clanes Gowan, McCallister y McDurney se mezclaron en una sinfonía de color mientras avanzaban, dispuestos a poner sitio a Stone Tower.

Había pasado demasiado tiempo desde que los clanes de Wain y Kyle se enfrentasen por última vez; desde que sus bisabuelos se enfrentaron en duelo singular y el de Wain murió bajo la espada del otro. Desde entonces, apenas unas cuantas escaramuzas, robos de ganado y alguna choza quemada en el fragor del combate, sin bajas personales.

El rey, Jacobo, les instaba constantemente a terminar con aquella rivalidad, más aún cuando la verdadera guerra había que presentarla contra otros enemigos cercanos, pero ni uno ni otro quisieron nunca hacer las paces. Existía demasiado rencor entre ellos para acceder a un pacto. Ni siquiera se aunaron para luchar contra los ingleses, haciéndolo cada uno por su lado.

Wain sabía que su rey bien podía acabar de perder la paciencia con ellos cuando se enterara de la confrontación que se acercaba, pero no le importaba. Él tenía argumentos para defenderse. ¿Acaso el maldito McFersson no había raptado a su hermana? ¿Acaso no la había deshonrado ya, con seguridad? ¡Por los colmillos de Satanás! Estaba seguro de que Josleen ya no era virgen, sabiendo lo que se decía de Kyle. ¿No contaban que asesinó a su mujer nada más darle un hijo? Wain sabía que los rumores del populacho aumentaban y aumentaban con el tiempo y no creía todas las historias que se achacaban a Kyle McFersson, pero estaba convencido de que su hermana había sufrido a manos de aquel condenado hijo del diablo e iba a pagar con su vida y con la de todo su clan.

Conocía la fortaleza de Stone Tower. Sabía que estaba bien custodiada por las cuatro torres que circundaban la principal, que la muralla que rodeaba el bastión era alta y lisa y que los hombres del clan enemigo eran valientes y sanguinarios en la lucha. De todos modos, él contaba con sus guerreros y con los de sus aliados y pillarían al McFersson en desventaja, puesto que no sabía que iban hacia él. No podría pedir ayuda a los clanes amigos. Para cuando quisiera darse cuenta, ya habrían pasado a todos los McFersson a cuchillo y quemado hasta los cimientos del castillo. Tres días a lo sumo le bastarían para llegar a las puertas de Stone Tower, dado el abultado contingente que llevaban.

Wain pensaba que también era posible que no encontrara ya a su hermana ni a sus hombres con vida, pero Kyle pagaría cada una de aquellas muertes. Lo juró ante Dios.

***

El rostro le ardía y el dolor la hizo abrir los ojos lentamente.

– ¿Qué me ha pasado?

Kyle acudió a su lado. Le temblaron las manos al tomar el amado rostro y sus labios descendieron para atrapar la boca de Josleen en un beso. Ella le empujó cuando le faltó el aire.

– Vas a ahogarme -protestó.

La carcajada de Kyle fue sincera y ella le miró como si estuviera loco. Cuando se calmó, se sentó a su lado y la colocó, de modo que su cabeza descansara sobre su rodilla. Ella suspiró, cómoda, y sonrió a medias.

– ¿Cómo te encuentras?

– Como si me hubiese caído por un barranco.

– No fue exactamente por un barranco, pequeña.

– Lo sé. El golpe no me ha afectado la cabeza -se volvió un poco para mirarle y dejó un taco a medias-. Me duele.

– Liria juró que si despertabas, los dolores no durarán más de dos días con sus brebajes.

– ¿Si despertaba?

Kyle tragó saliva y asintió y Josleen creyó ver miedo en sus ojos.

– Los cardenales desaparecerán. No tienes ningún hueso roto. Milagrosamente, debo decir. Podrías haberte matado.

– Tengo los huesos muy fuertes. Nunca me rompí uno. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

– Dos días.

– ¡Condenación! ¿Acaso no se te ocurrió despertarme?

Kyle rio con ganas. Ella era terca como un jamelgo aún cuando había estado a punto de morir. Pero el recuerdo de que alguien había intentado asesinarla, le hizo encajar los dientes y una expresión demoníaca transformó su atractivo rostro. Josleen le acarició la mejilla.

– Estás hecho un asco -le dijo-. ¿Los McFersson no saben que el agua sirve para asearse?

Kyle se inclinó y la besó otra vez. A pesar del dolor, Josleen elevó el cuerpo hacia él, deseosa de más, notando que lava encendida recorría de nuevo sus venas. Dios, pensó, ¿siempre sería igual? ¿Perdería la cabeza cada vez que él la besara?

Dos dedos aparecieron delante de sus narices, haciéndola parpadear.

– ¿Cuantos hay?

– ¿Qué?

– ¿Cuántos dedos hay? -la voz de Kyle conllevaba cierta alarma cuando no le respondió de inmediato. Su madre y Liria habían dicho que si recuperaba la conciencia lo primero que habría de comprobar es que no veía doble o triple, porque eso podía significar que el golpe había producido algún coagulo de sangre en la cabeza y podía ser fatal-. ¿Cuántos jodidos dedos ves, Josleen?

Su desesperación la extrañaba y divertía a la vez. Desde que le conociera había deseado hacerle pagar cada uno de sus malos ratos, estar alejada de los suyos. Ahora podía tomarse una pequeña e infantil venganza.

– ¿Uno? -preguntó.

Su gemido de frustración la obligó a aguantar la risa, pero al ver que tenía el rostro demudado se asustó.

– Dos. Dos dedos, Kyle. ¡Kyle! ¿Me estás escuchando?

Kyle la miró sin estar convencido. Los ojos azules de Josleen reflejaban ahora cierto pánico. Puso cuatro dedos delante de su cara.

– ¿Y ahora?

– Cuatro -no quiso bromear más.

El pareció aliviado, pero volvió a insistir y dejó el índice alzado.

– ¿Cuántos?

Josleen atrapó su mano, se llevó el dedo a la boca y lo succionó eróticamente.

– ¿No podríamos jugar con otras cosas? -preguntó, melosa, arrimándose a él como una gatita- Te estás poniendo pesado.

Kyle estaba asombrado. Josleen parecía recuperarse más a cada segundo. Al final acabaría creyendo que era cierto lo que se decía de los McDurney, que habían sido tocados por los ángeles al principio de la Creación. Bebió la hermosura de aquel rostro magullado. A pesar de haber estado inconsciente dos días enteros, tener un cardenal en la frente y el cabello pegado al rostro, era preciosa. Kyle pensó que seguramente era la única mujer que conseguía estar deseable estando desaseada y golpeada.

– Me temo, señora, que van a pasar unos cuantos días antes de que usted y yo podamos jugar a otra cosa que no sea cuidarte -repuso, sarcástico.

– Oh, vamos.

– Sé una buena chica y duerme. Debes reponerte del todo. Mis hermanos y Malcom se han estado pegando por ver quién te cuidaba mientras estabas inconsciente, de modo que llamaré a alguno de ellos para que haga de guardián mientras voy a adecentarme un poco -la recostó en los almohadones, la besó en la frente y caminó hacia la salida-. Una pregunta, tesoro. ¿Viste a alguien en la torre?

Ella estuvo a punto de asentir y decir que había reconocido a Evelyna Megan, pero se guardó el secreto. Aquella mujer había tratado de matarla, sí, pero no sentía odio hacia ella, sino lástima. Si ella tuviera que lidiar con una rival por el amor de Kyle, no estaba muy segura de qué cosa terrible podría hacer. Negó con la cabeza, pero apartó los ojos hacia la ventana.

– ¿Fue Evelyna?

El nombre de la otra en los labios de Kyle la escoció.

– No vi a nadie -insistió.

– Josleen, acabaré sabiendo quién te tendió una trampa. Los tablones del suelo fueron serrados, no se rompieron por accidente, ya habían sido reparados.

– Deja las cosas como están, por favor.

– Ni lo sueñes.

– Hazlo por mí, Kyle.

La miró desde la puerta, largamente, recreándose en los contornos de su rostro y en la silueta de su cuerpo bajo las sábanas. Deseaba apretar el cuello de Evelyna entre sus manos hasta que aquella zorra sacara dos metros de lengua. Presentía que era ella. No, no lo presentía solamente. Lo sabía. Algo en el corazón se lo decía. Y a pesar de todo, Josleen, aquella maravillosa criatura, no deseaba culparla, sólo Dios entendía sus motivos. Acabó asintiendo de mala gana, pero desterraría a la Megan aunque le implorara de rodillas. No quería víboras en su casa.

– Todos celebrarán tu recuperación, mi amor.

El pecho de Josleen se paró.

Mi amor. ¡La había llamado su amor! ¡Y tesoro! ¡Y quería vengarla! No había sido una frase hecha. ¡No podía ser una frase hecha! Se abrazó y rio, nerviosa. La amaba. Estaba segura ya. Aunque aquel cabezota fuera incapaz de decírselo con palabras.

James la encontró riendo cuando entró un momento después.