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Capitulo 42

Ante el contingente que se aproximaba, los aldeanos que vivían fuera de las murallas corrieron a refugiarse en el interior de la fortaleza, abandonando sus casas y enseres a los invasores.

Josleen se tiró de la cama apenas Kyle desapareció para hacerse cargo de la defensa. Rezó para que Wain no atacara de repente, para que primero pidiera explicaciones. Ella estaba bien, si no contaban los cardenales, y Verter y los demás gozaban de buena salud y mejor comida aunque estaban confinados en las mazmorras. Nadie había sufrido daño y un secuestro en aquellos tiempos era el pan de cada día. Pero sabía la cólera que embargaba a su hermano cada vez que el nombre de los McFersson salía a relucir. Wain podía ser imprevisible. Colman McFersson había matado a su bisabuelo y esa afrenta aún estaba por cobrar, según el joven.

A aquellas alturas, después de convivir en Stone Tower y conocer a sus gentes, Josleen se preguntaba qué había sucedido realmente entre sus bisabuelos. Dudaba mucho que Colman hubiera matado a sangre fría a su antepasado, y sabía que las habladurías y las leyendas se agrandaban y modificaban con el paso del tiempo, pasando de padres a hijos. No todo lo que se contaba era cierto. Si aquel Colman había sido la mitad de caballero que era Kyle, no pudo matar a su bisabuelo sino en limpia pelea.

Consiguió ponerse uno de los vestidos mientras rezongaba por el dolor y las molestias. Se lavó el rostro, se recogió el cabello en una trenza que dejó a la espalda y salió de allí para dirigirse a la muralla.

Nadie la detuvo. Ni se fijó en ella. En Stone Tower reinaba la confusión y todos iban o venían preparándose para la batalla o el asedio. Un buen número de campesinos ayudaban en los quehaceres dirigidos por los guerreros, las mujeres ponían a los niños a buen recaudo. Se le encogió el estómago pensando lo que podía suceder.

Entre aquel jaleo, Josleen distinguió a Malcom y se acercó.

– ¿Dónde crees que vas, jovencito?

El niño la miró como a una aparición.

– ¡Estás bien! -gritó, alborozado.

– Más o menos, cielo. Ve dentro.

– ¡Pero nos están atacando, Josleen! Hay muchos guerreros fuera de las murallas.

– Casualmente por eso quiero que vayas dentro. ¿Dónde está tu abuela?

– Creo que buscándome -confesó-. Pero yo debo defender la fortaleza, igual que mi padre. Los campesinos son nuestra responsabilidad.

– Malcom, cariño, esos campesinos son más grandes y fuertes que tú. Tu padre y tus tíos se encargarán de ese trabajo. Ve dentro.

– Al menos quiero ver lo que pasa.

Josleen también quería. No en vano su hermano estaba fuera de las murallas. Y temía por él y por Kyle.

– ¿Hay algún lugar seguro desde el que ambos podamos fisgar? -Malcom asintió-. Muéstramelo.

El niño la condujo a través de la confusión ascendiendo por una escalera lateral. Llegaron a las almenas y desde allí, agazapados para no ser vistos, miraron hacia el exterior. A Josleen se le congeló la sangre al ver el abultado número de guerreros.

– Ahora guarda silencio, Malcom. Y no te asustes.

– No estoy asustado, sino nervioso. Es mi primera batalla, ¿sabes?

***

Kyle observó a sus enemigos. Sabía por qué estaban allí. Se preguntó cómo demonios se habían enterado de que Josleen se encontraban entre los muros de su fortaleza. Maldijo cien veces su mala suerte. Se daba cuenta de que había sido un inconsciente, de que había dilatado demasiado todo el asunto. Retener a Josleen le podía costar muchas bajas. Y muchas pérdidas. Las llamas que se elevaban en el poblado y que estaban consumiendo las chozas de sus gentes, daban clara muestra de que su rival no iba solamente a parlamentar. Pero estaba decidido a hacer un pacto con el maldito Wain McDurney. No podía enfrentarse a él. No al hermano de Josleen. Ella no le perdonaría nunca si lo mataba o mataba a alguno de sus familiares. Y tenía a todos a sus puertas.

– Saca a los prisioneros de la celda y déjalos marchar -le dijo a James.

– ¿Y ella?

Kyle contuvo las ganas de soltarle un puñetazo. Pero sólo apretó los dientes y murmuró:

– Ella se queda.

– Imagino que a McDurney no se conformará con recuperarlos a ellos solamente -intervino Duncan-. Ha venido a llevarse a su hermana.

– ¡Por encima de mi cadáver!

– Parece dispuesto a hacerlo -susurró James con un hilo de voz, señalando a lo lejos.

En efecto, Wain parecía dispuesto a todo. Estaban quemando toda la aldea, granero incluido.

Un jinete envuelto en el tartán McCallister hizo avanzar su caballo portando bandera blanca. Cuando estuvo a poca distancia de la muralla se detuvo.

– ¡Kyle McFersson!

Se asomó por encima del muro.

– ¡Aquí estoy!

– ¡Traigo un mensaje de Wain McDurney!

– ¡Suéltalo!

– Libera a lady Josleen y a los hombres que tienes retenidos. Cuando todos estén a salvo entre nosotros perdonará la vida de todos cuantos se cobijan bajo tus colores, se hablará de compensaciones y os enfrentaréis.

Kyle contuvo el aliento. Wain quería su cabeza pinchada en un palo y expuesta al sol. Y no era para menos. Seguramente imaginaba que su hermana no seguía siendo doncella. No cesaría hasta verle muerto. Pero, pasara lo que pasase, él no podía matar a Wain. Se lo debía a Josleen.

– ¡Dejaré libres a los hombres!

– ¿Y lady Josleen?

– Ella se queda. No está en condiciones de ir a ningún lado.

El emisario de Wain se irguió como si le hubieran atravesado el pecho. Hizo girar su montura y regresó al abrigo de los suyos.

El silencio cayó sobre los hombres de Kyle como una losa. Todos sabían ya que habría batalla. Muchos de ellos la admitían con entusiasmo, no en vano los McDurney eran sus más fieros rivales. Y les habían robado en demasiadas ocasiones. Ellos habían hecho lo propio, claro estaba, pero eso no venía ahora al caso.

Poco después, el emisario regresó a las murallas. El trapo blanco que lucía en el asta que apoyaba con desgana sobre su muslo, parecía más un símbolo de guerra que de tregua.

– ¡McDurney no quiere derramar más que una sangre: la tuya! -gritó a voz en cuello-. ¡Te reta a lucha abierta!

– ¿Para eso tiene que enviar un emisario? -gritó Kyle a su vez- ¿Por qué no viene él mismo?

– ¿Qué respondes, McFersson?

– ¡Puede pudrirse esperando, díselo!

El hombre asintió y volvió a dar la vuelta. A Kyle le pareció vislumbrar una sonrisa satisfecha. Todos parecían estar ansiosos de pelear. Todos excepto él, porque tenía las manos atadas.

Se apartó y maldijo en voz alta el condenado embrollo en que había metido a su gente. Estaba entre la espada y la pared. No podía enfrentarse a Wain. No podía dejar que Josleen regresara con los suyos. ¡Ella le pertenecía! La sola idea de que se marchara le encolerizaba. Y Wain no aceptaría sus excusas. Tampoco él lo haría si la muchacha hubiera sido su hermana.

Josleen había cambiado tantas cosas en Stone Tower que ya pertenecía al lugar. Había conseguido que sus hermanos se comportasen, que él recuperase a su hijo, que se dedicara a él como un verdadero padre y no sólo como el jefe del clan. Su madre volvía a ser feliz gracias a ella. Su gente confiaba en ella, la habían admitido de buena gana porque día a día su amor y dedicación le granjearon el afecto de todos. ¿Y Wain pretendía que la dejase marchar?

Duncan le advirtió y volvió a prestar atención. Los enemigos se movían, acabando de destruir el poblado. A sus espaldas, algunos protestaron por aquel desastre. No era la primera vez que batallaban contra otro clan y no sería la última en que se perderían viviendas y enseres, animales o vidas. Pero ninguna tan absurda como la que se avecinaba. Todo por su lujuria. Por su falta de control. Por haber seducido a una mujer.

Kyle se preguntó si tenía derecho a sacrificar el bienestar de toda su gente por no humillarse y decidió que no. No, condenado fuese, no tenía ese derecho por muy jefe del clan que fuera. Su vida era un tributo muy bajo a pagar a cambio de la de los suyos. No le importaba morir. Sólo sentía no poder volver a tener a Josleen.

– Ondea bandera blanca, James.

Su hermano se quedó mirándole como si hubiera perdido el juicio.

– ¿Qué has dicho?

– Ondea bandera blanca. ¡Y hazlo ya, antes de que acaben por incendiar todo el poblado y ataquen!

Segundos después la camisa blanca de Duncan, que renegaba por lo bajo, se mecía al viento. Kyle vio que Wain McDurney hacía un gesto con la mano. De inmediato, sus guerreros retrocedieron y dejaron de saquear las cabañas. Y casi al mismo tiempo las puertas de la muralla se abrían ligeramente para dejar paso a los recién liberados prisioneros. Todos apuraron el paso al verse libres para unirse a los de su clan. Kyle se felicitó por haber ordenado que se les tratara bien. Realmente, no tenía nada contra ellos y Verter había terminado por caerle bien.

Fue él quien se volvió hacia la muralla y le buscó con la mirada. Kyle esperaba su alarido, pero aún así le sobresaltó cuando llegó.

– ¡¡Mc.Fersson, te mataré por esto!!