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Kyle achicó la mirada cuando el sol le dió de pleno en los ojos, cegándolo. La puerta se cerró a sus espaldas no sin antes escuchar la voz de su hermano James aconsejándole:
– Ten cuidado. El jodido McDurney no se dejará convencer. Y te apuesto tu caballo de batalla a que sé lo que vas a decirle.
Era posible, pensó con ironía.
Era posible que su rival durante años no quisiera ni escucharle. De todos modos estaba decidido a hacer todo cuanto pudiera para evitar la pelea. Y si para ello debía dejar que el otro pisoteara su orgullo, que así fuese. Era más fácil seguir viviendo sin orgullo que ver el odio en los ojos de Josleen. La amaba. Se había dado cuenta cuando estuvo a punto de perderla. No había tenido el valor de decírselo. Él, que juró una vez no volver a casarse, no volver a caer en las redes de una mujer.
Irguió los hombros, respiró hondo y taconeó ligeramente los flancos de su semental.
Iba a disculparse con los McDurney, con los McCallister y con los Gowan. Iba a disculparse incluso con el mismísimo rey de los infiernos si era necesario. Le pediría a Wain la mano de Josleen y si el otro no aceptaba… igual le daría que lo matara.
Wain le vio avanzar despacio. ¿El McFersson salía solo, sin sus hombres, después de mostrar bandera blanca? ¿Se trataba de una trampa? ¿Dónde estaba Josleen?
La vio en ese mismo instante.
Aquella muchacha delgada con el cabello rojo y oro flotando tras ella, no podía ser otra que su hermana. Se aupó sobre su montura y alzó el brazo en señal de saludo. El gesto alertó a Kyle que se volvió para mirar tras él. Josleen corría ladera abajo. Hacía él. ¿O hacia ellos?
Wain espoleó su caballo para alcanzar a su hermana antes de que lo hiciera Kyle.
Kyle, a su vez, obligó a su semental a dar la vuelta y enfiló también hacia ella.
Un grito unánime envolvió a los hombres de Wain y él desenvainó la espada.
Josleen, al ver ambos caballos corriendo hacia ella, se había quedado paralizada.
Kyle llegó antes y se tiró del caballo antes incluso que el animal frenara su carrera. Aún estaba en el aire cuando sacó su espada. Josleen no pudo evitar sentir orgullo ante su habilidad, pero casi al instante su cuerpo la protegió. Ya no pudo ver nada, salvo sus anchas espaldas.
– ¡No la toques, McDurney!
Wain tiró de las riendas a dos palmos de él. Le hubiera costado muy poco azuzar al animal y cocearle, pero temió por su hermana y contuvo el ímpetu de su montura.
– Entrégamela, McFersson.
– Primero me escucharás.
Josleen sintió que se desvanecía. ¿Kyle estaba de acuerdo en entregarla? Se alzó sobre las puntas de sus zapatos para poder ver a su hermano pero dada la estatura de Kyle hubo de acabar asomándose por debajo de su brazo armado.
– Lo único que quiero escuchar de tus labios es una oración cuando te mate -contestó Wain.
– ¿Me escucharás?
Wain apretó los dientes. Su caballo estaba nervioso, olía ya la pelea, y le costaba retenerle.
– Te escudas con mi hermana, maldito bastardo. Deja que se aleje, podría resultar herida. Entonces, saldaremos nuestras diferencias.
Kyle sacudió la cabeza.
– Josleen está malherida y…
Con un grito de furia, Wain saltó a tierra.
– Si te has atrevido a maltratarla…
Josleen emitió un gemido. Parecían dos lobos a punto de atacarse. Intentó hablar, pero las voces de ambos anularon sus palabras. Así que hizo lo único que podía hacer: acarició la espalda de Kyle. De inmediato, él se olvidó de Wain y la miró.
– ¿Estás bien, mi amor?
Wain se quedó aturdido al escuchar aquel tono de voz con que el McFersson se dirigía a su hermana. Y ella aprovechó para ganar posición entre ambos, aunque el brazo de Kyle la retuvo por el talle.
– Si envaináis las espadas estaré mejor.
Kyle comenzó a bajar su espada, atento sin embargo a cualquier posible ataque. Wain permaneció rígido, pero estaba tan pasmado que fue incapaz de hacer otra cosa que no fuera observar a la muchacha. Descubrió el cardenal en la sien y dio un paso hacia ella.
– Hubo un accidente, Wain -se apresuró a explicar ella-. Me caí. Pero estoy bien, te lo juro.
Kyle la atrajo hacia él con más fuerza, sin soltar aún la espada que mantenía a medio camino entre el pecho de Wain y el suelo. Josleen sintió la fuerza de su brazo, la tibieza de su cuerpo. Alzó el rostro para mirarle y Kyle la obsequió una media sonrisa. Hubiera sido un inmejorable momento para Wain, porque cuando descubrió el brillo de pasión en aquellos ojos azules, se olvidó de todo.
Ella le acarició el mentón, se puso de puntillas y le besó en la boca.
Todas las alarmas saltaron e la cabeza de Wain.
– ¿Qué demonios está pasando aquí, Josleen?
– Imagino que el muchacho ha salido para explicarlo -se escuchó una voz de mujer.
Josleen lanzó un grito de alegría, se separó de Kyle y corrió hacia su madre, que ya desmontaba. Junto a ella, ya que no había habido forma de detenerla, estaban Warren, el padre de Sheena y el mismísimo Verter. Y ninguno de los tres parecía muy feliz.
– ¡Mamá!
Alien abrazó a su hija y la muchacha se quejó.
– ¿Te encuentras bien, cariño? -preguntó, observando el gesto adusto de McFersson, nada cómodo al verse cercado.
– Un par de cardenales. Una caída inoportuna, mamá. Nada serio. ¿Podrías convencer a estos dos idiotas que bajen de una vez las espadas? En realidad -dijo lanzando una mirada helada a todo el grupo-, ¿podrías decir a todos que guarden las armas?
Mientras hablaban, James, Duncan y un nutrido grupo de guerreros habían salido de la fortaleza y les rodearon a su vez. Los hombres de Wain comenzaron a moverse y desde las almenas, los de Kyle apuntaron con sus arcos.
Alien apartó a su hija y se volvió hacia su esposo.
– Caballeros, temo que pronto comenzará una de esas incómodas tormentas de verano. No tengo intenciones de quedarme a dialogar bajo la lluvia, de modo que si McFersson tiene a bien invitarnos a un trago de whisky, estoy segura de que podremos aclarar todo este lío cómodamente sentados.
Josleen aguantó la risa al escuchar al unísono los gruñidos de disconformidad de Warren y Wain.
– Será un honor, milady -afirmó Kyle.
Alien volvió a tomar a su hija de la cintura y sin hacer caso a nadie, ambas se encaminaron hacia la puerta del castillo.
Warren McCallister se pasó la mano por el mentón y resopló. Su esposa acababa de darles una lección y él, en el fondo, se enorgullecía. Lo que le fastidiaba era que el condenado McFersson parecía estarse divirtiendo, dada la sonrisa que lucía.
Los hombres de Kyle no supieron cómo reaccionar cuando aquella dama, de altanero el gesto, pasó entre sus caballos de guerra con toda tranquilidad. Pero al ver que no las seguían, se volvió y les increpó:
– ¿Váis a quedaros ahí hasta que se os arrecie el trasero en invierno? -la puya consiguió arrancar una risita a Josleen-. Hija, ¿te he dicho alguna vez que todos los hombres son un poco… lentos?
A la joven se le cortó la risa escuchando un golpe seco y una maldición.
Kyle, tumbado en el suelo, se tocaba la mandíbula. Y Verter, con las piernas abiertas y casi encima de él, tenía aún los puños apretados. Ante el movimiento general, Kyle pidió calma con un gesto, mientras taladraba con los ojos a Verter y trataba de averiguar si tenía todos los dientes en su sitio.
– Supongo que me lo merecía.
Verter asintió.
– Te tenía ganas, muchacho, no voy a negarlo.
Extendió el brazo y Kyle lo aceptó para levantarse. Josleen acudió a su lado de inmediato y regaló al otro una mirada que hubiese helado el centro de la tierra.
– Bestia -le insultó-. ¿Te ha hecho daño? Pega como una mula.
– Bueno -repuso Kyle, aún atontado por el trallazo-, me han pegado coces mayores. No se ofenda, Verter.
Gowan se frotó la barriga. Llevaba varios días comiendo el rancho que sirvieron durante la marcha y soñaba con una buena pieza de carne. Presentía que aquella noche comería caliente.
En el momento en que se dirigían hacia las murallas, el sexto sentido de Kyle evitó una tragedia. Un ligerísimo destello entre los matorrales desvió su atención. La flecha iba directa hacia la espalda de Wain. Con unos reflejos inmejorables Kyle empujó al otro, que cayó de bruces, recibiendo él el impacto en su hombro. Pero le dio tiempo a sacar su espada y lanzarla.
El estertor de muerte apenas se escuchó.
La confusión sólo duró unos segundos. Fue Verter quien corrió hacia los arbustos mientras Alien y Josleen se preocupaban de atender a Kyle. Cuando regresó, su expresión era de asombro.
– Por el amor de Dios, es Moretland -dijo.
Kyle rompió el astil emplumado y movió el hombro herido.
– Me olvidé de él -dijo Josleen, rasgando ya parte de su enagua para enjugar la sangre-. Por su culpa casi me desnuco al caerme desde lo alto de la torre al piso inferior. Es un traidor, Wain.
– Era un traidor -rectificó Verter-. McFersson, tu espada le ha atravesado la garganta.
– Seguramente pensó que era el momento adecuado, echándonos la culpa -dijo Kyle a Wain-. Te odiaba. Deseaba ser el jefe de los McDurney.
– Siempre le traté bien, le di mi confianza. Con seguridad trataba de eliminarte a ti.
– ¡Wain, no seas terco! -exclamó Josleen-. Esa flecha te hubiese atravesado.
– Debo suponer que acabas de salvarme la vida, entonces.
Kyle sabía que el otro no estaba muy conforme, porque ahora le debía un favor. Se encogió de hombros y el movimiento le hizo respingar.
– Hay que curar eso antes de que te quede menos sangre en el cuerpo que cerebro en la cabeza -zanjó la madre de Josleen-. En cuanto a ti, hijo, pues sí, acaba de salvarte la vida. Imagino que ahora la deuda por la muerte de tu bisabuelo podría quedar zanjada.