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El tibio sol de otoño teñía de rojo la pradera. Las copas de los árboles, mezcla de ocre, rojo y verde, convertían el paisaje en un lienzo maravilloso.
Hacía frío pero Josleen, arropada bajo gruesas mantas de piel, no lo sentía. Muy por el contrario, estaba ardiendo.
Los labios de Kyle acariciaron su oreja. Le miró. Le miró como hacía siempre, sin acabar de creer que aquel dios pagano, dorado de la cabeza a los pies, le perteneciera. Aceptó su boca. Cuando él profundizó en el beso, volvió a desearlo.
– Hace apenas unos minutos, Kyle -protestó de todos modos.
– Una eternidad -dijo él, entrelazando sus piernas a las de ella y envolviéndola en sus brazos-. Una eternidad, mi amor.
Ella se arrebujó, mimosa, apoyando la mejilla en su pecho. Aún no estaba satisfecha. Nunca estaría satisfecha de él, aunque pasaran mil años.
– Liria ha prometido hacer un pudín de frutas para el postre de mañana -dijo para distraerle.
– Odio el pudín de frutas.
– A mi me encanta.
– Por eso Liria lo hace.
– Me mima demasiado.
– Vas a tener a mi nuevo hijo y todos te adoran, como yo -afirmó, acariciando el vientre aún plano.
– Será una niña.
– Y preciosa.
– Eso espero. Malcom dice que estará encantado de tener una hermanita a la que proteger.
– Ajá -Kyle aspiró el olor a flores que emanaba su esposa.
– Y mamá ha prometido pasar el invierno con nosotros. No quiere estar lejos cuando nazca -alzó la cabeza para mirarle-. ¿Te importa tener a tu suegra una temporada?
– Sabes que no, mi amor.
– Verter la acompañará.
– ¡Por Dios, mujer! -protestó- Verter me tiene aún ganas. Todavía me duele el puñetazo.
Josleen se rió con ganas. Pero su risa se fue convirtiendo en gemidos cuando comenzó a acariciarla bajo las mantas.
– ¿Será siempre igual? -ronroneó.
– He de resarcirme, señora.
– ¿De qué?
– De la semana que tus parientes pasaron en Stone Tower, hasta que Wain accedió a que nos casásemos. Recuerda, cariño, que no se me permitió tocarte durante todos los días que duró el… ¿cómo lo llamó tu madre? ¿Cortejo?
Josleen volvió a estallar en carcajadas que la provocaron hipo. Kyle la miró fascinado. Cuando reía el mundo estallaba en mil colores. La amaba de un modo completo. Tanto, que a veces le dolía el pecho. Y se lo dijo. Una vez más. Tal vez lo había repetido un millón de veces desde que pidió formalmente su mano a todo el condenado clan McDurney, al clan Gowan y también al clan McCallister.
Ella le besó en la barbilla. Sus ojos, más brillantes que nunca, envolvieron a Kyle en ternura y pasión.
– Recuperemos entonces el tiempo perdido, mi terrible guerrero de las Highlands -susurró ella-. Hazme el amor.
– Una y mil veces, mi hermosa flor de brezo blanco. Una y mil veces.
Y Kyle cumplió su palabra.
Por descontado que lo hizo.
Pasaría el resto de su vida concediendo ese deseo a su esposa.