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Capitulo 6

Pararon para revisar una herradura suelta de uno de los caballos.

Para entonces, Kyle no sentía ya los brazos. Su cuerpo era un témpano de hielo y estaba convencido de que querían matarle de frío. Además, hacía rato que comenzara a lloviznar y estaba empapado.

Desfallecido y entumecido, cayó al suelo cuando alguien le hizo desmontar bastante tiempo después. No pudo ni moverse. Tiritaba de manera incontrolada y era incapaz de articular ni un lamento. Lo arrastraron lejos del grupo y allí lo dejaron.

Josleen echó un rápido vistazo a sus hombres y le enfureció que ninguno pareciera interesado en el prisionero. Tanto les daba si vivía o moría. Así que tomó un par de mantas y se acercó a él, sin intenciones de preparar aquella noche algo de cena, lo que había estado haciendo desde que iniciaran el viaje.

– ¿Qué estás haciendo? -quiso saber su primo-. Prepara algo de comer, estamos hambrientos.

– ¡Prepáralo tú mismo! -le contestó. Cubrió el tembloroso cuerpo del prisionero con las mantas.

– Vamos, Josleen. Un poco de frío le ayudará a recordar.

– ¡El frío va a matarlo!

– No es asunto tuyo. Yo estoy al mando y sé lo que hago.

– ¿De verdad? Y ¿eso es todo cuanto sabes hacer? ¿Dejar que se congele? -observó que Kyle seguía tiritando bajo las mantas- Si no estás de acuerdo conmigo, puedes decírselo a mi hermano cuando lo tengas delante.

Moretland fijó sus ojos en ella. Le hubiese gustado golpearla, apretar su cuello… La odiaba. Lo mismo que odiaba a su hermano Wain y a todos los malditos McDurney. Sólo llevaba una parte de su sangre. Su madre había sido una criada en la casa de Rob McDurney, hermano menor del jefe del clan hacía años. Su aventura con él no pasó de ser eso, una aventura. Y nació él. Pero no llevaba el apellido McDurney. Wain era el heredero y él, aunque dos años mayor, nada más que un segundón, el bastardo que ni siquiera llegó a ser reconocido por la repentina muerte en una emboscada del hombre que le engendró. Creció y vivó a la sombra de Wain. Y aunque gozaba de cierta posición, quería más. Quería lo que le correspondía.

Se alejó hacia la fogata que ya habían preparado sus compañeros y se acomodó para cenar un poco de pan y queso bañado con whisky.

Los dientes de Kyle castañeaban. Lo intentaba, pero era imposible frenar los temblores. Ella, deseaba poder hacer algo más por él. Se acercó al bullicioso grupo, tomó pan, queso y un pellejo de whisky y regresó a su lado bajo la atenta y malhumorada mirada de Barry.

Kyle aceptó el whisky. El ambarino líquido cayó en su estómago vacío como una piedra, pero al menos le calentó un poco. Tentado estuvo de despreciar la comida, pero no era cuestión de comportarse como un mezquino, de modo que dejó que ella le fuera dando los alimentos. La miró con gratitud y hasta estuvo en un tris de agradecérselo verbalmente. Sin embargo, cuando Josleen estiró una manta cerca de él, dispuesta a pasar la noche, todo su cuerpo se tensó. El suave aroma a lavanda que desprendía su cabello le estaba causando desazón. Llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer y aquélla, no podía negarlo, resultaba cada vez más atractiva. El dorado de sus ojos se tornó glacial. Tanto, que ella alejó su manta un poco.

– Sólo trato de ser amable -le dijo-. Y más valdría que dijeses a esos dónde están los caballos. Mucho me temo que Barry tiene pensado arrancarte la piel de la espalda a latigazos. Los ánimos están bastante alterados después de este último robo.

– No tengo que ver con eso -respondió entre un castañeteo de dientes.

– Podría creerte. Pero ellos, no. Además, te han pillado en nuestras tierras.

Kyle maldijo mentalmente. ¡Qué demonios iban a haberle pescado en sus dominios! Conocía perfectamente la delimitación de su territorio y el de los jodidos McDurney. ¡No había traspasado la frontera, por Dios! ¿O sí? ¿Pudo haber estado tan ebrio que no se fijó dónde se encontraba? ¡No, condenación! ¡Ellos debieron de ser quienes cruzaron los límites, atacándole por la espalda! Juró que si conseguía escapar, se vengaría de los McDurney de una forma u otra.