37515.fb2 Cantos De Marineros En Las Pampas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

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Si no se podía ver nada: todo era oscuridad y lluvia, y no bien refucilaba o se cruzaba un rayo por el cielo, el resplandor encandilaba tanto que apenas se podían ver el borde de las sombras que venían un paso adelante.

Y escuchar, se escuchaban solo la lluvia y truenos, y de momentos, el chapoteo a los gritos de alguno que rodó y pedía auxilio o gritaba por Dios hasta que, sin querer, algún caballo que venía atrás lo pechaba y lo mandaba empujaba de vuelta a la grupa de su monta.

De cuando en cuando, una puteada se alcanzaba a oír.

Al volver la luz se supo que faltaban las carretas de las chinas, mas de la mitad de la hacienda, y dos de las chatas de munición, que por el peso se habrán clavado en el barro, y, sin nadie que las suelte, se habrán ahogado las pobres yeguas de tiro.

Caían gotas mas finas y mucho mas frías que las de la noche. El agua llegaba hasta la cinchas del caballo y la correntada se llevaba a todo lo que no supiera flotar. El agua se estaba llevando todo un parque de leña que parecía un camalote y se perdió de vista sin darle a nadie ganas hubo de recuperar algo de tanto que se veía perder.

Si alguien queda por ahí y cuenta que temblaba del frío y no por miedo, macanea o es de los tantos que ahora se hacen pasar por haber entrado en esta marcha, pero que a su debido tiempo no se animaron a venir.

Vos está solo y desarmado, se te viene un malón, y al menos te mueren los salvajes con el consuelo de haber hecho como que le ibas a pelear. Pero al agua puta y a la corriente que te arrastra no le podés pelar ni hacerle cara de nada para engañarla. No podés nada.

Cuando se empezó a poder oír y a hablar, algunos temerosos de que siguiera subiendo mas el agua y empezaran a ahogarse o a desbocarse del todo los caballos, pidieron subir corriente arriba, buscando tierras altas.

Como si con un solo día de lluvia se hubieran olvidado de todo lo plana que era esa pampa. Como si no se dieran cuenta que cuando los animales mandan, ya no nadie va a poderles mandar.

O por facilidad o por instinto -no se puede saber- pero la caballada solo aceptaba ir a favor de la corriente. Al paso por momentos, y casi braceando, como nadando, la mayor parte de la jornada, fueron los pingos los que decidieron el camino.

No hubo posta. Ni hubo donde parar ni motivo para parar: con las carretas medio flotando y las otras a los tumbos, tapadas de agua hasta lo mas alto de la carga, no había donde hacer fuego ni ilusión de matear. Charqui y galleta hubo para el hambre. Y nada para el frío.

Mas finas se hacían las gotas, mas clara era la visión de la pampa cubierta de agua marrón y correntada, mas frío pasaban la ropas y mas hombres se desmontaban. Esos, atados a las riendas, se hacían arrastrar como bolsa de pesca: así aliviaban a sus pingos y aguantaban mejor el frío, porque todo lo que cubriera el agua marrón, no padecía las gotitas heladas y el viento frío que venía de frente.

Porque venía del lado hacia que tiraba la corriente, que después se supo que era el sur.

– Oscurece temprano…-Dijo alguien y lo fueron repitiendo a los lados y hacia adelante como si la noticia fuese la orden de un comandante.

Pero no era que oscureciese antes de lo debido: era por el miedo de ahogarse o de perderse, que era casi lo mismo, y por no tener nada que hacer mas que dejarse llevar adelante por el agua y por el tiempo que que el susto hacía pasar mas rápido.

Mago debió ser el sargento que consiguió dar lumbre a una linterna de aceite, y, aprovechando la mecha uno que no habrá querido irse de este mundo sin una buena acción hizo aparecer una gruesa de chalas finitos que traía escondidos en un buche de ciervo y fue prendiéndolos y haciéndolos pasar, de modo que casi toda la tropa pudo fumar al menos su medio pucho húmedo y hubo momento en el que toda la tropa estuvo montada bien derecha y fumando. ¡Lástima que no hubiera un salvaje ni un criminal hispánico que, viéndonos desde lejos, se quedara con esa impresión de cosa digna y milicia que debimos dar en el agua!

Había parado de llover cuando se pintaron unas unas estrellas bien adelante y nadie quería mirar la oscuridad de atrás, seguros de que chatas y carretas se habían perdido.

Unos mas y otros menos, casi todos se durmieron montados, o enganchados a las riendas y quien pudo, medio se durmió tendido en el lomo de su pingo.

Si otros vieron la luz, se la callaron. Primero apareció como una llamita amarilla que se podía confundir con una estrella, pero era al sur, en el lado del cielo donde nunca hay estrellas.

Ya antes de amanecer era una luz blanca y alta y los despiertos y los que aprovechaban una atropellada de su pingo para saludar y dar noticias de que no se habían ahogado, si la vieron no dijeron una palabra.

Y si alguien despierto llega a decir que no la vio, o era ciego o se pasó a la noche con los ojos apretados de miedo.

Ahora se entiende que, no más por verla, esperanzaba.

Mas que los ruidos de galope y esos humitos de espejismo que tanto encarajinamiento provocaron antes de la lluvia, esperanzaba.

Y así como sin necesidad de hablarse y sin mirarse, los caballos supieron para donde tenían que tirar, la tropa obedeció la orden de callarse, que nadie dio, para no ilusionar demasiado y para no llamar de nuevo a la desgracia de no saber a dónde se iba yendo.

Lo que nunca se va a terminar de comprender es por qué aquella tarde, pisando de nuevo seco y colgando ponchos, chaquetas y chiripás en los tientos que les tendieron entre los postes del fortín para que, a falta de sol, el viento los secara, nadie se jactó de haber notado la señal desde el comienzo, cuando todavía goteba grueso.

– ¡Estabamos seguros de que la correntada los tenía que arrimarlos…! -Dijo, mejor dicho, dijeron los varios oficiales cuando todavía contentos de agregar tanta tropa y de recibir tanto güinchister y munición de lujo como los que por milagro les salvamos del agua, andaban confianzudos entre los nuestros y todavía no habían empezado a mandonear.

– ¡Por eso quemamos todo el aceite para hacer farola en el mangruyo…! -Decían, como si quisieran cobrar esa miseria de aceite que gastó el fuego.

Milicos hijos de mil putas.

Cierto que pusieron sus peones a preparar ollas de locro y asadores, y dispusieon tientos entre las tablaestacas del fuerte para secarnos todo al viento y nos hicieron sitio para dormir en la barraca que llamaban la plaza de armas.

Pero carnearon los mejores terneros de que a puro lazo habíamos salvado del aguacero y la corriente,y escatimaron el tabaco y guardaron en el polvorín los toneles de vino y las tinas de aguardiente que trajimos.

No se niega que brindaron guitarreadas, pero tristes, porque escuchar música de verdad por primera vez en tanto tiempo, puso a los nuestros a pensar en todo lo que se había perdido, las tres carretas, unas chatas de munición, las pobres chinas y las bajas de personal que nadie quiso tomar lista porque, a no dudarlo: contar es llamar la desgracia, y para contar, en el fortín sobraban escribientes y pícaros de intendencia entre quienes, desde los oficiales hasta el último chiquilín recién incorporado de conscripto, todos andaban como si fueran los dueños de la plaza, de la sierra petisa donde a los apurones habían edificado el fuerte y de toda la pampa, que, no aquel atardecer en el que se la veía tapada por el agua, sino hasta en en el mejor momento del año, nunca serán capaces de cruzar ni de entenderla.

– Son un mal necesario, como la inundación, como la correntada… -Se dijo y muchos siguieron repitiéndolo como una novedad, aunque fue el tema de las conversaciones de esa primera noche bajo techo, pero sin chala, con poquísimo vino y con todo ese sueño que se estuvo juntando abajo del agua.

De a uno iban cayendo dormidos, mientras los mas fogueados seguían hablando de esto y de los tiempos de privación que se veían venir, disponiendo los ánimos de la gente para que fuera haciéndose a la idea de que la guerra también tiene su parte mierda de dianas, escribientes y contabilidades y de que es menester que el hombre se tome el trabajo de aprender a aguantar si de verdad pretendía juntarse con los que quieren empezar, otra vez, todo de nuevo.