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Yo le dije: Hazte cuenta de que me he muerto. Me llamó maricón, me llamó lo que quieras, todo. Que me iba a llevar a los tribunales, que si era un mal padre. Y yo le dije: Te pongas como te pongas me da igual. Ni me importas tú, ni mi hija ni nada. Ni Málaga ni hostias. Aquí me quedo y aquí estoy bien.
– ¡Ea! Lo que se dice cortar por lo sano -comenta con un punto de ironía Salazar.
– ¿Cómo que por lo sano? La mandé a la mierda, así de claro.
– ¿Y se fue?
– ¿No nos oíste?
– Yo no, desde luego.
– ¡Si dio un portazo de la hostia!
Es la tarde del día siguiente a la visita de Sonia, hace ya calor para estar en la terraza entre las dos y las siete de la tarde. Han encendido incluso el aire acondicionado. La penumbra poética del verano en la fresca sala de Salazar nimba el rostro moreno, el cuerpo bien vestido, último grito metrosexual, de Juanjo Garnacho.
– Francamente, Juanjo, creí que ibais a entenderos. Incluso creí, sinceramente, que querría quedarse Sonia aquí contigo.
La agradable voz de Salazar se alarga con una tonalidad burdeos, como una seda italiana de una corbata de rica textura cromática, con un predominio del burdeos, del granate, una lejana voz azul irónica tras las veladuras de este atardecer.
– No la conoces. Parece una mosquita muerta. Conmigo ya no le vale. Quería arrastrarme a lo de antes otra vez: a la puta Málaga y a la hija y al colegio. Que se vaya sola.
– ¿Y se lo has dicho así de claro?
– Uy, y más claro. Tuviste que oírnos. Acabamos a gritos.
A Salazar le está divirtiendo mucho todo esto: este Juanjo encanallado es obra suya. La violencia de Juanjo aún es tiernamente canalla en las horas eróticas de la pareja. Todavía falta el Fermín, el chaval. Guerreros y polveras, la pederastía de la nieve, la grasa consistente… Salazar se siente erotizado otra vez, como de joven. Y realmente siente casi ternura, casi una blanda querencia benevolente, casi paternal, fraternal, por este delicioso Juanjo Garnacho encanallado.
No todo, sin embargo, han sido portazos y gritos. Juanjo es un narrador vulgar y ha contado lo ocurrido esa noche del modo que él cree más melodramático e interesante y que resulta ser el más tedioso. Salazar sabe de sobra que Juanjo es un mal narrador. El gran narrador de este dúo es Salazar y no Juanjo. Pero Salazar necesita el material sin desbastar, la bronca obvia. ¡Sí, Sonia, además de la torpe parodia de lo ocurrido que Juanjo ofrece, ha estado a la altura de las circunstancias conyugales! ¡No, no todo han sido portazos! Salazar sabe que, de hecho, no ha habido tales portazos: no ha oído esos portazos: ha oído, ya de madrugada, los cuchicheos de los dos, despidiéndose a media voz en el hall. El oído de tísico de Salazar se afina, insomne, de noche. Cazador furtivo de su delicioso gamo Juanjo. Sonia, pues, ha estado bien en parte, porque ha dicho a Juanjo, verbalmente, corporalmente, las dulces cosas que las buenas chicas dicen a sus maridos y a sus novios en los difíciles momentos de la vida. Ha sabido Sonia rebajar el encrespado tono inicial. De hecho, apenas se ha encrespado Sonia: Yo me hago cargo, cielo, que ésta es una mala fase que estás pasando, un mal momento lo tiene cualquiera. Sé que todo esto pasará. Ésta es mi vida, dirás ahora, pero luego después dirás: Ésta no es mi vida, nunca lo fue. Vamos, como yo digo, en una barca, como si fuéramos los dos en una barca, los dos y la niña, que sé yo que la quieres, no la has olvidado, río abajo, río abajo pedregoso. Los rápidos y las cascadas, que esa peli, te acordarás, la vimos juntos. Siempre tendrás un sitio en esta barca. Tú, yo y la niña. Estaremos los tres, y las aguas, mi amor, volverán a su cauce, siempre vuelven. Yo entiendo, Juanjo, que lo del curso fue para ti una gran desilusión, yo lo entiendo. Sé lo importante que era para ti. Y que por eso, para compensar, te has puesto a chulear al viejo este…
Este monólogo reproduce en líneas generales lo que Sonia dijo la pasada noche. Estuvo dulce, conyugal, razonable, pero estuvo, sobre todo, incrédula en punto a la mariconería ambiente del cuarto de Juanjo. A su manera, Juanjo la admiró. Le pareció por un instante una mujer valiente y lista, capaz de ver el haz y el envés de los problemas y de leerle el corazón: Sé que estás pasando un mal momento, Juanjo. Eso lo sé y por eso estoy aquí. Con mil variaciones, esta frase fue el estribillo de la noche. Juanjo mismo se vio esa noche fielmente reflejado en la conyugalidad benevolente de la instantánea que trazaba Sonia. ¿A que tú no eres maricón?, preguntó, exclamó, Sonia en un momento dado. Y Juanjo dijo: Esa pregunta, Sonia, viniendo de ti no es de recibo. ¿A mí me ves marica, Sonia, tú? No sé lo que Salazar te habrá contado. Que, por cierto, ¿qué crees que pasó, entre Durán y yo? Porque parece ser que aquí has venido con los teléfonos o la dirección, o no sé qué, que te dio Ramón Durán. Todo eso más vale que lo olvides. Durán sí que es maricón, es medio tía, y estaba por mí, ésa es la verdad, ya en el colegio. No te lo conté entonces porque no merecía la pena, y además yo le ayudé lo que pude, a ver si me entiendes. Aquí con Salazar la cosa es muy distinta, Sonia. Yo he estado pasando un mal momento, es la verdad, o sea, estaba mal, y yo, Sonia, te agradezco que lo veas, o sea, tú, como lo has visto, que, te lo digo de verdad, no me hubiese extrañado que me hubiese suicidado, y este Salazar me echó un capote, eso es todo.
Y Juanjo vio cómo -a tenor de este mentirijeo- se esponjaba Sonia algo primero y mucho luego, lo suficiente para pensar entre los dos un plan, que consistía en que Sonia iba a quedarse entre Madrid y Málaga por lo pronto, luego ya verían, y Juanjo iba a quedarse con el Salazar, la mamandurria, no echándola tampoco en saco roto: no viene nunca mal parar gratis en casa de alguien rico y más si hasta le gusta que un tío guapo le chulee. Esto fue lo que hablaron durante al menos la primera parte de la noche Juanjo y Sonia, luego Sonia quiso saber más: quiso saber qué hacía Juanjo hasta las tantas por la calle, y luego Sonia quiso echar un polvo con el Juanjo y Juanjo no quiso ni tocarle un pelo. Y entonces fue cuando Sonia gritó muy destemplada ¡Hijoputa maricón!, que Salazar lo oyó desde su cuarto y que le sirvió después al día siguiente a Juanjo de base para lo de los portazos y los gritos. Aquella misma noche, al despedirse en el portal de Sonia, Juanjo desconectó el móvil y, a la mañana siguiente, durante el desayuno, le pidió a Salazar que no contestara a ninguna llamada telefónica ese día, cosa que Salazar, que detestaba los teléfonos, hizo encantado.
Ésta ha sido -aún está siendo- una deliciosa tarde de amor entre los dos. No, no se han rozado siquiera, pero ambos han procedido a clausurar simbólicamente el espacio de su convivencia, desconectando los móviles y no descolgando los teléfonos, que, por lo demás, no han sonado en toda la tarde. A lo largo de todo el relato de Juanjo, que ha circulado por las bajas vías melodramáticas ya apuntadas al principio, ha sentido en varias ocasiones, Javier Salazar, ternura. Acerca de esta ternura canalla, tan visible en la literatura gay que precedió a este irritante momento posmatrimonial que padeceremos de ahora en adelante, tiene Salazar mucho que decir: no tiene, en cambio, apenas nada nuevo que leer o releer. Íntimamente se precia de vivirla: de ahora en adelante irá viviéndola en su salvaje paladeo, sus humillaciones y sus gozos. Juanjo en esto hará su master con Javier Salazar. Y sabe Salazar que será todo ello un poco bobo, un poco las orgías con condón descritas en Zero o el sadomaso «dentro de lo que cabe» descrito en esa misma publicación. Salazar, empero, irá a más y pasará a mayores. Tiene una intensa intención de resbalar y atragantarse empollado por Juanjo. Todo lo que dé de sí la polla viva de Juanjo Garnacho, eso piensa tragar gaznate abajo, culo adentro, como las pollas de avutarda tragan gusanas alevines que les traen las santas madres. Ahora bien: dentro de lo terrible y de lo fuerte, el fuerte pimentón de la vera de Plasencia y la más recia pimienta negra más molida, de la mamada y la tomada por el culo bien adentro recto arriba, todo lo que dé la rectitud del recto lubrificado por la dulce mierda disoluta, con sabor a mantequilla rancia, aún no ha, Salazar, alcanzado mentalmente el nivel que alcanzará más adelante: el nivel del no reírse ya ni sonreírse, el nivel puro, continuo y cruel, que asocia vida y muerte en una sola emisión seminal: a esto llegaremos, pero no aún. De momento, Salazar va a detenerse en la pasada noche de Juanjo y Sonia, porque aún tiene Salazar, en este dúo, el ritmo a mano, el látigo en su poder. Por eso Salazar ahora puede aún recrearse en este ambiente clausurado de su casa, con Juanjo refiriéndole los incidentes de la pasada noche, trazando entre los dos, en este simulacro de inocencia, un proyecto amoroso consistente en que se darán mutua compañía por los siglos de los siglos y no se dejarán, ninguno de los dos, ni distraer ni controlar a la hora del principio del placer. «¿Y cuándo va a venir Fermín, por fin?», pregunta ahora Salazar.