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Copi, Raúl Damonte, nació en Buenos Aires en 1939. Su padre, Raúl Damonte Taborda, tuvo una prominente y controvertida actuación política; también era pintor de talento. Su madre era la hija menor de Natalio Botana, el legendario fundador y propietario del diario Crítica; la esposa de éste, Salvadora Onrubias, anarquista feminista, fue dramaturga y tuvo influencia sobre su nieto. De la historia de los Botana, extravagante, trágica y central en la historia reciente argentina, hay un buen relato, aunque parcial, en las Memorias del tío de Copi, Helvio Botana. Los Damonte se exiliaron en el Uruguay tras el ascenso de Perón, con el que Raúl Damonte rompió relaciones después de haber sido su hombre de confianza. También vivieron en París, donde Copi hizo su bachillerato.
En 1962 se instaló definitivamente en París (volvería a Buenos Aires sólo en dos oportunidades, en 1968 y poco antes de morir, en 1987). Comenzó vendiendo sus dibujos en la calle, y luego los publicó en Twenty y Bizarre, de donde pasó a Le Nouvel Observateur, donde creó su más famoso personaje de comic, "la mujer sentada". También colaboró en Charlie Hebdo, Linus y Hara Kiri, en esta última también con cuentos y una novela en folletín. Además de la mujer sentada, creó otros personajes de comic: Libérett, de muy corta vida, para el diario Libération, y Kang, un canguro. Sus dibujos fueron reunidos en varios álbumes: Copi, Les poulets n'ont pas de chaise, Le Dernier Salón ou l'on cause, Pourquoi j'ai pas une banane, Du cóté des violés, Les Vieilles Putes, La Femme assise.
Su actividad de dramaturgo y actor se inició con un sketch en el Centre Américain, Sainte Geneviève dans sa baignoire. Su primera pieza es de 1968: La journée d'une rêveuse, puesta en escena por el argentino Jorge Lavelli, al que Copi seguiría ligado en adelante. Escribió once obras teatrales, la última estrenada pocos meses después de su muerte, más un sainete en verso, en castellano, que permanece inédito. Dos de ellas son unipersonales que representó él mismo con éxito; era extraordinario actor travestí, en francés e italiano, y no sólo de obras suyas; en una gira por Italia actuó en Las Criadas de Genet.
Con la breve novela L'Uruguayen(1972), inicia su producción narrativa. Publicó cinco novelas: Le Bal des Folies (1976), La Vida es un Tango (1979, la única escrita en castellano), La Cité des Rats A 979), La Guerre des Pedes (1982) y L'Internationale Argentine (1987), más dos recopilaciones de narraciones cortas, Une Langouste pour deux (1978) y Virginia Woolf a encore frappé (1984).
Murió en París el 14 de diciembre de 1987, a los cuarenta y ocho años.
Empecemos, si les parece, por esta intrigante novelita, El Uruguayo, que es el primer experimento puramente narrativo de Copi. Se publicó en 1972. Copi ya era famoso como dibujante y dramaturgo, lo que nos tienta a considerar El Uruguayo como un umbral entre el comic-teatro y la novela. Claro que hay un umbral previo entre comic y teatro. Los dibujos de Copi ya eran un proto-teatro, pero al parecer el teatro propiamente dicho estuvo antes. No sólo biográficamente (había escrito y representado piezas en su adolescencia en Buenos Aires) sino pórque sus comics postulan una idea teatral, a contracorriente del comic que ha prevalecido, de tipo cinematográfico, con montaje temporal y espacial. Copi adhiere al tiempo real y al punto de vista fijo. El umbral entre comic y teatro es débil, entonces, menos marcado que el pasaje al relato. Pero esta diferencia de intensidad indica apenas una puesta en perspectiva, que puede variar según el punto de vista. Porque son precedencias flotantes. El umbral, los umbrales, están dentro de la obra de Copi y la constituyen. Y el cambio de un medio a otro es apenas uno entre una proliferación de pasajes: entre los sexos, entre lo humano y lo animal, entre el niño y el adulto, entre la vida y la muerte.
El relato también había estado antes; la invención de la historia es esencial en Copi. La falta de relato, la emergencia desnuda y fulminante de la imagen o la realidad, lo asquea. El arte no es instantáneo. Un periodista lo interrogaba sobre su relación con el happening de los años sesenta: "Me han vinculado con el happening. El happening es algo que me hace sudar frío. Es como si alguien entrara aquí y meara en la botella. Es odioso y vacío de historia. El happening, es lo que no sucede." Antes de la emergencia de cualquier resultado artístico debe haber un relato como procedimiento. "Lo que sucede", es una historia. El tiempo ritualizado del teatro (o del comic) es el despliegue de una historia, o no es nada. Si no hay historia que desplegar, no puede haber tiempo. El tiempo es el trabajo del arte, y la historia su respaldo o garantía. Como ven, se trata de una ética de la invención, en la que Copi fue muy estricto.
El dibujo, aun el dibujo suelto, no explícitamente narrativo, contiene un relato. El dibujo es a priori la figura de una inclusión: el tiempo queda envuelto en el espacio como la historia en el dibujo. La virtualidad del espacio en el dibujo contamina la realidad irreductible del tiempo, a la que Copi, por principio, no renuncia nunca. De esto nos ocuparemos todo el tiempo. Por ahora digamos que en el comic hay una inclusión obvia; los dibujos encierran un relato. Al revés, es menos obvio: en todo relato hay una sucesión virtual de dibujos, un Imaginario que emana del cuerpo del autor. El dibujo es la huella del gesto de asir ese imaginario. El relato propiamente dicho sale a luz para crear la virtualidad, y lo hace mediante un dominio del tiempo o ritmo de emisión. Lo que empezó a hacer Copi a partir del Uruguayo es invertir esa inclusión obvia, o mejor dicho lo obvio de esa inclusión. Al hacerse real por ambos extremos, al recurrir Copi a la literatura como trabajo efectuado, la inclusión mutua de relato y dibujo queda a su vez dentro de su posibilidad. Aparece entonces esa perspectiva que define a Copi, que lo hace único.
El resultado, a simple vista, no tiene nada de este juego de avatares. El Uruguayo impresiona en primer lugar como narración. Narración lineal, sucesiva, de cosas que suceden y se suceden. El relato en la civilización empieza siendo eso: qué pasa después. Y después. Pero esa sucesión está cubierta por un tiempo heterogéneo no sucesivo, un presente absoluto, el de la voz que está contando. Ante un Profesor francés, presumiblemente sentado, aparece alguien que cuenta sus aventuras. No es un pollo, es algo más insólito: un "uruguayo". Se materializa para contar, para contar algo que le ha sucedido, y que también ha inventado. Porque al realismo del relato lo precede la invención de la vida. Para que alguien pueda contar una aventura, antes tiene que haberla inventado, por ejemplo viviéndola. Aquí también hay una inclusión: dentro del realismo, la invención. En Copi esta inclusión está siempre vinculada al tiempo: dentro del realismo de lo que pasa, está la invención de lo que pasó. Como digo, El Uruguayo tiene algo de relato primitivo, primordial. Su extrañeza puede parecemos muy moderna, muy avant-garde, pero eso puede no ser más que un espejismo provocado por la decadencia del arte del relato en nuestra época. Walter Benjamin, en su ensayo sobre Leskov, dijo que el lugar del relato en la civilización contemporánea lo ha ido usurpando la información. La información es el relato explicado, con la explicación inmanente (por contextualización, verosimilización, etc.). El relato en sí, al que nos hemos desacostumbrado, está químicamente libre de explicación. Recuerden el ejemplo que da Benjamin de relato puro, la historia, en Heródoto, del rey vencido y prisionero que ve impasible a sus hijos y ministros esclavizados, pero llora al divisar a un viejo servidor suyo ahora cautivo del enemigo. Heródoto se abstiene de decirnos los motivos de este llanto desplazado; o más bien se toma el trabajo de indicarnos es sutilmente que los desconoce, y que debemos desconocerlos nosotros también para que el relato funcione. Porque el relato, siempre lo es de algo inexplicable. El arte de la narración decae en la medida en que incorpora la explicación.
La contracara de esta decadencia es el surgimiento de la crítica literaria como género, incluso como género absorbente y exclusivo. La obra de Barthes (y la novela que se proponía escribir) es el mito de este proceso. Que también es el fundamento de buena parte de la novela contemporánea: la explicación como parálisis o derrumbe sensorio-motor de los personajes del relato, o a la inversa (como en Robbe-Grillet), la falta de explicación como falta o destrucción del relato. O bien las alternativas de explicación causal en Proust, cuando enumera durante páginas enteras los motivos que pudo tener alguien para hacer algo que hizo: son un efecto de su perplejidad ante un género, el relato, que ha dejado de existir por la proliferación explicativa pero que sigue siendo la razón oculta y como enterrada de su trabajo, ya de por sí una arqueología.
Y otro efecto, el que nos importa aquí: la ruptura violenta del verosímil como recurso extremo contra la envoltura de la explicación. "Prefiero lo sobrenatural al azar", dice Copi. El azar es explicación pura, el avatar final de la información, que lo tiene por objeto privilegiado.
El reino de la explicación es el de la sucesión causal, que crea y garantiza el tiempo. El relato reemplaza esta sucesión por otra, por una intrigante e inverosímil sucesión no-causal. Si imaginamos un mundo como el de Hume, en el que si arrojo un jarrón contra la pared, y el jarrón se rompe, no hay ninguna relación necesaria entre un hecho y otro, sino una pura sucesión de espectáculos inconexos, que podría darse al revés, y sólo está la repetición para crear la ilusión de causa… estamos en un mundo de teatro y dibujo, el mundo de Copi.
Vamos al Uruguayo. Es una carta. Hay un corresponsal en tierras extrañas, mucho más extrañas que la Normandía que el remitente y el destinatario han recorrido juntos antaño: el Uruguay. No dice cómo ni por qué ha ido allí. Simplemente está en el Uruguay. Es un uruguayo.
Ahora bien, ¿qué es el Uruguay? Esto ya es más complicado. No hay cosa más rara que el Uruguay, un país yuxtapuesto, que no es del todo un país por su relación de parte a todo con la Argentina, país margen (Borges jamás lo llamó Uruguay, siempre "banda oriental"), una soberanía puesta en el espacio, pero subrayando sólo el espacio. Y eso se comprime, como un concepto. Se comprime hasta salir de la geografía, y empezar a funcionar en otros sistemas, por ejemplo el literario. En el Uruguay nacieron tres de los más grandes poetas franceses. ¿Conocen el poema de Murilo Mendes? O Uruguai é um belo país da América do Sul, limitado ao norte por Lautréamont, ao sul por Lqforgue, a leste por Supervielle. (O pais nao tem oeste.) Etc.
La ontología del Uruguay, la hizo Borges. Recuerden su comentario a The Purple Land, la novela de Hudson que cuenta un viaje cruzando de norte a sur todo el Uruguay. Borges dice que es la mejor novela argentina. Pues el Uruguay es el locus del realismo argentino, la escena donde se representa la realidad de la Argentina -que no se representa en la Argentina, la patria por excelencia de la representación. El Uruguay es una Argentina miniaturizada, es decir objeto artístico a priori. Por otro lado, el Uruguay se ajusta a la teoría borgeana del realismo. Él decía que la acción de sus cuentos prefería ubicarla en una época no demasiado próxima al presente, para que los lectores no pudieran encontrar defectos de realismo, pero tampoco demasiado alejada, para que no los encontraran los historiadores. Unos cincuenta o sesenta años. Sólo algún viejo improbable estaría en condiciones de localizar un error… En una palabra, para Borges la ficción es lo inverificable. Traspuesto el método del tiempo al espacio, el Uruguay resulta el paisaje obligado del escritor argentino. Digamos que si Borges es el teórico de esta situación, Onetti es su poeta.
Entre paréntesis (creo que éste ya está dentro de otro, pero no importa, porque seguimos con Copi) recuerdo el epígrafe de Rayuela: "Nada mata a un hombre como obligarlo a representar un país". Los países-representación son a su vez representados por hombres. Nunca un hombre representa tan cabalmente a un país como en la guerra: ahí muere de veras por hacerlo. Esa es la violencia del exilio. El Uruguay, donde los padres de Copi estuvieron exiliados, ofrece en ese sentido una solución peculiar para argentinos.
Pero sigamos con el Uruguayo. Las primeras páginas son una suerte de descripción de viajero o etnólogo. Eso también es propio del nacimiento del relato: como si el primer relato, el primigenio, o la función a la que obedece, fuera la rendición de cuentas de un pueblo o paisaje lejanos. Walter Benjamin, en el ensayo al que me he referido, hace surgir al relato de una doble raíz: las tradiciones de un lugar, las más enraizadas (a cargo de los artesanos) y las noticias de tierras lejanas, traídas por los mercaderes. Artesanos y mercaderes. Quizás el relato, o la ficción, nace del conflicto de ambas fuentes. Su fusión fue la gran contribución de la novela inglesa, tan grande que llegó a dar su color propio a lo que entendemos por novela: una especie de etnología de las tribus exóticas que son los ingleses mismos. Es el encanto de Jane Austen. Una lejanía inmediata, ready-made. El telescopio invertido, del que procede la miniatura. (Más adelante, a medida que abandona su exotismo, Copi acentúa su estilo inglés.)
Pero si nos atenemos a la dogmática de los géneros de la prosa, ¿cómo podemos decir que el relato originario es una descripción? Sucede que en toda descripción hay implícito un relato: el del viaje que debió hacer el autor para encontrarse frente al objeto que describe. Viaje largo o breve, alrededor del mundo o sin moverse de una silla; viaje, además, en el espacio o en el tiempo, o en los dos.
El viaje se reproduce en el lector, y ésa es la génesis de la lectura. Es como en el final de Maldoror, si no me creen, vayan ustedes mismos a verlo. Eso puede decirse de todo relato. Haciendo un viaje lo bastante largo, cualquiera puede llegar. Y verificar. Esa verificación, que Borges cultivó más que nadie negando su cortocircuito temático, generaliza la literatura, con lo que llegamos al otro extremo de Lautréamont: la poesía debe ser hecha por todos, no por uno.
Con estos preliminares algo sinuosos, hemos llegado a tres de los temas centrales de Copi: el pasaje del tiempo al espacio; las inclusiones; y la distancia, la distancia entre autor y lector, que se franquea con un pasaje del tiempo al espacio, previamente incluidos uno en el otro.
Pues bien, Copi está en Montevideo, con su perro Lambetta, con el que juega en la playa. Hace vida de turista. Y en la carta que escribe se ocupa de describir las costumbres de los uruguayos respecto de la ocupación de los lugares. Que es como decir el sistema uruguayo de dibujo-del-mundo. Y el exorcismo de los dobles (el teatro). Y la amenaza de muerte, lo latente: pues a los uruguayos les corresponde la pena capital cuarido dos de ellos pronuncian una misma palabra. Y la amistad del perro. "Entré en un estanco con mi perro. Había entrado a comprar cigarrillos y mi perro lo había hecho por acompañarme (es poco fumador)." En esa frase está in nuce toda la relación tan peculiar de Copi con el mundo animal.
En éste comienzo, que evoca irresistiblemente a Felisberto Hernández, al que es probable que Copi haya leído en su juventud, ya está todo lo suyo: el dibujo, el teatro, la muerte, los animales. Pero está un poco mecánicamente, a la manera de un catálogo. Después Copi lo haría mucho mejor, al incluir el elemento que falta aquí: el continuo que lo une todo.
Claro es que no se demora mucho en prolegómenos. Porque Lambetta hace un pozo en la playa y desaparece. De inmediato sobreviene un cataclismo, y la arena cubre la ciudad. El relato empieza. Copi nunca se demora mucho. Esa es otra de sus cualidades (y de sus temas): la velocidad. A la que se une la facilidad. Es sublime en esa veloz falta de esfuerzo, en la que Ruskin veía la marca del artista verdadero.
Ya lo tenemos como único sobreviviente en una ciudad cubierta por la arena. ¿Qué hacer? Dibuja la ciudad en la arena, con lo que el comic vuelve a la superficie, reificado. Incluidos los rótulos: al dibujo de una casa le agrega la palabra CASA, al de un perro PERRO. Un dibujante argentino dijo una vez que el comic es el arte de la rúbrica y la redundancia: cada cosa se dice dos veces, o tres, y ésa es la condición de que hable. La literatura es más bien alusiva, o por lo menos no-redundante. Aunque sólo interiormente; cuando se la toma como una práctica social entre otras, es redundante.
¿Pero por qué hacer estos dibujos? No hay ninguna necesidad, ni temática ni estructural, para que el personaje los haga. Y sin embargo, debe hacerlos por un motivo esencial al relato: para continuar. Las cosas se siguen haciendo para que no haya blancos. Que sean absurdas, muestra mejor que su función es dar continuación a lo anterior. El absurdo pleno, por supuesto, sólo puede ser retroactivo. Respecto de lo que sucede después, en cambio, lo absurdo es un antecedente como cualquier otro. Cuando reaparezca la ciudad, al retirarse la arena, tendrá la marca del comic, y habrá una necesidad. Por eso el absurdo no puede prolongarse mucho en un mismo relato: porque crea un mundo, como lo crea todo.
Del pozo donde desapareció Lambetta empiezan a salir pollos que al alejarse se asan solos; de ellos se alimenta, opíparamente (y de los deliciosos huevos que ponen cuando son gallinas, y que se fríen de sólo caer al suelo) el narrador. En esto hay dos cosas que observar: primero, la reutilización de un elemento que ya sirvió al relato. El pozo fue primero el medio de sacar de escena al perro, ahora es fuente de alimento. Copi se aleja del puro relato lineal que es puro avance aun en sus vueltas. Segundo: la delicadeza en la protección del personaje. Porque bien habría podido dejarlo ayunar. A ustedes les sorprendería saber cuánto hacen los novelistas por tener cómodos, abrigados, alimentados y contentos a sus personajes. Esa magia protectora es buena parte del arte del narrador. (Si se agrega la violencia de lo real que contrarresta esta magia, es todo el arte del narrador.)
Una mañana Copi se despierta y su cuarto está lleno de militares. Una escena típicamente onírica. Pero aquí lo onírico, que siempre tiende a colorear el todo (es el elemento contaminante por excelencia, la mancha de aceite) está usado como un color más en la paleta del autor. Se lo puede hacer a un lado limpiamente un párrafo después, y no es uno de los milagros menores del Uruguayo, y de toda la obra de Copi. Volveremos sobre este costado anti-onírico.
Efectivamente, poco después Copi está solo en Montevideo; los militares, uno de los cuales es el Presidente del Uruguay, han muerto todos en un bombardeo en la playa, y la niñita, otra sobreviviente, aparece salvajemente asesinada en la cama del narrador; esto último es un anticipo de un leit-motiv de la narrativa de Copi, el crimen horrendo cometido en un lapso de amnesia. Está solo, y lógicamente hace vida de Robinson urbano. Es la utopía de la soledad mágica en la gran ciudad llena de placeres que podríamos disfrutar si sólo no hubiera nadie. Del nonsense onírico hemos pasado a lo ultra razonable de la fantasía diurna.
Entre ambos, entre el sueño y la razón, aparece un mediador: el surrealismo. "En el interior del maldito avión he colocado una mesa Knoll que he comprado en las galerías Montevideo y sobre la mesa he puesto un cepillo de dientes y un guante (sé que esto es un poco surrealista pero me divierte, por otra parte aquí me río de las modas)."
El surrealismo es una alusión a la invención, al trabajo que corre por debajo de la aventura. De ahí surgen poco después, del modo más natural, los poderes psíquicos del protagonista, que más adelante lo llevarán a su canonización.
Como ven, y a pesar de que este resumen que estoy haciendo podría parecer una sucesión de escenas sueltas, todo está encadenado. Es un hilo que no se corta un instante. O mejor dicho, se corta sin hacerlo, cuando el narrador se cansa, por ese día, de escribir su carta: "Buenas noches. Buenos días." Recomienza al día siguiente, donde había quedado. La interrupción se vuelve fantasmática, entre ficción y realidad, no hace más que subrayar la falta de interrupción.
El párrafo único del que consiste todo el relato cumple la función de "forma de contenido". Todos los cuentos de Copi, y los capítulos de sus novelas, serán párrafos únicos. Y toda su ficción será un continuo. El teatro lo es de por sí, al suceder en el tiempo real. Es el continuo: el día de Bloom, las sesiones unitarias de escritura de Kafka, la edición en un solo volumen y sin punto aparte que soñaba Proust para su libro. Volveremos sobre este punto (si es que acaso tocamos otro).
Después de la muerte, la resurrección. Los uruguayos empiezan a volver a la vida, como momias defectuosas, estúpidas, insoportables.
El continuo vuelve a funcionar a pleno. Copi se ha demorado apenas unas pocas páginas en su utopía de soledad. Los grandes bloques del imaginario, en los que otros escritores pueden quedarse a vivir, para él son apenas estaciones, palabras en su discurso.
¿A quién recurrir en busca de protección contra los uruguayos-momias? Al Presidente, por supuesto. Que haya muerto unas páginas antes no viene al caso.
Hay una anécdota de Isak Dinesen que podría ser de Copi, y en rigor de cualquier buen narrador. Una vez dictaba una novela, y de pronto apareció un personaje que había muerto capítulos atrás. La secretaria se lo hizo notar, y la baronesa respondió: "Querida, eso no tiene la menor importancia".
El Uruguay empieza a reducirse de tamaño. Tomamos la vía de la miniatura. El Monte se va por el mar. La casa presidencial comienza a brincar y el Presidente se muda con Copi a una gruta en la playa. Viven felices, con la niñita, "a la que adoro"; es la utopía definitiva en Copi, el gran aventurero: la vida cotidiana apacible y sin incidentes.
Definitiva, y por lo mismo: momentánea. Casi enseguida tiene que llegar volando "el Papa de la Argentina" para hacer explotar la apacible cotidianeidad con la aventura. La miniatu rización del Uruguay ya apunta a un sistema de encajonamientos, pues una miniatura es representación. Copi lo subraya en ese mismo lugar: la visita del Papa se debe a que todos los sucesos anteriores han sido transmitidos por la televisión argentina, y se han vuelto muy populares en la vecina orilla. La Argentina es la representación del Uruguay. Copi opera siempre con dos inclusiones simultáneas (y no sé si podría hacerse de otro modo): una mecánica, dependiente de los tamaños relativos, y otra de índole representativa. La aventura, la sorpresa, es parte de su felicidad cotidiana, por una necesidad que yo encuentro barroca: dentro de una situación no puede haber un vacío. De ahí la inestabilidad, y hasta el horror, que acecha en su felicidad. La regla es: todo mundo debe ser el receptáculo de otro, no puede haber mundos desprovistos de mundos adentro. Todo está envuelto en su representación, y eso es el barroco.
Los disfraces, las segundas identidades, responden al mismo sistema de inclusiones, por eso el Papa se revela como un sodomita traficante de blancas, que seduce al presidente y se lo lleva.
Al quedar solo, Copi se ocupa de gobernar el Uruguay, que ha seguido achicándose; consecuente a la disminución del espacio, en un acompañamiento que tendrá grandes consecuencias, el tiempo se hace vertiginoso.
Por suerte los uruguayos son fáciles de gobernar: se entretienen con rondas y juegos que se aceleran siempre…
Como casi todo lo demás en El Uruguayo, esto podría leerse al modo alegórico. Creo que sería un error. El corte en busca del significado siempre es inapropiado; en Copi es letal. Esa debería ser la moraleja, anticipada, de nuestro trabajo. Estos cursos se llaman "Cómo leer a…". Pues bien (y dejando de lado por el momento la pregunta previa, "¿para qué leer a…?"), ¿cómo leer? Leyendo, llevando adelante la lectura. Y si alguien quiere buscar el significado, debe hacerlo en lo que sigue, no en lo que ha leído. En lo que hace continuo, no en lo que corta.
Hace unos días leí Rinoceronte, de Ionesco. Es un ejemplo extremo. Por supuesto que puede interpretarse alegóricamente, de hecho parece pensado, hasta en los detalles, para que lo sea. Pero además está la posibilidad, muy cierta y feliz, de seguir leyendo a Ionesco. Y entonces la alegoría cae, simplemente porque podría haber otras. La alegoría se alimenta de ser única: la multiplicidad la mata. En la historia de la literatura, ha podido funcionar en sistemas muy fuertes, dogmáticamente únicos, por ejemplo el cristianismo medieval. Pero imagínense que después de su Comedia Dante hubiera escrito una Comedia islámica, una budista…
El trabajo del escritor, en tanto se extiende en su vida y responde con esa felicidad a la del lector (ya se sabe que un lector, lo único que quiere es seguir leyendo), va contra la interpretación. Recuerden la frase de Jasper Johns: "El arte es hacer una cosa, después otra cosa, después otra cosa…"
Y entonces, El Uruguayo se termina. El Presidente regresa y cuenta su aventura: el Papa lo ha explotado como travestí en los cabarets, ha sido desdichado, ha aprendido. Pero no ha aprendido tanto: sólo lo necesario para volver a caer, como lo sugieren las palabras que pronuncia en sueños. De la figura semi-onírica de comic que empezó siendo, el Presidente ha evolucionado hasta ese otro comic de Copi, el mundo de las "locas", que en su obra es una suerte de objet trouvé del comic.
La historia desemboca en la calma cotidiana de las locas, del universo-teatro gay, que era el mundo real de Copi. En una pirueta del continuo, hemos pasado de la ficción a la realidad, y estamos maduros para entrar al Baile de las Locas. Esta sí es la utopía definitiva de Copi, una paradójica utopía realista e inestable. Y ésa es la función de lo gay en su obra: un estabilizador relativo de lo cotidiano, por ser un ámbito cargado con su propio teatro y dibujo, una representación hecha mundo. Ahí es donde cesa la necesidad de incluir nuevos mundos, donde ya no tiene que suceder nada más para que todo siga. Como ven, El Uruguayo termina cuando debe terminar, no en cualquier parte, y el infinito inherente al relato no se ve afectado.
Tres observaciones más, antes de seguir:
1) El narrador le pide al Profesor que vaya tachando la carta a medida que la lee.
Esto es una alusión a la memoria y a su anulación, uno de los temas constantes en Copi. La memoria se pone en cuestión en sus novelas más que en sus cuentos.
La diferencia entre cuento y novela, que tan sutil puede ser, puede ser también muy simple: la novela es lo que pasa, el cuento lo que pasó. Entre lo que pasa y lo que pasó, hay una relación de inclusión. El tiempo se espacializa para admitir los encajonamientos, se hace dibujo. (El Baile de las Locas está enteramente dedicado a esta cuestión.)
Lo que pasó, es función de la memoria. Pero la memoria sucede en el presente, en lo que pasa, y en ella el pasado se miniaturiza, llega a ser el instante, el relámpago. La aceleración en Copi siempre tiende a este punto. En él la memoria se resuelve en la nada. La memoria es el acto de perderla, el borrado. Como aquel inventor que se pasó cuarenta años perfeccionando una aleación de grafito y goma, para lograr un lápiz que escribiera y borrara a la vez.
Su problematización de la memoria coincide con la recuperación del relato en estado puro, por paradójico que parezca. La memoria tiende al significado, el olvido a la yuxtaposición. La memoria es el hallazgo del significado, el corte a través del tiempo. El olvido es el imperativo de seguir adelante. Por ejemplo pasando a otro nivel, a otro mundo incluido o incluyente. Desde un mundo no se recuerda a otro. No hay un puente de sentido. Hay un puente de pura acción.
Entre paréntesis, y para volver otra vez a Borges, que es un inmejorable testigo de toda operación literaria, en él la memoria llevada al absoluto coincide con el olvido, o con una forma de olvido que es la ausencia de sentido:
Había un profesor (no el del Uruguayo, un profesor real, de esta misma universidad) que decía que lo que se sabe, no es lo que se recuerda, sino lo que se ha olvidado. Lo decía a propósito de nuestro sistema de enseñanza, que tiene el defecto de que los exámenes se toman inmediatamente después de las clases. Deberían tomarse, decía, diez años después, o veinte.
¿Parece una broma? No lo es. Supongan que leen un libro. Al día siguiente lo tienen todo en la memoria. Pasa el tiempo, y empiezan a olvidar; al fin, lo han olvidado todo. Es decir, lo han incorporado todo, son el libro. Recordar, es todavía poder rechazar.
El olvido en Copi no es un elemento casual o sobreimpuesto a su arte. Como el navio de Argos o como el stock celular de un animal, el olvido es el mecanismo que nos hace imperceptiblemente otros sin dejar de ser quienes somos. El olvido para existir necesita sucesos, de los que se alimenta: de ahí que el arte narrativo esté subordinado al olvido, para el que trabaja, y al que saca, en suprema paradoja, del recuerdo mismo.
2) El procedimiento epistolar. Copi lo usó aquí y en La cité des Rats. Tiene una función primera, que comparte con sistemas de tipo "diario íntimo" o "redacción de informe", de inclusión temporal: lo que pasó queda dentro de la escritura que se está haciendo ahora, el pasado dentro del presente, el cuento dentro de la novela. En El Baile de las Locas el método llega a su pleno desarrollo.
Por otro lado, el género epistolar cumple la función de mantener la distancia, o crearla o extenderla. Deleuze lo ha notado respecto de la correspondencia de Kafka y la de Proust; y cualquiera puede comprobarlo pensando un poco en las cartas que ha escrito. Se escribe una carta para mantener a distancia al otro. Aun, y sobre todo, cuando se dice "ven" en los tonos más urgentes. Que no es lo que le dice Copi al Profesor, todo lo contrario.
¿Qué es esa distancia? En primer lugar, es la creación de un espacio. Ese es el trabajo primero y último de Copi: crear espacio dentro del tiempo. Es algo demasiado extraño para que pueda explicarme aquí; pero ya verán cómo reaparece una y otra vez. Por el momento, digamos que la distancia es lo que separa al autor del lector, una distancia hecha de espacio tiempo. Como la estrella que brilla en el pasado. O el bello símil de un escritor yugoslavo, Milorad Pavic: entre el autor y el lector hay dos cuerdas tirantes que sostienen en el medio a un tigre. Ninguno de los dos puede aflojar la tensión, ni perder una posición diametral, de otro modo el tigre los devoraría.
3) Volvamos a la impresión primera, la del relato en su forma original, el cuento sucesivo de las cosas que pasaron… Lo más peculiar del Uruguayo, cuando uno lo recuerda en bloque, o mejor cuando lo ha olvidado todo, es que después del diluvio, después del fin de la humanidad, del fin del mundo, de la explosión o la contracción absolutas, la historia sigue. Incluso más allá del asunto, de la trama, de la invención, lo que se impone es esa necesidad que trasciende la forma y el contenido, la necesidad de la continuación. Todo podría terminar, los personajes morir, el escenario disolverse, los acontecimientos cesar en la interrupción o la repetición incesante… pero el cuento no, el cuento debe proseguir.
Este sentimiento nos aleja del texto, en dirección al escritor. El trabajo del escritor, como todo trabajo por otra parte, no puede adoptar otra modalidad que la del infinito. Nunca se dejará de escribir; no importa la brevedad de la vida, porque no se trata exactamente del tiempo tal como podemos pensarlo, sino de un tiempo que se hace infinito volviendo sobre sí mismo, en forma de espacio. Ese espacio es el texto. El texto ya escrito, con el que se enfrenta el lector, es una extensión dada. Pero dentro de esa extensión persisten las tensiones que la hacen incierta; el autor puede tomar cualquier decisión en cualquier momento, y cuanto más libre haya sido para tomarla, mayor será la adhesión del lector a esa ecuación de lo finito del texto y lo infinito del escritor.
La forma trascendente de esa ecuación es la sucesión lineal, que tiende del modo más obvio a un infinito virtual. Parece muy rebuscado, pero es muy simple: queremos que el cuento siga, y en ese instante el cuento se confunde con nuestro deseo, y eso basta para que siga eternamente, y no importa que se termine en la página siguiente. ¿Por qué el cuento tiene que ser eterno? También es muy simple: para salir del círculo encantado de "lo que pasó", del dibujo o mándala, y llegar al presente (es decir a la libertad) en que se lo escribe. Por otro lado, dada una cantidad infinita de hechos narrados, el relato podría llegar hasta el lector. Ésa es la función del infinito en/la literatura.
4) El Uruguayo, ¿un antecedente de la literatura del exilio? No lo creo. Es probable que Copi haya leído Rayuela, pero eso no tiene la menor importancia. Más casual todavía, pero sugestivo, me parece la coincidencia con Bioy Casares, de quien El Uruguayo reúne casi todos los temas centrales: los muertos vivos, el apocalipsis, la arena. Sobre todo la arena. Permítanme hacer una última cita, la última frase del cuento "Sonia" de Osvaldo Lamborghini: "Arena, pero arena de verdad, como ésa que pisan los camellos". Que es la arena argentina, arena representativa tamizada por la literatura. Podemos recordar aquí los camellos borgeanos de "El escritor argentino y la tradición", y terminamos, como empezamos, con Borges.