37630.fb2 Cuando ya no importe - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 16

Cuando ya no importe - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 16

Fue otra la que sentenció, entre rosas y vino: Muchacha serás y agregarás belleza a este mundo.

Entramos en la casona. Yo detrás de ella, amando su culito inmaduro, rabiosamente apretado por el pantalón. Elvirita dejó la cartera entre botellas y vasos sobre la mesa grande y se puso a caminar examinando el estado de las reproducciones de pinturas. Las que ella había conocido en su infancia, recién llegadas y que fui pegando a las paredes. más de una vez me arrepentí del criterio empleado para la distribución. Nunca hice nada para corregirlo. Eufrasia había venido con ella y se había encerrado en su cuchitril. Tal vez estaba durmiendo.

Tra seguía a la muchacha olfateando las sandalias. Le daba la bienvenida con la cola. Me chocó la indiferencia de ella para con el animal.

De pronto Elvira abandonó la inspección y me dijo:

– Todo en ruina ¿no?

Me estaba defendiendo cuando le hable de la humedad de las paredes, de una corriente subterránea de agua imposible de secar. Pero ella no me escuchaba. Señaló con el pulgar a la cortesana picassiana que estaba a su espalda y sonrió con algo de melancolía y burla: «¿Te acordás?, ¿Tu novia, verdad?»

Abandonó a la cortesana y con un movimiento de cabeza señaló la puerta de la pocilga donde Eufrasia reinaba sin súbditos.

– ¿Es cierto que sos un alcohólico y que te vas a casar con eso?

No supe si estaba loca o decía una broma desgraciada.

Me reí un poco y ella seguía seria. Me tocó el brazo y nos alejamos de Eufrasia, de sus oídos. Salimos al sol y todavía caminamos, prudentes, unos pasos más. El Tra eligió quedarse echado adentro.

– Niña -dije-, ¿a que viene ese disparate?

Y fue así, en la esquina de la casona, de pie y muy cercanos, con desconcierto, incredulidad e indignación, mirándole la boca que decía, acariciándola mentalmente, como en un bautismo, con la dulzura de la palabra rosebud, que me fui enterando de como era Carr contado por Eufrasia. En mi vida no faltaron homúnculos que interpretaran con bajeza algún acto mío. Pero nunca había escuchado nada comparable a aquel Carr fabricado con mentira y bilis.

– Que la vida de ustédes era un verdadero martirio porque tu estabas siempre borracho y, cuando habías tornado una de más, le dabas palizas que casi eran de hospital y que la tenías loca con el asedio de que deseabas casamiento, pero ella no podía porque siendo menor, casi una niña, la casaron de obligación con un muchacho de familia bien y rica, siendo este muchacho de piel muy blanca, que leche parecía, pero hubo factores de parte de los suegros y todo terminó en separación y el esposo quiso consolarse recorriendo el mundo, que ya nadie sabe por dónde anda, que ni dirección dejó, así que ahora, aunque tenga que soportar imploración y castigo…

Elvirita no mentía y la mala fe de Eufrasia me pareció tintada de locura; ignoro si las muchachas legítimas pueden tener adenoides. Ella se interrumpía para respirar un rato con la boca abierta. Y su voz era apagada. Descansaba y hablaba hasta que nos llegó la orden insolente y grosera de Eufrasia:

– Elvirita, venga acá enseguida.

– Pero que mierda se habrá creído -estalló furiosa la muchachita y empezó a caminar, casi correr, hacia la puerta de la casona. Muy curioso, la seguí alargando los pasos.

Trato de recordar y apunto la escena.

La Eufrasia sostenía con la mano derecha una tira de plástico azulenco que hacia girar sobre la cartera abierta de Elvirita. Preservativos, reconocí, fracasado un impulso de equivocarme.

– Condones -gritaba la mujer- y ni es sorpresa porque hace tiempo que me estaba sospechando que eras una putita que andaba con machos.

– Quién te dio permiso para revisarme la cartera, negra de mierda.

Se volvió hacia mí con una sonrisa forzada y dijo:

– Es que los muchachos son tan descuidados.

Así me convertí en el anciano padre bondadoso que todo lo comprendía y todo lo perdonaba.

– Cochina -gritó la Eufrasia con espuma en los labios. Dejó caer los condones y avanzó hacia Elvirita preludiando la bofetada. Pero la siempre muchacha fue más rapida. Sacó de la cartera una navaja abierta y retrocedió, afirmándose en las piernas.

– Si me llegás a tocar, negra sucia…

– Puta mentirosa -dijo Eufrasia. Pero ya no me pareció agresiva; más bien triste.

Con la mano libre Elvirita se oprimía el pubis.

– Esto es mío y de nadie más y con mi cosa hago lo que quiero.

– Elvirita, te has vuelto loca. No sos Elvirita.

La cara de la más joven parecía envejecida; no por el tiempo sino por un cinismo que le estaba incrustando una mueca pervertida. El muchachismo se le estaba desprendiendo como cortezas de un árbol.

El griterío atrajo al perro que ahora gruñía y mostraba los dientes sin decidir a cual de las mujeres debía atacar. Muchas veces repetí «tranquilo Tra», mientras le acariciaba la pelambre erizada. En aquel momento sentí que el perro podría ser una bestia peligrosa.

– Sí-dijo Elvira-, somos dos mentirosas. ustéd empezó a mentir desde que otra mujer me parió y yo le estuve fingiendo desde mi primera sospecha. Porque supe irle sonsacando al padrino. Pero mírese en un espejo y míreme a mi. Por Dios, dígame quien se lo va a creer.

Se puso a reír y estas burlas, estoy seguro, le dolían más a Eufrasia que los insultos. Dejo caer brazos y lagrimas y muy lentamente, arrastrando los pies, volvió a su covacha. Yo devolví los condones a la cartera y la cerré. Sin mirar, supe que la muchacha había quedado inmóvil y trataba de espiarme la cara.

Di unos golpes en la puerta de Eufrasia y entré. Estaba boca arriba en el jergón y seguía llorando sin ruido.

– Don Carr -dijo convulsa-, yo sólo quise hacer un bien. Me lo pidió el medico. Creo estar muriendo. El corazón.

Le tomé el pulso y le acaricié la frente. Todo normal. Salí cuando el llanto comenzó a ser estrepitoso.

Afuera no había Elvirita ni perro. Claro, tampoco cartera. Ahora podía revolcarse tranquila otras seis veces. La muy puta.

Pero me sorprendió saliendo de una esquina de la casona.

– Perdóname -dijo-. Fue muy feo y las cosas feas me asquean. No me disculpo pero te explico.

Muy despacio, con la mansedumbre de una ola arribando a la playa, asomó de nuevo su sonrisa adolescente.

– Disculpame, fue como una explosión que estuve reteniendo durante años. La navaja era sólo para defenderme de esa negra loca que te hace borracho y, de a poco, te va a convertir en un pobre hombre, en una lastima. A veces pienso en como eras y lo que yo esperaba que podrías ser. La navaja la llevo porque somos un grupo de chicas que hemos jurado muerte a los violadores que siguen violando con permiso de la policía y de los jueces. Reite si querés, pero atraparon a uno y le rompieron el culo con un ortopédico magnum y le cortaron las bolas y lo dejaron tirado en la puerta de un hospital. Y nunca aparecio el culpable porque, ¿sabés quién fue? Fuenteovejuna, todas a una.

11 de octubre

Más de una vez en mis visitas nocturnas a Díaz Grey tuve la tentación de contarle la anécdota de Elvirita y su banda de niñas antivioladores. Anoche lo hice sin decirle lo que sucedió con Eufrasia que se había repuesto tomando litros de infusiones de yuyos y se había marchado a Santamaría Nueva, no sé si para continuar la pelea, y provoque varias reacciones que me resultaron confusas. Me preguntó sobre las visitas de la muchacha a mi palacio de ladrillo y cemento. Quisó saber con qué frecuencia, aproximadamente, se producían; me preguntó por Eufrasia, buscando otro tema. Lo que dejó traslucir era si la madre de mentira estaba presente cuando venía la niña, como él acostumbraba llamarla. Lo que no se atrevía a preguntarme de frente era si yo me acostaba con la niña. (Que Dios lo oiga.)

– Siempre esta Eufrasia y con frecuencia tienen peleas muy cómicas -le dije haciendo esquives yo también.

– Sí -dijo el medico-. Pero ahora la pobre Eufrasia está en el hospital, yo mismo la lleve. Grave, ni mal ni bien.

– Sí. Ya lo sabía. Espero que se salve.

Hace mucho que pensé, y ahora lo apunto, que las frases que el médico pronunciaba tenían cara de poker. Tenía sobre el escritorio dos grandes cajas de bombones Cadbury y una botella de whisky del país de Gales. Anoche tuve la sospecha, alimentada por embriones de confidencias, por algunas frases que los whiskies de Gales hicieron escapar durante la charla, que canto Eufrasia como su niña visitaban la casa de los pilotes absurdos. Sobre todo que la niña estaba en contacto con Díaz Grey.

– Me preocupan esas fantasías de la niña. En eso reconozco a la madre. Esa historia es pura mentira o casi. Es cierto que unas muchachas asaltaron al violador y lo violaron. Pero no fue con un mágnum, me entristece que esa niña conozca ya que existen esas cosas, lo hicieron con una zanahoria muy grande, como las que exige el mercado. No le cortaron nada y el hombre llego como pudo al hospital. Desgarramiento, hemorragia muy seria. ¿Esta seguro de haber visto un cuchillo?

– Cuchillo o navaja, no distingo. Pero ella me lo estuvo mostrando con orgullo.

– En cuanto a lo de los condones, puedo asegurarle que se trataba de pura baladronada. No me pregunte como lo sé.