37706.fb2 De repente en lo profundo del bosque - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

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Era el primer ser vivo que se veía en el pueblo en muchos años, desde la terrorífica noche en que Nehi, el diablo de las montañas, reunió una larga caravana de criaturas y alejó del pueblo para siempre a todos los animales, desde los caballos hasta las palomas, desde las arañas hasta las ovejas y los toros. Los padres fueron arrastrados de pronto y sin previo aviso por una ola de nostalgia o de pesar y empezaron a imitar para sus hijos los sonidos de las aves y los demás animales, todo tipo de mugidos, el aullido de los lobos desde el bosque, el zureo de las palomas, el zumbido de las avispas, el aleteo de las ocas del río, el croar de las ranas, el ulular de las lechuzas y los búhos. Pero al cabo de un rato, esos mismos padres negaron su pesar, hicieron como que sólo habían pretendido entretener un rato, nada más, e insistieron en que todos esos sonidos no eran reales sino que tan sólo formaban parte de los cuentos y las fábulas.

Qué extraños eran los entresijos de la memoria de la gente del pueblo: las cosas que se esforzaban por recordar huían a veces y se ocultaban bajo el manto del olvido. Y precisamente lo que decidían que había que olvidar flotaba desde el fondo del olvido como si pretendiera angustiarlos. A veces recordaban con todo lujo de detalles lo que casi no había existido. O se acordaban de lo que ya no existía, reviviéndolo con dolor y añoranza, pero por vergüenza o pesar decidían que sólo había sido un sueño. Nada más que un momentáneo exceso de la imaginación. Y decían a sus hijos:

– Tan sólo es una leyenda.

O afirmaban:

– A fin de cuentas sólo era una pequeña broma. Nada más.

En algunos niños esas historias despertaron una especie de incierta nostalgia por lo que tal vez hubo aquí alguna vez y por lo que tal vez nunca existió. Pero también había muchos niños que no querían oír nada, o que oían y se burlaban de sus padres y de la maestra Emmanuela: durante muchos años no se había visto por el pueblo ningún animal, y por tanto la mayoría de los niños llegó a la conclusión de que realmente todos esos muuus, beees y miaaaus, todos los zuuus, los auuus, los cruuus y los cruuuas eran sólo extraños inventos de sus padres, supersticiones anticuadas que había que desterrar de una vez por todas para vivir la realidad, pues quien vivía en la fantasía simplemente no era como todos nosotros, y quien no era como nosotros también contraería la relinchitis, y todos se apartarían de él y ya nadie en el mundo podría salvarlo.

Tal vez sólo a Danir, el tejero risueño de largas piernas, el preferido por las chicas del pueblo, a Danir, a quien le gustaba cantar todo el día con sus compañeros mientras trabajaban arriba, en lo alto de los tejados inclinados, y demorarse para conversar por las ventanas abiertas con los niños como si fueran adultos, o al revés, trepar con ellos como si aún fuera un niño, y a quien también le gustaba silbar canciones por las callejuelas bajo las ventanas de las chicas del pueblo, tal vez sólo a Danir tenía sentido preguntarle qué era verdad y qué no.

Pero el problema era que con Danir y sus amigos, esos que se reunían a su alrededor en la plaza de piedra las largas tardes de verano, nunca había forma de saber cuándo hablaban en broma y cuándo te estaban provocando o provocándose entre ellos. A veces hablaban en serio, pero incluso entonces parecía que se estaban burlando. Todo aquel que intentaba hablarles en serio, por alguna razón también acababa de pronto dirigiéndose a ellos como en broma. Incluso cuando no tenía ninguna intención de bromear.

A excepción de Almón el pescador, a quien nadie prestaba atención porque todos le despreciaban, no había en el pueblo nadie que pudiera enseñar a los niños que la realidad no es sólo lo que el ojo ve, lo que el oído oye o lo que la mano puede tocar, sino también lo que está oculto al ojo y al contacto de los dedos, y que se revela a veces, sólo un instante, a quien busca con los ojos del espíritu, a quien sabe escuchar con los oídos del alma y tocar con los dedos de la mente. Pero ¿quién quería escuchar a Almón? Era un anciano charlatán y casi ciego que discutía sin parar con su feo espantapájaros.